PUENTE DE MANDO


El cimbronazo hizo saltar a todos de su lugar. Lo que venía siendo un vuelo plácido y sin problemas se vio interrumpido por una violenta turbulencia que provocó golpes y magulladuras a muchos de los tripulantes.

Enrique había estado a punto de levantarse de su asiento cuando sucedió el accidente. Sintió cómo su cuerpo se elevaba por los aires, cayendo a varios metros de su consola con la fuerza de la gravedad artificial.

Noelia apareció sentada en el piso, sin saber cómo había llegado allí.

Raúl seguía en su puesto, pero de un corte en su frente comenzó a brotar una roja cascada.

Culbert había conseguido aferrarse al borde de su silla, pero el esfuerzo le había dislocado un hombro.

Tomás permanecía sentado en su silla, pero tenía un golpe en la cabeza que no podía precisar con qué se lo había hecho. Estaba bastante mareado. Sacudió su cabeza, para aclarar las cosas.

— ¿Están todos bien? ¡Raúl! ¡Quique!

Se levantó y corrió hacia Enrique, quien estaba tendido en el piso, visiblemente dolorido.

— ¡Creo que me quebré un par de costillas! — Dijo, y tosió, con una mueca de dolor. No había sangre, eso era bueno.

— ¡Noelia! ¿Estás bien?

La piloto asintió, confundida.

— ¡Alto total, entonces! — Y mientras Noelia detenía la nave, Tomás miró a Raúl, que estudiaba sus pantallas con una mano, mientras que con la otra se corría la sangre de los ojos, como si de un limpia parabrisas se tratara. — ¿Raúl, qué estás haciendo?

— ¡Preparo un informe de situación, señor!

— ¡Pero dejate de reportes de situación, chabón! ¡Llamá a un reemplazo y andá a hacerte ver ese golpe!

— No te hagas problema, mi amigo. Esto es lo mínimo que puedo hacer. — Habían pasado un par de semanas y todavía se culpaba por su comportamiento durante la epidemia de Quilombo, allá en Olimpo. Y aunque todos le habían dicho que las agresiones no habían sido culpa suya, él no estaba de acuerdo. — Además, por lo que estoy viendo, realmente vamos a necesitar este reporte.

Culbert disimuló su dolor. No podía darse el lujo de faltar en el puente. Al menos hasta comprobar si aquello era el producto de alguna agresión. Pidió informes a Gonzalo, quien no parecía haber sufrido algún daño en particular, debido a su costumbre de aferrarse con fuerza de su consola, incluso en situaciones tranquilas. Los análisis indicaron que no había ninguna nave en varios años luz a la redonda.

Tomás se dirigió al puesto de Enrique. Usando las comunicaciones internas llamó al Buffet.

Atendió Tobermory, visiblemente espantado.

— ¿Qué está sucediendo aquí, Capitán? ¿Otro ataque? ¿Otra plaga? ¿Y ahora qué? ¿Por qué cada paso que damos en el espacio tiene que tener su cuota de desastre? ¿Eh?

Tomás no sabía si reír o enojarse. La visión de aquel pequeño felino parlanchín protestando con su aguda voz realmente le daba gracia. Si obviaba el contenido del mensaje, desde luego. Eligió ignorar sus críticas.

— ¿Cómo están todos ahí, Señor Tobermory? ¿Alguien necesita asistencia médica?

El púrpura felino entrecerró sus ojos.

— ¿Por qué tanto eufemismo, Capitán? ¡Es obvio que le preocupa Florencia! ¡Pues yo también estoy preocupado! ¡Salió de aquí hace unos minutos! ¡Supuestamente iba hacia la enfermería! — Hizo una pausa y agregó, ofendido. — ¡Yo estoy bien! ¡Gracias por preguntar! ¡No se preocupen, que tendrán su comida lista para la hora del descanso!

— Me alegro de verlo bien, Señor Tobermory. — Respondió Tomás, ignorando una vez más su actitud. Cortó la comunicación y no pudo evitar un suspiro. Luego llamó a la enfermería. Sonó durante bastante tiempo. Finalmente atendieron. Era Florencia.

— ¡Flor! ¿Estás bien?

— Sí. — Y aquella fue toda su respuesta. Se la veía algo agitada, y podía ver que a sus espaldas había mucho movimiento.

— ¿Cómo están por allá?

Florencia miró detrás suyo, hacia todo el alboroto que se insinuaba desde lo que podía verse en la pantalla.

— Ocupados. Hay muchos heridos. Fracturas, moretones. Nada grave, por suerte.

— ¿Y Diana?

— Se cayó y se dislocó una rodilla. Pero entre ella misma y yo la curamos. Ahora está atendiendo a otros pacientes.

Tomás comprendió que estaban muy ocupados por allá. Él mismo estaba con las manos repletas de problemas que necesitaban de su atención.

Se despidieron rápido. Luego solicitó el informe de daños.

— ¡Raúl, dame tu reporte y llamá a la sala de motores para que te manden un reemplazo! ¡Y te vas al hospital, por favor!

— Algo nos golpeó en la proa. Por el daño causado, debe haber sido un asteroide perdido, o un pequeño cometa. No debe haber sido muy duro ni muy grande, o a la velocidad que íbamos nos habría quebrado a la mitad.

— Pero... ¿Cómo? — Preguntó Enrique, sentado en el piso. — ¿No teníamos algo que justamente servía para prevenir algo así?

— Sí. El sistema de deflectores. Yo lo llamo "El Rompehielos", porque me recuerda a los barcos pioneros de las regiones polares.— Raúl miró a Tomás y agregó. — No sé por qué, pero ha fallado. ¡Prometo investigarlo!

— ¡Investigá todo lo que haga falta, pero después de ir al hospital! ¿Necesitás ayuda para llevar a Quique?

El Jefe de Ingenieros negó con la cabeza. Unas gotas de sangre resbalaron, espesas, de su mentón y cayeron al piso. Ayudó a Enrique con mucho cuidado a levantarse y salieron hacia el Hospital de a bordo. Tomás se acercó a cada uno de los integrantes del puente, para preguntarles cómo se sentían y ver los reportes de sus respectivas áreas. Cuando llegó a Culbert, éste lo llamó aparte.

— Algo no está bien, Señor. — Susurró el ex agente.

— ¿Qué querés decir?

— ¿Después de casi un año de viaje sin ningún problema técnico en particular deja de funcionar un sistema tan importante como el "Rompehielos"? Tíldeme de paranoico, pero esto me suena a sabotaje.

Tomás alzó las cejas ante esta hipótesis.

— ¿Sabotaje? ¿Quién podría querer hacer algo así?

Culbert se le acercó. Habló aún más bajo. Tomás apenas podía oírlo.

— No quería decirte esto. —Cuando Benjamin lo tuteaba no era buena señal.— No todavía, porque aún no tengo pruebas suficientes. Pero después de lo que sucedió en Olimpo y del Choque de Deragh hay rumores de descontento. — Tomás se apartó. Quizá fuera por el espanto que aquella noticia le causó, quizá porque se negaba a oír algo más al respecto. Lo cierto es que luego volvió a acercarse. Culbert continuó con su informe.

— Hasta ahora sólo he escuchado algunos rumores y chismes. Nada sólido. Pero mientras muchos tripulantes están contentos con la manera en que nos has sacado de los dos problemas, hay un pequeño grupo que opina que esto nos pasa por interactuar con otras especies y mundos.

— ¡Pero si para eso estamos acá! — Exclamó Tomás, levantando la voz más de lo que pretendía. Gonzalo, que era quien estaba más cerca de ellos, apartó su vista de su pantalla y los miró. Culbert volvió a acercarse a Tomás y continuó susurrando.

— Como dije, es sólo una teoría que tengo. Habrá que esperar los informes de Ingeniería. Por eso no te lo quería comentar aún. Todavía no es nada seguro. Probablemente esté persiguiendo fantasmas.

— Esperemos, Benjamin. ¡Esperemos que sea así!

Tomás volvió a su asiento. Siguió escuchando los reportes de las distintas secciones de la nave. Pero su cabeza no pudo apartarse de la conversación que había tenido con Culbert.

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