NOELIA


 Había volado casi a ciegas a través de nebulosas electromagnéticas. Había improvisado cálculos que los habían hecho rebotar aquí y allá en sistemas planetarios desconocidos. ¡Había conseguido sumergirse en un agujero negro y vivir para contarlo! Todas ellas grandes hazañas, ejecutadas magistralmente con precisión quirúrgica. Y aún así, allí estaba, nerviosa como una principiante, guiando a la Libertad por entre planetas, satélites y asteroides, buscando utilizar la menor energía posible. Y aunque se sentía algo insegura por la situación, sabía que podía lograrlo.

— ¡Dale, pedazo de gansa! ¡Dale, que vos no sos ninguna noob! — Se dijo. Y trazó el curso que le pareció más conveniente.

Escuchó las puertas del puente abrirse. No podía girarse a mirar. Un segundo que apartara la vista podía significar una catástrofe similar a la que los hizo aterrizar en el planeta de los Gorem. Fuera quien fuese, era bienvenido. La ayuda nunca estaba de más.

— ¡Sea quien sea, menos mal que estás acá! ¡Fijate si la consola principal todavía funciona, así me ayudás a guiar a la nave!

— OK. — Dijo una voz que no alcanzó a reconocer.

La pantalla principal estaba apagada, por lo que se guiaba con los informes de texto que recibía en la consola del timón.

— ¡Estamos a menos de una Unidad Astronómica del único planeta habitable de este sistema! — Informó. — ¡Trazando curso de descenso hasta una zona con buenas condiciones para establecernos! ¡Cuando te diga, fijá el curso! —Terminó de programar el camino y gritó: — ¡Ahora!

La nave vibró, como un agitador de pintura. Los atenuadores de inercia parecían no dar abasto con las distintas fuerzas de gravedad que tiraban de la Libertad en todas direcciones. Sin embargo, fueron suavizándose de a poco hasta casi desaparecer.

Su ayudante realizó su trabajo a la perfección. ¿Quién la había ayudado? Ya podía levantarse, su trabajo allí ya estaba hecho. Se giró. No alcanzaba a verle el rostro.

— ¿Tomás, sos vos?

Un tímido reflejo de luz iluminó el rostro de quien la había ayudado a fijar las coordenadas de descenso. Casi no lo reconoció. Tomás tenía su cara toda golpeada.

— ¡ Tomás! ¿Qué te pasó? ¿Estás bien? ¿Quién te hizo eso?

— Stern. — Respondió, pero aquello era imposible. Debía estar en peores condiciones de las que se veía.

— Stern está muerto, Tomás. Lo mató Culbert en la enfermería hace un par de meses, cuando los tomó como rehenes. ¿Te acordás?

Tomás respiró una gruesa bocanada de aire. Intentaba recuperar sus fuerzas.

— No, Noe. ¡Stern volvió! ¡No sé cómo, pero volvió! ¡Tenés que irte y dejarme el puente a mí! ¡Seguro que está viniendo para acá! Lo estaba siguiendo y me sorprendió. Lo seguí desde los calabozos. Le perdí el rastro cuando estaba llegando acá, porque me encontré con Diana y Flor. Imaginé que venía para acá, así que me vine corriendo. Pero me atacó por sorpresa. ¡Si no estuvo acá, va a llegar en cualquier momento!

Justo cuando decía aquello, las puertas se abrieron. Una silueta apareció recortada, más oscura que la penumbra que la rodeaba.

— ¡Sí, estaba viniendo hacia aquí! ¡Pero primero tuve que hacer un par de escalas técnicas! ¡Nada que puedan entender sus frágiles cerebros humanos! ¡Necesitaba terminar de indexar mis patrones sinápticos en este nuevo cuerpo! Y para hacerlo necesitaba un complemento oculto que ninguno de ustedes conoce, porque no figura en los planos oficiales.

Noelia reconoció la voz de inmediato. No podía creerlo. Incluso después de todas las maravillas de las que había sido testigo.

— ¿Cap... Stern? ¿Cómo puede ser?

El hombre avanzó dos pasos. La puerta se cerró detrás de él. Por un instante la oscuridad lo envolvió como una negra mortaja y pareció desaparecer. Volvió a hacerse visible muy cerca de ellos. Demasiado.

— No quiero hacerles daño. Sólo necesito hacer algo aquí. — Explicó Stern, mientras extendía su brazo. En la oscuridad no quedaba claro si los estaba señalando o apuntando con un arma.

Tomás lo estudió con la mirada, analizándolo como si de un prodigio de la ciencia se tratase.

— Te lo dije antes y te lo repito, Stern. Tengo que agradecerte por haberme abandonado en la prisión del Conglomerado. ¡Y sobre todo por haber hecho estallar la esfera! Si no lo hubieses hecho, nunca podría haber escapado, ni conseguir quitarte el mando de la Libertad.

Stern lo miró, confundido.

— No entiendo de qué hablas, Tomás. ¿A qué prisión te refieres?

Aquello fue lo que Tomás necesitaba para terminar de entender lo que estaba sucediendo. No había manera de que hubiese olvidado el tiempo que pasaron juntos en cautiverio, o la manera en que habían escapado de allí. O a Valeria, a quien apenas había prestado atención, allá en la cárcel. Noelia vio una expresión de entendimiento aflorar en el rostro de su amigo.

— ¡Ahora lo entiendo! — Exclamó Tomás. — ¡Noe, éste no es Stern!

La piloto lo miró, confundida.

— ¿Cómo que no? ¡Si se ve igual, habla igual y hasta se mueve igual!

— Vos lo dijiste, Noe. Hace todo igual. Pero nada más. ¿Quién sos? — Preguntó Tomás. Y Stern respondió.

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