NOELIA


 Apagó los motores. Dejó que Culbert y Enrique se enfocaran en la misteriosa señal que se les acercaba a toda velocidad. Ella tenía muchas cuentas que hacer. Se habían detenido en las afueras de un sistema planetario de seis planetas, donde dos de ellos eran gigantes gaseosos repletos de satélites de varios tamaños y masas, y el resto eran planetas rocosos sin vida. Todos ellos orbitando una gigante roja no muy masiva.

Siempre había sido buena para las matemáticas. En el secundario había tenido una de las mejores notas de su división. Y aquello la había dejado con la duda. ¿ Debía hacerle caso a sus notas y estudiar algo relacionado con las matemáticas? ¿O dedicarse a estudiar diseño y programación de videojuegos, que era lo que le gustaba? No se había decidido, así que decidió tomarse un tiempo para pensarlo. Tiempo que en teoría iba a finalizar al terminar aquel viaje a Córdoba que resultó ser la antesala del mayor viaje de su vida.

Y ahora estaba allí, haciendo cuentas, una vez más.

— ¡Ahora que están cerca puedo distinguirlos mejor! — Informó Culbert. — Es una nave mediana. Su casco es muy resistente y está repleto de armas de energía y físicas.

— ¡Enrique, que los Saledianos vengan al puente, por favor!

Enrique acató la orden al instante. Noelia aprovechó aquella relativa calma antes de la tormenta para revisar sus números. Estaba todo a la perfección.

— Se me ocurrió un plan B, por si no llega a funcionar el tuyo. — Le susurró Tomás. Aquello le quitó algo de la presión que sentía.

Minutos después, los señaleros Saledianos llegaron al puente.

— ¿Mandó llamar, Capitán?

— Sí, quiero que le indiquen a mi oficial de Comunicaciones cómo producir la señal que mantiene a los Canéridos dentro de la zona de exclusión. Planeo mantenerlos alejados de nosotros mientras viajamos hacia el perímetro.

Los señaleros curvaron sus antenas hacia abajo con tristeza.

— No puede hacerse, Capitán. Ya lo hemos intentado. Para que la señal sea efectiva debe alcanzarlos desde varios puntos de origen a la vez, a una distancia específica. Por eso el diámetro total del espacio que los contiene. Fue calculado para que la señal los afecte en cualquier punto al que se le acerquen.

Noelia suspiró, nerviosa. Ahora sí todo dependía de ella.

— ¿No podemos viajar hasta su planeta y volarlo en pedazos? — Preguntó Culbert. Tomás se le acercó.

— No, Benjamin. No podemos. Por más peligrosos que sean, esa es su naturaleza. Es quienes son. ¿Matarías a todos los escorpiones, las arañas o los tiburones de la Tierra, sólo para que puedas vivir apenas un poco más seguro?

— Sí. — Respondió, — Pero sé cumplir con mis órdenes. Así que no lo haré.

Noelia y Tomás cruzaron miradas. Ella alzó sus hombros. Volvió su atención a los controles. La nave Canérida estaba ya en rango visual. Encendió la pantalla. Su estructura no daba la impresión de ser todo lo resistente que decían los análisis estructurales. Más bien parecían un montón de rocas o metales unidos con poco o ningún criterio estético.

— ¡Parece una escultura de plastilina hecha por mi sobrinito! — Exclamó Noelia. Y cayó en la cuenta de que era la primera vez que pensaba en aquel niño desde que había abandonado la Tierra. ¡Y eso que lo había amado al pequeñín! Ahora ni siquiera podía recordar su rostro.

— No los menosprecien. — aconsejó Buhr. — Ese ha sido el error de muchas de sus víctimas.

— Entiendo. — Dijo Tomás. — Pero primero quiero asegurarme de que sean tan peligrosos como ustedes afirman. ¡Enrique! ¡Saludalos en todas las frecuencias conocidas!

La Libertad comenzó a emitir una grabación de saludo pregrabada, traducida simultáneamente en todos los idiomas que tenía registrados. Noelia observó su pantalla.

— ¡Están acelerando!

Culbert exclamó:

— ¡Están cargando armas!

Los Canéridos dispararon unas armas de energía que fueron contrarrestadas por las defensas automáticas sin dificultad. Culbert dio su análisis:

— ¡Nos están probando! ¡Ésas son sus armas más débiles!

Tomás gritó:

— ¡Ah, no! ¡Otra vez no! ¡Esto no va a ser lo mismo que el Choque de Deragh! ¡Noelia, motores al máximo!

Noelia activó la configuración que le permitía exceder el límite máximo de velocidad. La Libertad se zambulló en el mar gravitacional de aquel sistema planetario, seguido de cerca por sus agresivos atacantes. Se dirigió en curso de colisión hacia el planeta exterior. Se trataba de uno de los dos gigantes gaseosos. Había llegado a contarle treinta y cinco satélites naturales, de distintos tamaños y masas. Dejó de tararear un ritmo frenético perteneciente a una canción de un video juego de 16 bits para informar:

— ¡Activando la Maniobra Pinball!

Y lanzó el ancla gravitacional hacia el campo de atracción de la luna más grande. La nave viró rápidamente hacia estribor, usando el efecto resortera que le proporcionaban los cuerpos celestes y su propio impulso. Desplegaba y retraía su ancla para saltar de satélite en satélite y de allí al planeta principal. Luego saltó hacia el planeta siguiente, superando su propia velocidad máxima.

Y así, rebotando en zigzag por entre aquellos planetas comenzaron a dejar atrás a los Canéridos.

Al menos por el momento.

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