NOELIA


 Los bombones estaban exquisitos. El sabor realmente era muy similar al chocolate, aunque su color era más bien anaranjado. Después del altercado entre los pescadores, la calma parecía haber vuelto entre los vacacionantes. Noelia realmente estaba disfrutando de su primera experiencia en un exoplaneta. El aire puro, la atmósfera diáfana, aquel olor que extrañamente le recordaba al perfume de su padre... todo parecía ser perfecto. Había elegido aquel lugar entre tantos otros por la relativa cercanía con las montañas. El horizonte escarpado le recordaba a su vieja casa, allí en Cutral Có y eso la llenaba de serenidad.

Era tan bello aquel paisaje, que de pronto sintió la necesidad de pintarlo, lo que le trajo añoranza por pintar como actividad recreativa. Decidió compartirlo con el grupo.

— ¿Saben? ¡Me encantaría poder pintar este lugar! No digo sacarle fotos. Para eso tenemos cientos de cámaras y sensores en el casco externo de la nave. Hablo de pintarlo a mano. Dejar que mi ser se mezcle con el espíritu de este mundo, y que me permita tomar prestados sus colores, sus luces, sus sombras... — No pudo evitar lanzar un nostálgico suspiro.

Raúl buscó confortarla con unos tiernos golpecitos en el brazo. Ella sonrió con algo de melancolía.

— ¿Y por qué no pintás? — Quiso saber Enrique.

— Porque no hay pinturas. —Respondió Noelia. — ¡Ni siquiera puedo dibujar!

Hubo un breve silencio. Fue Valeria quien lo rompió.

— Creo que podemos hacer algo parecido a un lápiz si quemamos una rama. Habría que tallarla como para darle una forma con buen agarre. Y con las flores y hojas de este valle podemos fabricar pigmentos que te sirvan para hacer pinturas.

La boca de Noelia se convirtió en una "O" mayúscula.

—¿Podrías hacer eso?

—¡Por supus, negri! ¡Vas a ver qué buenos colores quedan! ¡Vamos a juntar flores! ¿Venís, Flopi?

—Voy.— Respondió, a secas.

Tomás miró a Enrique. Se lo notaba mucho más relajado. Éste le devolvió la mirada. Remató su sonrisa alzando las cejas.

Todo estaba saliendo bien.


Habían estado haciendo algo. Ella lo sabía. Algo que la hacía feliz. ¿Pero qué? Miró las flores que tenía en la mano, como si de un objeto extraño se tratara. ¿Por qué estaba haciendo aquello? ¿Por qué cortar los órganos reproductores de aquella vegetación? Sintió una sensación de saciedad en su estómago. ¿Acaso aquella era su comida? Acercó las flores a su nariz. El olor era algo dulzón, pero no le hacía sentir deseos de consumirla. Viendo que se trataba de una actividad aparentemente infructuosa e inútil, abrió su mano. Los pétalos cayeron lentamente, danzando imprevisibles y caóticos por el aire.

Ahora quedaba el asunto de recordar su nombre y por qué estaba allí.

Alguien se le acercó. Era un hombre, pero algo parecía estar mal. Parecía intentar caminar hacia ella, pero en lugar de hacerlo, se movía de costado, como un cangrejo. El hombre cangrejo le gritó, pidiéndole ayuda, pero ella no pudo moverse por el susto. ¡Aquello era demasiado extraño! ¿Sería una pesadilla?

Una chica se le acercó. Algo en su rostro le resultaba familiar. Tenía una canasta improvisada llena de flores. La muchacha le habló. Se la notaba espantada:

— ¿Qué está pasando? ¿Y dónde están los chicos? ¿Y Flopi?

— ¿Qué? ¡No te entiendo! ¿Quién sos? ¡No me acuerdo de quién soy! ¿Y vos quien sos?

La chica comenzó a hacerle preguntas, pero ella no respondió. Su vista se perdió en la distancia, buscando a alguien que no venía.

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