LIBERTAD
Partió en dos mitades a las densas nubes que cubrían el valle. De haber existido una estación meteorológica, el pronóstico habría dicho que aquel sería un día con un cielo mayormente cubierto. Y, como suele suceder, se habría equivocado. La aparición de la astronave abrió los cielos como en una fábula bíblica, inundando el pacífico lugar con la luz de la estrella alrededor de la cual aquel mundo orbitaba. No hubo estampido sónico, ya que contra todo pronóstico había logrado disminuir su velocidad. Su ángulo, sin embargo, todavía era demasiado abierto como para pensar en un aterrizaje amigable y tranquilo.
La nariz de la nave comenzó a elevarse de manera muy gradual. Demasiado. Al menos hasta que, faltando apenas un par de centenares de metros para la fatal colisión, el ancla gravitacional se activó, repeliendo por sólo un segundo a la parte delantera de la Libertad del empuje planetario. Aquello corrigió bastante el ángulo de aterrizaje.
La nave tocó el suelo con una violencia que en el valle no se había visto desde la creación de las montañas que lo enmarcaban. En su interior se oyeron gritos. Eran las criaturas que la habían habitado en los últimos años, sintiéndose indefensas ante la acción de fuerzas de tremenda magnitud a su alrededor. La astronave que había visitado cientos de mundos, conocido incontables especies y trasladado un número desconocido de pasajeros se deslizó por el terreno hasta que la fricción la detuvo.
Y allí permaneció, inerte, en su lugar final de descanso.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE.
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