FLORENCIA


 Había notado los problemas de energía primero que nadie. El horno no estaba calentando como era usual. Y la cocina de microondas hacía ya bastante que titilaba en lugar de encenderse. Había realizado un reclamo, pero en Ingeniería le habían dicho que estaban todos ocupados. Viendo que los problemas técnicos no le permitirían finalizar con éxito su proyecto de recrear el roquefort, dejó de cocinar y se sentó un momento en una de las mesas. Necesitaba pensar. Su última conversación con Diana la había dejado con asuntos pendientes con ella misma. Aquella era una más de las razones por las que disfrutaba de su compañía. Eran tan distintas entre sí que podía decirse que se complementaban para dar paso a una entidad completa. O al menos así lo sentía ella.

Para cuando ocurrió el apagón, llevaba un buen rato inmersa en sus pensamientos. Su conclusión era que había actuado precipitadamente. Sí, la actitud de Tomás había sido reprochable. Era un hecho indiscutible. Pero tampoco justificaba el haber terminado su relación. El peso de aquello que perdía lo sentía mayor al de aquello que le molestaba, por lo que no era difícil decidir qué hacer a continuación. Diana había mencionado que se acercaba el cumpleaños de Tomás y recordó que, si no había sacado mal las cuentas, ya debía ser la fecha. Ahora sólo quería verlo y hablar con él. No podía pensar en un mejor regalo. Quizás el roquefort, pero eso parecía que no iba a ser posible.

Al quedar a oscuras no supo qué hacer. Se encontraba completamente sola. El horario de almuerzo se había cancelado debido a la emergencia, así que no había público en el buffet. Y Tobermory había aprovechado aquello para irse a descansar a su camarote. Se asomó al pasillo. Todo lo que podía ver era una sombra. Una oscura sombra que lo cubría todo. ¿Qué hacer? ¿Avanzar a tientas hasta el puente, esperando encontrar allí a Tomás? ¿O al Hospital, para ayudar a Diana por si llegaban heridos? Aunque quizá lo mejor fuese permanecer allí. Después de todo, no sabía lo que estaba sucediendo en el resto de la nave. Los corredores podían no ser tan seguros como el buffet. Además, el apagón no podía durar demasiado. Seguramente Raúl y los demás ya estaban trabajando para solucionarlo.

Decidió quedarse. E hizo bien. No mucho después de volver al interior del buffet escuchó gritos y el sonido de pasos a la carrera. Se asomó. Lo que alcanzó a oír la espantó. Alguien gritó:

— ¡Escuchen todos! ¡Las elecciones fueron un fraude! ¡El Capitán Stern ha vuelto de entre los muertos para castigar al usurpador!

Asustada, volvió a encerrarse. Se escondió debajo de una mesa. Y comenzó a preguntarse qué estaba sucediendo, hasta que sintió que las puertas se abrían. Luego notó el sonido de pasos acercándose a ella. Muy lento, con sigilo. Parecía que quien caminaba lo hacía usando la punta de sus pies. Los pasos se detuvieron frente a ella.

— ¿Te encuentras bien? ¿Por qué te escondes ahí? ¡Ustedes los humanos y sus costumbres tan... particulares!

Reconoció la voz de inmediato.

— ¡Me asustaste, Tobermory! ¿No estabas descansando en tu cuarto?

— Lo intenté. Pero estamos rodeados de gente muy ruidosa. Gritan para celebrar, gritan para quejarse, gritan para dar noticias cuando fallan las comunicaciones. ¡Gritan, gritan, gritan! ¡Como cachorros hambrientos! Cuando escuché que los gritos hablaban del regreso de Stern y el intento de hacer un fraude de Tomás, asumí que estarías asustada.

— ¿Pero entonces es verdad? ¿Stern está vivo?

No podía ver las expresiones del felino, aunque su voz reflejaba todo el desdén que su rostro podía llegar a representar.

— O está vivo, o hay gente muy trastornada proclamándolo. Lo que me lleva a otra cuestión: Se están reuniendo todos en ese ventanal al que llaman "El Mirador". Allí hay luz y compañía. Creo que deberíamos ir allí. Por tu bien, no por el mío. Yo preferiría estar solo, pero no siempre se puede tener lo que uno desea. — Lanzó un suspiro de hartazgo. — Especialmente en esta nave.

Florencia ya conocía de sobra los reproches y quejas del felino. Y podía deducir cuándo se quejaba con sinceridad y cuándo lo hacía para enmascarar sus miedos. Ahora estaba asustado.

— Está bien, vayamos al Mirador.

— Bien. No te preocupes, que yo puedo ver perfectamente en la oscuridad.

Salieron del buffet. Poco después pasaron por el Hall de Entrada. Escucharon gritos y sonidos de pelea. Venían de uno de los pasillos que conducían al Mirador. Tomaron otro camino. Después de todo, todos los corredores estaban interconectados entre sí.

Tobermory parecía saber muy bien hacia dónde dirigirse. Florencia sabía que él tenía un buen olfato, pero nunca le había comentado nada acerca de sus capacidades para ver en la oscuridad. En un momento se detuvo. Le susurró que permaneciera en silencio. Poco después oyó unos pasos, avanzando rápidamente en la penumbra, como si conociese los planos de la nave de memoria. Cuando se alejó, retomaron el camino.

— ¿Hoy es el cumpleaños de Tomás? — Preguntó de repente Tobermory, sorprendiéndola.

— S-si. ¿Por qué me preguntás?

— Porque está a diez pasos de nosotros. Deseale un feliz día... a pesar de las circunstancias, claro.

Tobermory estaba en lo cierto. Segundos después escuchó los pasos de Tomás. Lo llamó en voz baja.

— ¿Flor? ¿Sos vos?

Comenzó a asentir, hasta que se dio cuenta que él no podía verla.

— Estoy acá, con Tobermory. Estamos yendo para el Mirador. ¿Venís?

Hubo un segundo de silencio antes de que respondiera. Si lo conocía bien (y así era) también había asentido o negado con la cabeza. Sonrió.

— No puedo. Stern volvió. No sé cómo, pero volvió. ¡Tengo que detenerlo antes de que consiga nuevos seguidores e intente tomar el mando!

Florencia dio un respingo.

— ¿Entonces era cierto?

—Era cierto, sí.

Se hizo un incómodo silencio. La voz de Tobermory lo rompió:

— Quizás no sea el mejor de los momentos, pero feliz cumpleaños. Tengo entendido que ustedes celebran el aniversario de su nacimiento.

La voz de Tomás sonó agotada, desprovista de fuerzas.

— Gracias, Tobermory. De todas las formas que pensé que iba a ser mi cumpleaños número veinte, nunca se me ocurrió pensar que iba a ser así.

— ¡Vamo', nene! ¡Que como dice el tango, veinte año' no es nada, che!

La inconfundible voz de Diana les llegó desde unos metros más adelante. Se estaba acercando.

— ¿Má? — Preguntó Florencia.

— ¿Diana? — Exclamó Tomás.

— ¡Doctora! ¡Hace rato que la vengo siguiendo! — Explicó Tobermory.

Florencia sintió las manos de la mujer tanteándola en la oscuridad. Cuando identificó su rostro la atrajo para sí y la abrazó.

— ¡Ay, nena! ¡Qué julepe que me "hicistes" pegar! ¿Estás bien? ¿Están todo' bien?

— Asustada, pero bien, Má.

— Preocupado y apurado, Diana.

— A decir verdad, he estado mejor, doctora.

Diana tomó a Florencia de la mano.

— Uno de los guardia' me dijo que están yendo todo' para el Mirador. ¿Vamos para allá?

— Vayan ustedes. Yo tengo un asunto pendiente. — Escuchó decir a Tomás, con marcada tristeza en la voz.

Florencia quiso aliviarle su carga. Decirle que se debían una charla. Que era el momento de sentarse y establecer reglas claras para no dejar marchitar una relación que recién había comenzado a florecer. Quiso decirle todo eso y mucho más. Y abrazarlo, para que el calor de sus seres alejara al frío miedo que les invadía el alma.

Pero no se animó. Simplemente calló. Sonrió en la oscuridad, queriendo demostrarle que todo estaba bien entre ellos, pero olvidando que no era un buen momento para la comunicación no verbal. Con toda su voluntad, sólo pudo decir una frase, que quedó haciendo eco en su mente, salpicando de autorreproches su cerebro.

— Nos vemos cuando todo esto termine. ¡Suerte!

Luego se dejó llevar por Diana y Tobermory hasta el Mirador.

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