FLORENCIA


El último turno de la cena había terminado. Florencia y Caz se habían quedado un rato más, conversando sobre aquellas costumbres humanas que ninguno de los dos comprendía, como la obsesión primal e injustificada que ciertos hombres tenían por gritarle mensajes con insinuaciones sexuales por la calle a las mujeres, cuando un numeroso contingente de figuras humanoides con el cuerpo cubierto de pelo y rematadas por una larga cola cruzó la puerta del buffet. Encabezaban el desfile Tomás, Raúl, Culbert y Enrique.

Tobermory, por suerte para él, ya se había retirado. De todas formas, Florencia no pudo evitar escucharlo protestar por la súbita llegada de semejante cantidad de comensales. Luego se dio cuenta que en realidad quien protestaba era ella misma. Pero el trabajo era el trabajo. Y ahora tenía clientes hambrientos que atender.

— ¿Qué pasó? ¿Quiénes son nuestros invitados? — Preguntó. Nunca se esperó encontrar la respuesta que encontró.

— No te lo puedo contar ahora, Flor. Por ahí más tarde, cuando todo esto termine. Perdón. Ahora lo importante es que tienen hambre y necesitan comer. ¿Tenés algo para darles?

Ella se quedó pasmada. Tomás nunca le había ocultado algo antes. No que ella supiera, al menos. Su tardanza para responder fue casi imperceptible para los demas, pero en su cabeza se sintió como si hubiesen transcurrido días enteros.

— Sí, algo sobró, todavía no lo metí en el reciclador de nutrientes. ¿Qué comen nuestros misteriosos invitados?

Tomás no supo qué contestar. Mandó llamar a Fadis. Y éste respondió.

— Nuestra especie siempre ha sido omnívora. Sin embargo, a raíz de los eventos recientes, preferiríamos una cena basada en vegetales.

— Ya les cocino unos arrollados Primavera que les van a encantar. — Respondió, intrigada sobre cuáles serían aquellos "eventos recientes".

Las instalaciones de la cocina le permitieron improvisar aquel festín en menos de diez minutos. Precisamente por eso había elegido servir aquel menú.

Cuando volvió a encontrarse con Tomás, él, Enrique, Culbert y Fadis conversaban. Se acercó a servirles y escuchó. Hablaban de hábitos alimenticios.

—... Y también readecuar nuestra dieta, para evitar que otras especies, sin importar qué tan abajo estén en la escala evolutiva, tengan que pasar por lo mismo.

— Perdón, pero si de lo que están hablando es de establecer una dieta vegana, puedo ayudarles. Todo lo que consumo viene de vegetales y frutas.

Fadis la observó, maravillado.

— ¿Entonces es posible saciar al cuerpo incluso cuando no se maten otros animales?

Enrique asintió.

— ¡Desde luego! Y posta, después de lo de hoy estoy dispuesto a hacer la transición.

— Me alegro de oír eso. — Respondió Florencia, aunque su tono no reflejó el sentimiento.

Caz había evitado acercarse, ya que seguía evitando a Culbert y éste estaba entre los participantes de la conversación. Sin embargo, algo parecía haber captado con su oído superior y tuvo la necesidad de hacer su acotación.

— Hay muchas cosas que no entiendo de ustedes los humanos. El rrrenunciarrr a comerrr carrrne es una de ellas. ¿Qué imporrrta si el ganado es sacrrrificado, si parrra eso ha sido crrriado?

Fadis se horrorizó y Florencia compartió el sentimiento del Gorem.

— ¿Cómo podés decir eso, Caz? ¡Una vaca no nace para ser comida! ¡Nace para ser vaca! ¡Somos los humanos los que decidimos hacer de ella un asado! Pero su estado natural es el de ser un animal que pueda crecer, reproducirse y morir, como un gato, un perro o cualquier otro.

Caz asintió. Luego inclinó su cabeza. Florencia reconoció aquel gesto: era el que hacía cuando se le ocurría algo que por lo general la dejaba cuestionando sus propios conceptos.

— Entiendo. ¿Porrr qué entonces no comerrrse también a gatos o perrros? ¿Porrr qué incluso condenan en cierrrrtas culturrras humanas cuando otra culturrra tiene bien visto devorrrarrrlos, por ejemplo? ¿Porrr qué es tabú comerrrse a Fido, o a Bigotes?

Florencia sonrió y le palmeó la espalda. Caz la miró, sin llegar a comprender. Ella se ubicó a su lado, enfrentando al resto de sus amigos.

— En eso le doy la razón. ¿Por qué no? ¿Qué es lo que hace que esté bien comer un buey clonado, pero esté mal comer un doberman? ¿Por qué comen atún sin problemas, pero no quieren ni pensar que pueden llegar a ser delfines que quedaron atrapados en la misma red? ¡O personas! ¿Por qué no solucionar el problema de la sobrepoblación recurriendo al canibalismo?

Tomás balbuceó, intentando buscar una respuesta. Culbert y Enrique hicieron algo mejor para ellos: permanecer en silencio.

Fadis le explicó la situación que Tomás aún no quería contarle a Florencia:

— En nuestro planeta somos considerados mano de obra y ganado. Nuestros amos nos entrenan para servirles y si no demostramos alguna aptitud, nos envían al matadero.

Ella suspiró llevando sus manos a la boca. Tomás suspiró y giró los ojos.

— ¡Es horrible! ¿Y nosotros los estamos ayudando?

Tomás asintió.

— No te lo quería contar todavía. Porque al hacerlo estamos traicionando a los Gaudiros, que nos están ayudando con nuestra escasez de deuterio.

Ella meditó la información. La masticó, como solía hacer ante una situación compleja. Luego preguntó:

— Cuando los españoles llegaron a América, ¿Por qué estaba mal que los aborígenes se comieran a los españoles, pero estaba bien que los españoles torturaran, mutilaran y violaran a los aborígenes? ¿Quiénes eran los civilizados y quiénes los bárbaros?

Caz escuchaba con atención. Tomás no supo qué responder. Florencia continuó:

— ¿Matarías a un bebé inocente para salvar otra vida?

— ¡No! — Ahí la respuesta de Tomás fue inmediata.

— ¿Y si al hacerlo salvaras diez vidas? — Antes de que alguien respondiese agregó: — ¿Cien vidas? ¿Mil? ¿Y si hablamos de Hitler bebé? ¿Qué harías?

Tomás bajó la cabeza, apenado.

— No podría matar a un bebé. ¡Es inocente! ¡Tiene toda su vida por delante! ¡En todo caso me ocuparía de educarlo, para evitar que termine haciendo daño a nadie!

Florencia lo observó, su cara impávida, como una androide. Entonces dijo:

— Traicionar a los Gaudiros es matar al bebé. Darle a ésta gente las herramientas para defenderse y pelear por los suyos en igualdad de condiciones, e inculcarles que deben buscar la convivencia pacífica y no la venganza es educarlo.

Tomás se quedó pensando, como todos los demás. Finalmente dijo:

— Es por cosas así que me enamoré de vos. No me cabe ninguna duda. — Luego comprendió lo que había dicho, la importancia de semejante declaración y sintió un calor subiendo por el cuerpo. Florencia no acusó haberlo escuchado. Seguía sin saber qué sentir por la actitud reservada que había tenido Tomás para con ella. Terminó de servir la comida y volvió a la cocina, sin volver a decir palabra alguna.

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