FLORENCIA
Aquella nave se estaba llenando de lugares a los que consideraba entre sus favoritos. Le gustaba la cocina, porque ahora podía explotar al máximo su potencial creativo. Y el hospital de a bordo, por las largas conversaciones con Diana. También se sentía muy a gusto en el corral, donde acariciaba el lomo de los bueyes Rrohmg y les contaba sus secretos. En las últimas dos semanas había desarrollado una cierta predilección por la sala de cine, donde se citaban con Tomás a ver películas o series. Pero el lugar que siempre le había traído serenidad desde el primer momento en que lo vio, sin dudarlo, había sido el ventanal al que la tripulación llamaba "El Mirador". Desde allí podía observar la vastedad del universo y sentirse todo lo pequeña e insignificante que una podía sentirse al compararse con el vacío interestelar.
Allí la encontró Tomás. Podía verse aquel mundo acercarse cada vez más.
— ¿Qué te parece? — Preguntó Tomás, señalando al planeta.
— Muy lindo. — Respondió ella, sonando más desinteresada de lo que quería. Tenía ese problema a veces, pero no sabía cómo hacer para corregirlo.
— Noelia le puso nombre. Se llama Olimpo.— Comentó, algo incómodo, aunque ella no lo notó.
— Apropiado. El hogar de los dioses.
— Sí... — Tomás se rascó la nuca, algo nervioso. Ahora sí se dio cuenta de que él no la estaba pasando bien. Aquello la cohibió, haciéndola parecer aún más distante. — Bueno, no quería molestarte, Flor. Nos vemos después.
Había tristeza en su voz. Aquello le partió el alma. En situaciones así se sentía atrapada dentro de ella misma. Sentía que entendía lo que debía hacer para hacerlo sentir mejor, pero a la vez algo se lo impedía. Como una barrera invisible. Un campo de fuerza metafísico, que mantenía prisionera a su alma, en lugar de a su cuerpo. Quería gritarle que se quedara. Que no pasaba nada malo. Que ella simplemente era así y no podía evitarlo. Pero cada vez que lo intentaba, sus intenciones chocaban contra aquel muro etéreo. Vio cómo su novio se alejaba y en nanosegundos pasaron por su mente cientos de realidades alternas. En ninguna de ellas podía ver que su relación siguiera funcionando. Quiso llorar, pero ni eso le dejaba hacer aquella maldita muralla, compuesta de inseguridades, malas experiencias y por supuesto, su personalidad.
Fue entonces cuando Tomás giró, volviendo hacia ella. En aquel instante no era el Capitán, sino el chico, hablándole con su alma desnuda.
— ¿Es por algo que hice? ¿O que no hice? — Ella abrió la boca, pero no salió sonido alguno. — ¿Es porque hay alguien más? ¿O te lastimé sin darme cuenta? — Su única respuesta fue bajar la mirada, lo que podía interpretarse de mil maneras distintas. — ¡Decime algo, Flor! ¡Por favor! — En su súplica había un par de lágrimas queriendo escapar. Él le tomó la mano, como queriendo juntar fuerzas para no dejarlas escapar. Y aquel gesto rompió el hechizo. Pudo sentirlo. El calor de su mano pareció derretir la membrana que la mantenía prisionera. Correspondió al gesto, apretandole con fuerza las manos. Luego lo besó con ternura. Él respondió al beso.
— Soy así... — De inmediato se corrigió. — A veces soy así. Teneme paciencia, por favor. Ya te dije que no soy fácil.
Tomás asintió en silencio. Su boca sonreía, aunque sus ojos todavía tenían restos de aquella pena que había sentido al pensar que todo había terminado entre ellos.
Se abrazaron, mientras veían crecer el Olimpo frente a ellos.
Y ahí le hizo la invitación.
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