ENRIQUE


 Había terminado su turno. No tenía mucho sentido para el encargado de Comunicaciones quedarse allí si no podía tener acceso a dichas comunicaciones. Y sin embargo no podía abandonar el puente, ya que hasta nuevo aviso él estaba al mando. Ni Tomás, ni Culbert, ni Raúl estaban allí. Debía ser un momento feliz para él. Pero no lo era. Su preocupación por Valeria y la furia que sentía ante el fraude electoral empañaban su dicha.

Las puertas se abrieron. Era Valeria. No estaba herida. Tampoco estaba bien. Podía notarlo en su rostro. Al verlo corrió hacia él. Lo abrazó fuerte. Él le respondió. Noelia y Gonzalo los miraron, intrigados. Él correspondió a sus miradas alzando sus cejas por sobre un hombro de su novia.

— ¿Vale, estás bien? ¿Qué te pasó?

Ella lo miró, sorprendida.

— ¿No te enteraste, todavía? — Miró a los demás, mientras se soltaba del abrazo. — ¿No se enteraron?

Noelia se levantó de su puesto. Caminó hacia ellos. Tomó la mano de la chica.

— Tranquila, Vale. ¿De qué nos teníamos que enterar? ¿Qué pasó?

La joven comenzó a temblar.

— ¡Volvió! ¡Él volvió! — Miró a Enrique a los ojos. — ¡No sé cómo, pero volvió!

— No entiendo nada, amor. Tranquilizate, por favor. ¿Quién volvió? ¿Los Canéridos?

— ¡No! ¡Tenemos que matarlo! ¡Por favor! ¿Sabés lo que nos puede llegar a hacer si nos ve juntos? ¡Una vez me lo dijo!

Enrique intentó calmarla. No lo consiguió. Volvió a preguntarle de quién hablaba. La única suposición que había conseguido formar al escucharla hablar era imposible. O eso pensaba. En realidad, tenía razón.

— ¡David! ¡David volvió, Quique! ¡David Stern está en la nave!

Aquello afectó a Enrique. No porque lo creyera, sino por ver a su amada en aquel estado. Sabía que ella había sufrido al estar junto a Stern. Sabía que había tenido que hacer cosas que no le habían gustado para mantenerse en aquel lugar privilegiado, aunque nunca se había animado a preguntarle. Había preferido esperar a que algún día ella le contara su versión de la historia, pero aquel día aún no había llegado. Y ahora Valeria pagaba las consecuencias de haberse reprimido: creía que su antiguo Capitán y ex pareja estaba vivo.

Cruzó miradas con Noelia y Gonzalo.

— ¡Chicos, no la puedo dejar así! ¡Tengo que llevarla al Hospital!

Sin soltar a Valeria, Noelia puso una mano en el hombro de Enrique.

— Andá, Quique. Tenés razón. ¡Yo me encargo! Si llegás a verlo a Tomás, él Señor Culbert, Raulo o Meli, mandalos para acá, que cuando se arreglen los sistemas nosotros dos sólos no vamos a poder con todo.

— ¡Gracias, Noe! ¡Sé que es un favor enorme!

La piloto chasqueó su lengua.

— ¡Dale, nene! ¡Andá, que tu novia te necesita! ¡Además acá no pasa nada! — Y lo ayudó a levantar a Valeria.

Salieron del puente, ignorando que aquella era la última vez que iban a hacerlo.

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