ENRIQUE


 ENRIQUE

El Salón Comedor del palacio mantenía la tendencia arquitectónica del resto de la ciudad: funcional, aunque con varias decoraciones. No era una habitación monumental, ni mucho menos lujosa. Sino más bien lo contrario. Alrededor de la mesa, hecha de piedra, con detalles de cuero, estaban ubicadas unas veinte sillas. El Gobernante los invitó a sentarse. Su humildad era impactante. Más que el líder de una nación, daba la sensación de ser otro más de los comensales. Su rol no se distinguía, por ejemplo, del de Zowedo-Er-Alawa-Er-Gutara-Er-Goragan-Er-Dowe, quien hasta hacía minutos atrás había sido una simple granjera.

Ya sentados en la mesa, su anfitrión tomó un cono de cuero que había en la mesa y tras llevárselo a la boca lo sopló. Enrique supuso que aquella era una especie de corneta, la cual cumplía la misma función que las campanas en las mesas paquetas de la Tierra: para llamar a los sirvientes. Y tenía razón.

Las puertas del salón se abrieron e hicieron su aparición los sirvientes del palacio. Lo primero que le llamó la atención era que sus cuerpos estaban cubiertos por un grueso pelaje color caoba. Al principio pensó que eran sus ropas. Luego comprendió que no se trataba de un traje, sino de sus propios cuerpos. Recordó a los albañiles que habían visto a la distancia, camino al palacio, y comprendió que ellos tampoco estaban vestidos. Aquel era su pelaje natural.

Todos quisieron saber lo mismo, pero fue Melina quien se lo preguntó a los sirvientes.

— ¿Por qué son diferentes? ¿Ustedes son de otra raza?

El ser que estaba más cerca suyo se quedó mirándola, sin responder y continuó con su trabajo.

— Son Gorems, nosotros somos Gaudiros.

El Gobernante lo dijo como si aquello respondiese la pregunta. Al ver que sus invitados de honor no acusaban comprender qué significaba aquello, se vio obligado a explayarse un poco más.

— Hace muchas generaciones, Gorems y Gaudiros compartimos familia. Nuestra teoría más acertada dice que eventualmente algunos de nuestros antepasados aprendieron a razonar, inventar artefactos para mejorar su calidad de vida y de a poco conquistar toda la costa del continente. Otros, siguieron un camino diferente, consiguiendo modestos logros como el manejo de las herramientas que les fabricamos y una comprensión básica de las instrucciones que se les den, una vez que han sido entrenados.

— ¿O sea que son dos especies diferentes? — Preguntó Tomás. Faerig-Er-Dowe-Er-Gutara-Er-Goragan-Er-Dowe asintió. Tomás le explicó al grupo. — Como si Humanos y Neanderthales continuaran conviviendo.

— ¿Qué clase de tareas les hacen realizar? — Quiso saber Enrique. Algo no le gustaba de todo aquello.

— Bueno, trabajos sencillos, manuales, nada demasiado complicado, porque no tienen la capacidad de entender demasiado. Construcción de edificios, tareas de mantenimiento público, servicio doméstico en general, minería. — Explicó el Gobernante, orgulloso. — Fue una idea de un Gobernante de un país al Norte de aquí. ¡Antes de eso los cazábamos, como salvajes! ¡Con este cambio de enfoque consiguió una Notoriedad que tardó varios años en igualarse! ¡Desde que han sido domesticados, los Gaudiros pudimos dejar de lado los trabajos manuales y dedicarnos al arte, la filosofía y a vivir en paz!

— ¿Entonces en lugar de cazarlos, ahora los esclavizan? — El tono de Enrique dejó en evidencia su enojo. ¡Aquello le parecía horrible! ¡Esclavizar a toda una especie para hacer el trabajo sucio!

Tomás le puso una mano en un muslo con disimulo.

— ¡Quique! — Susurró. — ¡Basta! ¡Necesitamos el deuterio!

Enrique lo miró fijo. Le costó reconocer a su amigo en aquella persona que le pedía mirar hacia otro lado estando ante tamaña injusticia. Quiso protestar... Pero comprendió que aquel no era el momento ni el lugar. No iba a quedarse callado, pero una vez que tuviesen lo que necesitaban de aquel pueblo de esclavistas, no iba a aguantarse más. No iba a dejar aquel mundo con toda la indignación que sentía carcomiéndole las entrañas.

Tras el tenso momento, que Faerig-Er-Dowe-Er-Gutara-Er-Goragan-Er-Dowe no pareció notar (o prefirió ignorar, en nombre de la diplomacia) los Gorems se retiraron. Poco después regresaron con el platillo principal. Enrique no pudo evitar intentar ayudar al joven sirviente que lo atendía, aunque cuando el Gorem comenzó a mostrarse primero confundido y luego visiblemente nervioso ante su actitud, Enrique decidió dejarlo hacer su trabajo, incluso a pesar de la culpa que sentía al verlo.

— Veo que te preocupa la situación de los Gorems. — Enrique intentó mirar a los ojos al Gobernante, pero no pudo. Éste intentó tranquilizarlo. — Déjame decirte que un sirviente Gorem tiene una vida mucho mejor que aquellos que viven en estado salvaje. Viven en manadas, la mayoría de las veces de la misma estirpe. Y hacemos cruzas entre los machos y las hembras más inteligentes, para mejorar la calidad de su sangre. Tenemos leyes que los protegen de posibles abusos, también. Incluso hay movimientos sociales que luchan por los derechos de nuestros peludos amigos.

Zowedo-Er-Alawa-Er-Gutara-Er-Goragan-Er-Dowe acotó:

— Y los estudios más recientes indican que un Gorem doméstico puede llegar a duplicar y hasta triplicar su tiempo de vida.

— Son una parte fundamental en nuestra economía, nuestra cultura y nuestro arte. Por eso les rendimos el merecido homenaje que se han ganado.

Enrique suspiró, aliviado. Alcanzó a ver que Tomás y Culbert también lo hacían.

— Me alegro de oír eso. Pero... — La mueca nerviosa de Tomás volvió a surgir. Los "Pero" tienen esa curiosa cualidad de modificar los rostros y las emociones. — ¿Pero qué pasa con su libertad?— Miró fijo a Tomás al decir aquello. Su capitán bajó la cabeza, avergonzado.

El Gobernante asintió, pensativo.

— Es un buen punto. ¡Ya lo creo! Pero un Gorem salvaje no tiene la inteligencia necesaria como para sentirse libre. ¡Toma por ejemplo a Fadis, aquí presente! — Señaló al sirviente que lo estaba atendiendo. Éste miró confundido al oír su nombre. Cuando vio que no había nuevas órdenes, continuó con su labor. — Fadis nació en una granja, similar a la de Zowedo-Er-Alawa-Er-Gutara-Er-Goragan-Er-Dowe. Es hijo de un magnífico espécimen que sirvió a mi padre desde antes que yo naciera. Fadis nunca conoció otra vida que no fuera la de cumplir con aquellas tareas para las que ha sido entrenado desde que aprendió a caminar. Por lo tanto, no extraña las zonas limítrofes del desierto interno donde habitan los especímenes salvajes de su especie.

— OK. — Respondió Enrique, más por terminar aquella repulsiva charla que por haber estado convencido de lo que le contaban los Gaudiros.

Comenzaron a comer. Ahí dejó de lado su indignación por un momento. Realmente tenía mucha hambre y aquel platillo estaba delicioso.

— ¿Sabe? — Comentó Tomás, — Mi novia es una excelente cocinera. ¡No nos molestaría tener la receta de este plato. ¡Está delicioso!

— ¡Ya lo creo! — Respondió el Gobernante. — Es una de las recetas tradicionales de Goragan. ¡Estofado de Gorem con la salsa de hojas de lodio!

Todos dejaron de comer al instante. Hubo cruces de miradas y frases no dichas, referidas principalmente al respeto por la cultura de su anfitrión. Quique, sin embargo, no pareció hacerse eco de dichas comunicaciones no verbales. Apenas escuchó que se estaban comiendo un Gorem, no pudo evitarlo. Arrojó el plato lejos de sí, se tiró al piso y metiéndose los dedos en la garganta se forzó a vomitar lo que había estado ingiriendo. Faerig-Er-Dowe-Er-Gutara-Er-Goragan-Er-Dowe y Zowedo-Er-Alawa-Er-Gutara-Er-Goragan-Er-Dowe se quedaron perplejos, sin comprender en realidad lo que estaba sucediendo. Tomás reaccionó primero, indicando a Culbert que ayudara a Enrique y luego hablando con el Gobernante, para evitar que se sintiera ofendido por la reacción de su amigo.

— Le pido disculpas pero no estamos acostumbrados a... comernos... a nuestros sirvientes.

Faerig-Er-Dowe-Er-Gutara-Er-Goragan-Er-Dowe no sabía qué decir. Finalmente se forzó a hablar, intentando remediar una situación potencialmente catastrófica.

— ¡Soy yo quien debe pedir disculpas, entonces! ¡Ignoraba el efecto que podía tener en ustedes el saber algo así! ¡Les pido que comprendan que somos diferentes y por tanto, nuestras costumbres pueden llegar a ser ofensivas o curiosas para ustedes, así como algunas de las suyas seguramente lo sean para nosotros!

Enrique había vaciado completamente su estómago. Culbert lo ayudó a levantarse, mientras le susurró con rigidez espartana que se comportara. Se miraron fijo. Hubo un enfrentamiento en aquellas miradas. Finalmente volvió a sentarse, alejó de sí la fuente que se encontraba en el centro de la mesa y pidió las disculpas menos sinceras que podían llegar a escucharse.

Con los ánimos ya calmados, (y teniendo en cuenta que ninguno de los humanos quería seguir comiendo) dieron por concluido el banquete y pasaron a negociar el trato.

Aunque Quique no escuchó una sola palabra. Su mente estaba en otra parte. Y su mirada se quedó anclada en la fuente de comida.

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