ENRIQUE
Para cuando anunció por los altavoces que el descenso había sido un éxito, ya todos en la nave sabían que les esperaban unos días de vacaciones, así que celebraron el anuncio con gritos y aplausos. Raúl le hizo una video llamada desde la sala de motores. Podía verse el estado de euforia reinante en el lugar.
— ¡Pareciera como si nuestra selección de fútbol hubiese salido campeona del mundo! — Gritó Raúl, desbordando felicidad.
— ¡Buenísimo! — Respondió Enrique. — ¡Este descanso era lo que necesitábamos, se ve!
Raúl asintió.
— ¡Ya lo creo! ¡Nos vemos abajo!
— ¡Nos vemos!
Aquello le recordó la invitación de Tomás y se puso nervioso. Había hablado con Valeria al respecto y para su sorpresa, ella se había mostrado muy entusiasmada.
— ¡Me encanta la idea! — Le había dicho. — ¡Es mi oportunidad de mostrarle a Tomás y los otros que ya no soy la de antes!
No le había gustado mucho aquella reacción, pero tampoco dijo nada. Le había parecido algo egoísta, pero sabía que ella era así. Y así la aceptaba.
Tomás se le acercó. Le puso una mano en el hombro y le dijo:
— Andá tranquilo, Quique. Acá ya estamos terminando. Vayan bajando y busquen un lugar lindo. ¡Ah! ¡Y no se preocupen por la comida, que la llevamos nosotros!
— Dale, man. Nos vemos allá. Yo llevo la música.
Intentó ocultar sus nervios y lo logró.
Caminó hasta la habitación de su novia, con la ansiedad creciendo a cada paso. Pero cuando se abrió la puerta y la vio... aquella visión fue un elixir que curó todos sus males. Se había puesto una solera azul con arabescos blancos y dorados, hecha por ella misma. Llevaba el pelo suelto, con una cola de caballo en la parte superior de su cabeza. No llevaba maquillaje, ni lo necesitaba.
— ¡Wow! — Fue todo lo que pudo articular. Ella sonrió y bajó la vista.
— ¿Te gusta? — Preguntó ella, jugando a la inocente. Todo aquello le hicieron dar ganas de olvidar la invitación, el nuevo planeta y el resto del universo. Quería reducir la totalidad de la realidad a sólo ellos dos. Se acercó a besarla, pero ella lo apartó.
— ¡Ahora no, amor! ¡ Me vas a despeinar! ¡Vamos, que no quiero llegar tarde!
— No te preocupes, — Le dijo él. — Tomás y Raúl todavía tienen cosas que hacer. Me dijo que salgamos antes, para encontrar un buen lugar.
Ella le tomó la mano y salió casi al trote, arrastrandolo por el corredor.
— ¡Con más razón! ¡Tenemos que buscar el mejor lugar! ¡Si este planeta es un paraíso, tenemos que ponernos abajo del mismísimo árbol de manzanas! ¡Tenemos que impresionar al Capitán!
En el trayecto quiso explicarle varias veces que quien se sentaría a compartir una comida con ellos no iba en plan de ser su jefe, sino como un amigo más. Pero sus palabras fueron semillas cayendo en el pavimento. Ella no estaba dispuesta a realizar aquella distinción. Para Valeria aquella iba a ser la escena cliché de "¡Querida! ¡El Jefe vino a cenar!". La entendía, igualmente. La mayoría de los que habían apoyado a Stern (él mismo incluido) se sentían así. Porque a veces las personas no son capaces de procesar que otras personas no les tengan rencor cuando hicieron algo malo y parecieran sentirse más cómodos culpandose a ellos mismos, ya que nadie más lo hace. O, al ponerse en el lugar de aquellos ante quienes actuaron mal, se dicen a sí mismos que ellos no perdonarían tal actitud, y desconfían de la benevolencia de aquel que lastimaron.
Sus preocupaciones quedaron atrás al abrirse la puerta de salida y contemplar la belleza de aquel paisaje. Aquel lugar lo tenía todo: montañas nevadas en el horizonte, una pradera bañada por un clima templado y agradable, no muy lejos de allí un pequeño monte con árboles que en lugar de hojas tenían algo similar a plumas en sus ramas y el sonido de un río correteando no muy lejos de allí. Salieron de la nave y respiraron profundo. El aire era tan puro que no había comparación con el de la Tierra. Y ni hablar con la atmósfera constantemente reciclada de la nave. Noelia había mapeado todo el planeta y había elegido descender allí precisamente por su belleza. No iba a ser difícil encontrar un buen lugar allí.
— Creo que podemos sentarnos ahí, cerca de aquel monte! — Comenzó a transpirar. — ¡Perdón, estoy muy nervioso!
Ella sonrió con ternura y le besó la frente. Luego con severidad repentina le ordenó:
— ¡Tranquilo! ¡No pienses! ¡Dejate llevar! ¡Después de todo, son tus amigos!
El asintió, y caminaron hacia el monte.
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