DIANA
Era una mañana normal en el hospital de a bordo. De esas en las que Diana aprovechaba para ordenar un poco, estudiar (seguía buscando propiedades curativas en el surtido de plantas que los Argarios les habían obsequiado como agradecimiento) y detenerse a recordar. A veces esos recuerdos la hacían sonreír, mientras que otras la arrastraban hacia la más profunda de las melancolías.
La puerta se abrió y Mike la encontró con la mirada perdida y casi al borde de la carcajada.
— El que se ríe sólo, de sus picardías se acuerda.— Ese fue su saludo. La doctora se lo quedó mirando, sorprendida.
— ¿Y desde cuando vó' andás hablando así? ¿Eh?
Se saludaron con un beso en la mejilla.
— Supongo que desde que me junto a conversar con usted, Diana.
— ¡Usté', usté' ! ¡Nene, que me hacé' sentir más vieja de lo que soy, che! ¡A mí tratame de vó'! ¡Aparte, tantos año' tampoco nos llevamo', che!
Ambos sonrieron.
Michael había vuelto a sonreír no hacía mucho. Diana había encontrado en sus charlas el desafío de devolverle a aquel hombre la alegría que otros le habían quitado durante casi toda su vida.
— Si venís para insistir con que queré' conocer lo que es el mate, te cuento que estoy analizando una plantita argaria que es muy, pero muy parecida a la yerba.
Mike festejó con el puño.
— ¡Bien! ¡Allá en Operaciones se burlan todo el tiempo de que no conozca el mate! Imagina que mis compañeros son todos argentinos, salvo dos, que son uruguayos.
Diana silbó.
— ¡Uruguayos! ¡Entonce' me podrían gastar a mí por no haber tomado la cantidá' necesaria de mate! — Ambos rieron. Eso se sentía bien. Y más todavía poder hacerlo precisamente en aquel lugar, donde Stern había muerto. Diana se puso seria de repente. — Y decime, nene. ¿Es de lo único que se burlan?
Mike entendió la indirecta.
— Sí. La mayoría son gente joven. Al único que quiso decir algo sobre mi sexualidad, los demás lo pusieron en su lugar antes de que yo alcanzara a reaccionar.
— Bien. — Diana sonrió, complacida. — Tuve un primo que se hizo travesti. Lo cargaban tanto, cuando éramo' pibe', que me tuve que agarrar a las trompada' con un par de machito'. ¡No sabé' cómo lloraban, cuando les pegó una chica! — Ambos rieron.
— Bueno, doc, tranquila. Acá no va a ser necesario. ¡Y en cualquier caso, yo sé algo de defenderme! — Hubo una breve pausa. Michael aprovechó para cambiar el tema. — Venía a verla... —Se corrigió —¡A verte! Porque hoy me desperté con algo de mareo.
— ¿Mareo? ¡La única otra persona que anduvo con mareos en todo el viaje es la Lorena, y porque está embarazada. ¡Sentate, que te voy a hacer una tomo!
Con el tomógrafo de mano inspeccionó el cráneo, buscando cualquier signo físico que pudiera ser el causante de los síntomas, pero no encontró tumores, hemorragias internas ni inflamaciones cerebrales. Luego buscó cualquier tipo de patógeno, ya fuera una bacteria, un virus u otra forma de vida, pero tampoco encontró nada. Le realizó entonces un análisis rápido de sangre.
— ¡Nene! ¡Acá dice que está' bajo en hierro! Decime una cosa, ¿Vos está' comiendo?
— Sí... — Comenzó a responder, pero luego se sinceró. De nada valía mentirle. — Más o menos. Alguna que otra comida me he saltado. Es que... — Quizo detenerse, pero Diana no lo dejó. — Es que pierdo el apetito cuando pienso en él... En todo lo que pasamos juntos. ¡Y en lo que estaba sucediendo con mi padre mientras estábamos juntos! ¡Yo sabía que él podía llegar a ser vengativo! ¡Pero nunca imaginé hasta qué punto! ¡Me alegro de que se haya muerto así, demostrando la basura humana y manipuladora que era!
En el fervor de la conversación, Diana estuvo a punto de contarle cómo había muerto en verdad Stern. Y que sus últimas palabras habían sido buscando la protección de aquel hombre que tanto había amado, a su manera. Pero luego recordó lo que estaba en juego. El pacto de silencio que habían hecho con Culbert y Tomás. Y abrazó a aquel hombre que derramaba lágrimas de furia y decepción. Y ella también lloró, pero de impotencia. Y en aquel abrazo se consolaron, sin saberlo, mutuamente.
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