DIANA


El primer temblor la había sorprendido justo cuando finalizaba un examen ginecológico. Había alcanzado a confirmarle a la joven que iba a ser mamá. Hubo un momento, mientras la futura madre asimiló y asumió la noticia. Ella respetó aquel instante, recordando su propia experiencia, que no era precisamente la mejor. Su madre la había acompañado a hacerse la ecografía. Y había sido su madre quien, sin siquiera preguntarle a ella si quería o no tener aquella hija, tomó la decisión de unirla en "sagrado matrimonio" con un tipo que cada día le daba más miedo que muestras de cariño.

Pero Diana había aprendido. Ella no iba a ser como su madre. Ella le iba a dar la posibilidad de elegir a su paciente qué quería hacer. Porque aunque su hija, su Juli, le había dado todo el amor que el padre le había quitado, y también la había dotado con la fuerza para enfrentarse a aquella bestia y conseguir que las dejara en paz antes de que algo irreversible sucediera, Diana sabía muy bien que no siempre era así. Así que no iba a juzgar ni a obligar a nadie a hacer o pensar nada.

Lamentablemente su paciente no tuvo la oportunidad de expresar cómo se sentía respecto al hecho de estar embarazada. La primer sacudida rompió el momento.

— ¡Epa! ¿Y eso? — Preguntó Diana.

Lorena, la paciente, respondió aferrándose el abdomen, protegiéndolo. Ella ya había tomado su decisión, observó la doctora. La mujer se quiso incorporar, pero Diana se lo impidió.

— ¡Vó quedate ahí acostada hasta que se corte el terremoto este! ¡A ver si encima te caés panza para abajo!

Por su diseño y capacidades, las camillas del hospital de a bordo eran probablemente uno de los lugares más seguros de toda la nave. Tanto, que ella misma consideró acostarse en una. Pero empezaron a llegar heridos y debió dejar de lado su seguridad para enfocarse en su deber. Y junto con los heridos llegaron ayudantes. Gente que tenía muy básicos conocimientos en primeros auxilios, pero lo compensaban con esa actitud solidaria que sólo se encuentra en las crisis. Diana tuvo que organizar su hospital según el triage, quedando ella a cargo de los casos más graves.

Ya habían cesado las sacudidas cuando las puertas se abrieron. Unos tripulantes traían en brazos a una chica humana inconsciente y un pequeño animal. Diana los reconoció al instante. Tuvo un segundo de lucha interna en el que parte de ella quería abandonar al paciente que estaba tratando y correr a socorrer a su hija adoptiva, mientras otra parte la obligaba a permanecer con aquel hombre que tenía un peroné fracturado. Pero los llevaron a un triage más leve que el suyo, y aquello pesó en su decisión. Dos minutos después, cuando el hueso que estaba atendiendo estaba ya soldado, le dio el alta al tripulante y fue a atender a Florencia.

Uno de los voluntarios que se habían ofrecido a ayudarla en tiempos de crisis intentaba reanimarla. Ella lo reemplazó al instante. Tomó un regenerador dérmico y estimuló a las células epiteliales para curar las quemaduras. Luego hizo uso del tomógrafo de mano para descartar posibles contusiones. Finalmente la reanimó con el neuroestimulador. Lo primero que hizo Florencia al despertar fue sonreírle. Y aquella sonrisa le iluminó el día.

— ¿Dónde está Toby? — Preguntó, cuando recordó lo que había sucedido.

— Tranquila, nena. Está acá cerca. Está bien. Pero un poco agotado. Por lo que me contaron, te trajo a rastras casi todo el camino. ¡Mirá qué grande resultó ser el chiquitín! ¡Pensar que no me lo bancaba, siempre tan cocorito!

Florencia volvió a sonreír. Estar con Diana siempre le daba ganas de hacerlo.

— ¡Bueno, nena! ¡Dál! ¡Arriba! — La doctora volvía a imponerse por sobre la madre postiza, interrumpiendo aquel momento. — ¡Que tengo más pacientes que atender! ¿Querés ayudarme?

Florencia asintió. Primero visitó a Tobermory, quién ya se sentía mejor. Luego de una breve charla, en la que ambos se aseguraron de que el otro había recuperado su salud, se despidieron. Tobermory volvió al buffet y Florencia se quedó allí, ayudando.

Y no le costó mucho aprender lo que había que hacer. Seguro, no tenía los mejores modales para tratar a los pacientes, (cuando se trataba de reconfortar a alguien generalmente se sentía incómoda y tendía a congelarse, por ejemplo), pero dominó bastante rápido el manejo de los diversos artefactos sanadores. Con las explicaciones de Diana y su propia pericia, pronto se encontró trabajando sola.

Cuando todo estuvo más calmado y sólo quedaban ellas dos en todo el hospital, Diana decidió explicarle un poco más sobre el equipamiento del lugar.

— Este de acá es un resecuenciador genético. ¿Entendé'? Sirve para sacarle sangre a una especie, ponele al grandote ese amigo tuyo y cambiarla para que sea compatible con nuestra sangre, por ejemplo. Con esto somos todos donantes universale' ahora.

— ¡Buenísimo! ¿Y esto otro qué es? — Preguntó Florencia, señalando una máquina. A Diana se le erizaron los vellos del brazo.

— Eso es una clonadora de órgano'. Poné' un órgano en esta cámara y la máquina lo copia en esta otra.

— ¿Como una impresora 3D?

Diana asintió.

— Sí, pero de carne, no de plástico.

Florencia se quedó pensando. A veces, cuando lo hacía, quedaba como ausente. Diana aprovechó ese instante para intentar alejar malos recuerdos. No pudo, porque Florencia preguntó:

— ¿Y alguna vez la usaste?

La doctora tuvo un fuerte escalofrío. Recordaba, pero no quería hacerlo. Respondió evasivamente.

— Un par de vece', sí. Vení. Mirá esta otra máquina que buena que está, nena.

Pero Florencia no prestó atención a la siguiente máquina. Tampoco al nerviosismo de la doctora. Porque cuando ella se concentraba en una cosa, se enfocaba en esa cosa y lo demás desaparecía. Y en aquel momento tenía la mente trabajando en cómo resolver un problema.

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