CULBERT
Sabía que había problemas más graves en aquel momento. Con el rumor del regreso de Stern y el intento de asesinarlo de Tomás, además del malestar que se estaba generando por el misterioso fraude de las elecciones, aquellos sectores que ya venían disconformes con la manera de llevar las cosas de Tomás y el número cada vez mayor de tripulantes que habían expresado sus deseos de regresar a la Tierra con sus familias y amigos, la situación requería ahora más que nunca de su atención. Sin comunicaciones internas, la única manera de coordinar las acciones de Seguridad era patrullando la nave, recorriendo cada puesto de control que había establecido para aunar los esfuerzos de sus hombres y planear estrategias eficaces.
Pero cuando uno de sus patrullajes lo llevó por la puerta del Hospital Favaloro, se sintió obligado a pasar. Necesitaba saber cómo estaba Caz.
La doctora apenas pudo atenderlo. Le dijo que estaba demasiado ocupada con los heridos por el cimbronazo. Le indicó dónde se encontraba el Graarknut y siguió con su trabajo.
Lo encontró allí donde lo había dejado, en la camilla, inconsciente. Habían pasado ya un par de horas y no presentaba ninguna mejoría significativa.
No podía quedarse. Lo sabía. Pero tampoco podía irse sin blanquear sus sentimientos.
— Es extraño verte así. Desde la primera vez que te vi, cubierto de vísceras, con ese tamaño imponente propio de tu especie y esos colmillos del tamaño de un cuchillo de combate, siempre te percibí como un ser invulnerable. Algo así como un super héroe, o al menos una super bestia. Y quizá allí estuvo mi error. Viéndote aquí, tan vulnerable, tan cerca de la muerte, me hace comprender que sólo eres una persona más, al igual que yo. Sólo que de una especie diferente. Me crié en una familia conservadora, así que siempre tuve problemas para aceptar lo distinto. Pero así como en la Tierra aprendí que venir de otro país, creer en dioses que yo no, o tener una orientación sexual diferente a la mía no es sinónimo de ser un peligro, aquí, en el espacio, necesité un tiempo para comprender que lo mismo se aplica a las especies alienígenas. — Tomó aire para seguir hablando y sin darse cuenta lo exhaló en forma de suspiro. — Supongo que lo que intento decir es que fue un error de mi parte pensar que podías ser una amenaza. En especial considerando todo lo que has hecho por el bienestar de esta nave. Lamento mucho haberte mentido. Y lamento también haberte puesto en ridículo a causa de mis mentiras.
Dejó de hablar. Era más fácil así. Podía demostrar sus sentimientos sin avergonzarse cuando la otra persona se encontraba presente pero no tenía posibilidad de responderle. Endilgaba aquello a su crianza, como tantas otras cosas. Apoyó una mano en el enorme pecho del Graarknut. Lo sintió subir y bajar al ritmo de la respiración. Era bueno saber que seguía vivo. Ahora debía salir a intentar conservar el orden, para que su amigo se mantuviera así.
Comenzó a alejarse cuando oyó el inconfundible acento de Caz:
— En mi mundo no podemos darrrnos el lujo de caerrr en coma, como ustedes. Allí si te derrriban no alcanzas a levantarrrte sin que otrrra especie te consuma. Porrr eso nuestrrra actividad cerrrebrrral se rrreduce al mínimo en golpes como el mío, perrro aún somos conscientes de lo que sucede a nuestrrro alrrrededorrr.— Abrió un ojo y lo miró fijo. — Escuché tus disculpas y las acepto, Bufanda-de-Intestinos.
Culbert no supo cómo reaccionar. No estaba acostumbrado a abrirse de esa manera. El ser así le había costado el fracaso de dos relaciones amorosas, allá en la Tierra. Y sin embargo se alegró de escuchar aquellas palabras. Los últimos meses no habían sido lo mismo sin la compañía del gigante. Con su mano aferró las enormes garras del Graarknut y preguntó:
— ¿Amigos?
Caz lo miró.
— Amigos. Perrro en el sentido humano. Ya no serrré tu prrropiedad, ni serrrás el dueño de mi vida.
— Me parece bien. Es más, me alegro que pienses así.
En ese momento la habitación quedó a oscuras. Oyó gritos desde afuera del hospital. Aquella era una falla general.
— ¡Lo lamento, Caz! ¡Debo irme!
— ¡Ya lo crrreo! Mis sentidos están rrregrrresando. Puedo perrrcibirrr que tendrrrás mucho trabajo!
Mientras corría hacia la puerta escuchó al Graarknut decir:
— ¡Buena suerrrte, amigo!
Aquello le dio fuerzas para aguantar lo que fuera que se encontrara a continuación.
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