CULBERT

 Entró al hospital de a bordo. Primero él, luego Caz y detrás Diana. De los tres, Benjamin era el único que portaba un arma. Sin contar los dientes y garras de Caz, por supuesto. La doctora jadeaba. Intentaba preguntar algo, pero no podía. La carrera había sido demasiado para ella.

— ¿Qué..? ¡Ay Dió'! ¿Qué pasó? — Preguntó, agitada.

— No puedo decirle, señora.

— ¿Señora? ¡Señora será tu abuela! ¡Y el Favaloro es mi territorio, así que si hay algún problema quiero saberlo!

Caz miró a Culbert, quien negó con la cabeza, indicando que no le dijera nada.

— ¡Ah! ¿No querés hablar! ¡No importa! ¡Tampoco me voy a ir, entonce'!

Benjamin alzó sus hombros. No tenía ninguna objeción contra aquello.

— ¿Puedes sentir algo, Caz? — Pero no hizo falta que el Graahrknut respondiera. Al menos no con palabras. Gruñía, mirando hacia un sector del hospital que tenía las luces apagadas. Habían sido desactivadas para ahorrar energía. Oyó un siseo, como de aire o gas a presión siendo expulsado por una abertura.

— Es la clonadora. Debe haber terminado de crear lo que estaba haciendo.

— ¿Clonaba más carrrne?

— No sé. — Respondió la doctora. — No la prendí yo. Y dice la nena que ella tampoco. Venía a ver eso cuando me crucé con ustede'.

Caz gruñó una vez más. No podía apartar la vista de aquel rincón oscuro.

— ¡Allí, Bufanda-de-Intestinos! ¡Allí hay algo! ¡Perrro no puede serrr!

A Culbert no le gustaba el suspenso.

— ¿Qué pasa, Caz? ¿Qué estás olfateando?

La nave se sacudió con violencia. Diana cayó sobre Culbert, haciendo que ambos cayeran al piso. Se levantó. Ayudó a incorporarse a la doctora. Buscó con la mirada a Caz. Lo encontró tirado en el piso, a veinte metros de donde estaban ellos. La pared en la que estaba apoyado tenía una gran mancha de sangre. Reconoció el patrón de aquella mancha. Había sido el producto de un fuerte golpe en la cabeza.

— ¡Diana ¡Allí! ¡Caz se golpeó la cabeza ¡puede tener una contusión!

Corrieron hacia él. La doctora le tomó los signos vitales. Aunque inconsciente, estaba vivo. Culbert asistió a Diana en el proceso de diagnóstico.

— Los hueso' del cuello están bien. Si no fuera por los músculo' que tiene podría haberse descogotado. ¡Pero tiene una fractura de cráneo que tengo que atender ya! ¡Vení, dame una mano!

Lo atendieron allí mismo, en el piso. Pesaba demasiado como para levantarlo, sin mencionar el riesgo que representaba moverlo.

No se había olvidado del misterio que se encontraba a pocos metros de ellos. Pero aquello estaba allí y mientras no se acercara a la puerta de salida, no sería un problema para él. Ni para la nave.

O eso creía.

Cuando Diana le indicó que el gigante se encontraba fuera de peligro, recién ahí volvió a interesarse por su caso. Incluso a pesar de estar peleados, sentía por aquel extraño ser un vínculo inexplicable, mucho mayor que la simple amistad.

Se incorporó. Por costumbre llevó su mano al bolsillo de su camisa, buscando encender la linterna. Pero hacía ya bastante tiempo y muchos más años luz que en aquel bolsillo no había una. Desenfundó su arma. Avanzó a pasos cortos, buscando al posible culpable de los sabotajes que habían estado teniendo. Pocos pasos más adelante, encontró a alguien, aunque no distinguió su rostro.

Cuando pudo distinguirlo su sorpresa fue tan enorme, que nada pudo hacer para sobreponerse. En ese momento oyó la voz de Tomás en su comunicador. Lo llamó para que viniera urgente. Él sabría qué hacer.

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