CULBERT


 El equipo de rescate esperaba la señal en el Hall de entrada. Las últimas imágenes habían dejado en claro que debido al ángulo en el que se encontraba la nave extraterrestre sería imposible vincularla con la Libertad. Tomás había propuesto utilizar el teletransportador que los había llevado a él y Stern a la cárcel del Conglomerado, pero Raúl informó que no era posible,ya que el asteroide generaba una interferencia que inestabilizaba el proceso. La única opción era que un equipo de rescatistas "saltara" hasta donde se encontraban guarecidos los alienígenas y desde allí volver a "saltar" de regreso. Para llevar a cabo la tarea tenían unos trajes protectores equipados con un propulsor en la espalda. Contaban con que la otra nave tuviese un equipamiento similar, aunque por las dudas llevaban un traje de reserva.

El grupo estaba liderado por Culbert, Arriola y Márquez, de Seguridad y Antúnez y Gagliardi de Ingeniería. Gagliardi y Márquez habían estado recibiendo entrenamiento básico en primeros auxilios, una iniciativa que Diana había llevado a cabo desde la epidemia de Quilombo en Olimpo, por lo que sus roles eran doblemente importantes.

Activaron sus trajes. Las compuertas se abrieron. Delante suyo, el vacío. Y más allá, su destino, la nave accidentada. Culbert apuntó su mochila propulsora y saltó hacia la nada. Los demás le siguieron. Había saltado en paracaídas varias veces, durante su entrenamiento y también en su tiempo libre. Pero esto era completamente diferente. No sólo por la sensación que sentía en su cuerpo, sino también por saber que estaba rodeado de nada. Que salvando la gran roca que había delante suyo y la enorme nave que acababa de dejar atrás, no había nada más a miles de kilómetros a la redonda. Y que hasta la más pequeña piedra que pasara flotando cerca suyo podía ser tanto o más peligrosa que una bala.

Controlar el rumbo que debía seguir resultó ser algo bastante sencillo. Posicionarse sin tener un horizonte, ni un arriba o abajo, no. Así y todo, consiguió llegar sin problemas hasta la escotilla de acceso de la nave accidentada. Miró hacia atrás. Sus compañeros de equipo se acercaban, aparentemente sin problemas. Cuando estuvieron todos listos, Culbert golpeó la escotilla, como si fuese la puerta de una casa a la que iba de visita. Un minuto después, se abrió una entrada. Pasaron a la cámara de descompresión. Instantes más tarde, las puertas de la nave se abrieron. Los dos alienígenas de la comunicación los recibieron.

Y allí Culbert comprendió que estaban en problemas.

El plan original consistía en ingresar a la nave, darles un traje a cada uno de sus pasajeros y flotar de regreso a la Libertad. Cuando estos seres se habían comunicado, la pantalla los había mostrado desde algo más arriba de la cintura, por lo que habían deducido que se trataba se seres humanoides. El problema con dicho plan consistía en que no lo eran. Si había que buscarles un análogo en la zoología terrícola, debía pensarse en los caracoles de jardín.

Algo más abajo de su cintura, su cuerpo se introducía en un caparazón enorme, por lo que ponerles un traje espacial diseñado para humanos iba a ser imposible. Culbert, traductor en mano, les preguntó si necesitaban atención médica y si disponían de trajes para hacer una caminata espacial. Los seres contestaron que se encontraban bien y que contaban con trajes protectores, pero que los mismos se habían diseñado para limpieza y mantenimiento del casco exterior de la nave y por lo tanto no contaba con ningún tipo de propulsión.

Antúnez tuvo una idea: siendo que los alienígenas señaleros eran demasiado grandes como para remolcarlos de a uno, pero a la vez ellos eran cinco, podían compartir entre dos el peso de cada uno de los alienígenas y que el quinto humano encabezara el grupo volando en formación V, marcando la ruta a seguir. Gagliardi propuso una formación en línea recta, para optimizar el sentido de la dirección durante la travesía y esa fue la opción elegida. Los señaleros se prepararon para salir.

Cuando todo estuvo listo, pusieron en marcha el plan. Culbert encabezó la formación. Cada cinco segundos echaba un vistazo a las imágenes que la cámara trasera de su traje le brindaba, para asegurarse de que todo estuviera bien. Luego volvía a mirar al frente, a su objetivo.

Llegaron a salvo. Y eso era lo más importante. Misión cumplida.

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