CULBERT
Había algo que Culbert siempre supo: para algunas personas, "tiempo de descanso" era un sinónimo de "tiempo de buscar problemas". Quizá fuera su manera de liberar las tensiones de la vida cotidiana. Quizá simplemente fuesen cretinos. Lo cierto es que ante la noticia de que la nave se tomaría un descanso y todos los tripulantes podrían tomarse sus vacaciones, en vez de hacer planes para relajarse, Benjamin había estado organizando los turnos de vigilancia para todo el personal de Seguridad. Les había dado turnos rotativos de descanso, dejando a dos tercios de su personal cumpliendo funciones.
Y no se había equivocado. En las primeras horas desde el descenso se habían registrado dos peleas en la superficie y tres a bordo. Habían detenido a los cinco culpables, quienes estaban arrestados por el momento en un hangar que había designado como calabozo.
— ¡Menos mal que no tenemos alcohol! —Observó Keegan. — ¿Se imagina lo que sería esto si añadimos a la ecuación peleas de borrachos?
Culbert asintió en silencio. Aquello ya empezaba a preocuparle. Evidentemente había mucho vapor por ventilar entre los miembros de la tripulación. ¿O había algo más?
Saliendo del hangar/calabozo se cruzó con otros dos tripulantes que corrían por el pasillo. Primero pensó que estaban entrenando, hasta que notó la expresión de horror del que iba primero y de odio de quien lo perseguía. Les ordenó que se detuviesen, pero no le hicieron caso. Siguieron acercándose a él a toda velocidad. Tuvo un fugaz recuerdo de Deragh, cada vez más cerca, imposible de detener. No iba a dejar que aquello volviera a suceder.
Extendió su brazo y golpeó al agresor en el cuello, haciéndolo caer al piso con un disuasivo golpe. Incluso allí, aún mareado por el impacto, seguía intentando incorporarse para atacar al pobre hombre que perseguía. Le recordó a aquellos zombies descerebrados que seguían adelante a pesar de recibir una lluvia de disparos. Había visto varios tipos de furia, en su carrera. La furia nacida de la desesperación, de la frustración. De las drogas y de su abstinencia. Aquello era otra cosa.
Mientras lo retenía contra el piso, usando todas sus fuerzas, quiso entender qué estaba sucediendo. Le preguntó al tripulante perseguido, quien se escudaba detrás suyo, en pánico:
— ¿Por qué te estaba persiguiendo? ¿Qué le hiciste?
—¡No lo sé! — Respondió el joven, temblando de pavor.— ¡Yo solo le dije que al pollo le había dado el nombre de la Tierra y le había dado un buen día!
—¿Qué?— Preguntó Culbert, confundido. Su prisionero quiso aprovechar la oportunidad para escapar y le mordió una mano. Culbert le dio un fuerte puñetazo en la frente, haciendo que su nuca golpeara el piso, dejándolo inconsciente.
Ya sin tener que preocuparse por continuar reteniendo al agresor, reiteró su pregunta. El chico, asustado, intentó nuevamente darse a entender:
— ¡No me ha dado el número del banco y el de hoy es una buena noticia! ¡Cuando te vea se lo das al señor y te lo paso para que lo puedas bajar!
— ¡No te entiendo! ¿Estás disléxico? ¿Estás diciendo palabras que no son las que intentas decir? — El joven asintió nerviosamente.— ¡Vamos para el hospital de a bordo! ¡Algo tampoco está bien con tu amigo aquí presente! ¡Parece rabioso, o algo así!
Y partieron hacia allá.
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