CAZ

 Tenía listo el sistema de votación. Tenían algo parecido en su mundo, donde cada familia elegía a su representante para desafiar al líder actual. Cada vez pensaba más seguido en su mundo. La añoranza era muy fuerte. El sólo hecho de no poder vestirse con las entrañas de sus alimentos ya comenzaba a dolerle. Un dolor intangible en algún lugar indefinido de su instinto.

Pero el sistema de votación estaba listo. Y eso era lo único que importaba en aquel momento. Deshabilitó los firewalls que lo mantenían aislado y permitió que el nuevo programa se integrara a los sistemas de la nave. Segundos después una pequeña ventana apareció en todas las consolas y puntos de interfaz a lo largo de la Libertad. Todos los tripulantes podían votar y firmar digitalmente su voto, para evitar votos duplicados. La identidad de cada voto, a su vez, quedaba oculta mediante un sistema de cifrado tetrafractal, una cláusula que le había pedido Culbert y que para él era inexplicable. ¿Qué había de malo en que cada uno supiera a quién habían votado los demás? No quiso preguntarle a su antiguo compañero de cuarto. Intentaba reducir sus interacciones al mínimo.

Observó satisfecho el comportamiento de los algoritmos que él mismo había introducido en aquel primitivo sistema para mejorar su seguridad ya que le había parecido extraño que dada la importancia de dicho programa los humanos lo hubieran diseñado tan fácil de vulnerar y alterar los resultados.

Incluso a pesar de estar en medio de los preparativos para una batalla los votos comenzaron a ingresar. Las medidas de seguridad eran tan estrictas que ni siquiera él mismo podía ver cómo se desarrollaban los resultados parciales. Y no los podría saber hasta que finalizara el proceso. Así lo prefería. Se había documentado sobre las actitudes humanas referentes a los procesos electorales, tales como los fraudes. Al hacerlo, había adaptado para su conveniencia un antiguo refrán de la Tierra: "Más conozco a los humanos, más quiero a mis bueyes Rrohmg".

Observaba el comportamiento cuasi orgánico de los algoritmos. Se permitió fantasear con una serie de instrucciones binarias y cuaternarias que cobraban vida. Una especie de singularidad, pero con líneas de comandos interpretando el papel que en un cuerpo orgánico representan las células. Aquel tipo de pensamientos era una obvia influencia de la cultura humana. Se obligó a recordar que había más humanos aparte de Culbert. Como Florencia, por ejemplo. Pensar en ella lo hizo sonreír.

A pesar de gente como Florencia, Caz seguía con la idea de dejar la nave. De volver a su mundo, con los suyos. Aquel no era el momento adecuado para hablar con el Capitán, pero cuando terminara el problema de los Canéridos abandonaría la Libertad.

El sistema de votación se activó también en su pantalla. Era el momento de votar.

Conocía a todos los candidatos. Los había oído y olfateado. Todos ellos parecían sinceros. Incluso Tomás, que recomendaba no votarlo a él. Era una lástima, porque hubiera preferido elegirlo. Pero si el propio Capitán recomendaba votar a los demás, y su olor decía que lo decía convencido, entonces así lo haría. Culbert desconfiaba de él, pero Caz no encontró motivos para no creer en las buenas intenciones de Tomás. Aunque, recordó, tampoco había sido capaz de distinguir en los olores de su antiguo compañero de cuarto que le había estado mintiendo sobre el desarrollo tecnológico de la humanidad.

Eligió votar por Antúnez. Era un buen compañero. Y desde que había dejado de creer en Stern había tenido una conducta ejemplar. Seleccionó su opción. Antes de confirmarla decidió que era un buen momento para estudiar en vivo el comportamiento del software al ingresar un voto.

Y sí. Aquella línea de comando enviaba la opción a la matriz de datos. La matriz cifraba la información y la recopilaba en una proto base de datos, que compilaba los votos de otras terminales y se autocifraba usando un algoritmo de encriptación cuántico. Todo como debía ser. Podría haberse sentido orgulloso de su trabajo, de haber sido una creación más compleja. Pero lo cierto es que el sistema era bastante básico.

Y entonces vino lo extraño.

El código fantasma que había estado causando tantos desperfectos se entremetió en los propios permisos del sistema de votación, autorizándose a sí mismo a asignarse privilegios de administrador superiores incluso a los suyos propios, que había sido el creador del sistema. Caz tuvo que superar su estupor para entender que lo mejor era dejarlo hacer. Estaba teniendo una suerte inusual: lo había atrapado in fraganti.

Usando sus habilidades de cazador informático y la clave personal del Capitán vigiló con sigilo a su presa, observando lo que hacía y cómo lo hacía. Ya tendría tiempo para rastrear su origen, cuando se marchara. Por ahora, lo importante era que el intruso no supiera que estaba siendo observada. Y permaneció así, en silencio, dejándola hacer, hasta que terminó su tarea y quiso marcharse. Allí fue cuando Caz actuó, bloqueándole la única salida disponible. El programa invasor, su presa, se supo acorralado. Comenzó a tantear otras salidas. Caz sonrió aún más. Incluso comenzó a ronronear de satisfacción. Aquella cacería venía saliendo a la perfección. Y tenía todo lo necesario para ganar. Aún así no quiso confiarse. Apenas pudo, comenzó a copiar el código fuente del programa invasor, buscando encontrar la clave de quien estaba detrás de los ataques.

Y entonces todo cambió. Los privilegios de administrador que tenía la clave de Tomás fueron revocados. La estructura digital del propio sistema comenzó a cambiar, abriendo puertas de escape por doquier. Los firewall cedieron. Lo que había sido un sistema hermético ahora era tan vulnerable como una base de datos bancaria primitiva.

El programa huyó sin dejar rastro por el mundo virtual. Caz descargó su frustración lanzando un fuerte rugido que se oyó a varios cuartos de distancia en el mundo físico.

Había perdido a su presa.

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