CAZ


 Para los Graahrknut, toda actividad tenía algo de cacería. Según la filosofía que los había llevado de ser criaturas semi conscientes que perseguían herbívoros en la prehistoria de su mundo natal hasta la etapa de la exploración espacial, todo había tenido que ver con la caza. Para los científicos Graahrknut, su presa eran los misterios de la creación. Para los arquitectos, las debilidades estructurales de los edificios. Los historiadores y arqueólogos rastreaban datos entre las ruinas de civilizaciones pasadas. Caz era ingeniero de sistemas. Y en aquel momento se encontraba intentando rastrear al causante de los fallos que habían estado sufriendo. Y se trataba de una presa escurridiza.

A pesar de aquello, había hecho algunos discretos avances.

Por ejemplo, había conseguido descubrir que el breve fallo de los deflectores que había ocasionado el accidente unas semanas atrás no había estado relacionado con algún problema eléctrico o en el hardware, sino que había sido un error de compilación en la estructura del software. Un código malicioso agregado adrede por alguien.

Y eso era todo lo que pudo averiguar. El código había causado la falla. Luego un usuario con privilegios de administrador y acceso superiores incluso a los suyos había eliminado todo resto de aquel virus, restableciendo el funcionamiento de los deflectores, pero también quitando la posibilidad de descubrir el origen de la falla.

Lo que significaba, desde luego, que había sido un atentado.

Gruñó al llegar a dicha conclusión, porque sabía lo que debía hacer a continuación. Y por más que no quisiera hacerlo, era su deber informarlo. Debía hablar con Bufanda-de-Intestinos.

Tras ubicarlo a través del comunicador interno de la nave, lo citó en un lugar privado. Culbert propuso su propio cuarto y hacía allí se dirigió.

Al ingresar no pudo evitar otro gruñido de disgusto. Aquel lugar le recordaba las ofensas que había sufrido por parte de su antiguo compañero de cuarto. Las mentiras que le había contado, sobre los supuestos logros de la raza humana. Y el hecho de encontrar la habitación exactamente igual que cuando se había marchado no hacía sino intensificar la sensación.

— ¿Porrr qué has dejado tus muebles así? ¡Puedes usarrr el que errra mi lado de la habitación! ¡No está en mis planes volverrr aquí!

Culbert lo miró, queriendo ocultar su decepción. Pero no podía. Todo su ser olía a humano triste.

— Supongo que me acostumbré a vivir así, Caz. — Dijo, como al pasar. — ¿Qué es tan importante que necesitabas decírmelo en privado?

Caz olizqueó el aire. Era una costumbre que los Graahrknut aprendían casi al mismo tiempo que aprendían a hablar. Buscar en el aire el aroma de posibles espías.

— Aún no encuentrrro al causante de los fallos que estamos teniendo, perrro puedo asegurrrarrr que hay un prrrogrrrama que lo está causando.

Culbert disimuló su sorpresa al escuchar aquello. Una vez más Caz logró percibir el cambio en la química que las emociones produjeron en el cuerpo de su interlocutor.

— Buen trabajo. Continúa buscando, pero no le digas a nadie de esto.

— ¿Ni siquierrra a Rrraúl?— Culbert negó con la cabeza. — Hay algo más. El virrrus fue borrrado con una clave de administradorrr superrriorrr a la mía.

Ahora el Jefe de Seguridad no pudo ocultar siquiera la reacción de su rostro.

— ¿Cómo? ¿Quiénes tienen claves de un nivel superior al tuyo?

Caz pensó.

— No muchos... Rrraúl, Enrrrique, Noelia, Tomás...— No supo cómo decir lo que seguía. No hizo falta.

— Y yo.

Caz asintió.

Culbert exhaló el aire que había retenido desde algún momento indefinido de la conversación en el que sencillamente había olvidado cómo respirar, de tan absorto que estaba por lo que estaba descubriendo.

— ¡Mierda! ¡Esto lo cambia todo!

Caz se quedó mirándolo. No estaba seguro de a qué se refería. Estuvo por preguntarle, pero Culbert lo interrumpió.

— ¡Cuando dije que no le digas nada a nadie lo dije en serio! Sigue investigando y quiero que cada avance que hagas me lo reportes personalmente. ¿Comprendido?

— ¿Ni siquierrra al Capitán?

El ex agente miró por su ventana. Las estrellas iban quedando atrás. Todo iba quedando atrás, en cierta forma.

— ¡A nadie! ¡Cada uno de los que tienen clave de administrador superiores a las tuyas son sospechosos! — Tragó saliva antes de continuar. Se lo podía notar bastante decepcionado. — ¡Incluido el Capitán!

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