CAZ

Su día de trabajo había sido demasiado largo. El accidente lo había dejado ileso, afortunadamente, pero desde entonces no había hecho más que correr diagnósticos, auditar procesos y buscar fantasmas (siendo estos últimos un eufemismo para "posibles causas de la falla del sistema de deflectores"). Aquello lo había dejado tan agotado como la persecución de una presa, aunque sin la satisfacción de saborear la carne y los jugos vitales en sus fauces. Así, en lugar de irse a su habitación a mirar alguna película o leer algún libro, optó por ir directo al buffet.

Una vez allí, Tobermory lo recibió con su desdén habitual. Era increíble cómo alguien que no le llegaba a la altura de sus rodillas daba la sensación de mirarlo desde arriba con desprecio. Caz también olfateó restos de miedo tras su expresión altiva. Sin hacerle caso, caminó hasta una mesa alejada de los demás comensales. Se encontraba demasiado cansado como para socializar. Casi casi agradecía la actitud soberbia y distante del felino.

Su olfato le indicó que el plato del día no incluía carne. Seguramente se trataba de una de aquellas invenciones culinarias que Florencia llamaba "cocina vegana". Aunque debía admitir que aquella variedad alimentaria tenía sus momentos de buen sabor. No era carne, pero se podía disfrutar.

Florencia llegó a su mesa con una bandeja.

— Hola Caz. ¿Te lastimaste durante el accidente?

— Hola. No, pude aferrrarrrme al borrrde de un asiento. Perrro hubo algunos herrridos en la Sala de Motorrres.

— Me imagino. Acá también. Por suerte justo había venido Diana, así que fuimos las primeras en dar y recibir atención médica.

Y dicho esto le dejó la bandeja. Sobre ella había unas cintas de pasta que Caz identificó como "fideos".

— ¿Es una pasta hecha de hierrrbas y huevo?— Quiso saber.

— No. Es pasta puramente vegana. Nada de origen animal. Aunque no creo que lo notes. Probala.

Caz lo probó, con desconfianza. Masticó un poco más de lo habitual, como explorando con su boca los sabores que el platillo le ofrecía. Después de tragar, dio a conocer su veredicto.

— Grrracias a este platillo puedo entenderrr la manerrra en que ustedes los humanos perrrciben los saborrres. Utilizan los rrreceptorrres de su lengua parrra distinguirrr los distintos matices de la comida. Y en ese sentido, entiendo que a ustedes les pueda llegarrr a parrrecerrr una delicia esta comida. Sólo hace falta engañarrr a los rrreceptorrres. A nosotrrros los Graahrknut, sin embarrrgo, el saborrr nos llega por otrrro lado. Es como te decía cuando me diste a prrrobarrr la carrrne de buey clonada. Si no tiene Alma de la Prrresa, no le sentimos un auténtico saborrr. Parrra un Graahrknut, estos fideos no son muy distintos de la pasta verrrde azulada que solíamos comerrr al prrrincipio.

Florencia se quedó parada frente a él, sin demostrar cuánto le había dolido aquel rechazo. Y Caz, desde luego, tampoco lo notó. La joven giró sobre sí misma y volvió hacia el mostrador. Entonces volvió a girar y regresó a la mesa de Caz.

— Tengo una idea. — Le dijo, sin efusividad ni alegría, pero tampoco con reproche o enojo. Era su tono habitual. — No comas más nada. Termino de servirle los fideos a los demás y voy a necesitar que me acompañes.

— ¿Acompañarrrte? ¿A dónde?

Ella le guiñó un ojo. Un gesto completamente inusual en ella.

— Ya vas a ver.

Y a pesar de las protestas de Tobermory, salieron del buffet con rumbo desconocido.

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