CAZ


Los esfuerzos de rescate y traslado de los Argarios habían comenzado. Era difícil no cruzarse algún grupo de refugiados en los pasillos. La evacuación había comenzado, y era un verdadero éxito. En el mundo natal habían recibido a la nave humana primero con pánico, y después, cuando Sgalf les habló, con verdadero júbilo. Y ahora la tripulación volvía a sus tareas dentro de la relativa normalidad que podían tener en una nave espacial alejada de la Tierra y repleta de alienígenas amigos.

Al sentir esta relativa normalidad, Caz sintió que había llegado el momento de hablar con el Capitán. Le pediría un transbordador, haría una pequeña escala en Jiop, para abastecerse de alimentos, y luego partiría, de regreso a su mundo natal, donde finalmente podría volver a ser Cazador-de-Presas-Ágiles y dejar de ser Caz.

Extrañaría algunas cosas, eso era cierto.

Las charlas con Florencia. Aquella joven no hablaba mucho, pero lo poco que decía tenía su impacto. No podía pensar en alguna charla que hubieran tenido en la que no se hubiese quedado pensando en algún concepto.

O su relación con Benjamin. El ex agente vivía protestando por su forzada convivencia. Que dormir en el suelo le causaba dolor de espalda. Que Caz debía bañarse más seguido, porque el lugar "aprestaba a madriguera" (¿Qué no era una madriguera aquella habitación, al fin y al cabo?). Que las cosas tenían un orden establecido, y no se podían dejar tiradas por ahí. Pero también era cierto que cada noche en la que coincidían sus turnos de descanso, intercambiaban historias de sus antiguas cacerías (Benjamin les llamaba "casos", pero el principio era el mismo), hasta dormirse.

¡Y sobre todo iba a extrañar la cultura humana! ¡Sus películas! ¡Sus libros! ¡Sus leyendas! Cuando Caz se sentaba frente a la terminal y aprovechaba a indagar en Internet, olvidaba aquellas comidas insultantes, o la necesidad imbuida evolutivamente en su ser por cazar y pescar. Quizás podría pedirle a Raúl una copia del archivo de Internet, para disfrutar en su largo viaje de regreso.

Camino al puente, donde suponía que se encontraba el Capitán, se cruzó con Tobermory. Su olor tóxico lo delató. Los humanos no tenían un olfato tan desarrollado, pero él sentía los químicos que formaban parte del cuerpo de aquel pequeño ser como un golpe en el hocico.

— ¡Oh! ¡Justo la persona que buscaba! No porque yo quisiera, desde luego. ¡Si por mí fuera, me mantendría en el extremo contrario de esta nave con tal de no cruzarte! ¡Ajj! ¡Si no pasa un día sin que agradezca a mi planeta natal por haber evolucionado a partir de químicos distintos a los que tu estómago requiere!

Caz le mostró sus afilados dientes inferiores, en un gesto amenazante.

— Tu carrrne me harrría vomitarrr, es cierrrto. ¡Perrro el sólo hecho de oírrrte hablarrr me enferrrma aún más, animalejo malcrrriado!

Tobermory saltó para atrás erizando los pelos del lomo. Luego intentó disimular su temor, sin éxito.

— ¡Cómo sea! ¡Florencia te está buscando! ¡Y solamente porque ella me pidió que te buscase fue que este intercambio de palabras se produjo. ¡Vamos! ¡Ve al buffet, bestia!

Caz volvió a gruñir. No soportaba a aquel enano impertinente.

— ¡Irrré, sí! ¡Perrro porrr ella, no porrrque tú lo pidas! ¡Además, deberrría despedirrrme!

Y lo dejó atrás. Sólo un rato después, cuando se le pasó el susto, Tobermory se preguntó en voz alta:

— ¿Dijo despedirse? ¿Todavía sigue con esa idea?

Ya antes de entrar al buffet pudo olfatear el dulce aroma de la carne. Y fue más fuerte que él. Su cuerpo se puso en alerta, su boca a producir saliva, su vista se agudizó y sus pasos se volvieron sigilosos. Abrió la puerta de un buffet aparentemente vacío, o al menos sin comensales. Avanzó, siempre en silencio, hasta el mostrador. Aquel delicioso aroma venía de allí cerca. Su parte racional intentaba frenar a la bestia cazadora, pero no había forma. Habían sido demasiados meses de abstinencia. De alimentarse a base de un puré sin Alma de la Presa. ¡Aquello no había sido sino una parodia torcida de la vida!

El delicioso aroma venía de allí. De detrás del mostrador. De la cocina, más precisamente. Como un ladrón en la noche ingresó al recinto. El aroma era intoxicante. Le aclaraba y nublaba los sentidos a la vez. Allí estaba la fuente de origen. La joven que le daba la espalda, ignorando que él se le acercaba. Abrió sus fauces. Un denso hilo de espesa baba resbaló por el costado de su hocico y amó sentirlo allí, ya que representaba el preludio de un banquete extraordinario. Se preparaba para extender sus brazos hacia adelante y tomarla, cuando ella dio un paso al costado y habló:

— ¡Sal! ¡Un poco, nada más! — Y tomó un pequeño recipiente.

Y allí comprendió que aquel delicioso perfume no emanaba de Florencia, sino de la cacerola ubicada delante de ella. Retrocedió con horror ante sí mismo, ante lo que había estado a punto de hacer. Tropezó con una fuente, la cual golpeó el suelo con un estrepitoso estruendo.

— ¡Ah! ¡Caz, me asustaste!

El gigante la miró desde arriba, agitado y repleto de vergüenza.

— ¡Perrrdón!

Ella sonrió.

— ¡No pasa nada! Me alegro de que vinieras. Tengo algo para vos. ¿Podés olerlo? —Todavía agitado, él asintió sin atreverse a mirarla a los ojos. — ¿Y no querés saber qué es?

— Rrreconozco el olorrr. Es carrrne de los bueyes que tenemos en el corrral. Pero ¿Cómo? ¡Pensé que no querrías lastimarrr animales!

Ella seguía sonriendo. ¿Seguiría haciéndolo de saber lo cerca que había estado él de... de cometer el peor error de toda su vida?

— Vos probá esto y no pienses en eso. — Dijo, vertiendo el contenido de la olla en un cuenco. Y él decidió obedecerle.

Aquello era una sensación sublime. Nunca había probado algo siquiera remotamente similar. ¡La mezcla de texturas, entre lo fibroso de la carne, lo tierno de la médula y lo duro de los huesos! ¡El jugo que bañaba toda la preparación, tomando el exquisito sabor de la carne e invadiéndolo todo! ¡Si hasta las verduras estaban deliciosas, tomando prestado aquel delicioso gusto a buey, hasta el punto de hacerle olvidar que se trataba de vegetales!

— ¿Cómo...? ¿Cómo se llama esta... esta marrravilla?

— ¡Puchero! Era uno de mis platos favoritos cuando era chica.

— Pucherrro... — Repitió, como encantado por un embrujo sobrenatural, borrando de su memoria aquello que afortunadamente no había sucedido. — ¿Y qué es esto? ¡Tiene piel! ¡Tiene carrrne! ¡Y tiene algo más! ¡Algo que me quema levemente la lengua a pesarrr de haberrrlo trrragado!

— Eso se llama chorizo.

— Chorrrizo... — Florencia lanzó una pequeña carcajada. No era algo habitual en ella, pero Caz se sentía muy feliz cuando ella lo hacía. — Perrro... ¿Finalmente decidiste matarrr un buey Rrohmg? ¿Trrraicionaste tus ideas? ¡No tenías que hacerrrlo porrr mí!

— Voy a contarte un secreto. ¡Pero no te enojes! —Él inclinó su cabeza, intrigado— Es carne de buey, sí. Pero no lastimé a ningún animal.

Caz resopló una especie de risa.

— Florrrencia... Parrra alimentarrrse, o se mata, o se hierrre. ¡Es la Lógica de la Caza!

— Puede ser. Pero encontré una tercera opción. En la enfermería Diana tiene una máquina. Esa máquina puede imprimir en 3D cualquier órgano. Analiza la muestra original y la recrea completamente: desde sus células, hasta el último de sus tejidos. Y por lo que me contás, también reproduce su sabor.

Caz se quedó paralizado, impactado por lo que acababa de oír.

— ¿Estás diciendo que... Esta carrrne que estoy comiendo... nunca estuvo viva? — Florencia negó con la cabeza, preocupada. — ¡Perrro...! ¡Perrro esta comida tiene Alma de la Prrresa! ¡Puedo saborrrearrrla! ¡Aún la siento en mi paladarrr!

— No sé qué decirte. A lo mejor eso a lo que le llamás "Alma de la Presa" no es otra cosa que buen sabor. Y si es así, no se necesita matar a ningún animal para sentirla.

Buena parte de la filosofía de los Graarknut se basaba en el concepto del Alma de la Presa, así que aquello representó para él una conmoción incluso mayor que probar aquel "puchero". ¡Aquella máquina podía representar un cambio revolucionario en su cultura! ¡Tenía que llevarse una! ¡O, al menos, pedirle a sus compañeros de la Sala de Motores que le ayudaran con los planos, para poder construir una cuando regresara a su mundo!

Pero... ¿Realmente quería regresar? Ahora que su peor escollo había quedado atrás, ¿Quería despedirse de aquella vida? ¿De Florencia? ¿De Culbert? ¿De la cultura humana?

— Entonces... — Preguntó Florencia con timidez, — ¿Te gustó la comida? ¿Aunque sea de un animal sintético?

Y fue justamente en la cultura humana donde Caz encontró la manera de expresar sus emociones. Entrechocó sus palmas una vez, en un fuerte aplauso que hizo pestañear a su amiga. Luego comenzó a mover sus piernas. Su cintura. Sus brazos. Finalmente su cabeza. Todo su cuerpo bailaba una alegre danza frenética sin música que l acompañase. Florencia lo miraba, primero sin entender, luego haciendo surgir una sonrisa que de a poco comenzó a crecer. Y se volvió otra pequeña carcajada cuando Caz comenzó a cantar:

— ¡No sólo es la comida la que nos nutre!

¡También lo hace el amor!

¡El amor de nuestros amigos,

Que buscan nuestro bienestar

aún a pesar de quienes somos!

¿Y qué somos sin amistades?

¿En verdad, qué es lo que somos?

Porque fuera de esta nave hay un vacío

Pero la vida sin amigos es vacía igual.

Dejó de bailar, señalando a Florencia. Esta se lo quedó mirando, muda, con su risa congelada. Se sentía algo incómoda, pero a la vez feliz. Seguía mirándolo, sin comprender qué espera él de ella.

— ¡Ahorrra viene la parrrte donde cantas el estrrribillo! ¡Vamos! ¡Que ya deben estarrr llegando el rrresto de los trrripulantes parrra hacerrr la corrreogrrrafía!

— ¡Caz, no tengo idea de lo que me estás hablando!

El Graarknut inclinó su cabeza, confundido.

— ¡De un númerrro musical! ¿No es así como demuestrrran la felicidad ustedes los humanos?

— Sí, claro. ¡En las películas musicales!

— No comprrrendo.

— ¡Es ficción, Caz!

Ahora estaba tan confundido que no encontraba una posición en la que se sintiera cómodo.

— ¿Ficción? ¿Qué es ese concepto? ¡No lo conozco!

Florencia le acercó otro cuenco con puchero. Sus pequeñas manos tomaron sus garras.

— Vení. Servite otro plato, que te cuento.

Y le explicó.

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