CAZ
Mientras en el puente se debatían asuntos de vida o muerte, algo parecido sucedía en la cabeza de Cazador-de-Presas-Ágiles, el Graahrknut que había dejado todo por viajar rodeado de humanos. Y sucede que él lo había perdido todo: su cultura, sus pasiones y hasta su propio nombre. Porque ya no podía adornarse con las vísceras de sus presas. Y en lugar de acechar a sus presas, ahora vivía con ellas. ¡Y aquel apócope! Quizá el mayor ultraje que había tenido que padecer al afrontar su vida entre estos seres.
Y sin embargo...
La cultura humana. Su filosofía. Aquellas maravillas que veía diariamente en esa fantástica red de información llamada Internet. La forma en que lo trataban a él, con respeto y confianza, como si fuese uno más de su knaght, su "grupo de caza". Los humanos tenían una palabra para este concepto: "familia". Todas estas cosas se habían enquistado en su propio ser. Cazador-de-Presas-Ágiles nunca sería un humano. Pero tampoco podía decirse a sí mismo que estaría cómodo viviendo entre Graahrknut, de ser esto posible.
En medio de aquel dilema existencial decidió hacer lo que solía hacer cuando se sentía así: conversar con Florencia.
Muchos de los tripulantes habían sido llamados a sus puestos, así que en el buffet había sólo un par de mesas ocupadas. Se acercó al mostrador. Florencia revolvía una olla mientras Tobermory, cubierto con una manta de nylon que impedía a los pelos de su largo cuerpo caer en la comida, le acercaba frascos de especias con su larga cola. Al notar su presencia, la chica habló en un tono de voz más expresivo que el habitual.
— ¡Justo la persona que necesitaba! — Su ayudante de cocina lo miró con desprecio. — Estoy probando los nuevos ingredientes que nos trajo Tomás Necesito que pruebes esta salsa que inventé. Es la versión espacial de una pomarola. Le puse unas frutas muy parecidas al tomate. Algo más ácidas y púrpuras, pero lo contrarresto con un poco de una solución alcalina con un gusto muy parecido a la cebolla.
Caz se la quedó mirando. Nunca la había escuchado hablar tanto, ni tan fluido. ¿Realmente estaba tan eufórica por preparar aquella mezcla de hierbas? Y había otra cosa. ¡No había mencionado ningún animal! ¡O parte de alguno, siquiera!
— ¿Qué carrrne va a acompañarrr a esa salsa?
Florencia y Tobermory quedaron congelados. Ya no revolvían la olla, ni se pasaban especias. Y tampoco hablaban fluido.
— Caz... Yo no... Ehhh... E-estamos haciendo... pastas. Vas a ver que... te van a gustar, porque tienen unos huevos de un ave muy... parecida... Se parece mucho a los huevos de gallina. ¡Son huevos! ¡Te van a gustar!
— ¡Carrrne! ¡Quierrro carrrne! ¡La necesito!
Tobermory interrumpió. Aquella charla se había dado al menos una vez por semana durante todos los meses que venían conviviendo. Y ya estaba harto de aquello.
— ¡No, grandulón! ¡Ciertamente no lo necesitas! La pasta verde azulada que comíamos al principio del viaje tenía todos los nutrientes necesarios para una dieta saludable. Por otro lado, esta comida que estamos preparando con los víveres que nos obsequiaron los fugitivos del Conglomerado fue preparado pensando a la vez en su sabor y valor nutritivo. Yo consumo una pasta diseñada por la doctora Diana para adaptarse a mi bioquímica. Y Florencia es vegana, así que no puedes pedirle que acabe con la vida de un animal sólo para satisfacer tus caprichos. Así que te recomendamos cerrar tus fauces, dar media vuelta, y sentarte en una mesa hasta que tu plato esté servido. ¡No debes prejuzgar a un platillo sólo por sus ingredientes!
En otra ocasión, bajo otras circunstancias, el Graahrknut podría haber encontrado sabiduría en aquellas palabras y tomarse el tiempo de meditarlas mientras comía en silencio su porción de pastas. Sin embargo, ahora sus percepciones estaban dominadas por su instinto, doblegando a su razón. Podía oler la sangre recorriendo las venas de aquellos que lo rodeaban. Podía oír los latidos de sus jugosos corazones. Casi podía sentir en su lengua el exquisito sabor de las partes del cerebro responsables de la sapiencia. Había tenido anteriormente recaídas similares, pero nunca tan intensas. De pronto no sentía que frente a él se encontraban su amiga y su compañero, sino un manjar y un puñado de carne tóxica. En el interior de su boca, su lengua jugueteó con el exceso de saliva. Tensó sus piernas, listo para arrojarse sobre su presa, listo para saborear aquella delicada piel.
La nave se sacudió, despertando otro tipo de instinto: el de supervivencia, vecino lejano del raciocinio. La voz de Enrique por los altavoces lo trajo de regreso.
—¡Atención a todos! ¡Nos atacan! ¡Todos a sus puestos! ¡Aquellos que estén en descanso, presentarse igualmente en sus puestos, como refuerzos!
Su ansia de carne viva se retiró al recoveco oscuro de su cerebro al que pertenecía. Al lugar donde van aquellas sensaciones primitivas que la propia evolución fue apartando para dar lugar a pensamientos más avanzados. La cara del gigantezco oso lampiño reflejó entonces una expresión de espanto. No hacia la posibilidad de morir en el enfrentamiento que acababa de comenzar, sino a lo que había estado a punto de hacer.
— ¿Estás bien, Caz? — Preguntó Florencia, preocupada, y aquello lo llenó de culpa.
Caz gruñó mientras sacudía su cabeza. Necesitaba aclarar sus ideas. Se limitó a contestar lo primero que cruzó su atormentada mente
— ¡Debo dejarrr esta nave! ¡Si al terrrminar la batalla le pido un trrransbordadorrr a Tomás aún estarrré a tiempo de alcanzarrr a la nave que se fue. ¡Ellos podrrrán dejarrrme cerrrca de mi hogarrr!
Y ante la mirada atónita de Florencia y Tobermory se volteó y abandonó el buffet a la carrera. El felino hizo su versión de encogerse de hombros y volvió a sus tareas. Florencia también siguió cocinando. Pero en su interior no podía dejar de pensar en las palabras de su amigo el Graahrknut.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top