Capítulo 5: Plan

El Jeep se aleja cada vez más del centro de la ciudad de Sanju y aún no nos hemos detenido en un sitio. Dentro del vehículo reina el silencio. En la Avenida La Juste, una de las calles principales de esta ciudad, se puede ver como los miembros del Ejército Nacional arrastran cadáveres de los infectados que han aniquilado. Noto que los sobrevivientes se ubican en las azoteas de los edificios o en los pisos más altos de los mismos como una forma de estar más seguros. Hay filas largas donde se reparte un poco de comida y unidades médicas para tratar a los heridos. El vehículo en todo momento ha seguido un trayecto en línea recta y ahora gira a la derecha para entrar en una calle más desolada. En esta calle los cristales de las tiendas, las farmacias y los demás comercios están destruidas en su totalidad y en las aceras hay sangre seca.

—¿Qué había ahí? —Pregunto cuando veo un local calcinado.

El conductor me mira por el espejo y luego fija su vista en el local. Deja de mirar y se concentra en el camino.

—Una guardería.

Trago saliva y no me quiero imaginar lo peor.

Desde que la adolescente habló no había vuelto ha abrir la boca y sólo miraba por la ventana.

A lo largo de los años se ha derramado mucha sangre de manera innecesaria. Las guerras son el claro ejemplo de ello. Esos conflictos bélicos son la máxima expresión para demostrar que el hombre es un ser lleno de maldad. El ser humano es el arma más mortífera que existe porque teniendo el poder de detener el dolor y el sufrimiento alrededor del mundo simplemente participa en el mismo sin remordimiento o peso de conciencia. Lo que ahora ocurre nos muestra esa realidad.

—¿A dónde iremos?

El hombre sentado a mi derecha me responde.

—Iremos a una base.

—¿Una base?

—Sí —responde el que está a su lado— es nuestro centro de operaciones.

Significa que esta gente está bien organizada y tienen un as bajo la manga.

***

Desde que giramos a la derecha no he visto a la primera persona o al primer infectado. Cinco minutos más tarde el vehículo se detiene. Por la abundante vegetación que nos rodea es un hecho que estamos en el límite de la ciudad de Sanju, muy cerca de la ciudad de Romanica.'¿En serio aquí tienen su dichosa base?', pienso. A mi derecha hay árboles, a mi izquierda hay árboles y kilómetros de hierba verde.

—Hay que caminar un poco, la base se halla a unos cuantos pasos. —Dice el del mapa.

Nos adentramos entre la hierba que nos llega a la rodilla. Deseé de todo corazón estar equipado con unas botas al igual que ellos para poder caminar con facilidad. El viento sopla fuertemente en contra y el cabello de la adolescente, a la cual no le he preguntado su nombre aún, se mueve al compás. El mayor de todos va a la cabeza mientras que los otros cinco hombres van detrás de nosotros dos.

—Casi llegamos. —Dice el mayor— por cierto, soy el Coronel Leonardo Verlí.

Al fin un nombre. ¿Los otros no tienen la educación suficiente para presentarse? ¿Estaría mal algo de cortesía? Ante nosotros se alza un granero del tamaño de un estanque. Una enorme sombra se proyecta hacia el Este, vamos en dirección contraria, hacia el Oeste. La puerta del granero se abre y otro, igualmente uniformado que lo demás, saluda.

—¡Ya era hora! —Grita.

—No fue tan fácil como pensábamos. —Responde el coronel.

Se detiene y nos mira a nosotros dos.

—Esta es la base.

Al entrar en el granero me parece mucho más grande desde adentro que desde afuera. La ley de los puntos de vista se aplica a la perfección. Las paredes están hechas de concreto y parece que hace tiempo que no lo utilizan para nada, bueno, no lo utilizaban. Mirando hacia todos los lados y analizando el panorama este lugar no se me parece en nada a una base o a un centro de operaciones.

—¿Esta es la base? —Pregunto.

El Coronel Leornado Verlí me mira y sonríe, le hace un gesto al hombre que abrió la puerta y éste empieza a caminar hacia el otro lado del granero. Se detiene y se agacha. Por arte de magia, desde donde está aquel hombre, se escucha el sonido de una compuerta mientras se abre. Luego, una luz que proviene desde el suelo ilumina la cara de éste.

—Bienvenido —dice Leonardo Vetra— todo está debajo de nosotros. —Y me hace un gesto para que camine hasta la luz.

Cuando estoy a una distancia prudente veo que la luz surge de una escalera que baja a una especie de pasillo. 'Esta es la base'. Empiezo a descender y luego los demás hacen lo mismo.

***

Recorremos un pasillo iluminado con unas bombillas que desprenden una luz blanca. Al final del pasillo hay una puerta. El Coronel Verlí me avisa que de aquel lado hay alguien que yo conozco. ¿Alguien que conozco? ¿Será que aquí se encuentra Daniel Isof? Apresuro el paso y cruzo la puerta. Al cruzarla me encuentro con tres hombres de espaldas y que llevan puestas unas batas blancas. Cerca de aquellos hombres hay otros tres con el mismo uniforme que el Coronel Verlí. Uno de los hombres de bata se gira. Le reconozco. Es mi antiguo maestro de ciencia, el Dr. Melecio Sang.

—Por fin has llegado Rafael. —Me dice y sonríe.

Camina hacia mí y me abraza. Me pregunta si estoy bien, luego se fija en la adolescente y en su herida. Acto seguido llama a uno de sus compañeros y le dice que acompañen a la joven hasta la enfermería para que le limpien y curen la herida. Ella obedece y empieza a caminar sin pronunciar ni una sola palabra. El Dr. Sang me dice que le acompañe hasta su oficina y así lo hago.

Quizás las cosas están por mejorar.

La oficina del Dr. Sang es un pequeño cuartucho repleto de papeles y una pizarra de color verde con unas fórmulas escritas con tiza blanca. Él me cuenta que el grupo que me fue a buscar y me trajo hasta aquí se hace llamar "La Resistencia" y su líder, el Coronel Leonardo Vetra, reclutó a esos hombres y desertó de un cuerpo especializado de la policía cuando notó que todo estaba empeorando. La base, sigue contándome, era usada para investigaciones científicas clasificadas del gobierno y ellos se apoderaron de la misma una semana después del atentado en la ciudad de Sando.

—¿Con qué propósito ellos están aquí? —Le pregunto mientras él me pasa una botella de agua que saca de una pequeña nevera.

—Es algo un poco complicado de explicar. —Destapa una botella de agua, toma de la misma e inicia a explicarme.

"La Resistencia" surgió inicialmente como un grupo de policías rebeldes que buscaban sobrevivir por sus propios medios pero al enterarse que el gobierno no estaba haciendo nada por conseguir una vacuna tomaron la iniciativa de crear una con ayuda de distintos científicos.

—¿El gobierno no está trabajando para hallar una vacuna? —Pregunto asombrado.

—Sí y era de esperarse. Cómo ya sabrás el CCP dejó de existir y ninguno de sus científicos, a excepción de ti, logró sobrevivir ¿cómo crees que lograran conseguir una vacuna?

—Pero —intervengo— el director del CCP, Daniel Isof, de seguro logró sobrevivir.

El Dr. Sang sonríe.

—¿Sólo un cíentifico del CCP? —Se arregla su bata— Si Daniel Isof logró sobrevivir o no es un caso perdido de todas formas. Él sólo tardaría años en conseguir una vacuna y, debido a su antiguo puesto en el CCP, estoy seguro que perdió la práctica como científico.

Mi antiguo maestro hace silencio por unos segundos y sigue hablando acerca de "La Resistencia". Cuando el grupo de rebeldes se enteró que el gobierno no estaba haciendo nada para hallar una vacuna ellos empezaron a reclutar los pocos médicos o científicos que lograron localizar. Al cabo de una semana lograron dar con dos médicos y un científico, el cual era el Dr. Sang, éste último pidió que me localizaran y me trajeran hasta aquí.

—¿Fue usted quien hizo que me trajeran hasta aquí?

—Sí. Los dos médicos que hay aquí estudiaron los síntomas y lograron descubrir la forma de transmisión pero no han tenido más avances. No tiene idea de cómo encontrar una vacuna.

Los médicos reclutados por "La Resistencia" descubrieron que el virus se transmite por la saliva, la sangre o incluso el sudor. Cualquier fluido corporal salido de un infectado es una sentencia de muerte para una persona que no esté infectada.

—Al menos me sacaron de ese asqueroso Centro de Atenciones Primarias.

El Dr. Sang suelta una carcajada.

—Este país es el asqueroso.

***

El Dr. Sang me lleva hasta el área de trabajo que él comparte con los dos médicos. Hay una mesa amplia donde ellos realizan sus labores. El Coronel Verlí se aparece con los cinco hombres que le acompañaron desde el Centro de Atenciones Primarias hasta aquí. Uno de ellos se presenta como Manuel Litozi quien está a cargo del francotirador, Tony Moses el hombre encargado de inspeccionar todas las zonas, John Lauro el experto en cuchillos, Alfredo Sar el informático y su hermano, Paulo Sar, el estratega.

—Dr. Sang infórmele de la situación. —Dice el Coronel Verlí.

—Rafael, además de tu excelente trabajo como científico te necesitamos para algo más.

—¿Quieren que trabaje en la enfermería? —Pregunto bromeando.

Todos se ríen por la pregunta.

—Buen chiste —continúa el Dr. Sang— pero para poder llegar a algo con la vacuna nos hace falta algo.

¿Qué les hará falta? ¿Un infectado? ¿Más equipos?

—¿Qué les hace Dr. Sang?

En silencio el Dr. Sang camina hasta una pizarra blanca y toma un marcador rojo. En la pizarra escribe la palabra "micoorganismos".

—Los microorganismos del virus con el que está infectado la tercera cuarta parte de la población se adhieren a las células del cuerpo humano y al hacer esto las controlan a su antojo para eliminar a los anticuerpos y llegar hasta al cerebro.

—Usted necesita un...

El Dr. Sang me interrumpe.

—Un procesador de microorganismos.

Con el respeto que se merece mi antiguo maestro creo que éste ha perdido la cabeza. Todos los procesadores de microorganismos se encontraban en el CCP y en estos momentos ese lugar debe de estar hecho escombros.

—Dr. Sang para poder utilizar un procesador de microorganismos había que estar dentro del CCP porque era el único lugar donde se podían encontrar.

—Error.

—¿Error?

—Sí —se acerca hacia mí— el gobierno siempre guarda cierta cantidad de sus aparatos más preciados y te aseguro que el procesador de microorganismos pertenece a ese grupo élite.

—Según usted —digo un poco incómodo— ¿dónde el gobierno guarda sus procesadores de microorganismos?

El Dr. Sang vuelve a la pizarra y toma el marcador para escribir "AGE".

—En el Almacén General del Estado.

Me quedo paralizado por la revelación. Durante todos mis años trabajando en el CCP siempre creí que los procesadores de microorganismos que se encontraban allá eran los únicos en toda la República de Prancia. El gobierno siempre guarda sus secretos.

***

La adolescente está sentada en una silla giratoria que se encuentra cerca de la mesa donde el Dr. Sang y yo estamos conversando mientras miramos unas muestras de sangre a través de un microscopio. Según me cuenta el Dr. Sang los hallazgos que logró con el virus fueron gracias a tres tubos de sangre extraídos por uno de los médicos. Además de descubrir la forma en la que se transmite, durante uno de los recorridos que el Dr. Sang hizo con el grupo de "La Resistencia" notó los síntomas en un hombre que fue rescatado por ellos. Los síntomas, en ese mismo orden, son perdida de memoria, cambio drástico de humor, ausencia de sensibilidad, respiración forzosa o agitada y finalmente la transformación a un ser sediento de muerte.

—¿Y qué pasó con ese hombre?

—Ellos lo ejecutaron cuando les alerté que estaba infectado.

—Pero ¿cómo notó los virus?

—Me armé de valor y guardé silencio. Lo noté extraño y le pregunté si estaba bien de la herida, ya que había sido cortado en su brazo derecho, me preguntó cuál herida. Perdida de memoria. Más tarde todo empezaba a molestarle, incluso el ruido del motor. Cambio de humor. Cuando pasamos por un bache su brazo herido chocó contra un cristal del vehículo y él actúo como si nada hubiera pasado. Ausencia de sensibilidad. Para respirar hacia un gran esfuerzo.

—Respiración agitada —dije— ¿y el último síntomas?

—Lo descubrí cuando empezó a mirarme con aquellos ojos llenos de odio.

Terminamos de examinar las muestras de sangre y el Dr. Sang se retira para ir descansar un poco. Aprovecho y me dirijo para hablar con la adolescente para ver si logro saber algo sobre ella.

***

Desde que estuve con el Dr. Sang en su mesa de trabajo ella ha estado sentada en la silla giratoria con una venda puesta en su herida. Camino hacia ella y fija sus ojos en mí. Sus esferas oculares son de color azul y hacen un hermoso contraste con su cabello rubio. Sujeta una manta rosada para abrigarse contra el aire acondicionado del lugar.

—Hola. —Le digo cuando estoy más cerca de ella.

Con su mano derecha me hace un gesto de saludo.

—Hola, Rafael.

—Que bien, te sabes mi nombre —es el momento de preguntarle el suyo— ¿cómo te llamas tú?

—Me llamo...Lucía, Lucía Cabral.

—Es un bonito nombre.

Hay un silencio entre ambos y lo aprovecho para buscar una silla donde sentarme. Al igual que ella, tomo asiento en una silla giratoria.

—Todo está hecho un desastre allá afuera. —Dice.

—Sí, un total desastre.

Con sus piernas arrastra la silla y se acerca a la mía.

—¿Cuántos años tienes?

—Tengo 18 años, los cumplí hace una semana.

Vaya regalo de cumpleaños para una adolescente de esta época. La acabo de conocer pero me parece una persona muy especial. Me recuerda mucho a una vieja amiga de mi adolescencia, incluso tiene un parentesco en la cara. Siento la necesidad de velar por Lucía, de cuidarla.

—¿Tienes novio?

Ella me mira y sonríe.

—No se puede pensar en el amor cuando todo a tu alrededor es un caos, para eso se necesita paz y tranquilidad.

Conocí a muchos jóvenes de su edad cuando estuve impartiendo charlas sobre el medio ambiente en las escuelas secundarias de Sando pero ninguno contaba con una mentalidad parecida a la de Lucía.

—Creo que tengo hambre.

La miro y me pongo de pie.

—Ven, hablemos con el Coronel Verlí para que nos busque algo de comer. —Me paso la mano derecha por el vientre— También tengo hambre.

***

El Coronel Leonardo Verlí ordenó a uno de sus hombres a buscarle comida a Lucía. Él y yo nos sentamos a hablar en un cuarto lleno de armas de fuego. Le pregunto de qué manera se piensa llegar al AGE ya que éste está a dos ciudades de Sando.

—Empezaremos con a planear todo mañana.

—¿Mañana? —Le pregunto.

Me contesta que sí y que tienen pronosticado salir en dos días.

—Coronel es una locura. Tenemos que cruzar esta ciudad, la ciudad de Sando, Marava y Licen para poder llegar a la ciudad de Argen.

El Almacén General del Estado se halla en la ciudad de Argen y siempre me he preguntado qué motivo al gobierno a colocar esas instalaciones tan lejos de la ciudad capital. 'Otro secreto'.

—Rafael —me dice en un tono amigable— si usted no confía en nuestro trabajo puede irse. Pero le aseguro que no durará dos días con vida.

¿Aquello era una amenaza o una advertencia?

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