Capítulo 4: Desastre
El infierno del que hablé el día que inició toda esta desgracia se convertía, horas tras hora, en una realidad más que palpable. La cuarentena no funcionó en ningún momento y ahora el virus se encontraba esparcido por todo la República de Prancia. Debido a la escasez de personal médico, y sin importar mis pocos conocimientos médicos, el 17 de Noviembre fui asignado en un Centro de Atenciones Primarias para curar a los civiles y militares heridos que no dejaban de llegar a todas horas. A la fecha de hoy, 13 de Diciembre, no he vuelto a saber nada de Daniel Isof.
El Ministro de Salud informó, en una rueda de prensa que se llevó a cabo el 20 de Noviembre, sobre la evolución del virus la cual mantenía despierto al infectado en todo momento. Además, agregó que con esta evolución el sentido auditivo del infectado podía percibir hasta el más mínimo ruido y también les otorgaba una mayor agilidad. Por otro lado el Presidente Agueda, en conjunto con el Ministro de Defensa, decidió retirar todas las tropas de la ciudad de Sando y la dejaron abandonada a su suerte porque declararon que ya era un caso perdido. Esta acción provocó que muchos grupos religiosos se alzaran en contra del Ejército Nacional acusándolos de ser el "anticristo del nuevo milenio" pero aquello no pasó de ahí.
***
El Centro de Atenciones Primarias donde me han asignado está justo en el centro de la ciudad de Sanju, la ciudad vecina de Sando, aquí la situación está más controlada, no obstante, la presencia de los infectados abundan. La mayoría de los heridos que han llegado son militares atacados por los infectados. En el día de ayer un sargento murió a causa de una puñalada que había recibido en el cuello. Desde que llegué a este lugar la sangre ha estado presente en todo momento pero ver a ese hombre con su uniforme verde, completamente salpicado de su propia sangre, me causó mucho pánico. Debido a mi nula experiencia con ese tipo me heridas me limité a ejercer presión para evitar que el hombre se desangrase y pedí con urgencia la presencia de un verdadero médico. El militar hacía esfuerzos sobrehumanos para poder respirando y así lograr seguir con vida. Tres minutos estuve en la difícil de salvarle la vida al hombre y de un momento a otro me encontré ejerciendo presión en la herida de un cadáver. El hombre había muerto con los ojos y la boca abierta.
—¡Maldición! —Recuerdo que dije echándome para atrás debido a la sorpresa.
Me causa pena. El militar se llamaba Pablo Díez, de 27 años de edad.
***
—Le estoy diciendo que se deben tomar en prioridad.
Hoy decidí hablar con el doctor a cargo de este centro para hacerle unas cuantas sugerencias, el cual es un patán.
—¿De qué usted está hablando? —Me pregunta mientras devora un pastel de chocolate.
En la situación actual los jefes de los distintos grupos, ya sea del Departamento Médico o el Militar, no trabajaban como debían y dejaban todo en manos de los súbditos. Tal es el caso de este Centro de Atenciones Primarias. Aquí los médicos debían de hacer magia para poder conseguir algodón o alcohol y cuando necesitaban un antibiótico tenían que recurrir a la oración porque dar con ello era un hecho imposible.
—Le estoy diciendo que ayer un hombre murió a causa de una puñalada en el cuello mientras otros doctores, mucho más capacitados, estaban poniendo una curita en algún rasguño. —Me dan deseos de abalanzarme sobre aquel estúpido con cara de torta y golpearlo hasta más no poder pero no lo hago por mi propio bien.
—Mire —empieza a decirme —todo el que esté aquí debe hacerse responsable de sus pacientes y si usted no pudo salvarle la vida a aquel hombre no es mi culpa. —Nunca levanta la vista para verme a los ojos y sólo se fija en el bizcocho que tiene ante sí.
Al momento de ser asignado en este lugar se me dijo que yo atendería casos fáciles de tratar como una herida en un brazo, una pierna o incluso haría el papel de enfermero. Ahora, con todo el desorden que predominaba en el sistema, aquello se había olvidado y por causa de ello aquel hombre había muerto.
—Maldita sea —dije perdiendo la paciencia— esto...
El malnacido se puso de pie.
—Haga lo que quiera. —Dijo y luego empezó a alejarse de mí.
—¡Debería morirse! —Le grito para que pueda oírme.
***
Cuando me dirijo a la carpa donde me corresponde trabajar llega un autobús que se estaciona justo en el espacio que hay entre ella y la que está al frente. En este centro hay un total de 15 carpas organizadas en dos largas filas. Del autobús bajan un aproximado de 20 heridos de los cuales la mayoría son civiles. Me acerco con rapidez para ayudar a los heridos a bajar del autobús. El último en bajar es un militar del cual me hago cargo y lo llevo, a paso lento porque tiene una pierda lesionada, hasta mi carpa.
Una vez dentro de la carpa le digo que se siente en la camilla. Le pregunto con qué se lastimó la pierna y me dice que recibió un disparo por error durante un enfrentamiento. Me coloco unos guantes, busco una tijera y procedo a cortar la pierna izquierda de su pantalón militar para poder comenzar a curarlo. Cuando logro cortar el pantalón en la zona donde trabajaré, luego de varios intentos a causa de la fuerte tela de la prenda militar, veo una herida ensangrentada y por ningún lado veo el agujero de la salida del proyectil.
—Hay una mala noticia —le digo al militar— la bala no ha salido y vas a necesitar una cirugía para poder extraerla. La bala debe encontrarse incrustada en el hueso de tu pierna y lo más que puedo hacer en estos momentos es vendar la herida.
Él no dijo ni una sola palabra y de seguro debe estar cansado por todas las cosas que debió pasar durante su servicio. Me alejé a buscar lo poco que me quedaba de un frasco de alcohol, dos diminutos pedazos de algodón y un rollo de gasa. Vuelvo y me pongo de rodillas delante de su pierna para poder limpiarle y vendarle con mayor facilidad.
—Y—dijo pasando un algodón húmedo alrededor del orificio de la herida— ¿cómo te llamas compañero?
Silencio.
—¿Ha estado duro todo allá fuera?
—¡A ti no te tiene que importar! ¡Tu trabajo es curarme y punto, imbécil! —Me responde molesto.
Me siento avergonzado. Parecía una vieja chismosa haciendo todas esas preguntas. Era normal una respuesta de ese tipo sobre todo si tienes una herida de bala y te están untando alcohol en la misma. En estos días el buen humor y la amabilidad se ha perdido al igual que las esperanzas de que todo pueda mejorar.
***
Logré terminar de ponerle la venda al militar y éste, como si una bala no estuviera incrustada en el hueso de su pierna izquierda, se paró y comenzó a caminar. No quiero ponerme nervioso, quizás es un ataque de paranoia, pero aquel hombre está actuando raro. Camino unos cuantos pasos detrás de él pero enseguida me hago cargo de una adolescente que tiene una herida en su frente. Le digo que me siga para atenderla. Entro a mi carpa y recuerdo que me hace falta alcohol y algodón.
—Oye, ¿podrías esperar ahí recostada? —Le señalo la camilla— Tengo que buscar algodón y alcohol para poder atenderte.
Ella asiente con la cabeza, sonríe y se acuesta en la camilla.
Salgo de la carpa y me encuentro con uno de los médicos llorando. Me acerco a él.
—Hola, ¿qué pasa?
No me responde pero sé quien es. Es el Dr. Mella. Hace dos semanas que perdió a su esposa y sus dos hijos cuando un hombre los apuñaló a los dos. Él se salvó porque en ese preciso momento las tropas del Ejército Nacional aparecieron y se hicieron cargo del agresor.
—Es lo de siempre —me dice— es mi culpa. Están muertos por mi culpa.
—No digas una...
Unos gritos llamaron mi atención y la del Dr. Mella. Una mujer que se encontraba de pie en la entrada de una carpa gritaba de horror al ver al militar que atendí vomitando en frente de ella. Era un hecho, aquel hombre estaba infectado. El Dr. Mella me dice que se irá a buscar a ayuda antes de que todo empeore. Vuelvo a mi carpa y cuando entro la adolescente se encuentra sentada en la camilla y temblando de miedo. Me acerco a ella y le digo que todo estará bien. Escuché un disparo y los gritos de la mujer cesaron. El silencio reinaba.
***
Aún no decido salir para no tener que ver el cadáver de aquel hombre allí tirado. La adolescente parece más calmada. Escucho los pasos de unas botas. 'El ejército se hizo cargo', pienso. Los pasos se escuchan con más claridad y se detienen.
—Escuchen. —Dice una voz fuertemente— estamos buscando a una persona.
¿Buscando? ¿Acaso no fue el Ejército que disparó y aniquiló al infectado? Miro a la joven y ella niega con la cabeza, al parecer cree que le estoy preguntado si la buscan a ella.
—Sólo estamos aquí ara buscar a una persona...a Rafael Lano.
Debe ser una broma.
—Por favor —insiste la voz del desconocido— Rafael Lano.
No tengo la menor idea de quienes son estos tipos.
—Venimos en son de paz.
La única forma de averiguarlo es saliendo pero temo de que algo malo pase. Saldré sin importar lo que pase. De todos modos, no hay futuro. Cuando logro ver hacia afuera veo un grupo de seis hombres con una vestimenta de combate de color negro. Claramente no pertenecen al Ejército Nacional.
—Yo soy Rafael Lano. —Grito.
El grupo completo mira hacia mi dirección.
—Acompáñenos. —Es la misma voz que había hablado antes y pertenece a un hombre de algunos cuarenta años, quizás el mayor de todos.
—¿Quiénes son ustedes? —Pregunto disimulando mi temor.
Todos se miran y se ríen.
—Oye amigo— dice uno que sostiene un mapa y una pistola —¿quieres morir en esta ratonera?
Lo de morir era cierto. Si todo seguía de esta manera, que al parecer seguiría sin ningún tipo de inconveniente, la muerte era algo inevitable. Miro hacia el interior de la carpa y veo a la adolescente completamente asustada.
—Aquí tengo a alguien herido ¿puede acompañarme?
Los otros seis hombres forman un círculo y empiezan a hablar entre ellos. Llegan a una conclusión y habla el que parece ser el cabecilla.
—¿Ha mostrado algún síntoma?
—Si —grito— tener miedo es uno pues sí.
—Bien, no tenemos problemas, puede venir.
Camino hasta la adolescente.
—¿Tienes padres?
Niega con la cabeza.
—¿Te gustaría venir conmigo?
—Sí —dice hablando por primera vez— es sólo cuestión de tiempo para que este Centro de Atenciones Primarias termine infectado.
Me asombra su lógica y le ayudo a bajar de la camilla. Ambos salimos de la carpa agarrados de la mano.
—Por aquí. —Dice el hombre del mapa señalando una camioneta estacionada al lado de la última carpa.
Parecen un grupo preparado y me intriga saber que hay detrás de todo aquello.
El vehículo al que nos subimos en un Jeep todo terreno de color rojo. La adolescente, dos hombres más y yo nos sentamos en la parte trasera. Delante, al volante, el mayor de los seis está conduciendo el vehículo y a su lado está el que lleva el mapa. Los otros dos que sobran se sujetan de la puerta. Quien conduce me mira a través del espejo.
—¿Confía en nosotros? —Me pregunta.
'¿Confiar?', digo en mi mente.
—¿Usted confía en él? —Pregunta la adolescente de repente.
El compañero del conductor mira de reojo.
—Sí. —Responde el conductor sin titubear.
Ese hombre confía en mí pero no le conozco. Él debe de saber algo sobre mí, aparte de mí nombre. Sólo me queda esperar lo que está por venir y espero que sea algo mucho mejor que un Centro de Atenciones Primarias.
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