𝑷𝒓𝒐𝒎𝒆𝒔𝒔𝒆
El pequeño grupo miró a ambos jóvenes con una pizca de curiosidad, pero esta vez fue Lorenzo quien intervino.
- Simonetta, él es mi hermano menor, Giuliano - dijo con una sonrisa, presentando al chico de mirada altiva y sonrisa torcida -. Disculpa su descaro, hoy se siente eufórico tras su victoria en Il Calcio - se excusó Lorenzo entre risas, aunque la mirada que echaba a su hermano parecía ser lo suficientemente seria.
- Oh, ¿ese juego de bestias en el que habéis participado? - cuestionó ella con arrojo pero dulce voz, sarcástica, posando la mirada en Giuliano - Cualquiera diría que puede uno sentirse orgulloso por ello.
Sus mordaces palabras silenciaron por completo a Lorenzo, a la par que dejaron inmóviles tanto a Arabela como a Giovanni, pero parecieron divertir a Giuliano, quien soportaba la mirada de Simonetta con los ojos ligeramente entrecerrados. Pasaron unos segundos hasta que este contestó, ensanchando su sonrisa taimada, sin embargo, sus palabras fueron apenas un murmullo que únicamente la joven comprendió.
- Y, efectivamente, mi teoría estaba en lo cierto, signorina Cattaneo.
Ella volvió a fruncir el ceño, visiblemente molesta, pero cuando fue a abrir los labios para espetarle qué quería decir con eso, Lorenzo, comprobando la tensión que se había creado entre ambos sin entender muy bien el por qué, volvió a interrumpir.
- ¿Qué deseáis beber, signorina Simonetta? ¿Vino, quizás?
Alargó la mano hacia ella, que aún tenía los labios ligeramente entreabiertos en una respuesta hacia Giuliano que no se había materializado. Casi sin pensar, esta tomó la mano que se le ofrecía y asintió, apartando la mirada de aquellos iris verdosos que parecían burlarse de su persona.
- Vino está bien, sí - sentenció firmemente, a la par que tornó el rostro hacia Arabela, que les miraba a ambos de mala gana - ¿Nos acompañas, querida? - dijo invitándola, esperando en su fuero interno que su amiga no se hubiera molestado con ella.
Por suerte, la joven Pitti poseía un corazón cándido y aceptó la invitación de buen grado, alejándose los tres de Giovanni y Giuliano, quienes habían decidido declinar la invitación de una buena copa de vino toscano. Las horas en el jardín de aquella villa parecían pasar de forma más rápida que en el mundo normal, como si aquel oasis natural de fiesta y jolgorio resultase una cápsula donde el tiempo debía detenerse y resultar eterno. Lorenzo enseñó a las jóvenes el resto de aquel extenso bosque, bebieron vino y pudieron comprobar ligeramente los efectos embriagadores del mismo, aunque con los límites que la decencia les permitía. Ya avanzada la tarde, los músicos dejaron de tocar música de ambiente y entonaron melodías conocidas que invitaban al baile y a la dispersión. Gaspare, en ese momento de pequeña felicidad que hacía tiempo que no sentía, tomó las manos de su hija y comenzó a danzar con ella a la manera genovesa; pulcra y delicada, de movimientos lentos pero hermosos. Recibieron los aplausos de una multitud, que posteriormente se unió al baile con ellos; aquel día, Simonetta sonreía, reía: brillaba. Una vez su garganta se había secado como consecuencia de varias danzas seguidas, se alejó en busca de una copa de vino, a la par que buscaba con la mirada a Arabela, a quien hacía tiempo que no conseguía ubicar. Cuando llegó a la mesa más alejada del gentío para servirse de una de las jarras que allí reposaban, llegó a sus oídos retazos de una conversación; al fondo, entre la espesura de algunas plantas, había un banco de piedra en el que dos personas hablaban animosamente. A pesar de que el sol se estaba poniendo ya por el horizonte y la visibilidad comenzara a dificultarse, pudo intuir de quienes se trataba: eran Arabela y Lorenzo. Sonrió para sí, contenta de que hubieran encontrado un momento para conversar a solas. Llevó la copa a sus labios, ensimismada tanto por sus pensamientos como por el vino ya ingerido.
- Habéis declinado su invitación por Arabela, ¿no es cierto?
La voz de Giuliano la hizo girarse con desgana; el joven tomó la misma jarra de vino y llenó su copa, alzándola después hacia ella en señal de brindis. Simonetta, en cambio, apartó la mirada.
- No es algo que os incumba - respondió tajante.
- ¿Ah no? - preguntó él, alzando las cejas sorprendido, aunque de forma algo irónica -. Creo que las relaciones de mi hermano deben importarme.
La joven no le miraba, por ello Giuliano se acercó a ella, situándose delante para que se viera obligada a alzar los ojos y mirarle. Su rostro resultaba hermoso, no cabía duda; tanto él como Lorenzo poseían un aire majestuoso, propio de quien tiene una seguridad y un arrojo envidiables. Por lo poco que había podido atisbar y conocer de ambos, a pesar de llevarse pocos años y de envolverles ese aura carismática, tanto el físico como sus aptitudes resultaban ser muy diferentes. Lorenzo, por un lado, parecía ser el literato, el erudito, el poeta. Giuliano, por su parte, el hermano irracional, impetuoso, el soldado. Y estaba claro por cuál de los dos más favor podía sentir ella.
- Quizás deberían preocuparle más las suyas, signore - terció, mirándolo fieramente.
El joven Médici rio ante sus palabras, ¿cómo había podido sentirse atraída por él aunque hubiera sido por unas horas? Se preguntó a sí misma la genovesa, torciendo el gesto ante su risa. La prepotencia de aquel joven sólo podía ser comparable a la extraña fijación que este poseía por burlarse de ella.
- ¿Quién le ha dicho que crea en los asuntos del amor, signorina? - contestó en un susurro, llevándose la copa a los labios.
Simonetta volvió a apartar la mirada, pero sintió los ojos de él fijos en su rostro. Comenzaban a ponerle bastante nerviosa aquellos iris verdosos, que parecían esconder un doble sentido en todas las palabras que Giuliano pronunciaba.
- Es cierto, es un sentimiento demasiado puro como para vos - murmuró ella, pretendiendo herir, en vano, su orgullo.
- En tal caso, vos deberéis sentirlo profundamente - respondió de igual modo Giuliano, aunque su sonrisa, por lo que pudo deducir Simonetta por el rabillo del ojo, parecía verdaderamente amistosa.
¿Había sido aquello un halago? La genovesa tomó un sorbo de vino y volvió a alzar la mirada, para encontrarse con la suya, que permanecía muy fijamente clavada en Simonetta. De pronto, sintió su garganta secarse, aunque frunció la frente de inmediato, borrando cualquier pensamiento demasiado amigable hacia él.
- ¿A qué teoría se refería antes? - preguntó ceñuda, aunque aparentando con su voz una firmeza que no poseía.
- ¿Cuál, signorina Cattaneo?
Por el tono utilizado, la joven sabía que volvía a burlarse de ella. Pero quería respuestas.
- Me dijo algo parecido después del gioco y cuando nos presentaron, ¿a qué se refiere?
Giuliano esbozó su sonrisa torcida.
- Si se lo digo, será con un trato.
- No hago tratos con desconocidos - respondió contundente, comenzando seriamente a molestarse.
- Vuestras palabras no hacen más que confirmármelo - el Médici ladeó la cabeza, divertido por el aparente enfado de ella.
No obstante, Simonetta asintió, frunció los labios y se giró, dispuesta a marcharse de la manera más digna que creía posible. Aquel noble florentino no iba a seguir riéndose de ella por mucho que fuera un maldito Médici, pensó para sí. Nada más dio el primer paso para unirse de nuevo al baile, sintió como Giuliano había tomado su mano delicadamente, reteniéndola en aquella conversación de la que pretendía escapar. Se giró de mala gana, clavando sus iris grises muy seriamente sobre él. Sin embargo, ahora Giuliano se mostraba sosegado, casi solemne, apretando la mandíbula y provocando que sus facciones endurecieran bajo el verde de su mirar.
- Que detrás de ese rostro de ángel existe un carácter ardiente como el fuego.
Su voz fue un murmullo que dejó sin palabras ni aliento a Simonetta. ¿A qué se debía aquello? Ante la inmóvil genovesa, él soltó su mano, esbozó una sonrisa y, tal y como había hecho ella momentos atrás, volteó para marcharse. Pero esta vez fue ella quien le detuvo, más curiosa aún que antes.
- ¿Y qué trato quería proponerme? - preguntó, antes de que el joven se deslizara entre las sombras que comenzaban ya a caer sobre el jardín del palazzo.
Giuliano se tornó, pero lejos de cualquier petición que pudiera haber imaginado Simonetta, su respuesta volvió a dejarla, por segunda vez consecutiva, sin réplica.
- Acepte la invitación de Lorenzo, signorina Cattaneo. Venga con Arabela si lo desea, pero no desestime la oportunidad - y acto seguido, se desvaneció en la incipiente oscuridad.
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