𝑰𝒍 𝑷𝒂𝒍𝒂𝒛𝒛𝒐 𝑷𝒊𝒕𝒕𝒊
𝟐 𝓭𝓮 𝓪𝓫𝓻𝓲𝓵 𝓭𝓮 𝟏𝟒𝟔𝟗
Simonetta despertó con el alba, como aquellas golondrinas que se comenzaban a posar en la barandilla pétrea del balcón de su alcoba y empezaban a entonar dulces melodías. Hoy el día sería resplandeciente, no cabía duda. Se desperezó en la mullida cama, estirando su largo y níveo cuerpo por toda la superficie. Había dormido toda la noche de seguido, realmente cansada después del viaje. "Un momento, el viaje" pensó la joven, que por un instante había olvidado que ese día no se despertaría en su apacible villa de Porto Venere, si no en uno de los palazzos más importantes de toda Florencia. Inmediatamente, sonrió: hoy sería un gran día.
De un salto, bajó de la cama, un poco más alta de lo que ella estaba acostumbrada, y fue corriendo al balcón a retirar las contraventanas de madera tallada, que ya dejaban entrever por sus rendijas los rayos del sol naciente. Cuando lo hizo, el sol impactó en sus ojos claros y tuvo que llevarse la mano a la frente. Habían llegado el día anterior, prácticamente cuando la noche se cernía sobre la ciudad. Simonetta había mirado embelesada todas las calles por las cuales el carruaje los llevaba de camino al palazzo Pitti, al otro lado del ponte Vecchio, por el cual habían pasado entre multitud de personas que se agolpaban para comprar en los puestos ambulantes que los mercaderes extranjeros montaban cada día, con multitud de curiosidades exóticas. Cuando pasaron ya era tarde y muchos se encontraban recogiendo las mercancías que no habían conseguido vender, pero la ciudad respiraba un alma y una vida que emocionó a la joven. Jamás había visto tanto movimiento ni había estado entre tanta gente. Encandilada por su primera visión de Florencia, Simonetta apenas pudo ya articular palabra cuando se encontró frente al palazzo; resultaba ser una construcción tremendamente novedosa, de hecho, según se decía, competía en elegancia y extensión con el palazzo de los Médici, la familia gobernante de la ciudad. El almohadillado de su fachada se encontraba en boga, pero el edificio resultaba ser tan extenso que aún no habían terminado de decorarlo, según había dicho su padre. Luca Pitti había recibido una suma de dinero muy importante después de apoyar el gobierno del anterior Médici, Cosimo, y todo cuanto había ganado lo invertía en aquella lujosa residencia, envidia del resto de familias florentinas.
- Demasiado opulento, ¿no crees, mi fiore? – preguntó su padre por lo bajo, con una sonrisa en los labios mientras Simonetta miraba fascinada a través del ventanuco del carro.
Su hija apenas podía articular palabra, o puede que quizás ni siquiera le hubiera escuchado. Nada más atravesaron la entrada y se sumergieron dentro del palazzo, un hombre les abrió la puerta del carruaje y les ayudó a apearse de él. Fue ese el preciso instante en el que conocieron tanto a Luca como a su esposa, Concetta, quienes se acercaron para saludar a sus familiares lejanos.
- ¡Primo Gaspare, cuantísimo tiempo! – dijo Luca con una sonrisa, abriendo los brazos para abrazar fraternalmente a su padre - ¿Ha sido muy angosto el viaje?
El messier era un hombre bastante más mayor de lo que la joven hubiera esperado, pero sus ojos destilaban un brillo pícaro que parecía albergar un alma, aún, muy activa. Su pelo canoso, al igual que la barba, le caía desordenado sobre los hombros y, bajo el punto de vista de Simonetta, le hacía parecer desenfadado, agradable incluso, cosa que nunca se hubiera esperado de la imagen canónica que tenía sobre los banqueros florentinos a los que sólo les importaba acumular préstamos y cobrar intereses. Sin embargo, se recordaba a sí misma, no muchas personas hubieran ayudado tanto a alguien con quien únicamente compartía un lejano tío abuelo y menos aún le hubieran tratado con la cercanía con la que Luca hablaba a su padre.
- No, por supuesto, pero no puedo decir lo mismo para mi hija – contestó Gaspare animadamente, haciendo un ademán con la mano para señalar a la joven, quien se encontraba tras él –. Tiene los huesos poco curtidos en viajes de larga distancia.
Luca rió, pero cuando posó los ojos en Simonetta pareció algo sorprendido. Agachó levemente la cabeza en una pequeña reverencia y volvió a sonreír.
- Viva imagen de su madre – pronunció en un tono más bajo del habitual, con sumo respeto –. Madonna, que belleza sin igual. Encantado de conocerla por fin, joven Simonetta.
La aludida agachó la cabeza, en señal de respeto, pero no pudo evitar reprimir una pequeña sonrisa ante la comparación de Luca con su madre; aquello la henchía de orgullo.
- Igualmente, messer, gracias por su hospitalidad – respondió ella cortésmente, con voz dulce pero firme a la vez.
- A vos, signorina – Luca sonrió, complacido, y se volvió hacia su padre –. Que educación más exquisita, Gaspare, tenga cuidado o todos los muchachos de Florencia se prendarán de ella.
Ambos rieron ante la ocurrencia, incluso Simonetta; aunque ella confiaba en que aquello no ocurriría, algo dentro de sí la removió. Nunca había sido pretendida y su padre tampoco había dispuesto o pensado en su casamiento aún. También, era cierto, que Porto Venere a pesar de ser una ciudad preciosa, no tenía mucha población, y aunque ella sí que había tenido relación estrecha con algún joven de su edad, este no le había interesado para aquellos menesteres, en numerosas ocasiones por la estrechez de sus miras y la falta de conversaciones interesantes, o si habían intentado cortejarla, ni siquiera se había percatado. Ciertamente, no se le daban demasiado bien aquellos temas.
- Gaspare, permíteme presentarte a Concetta, mi esposa.
Luca Pitti alargó la mano y una mujer se acercó hasta ellos; era bastante más joven que su marido, o al menos las diminutas arrugas que surcaban su rostro así lo atestiguaban. Su fino rostro era muy agraciado, con unos ojos marrones enmarcados por unas cejas tan oscuras como su cabello. Sonreía con timidez, pero su mirada resultaba penetrante e incluso analítica cuando miró a Simonetta, aunque ella, en su ingenuidad juvenil, no le dio ninguna importancia. Esta saludó a su padre con un leve cabeceo antes de hablar.
- Bienvenidos a nuestro humilde hogar, ya han sido preparadas sus alcobas – su voz era dulce y serena, pero en ningún momento pareció dirigirse a la chica –. Espero que sean de su agrado.
Esa noche fueron los invitados de honor. Simonetta se encontraba aturdida, fruto del cansancio y de la emoción, pero cuando acabó la larga velada y se metió en aquella alcoba, su nueva alcoba, pensó que jamás olvidaría aquel día. Aquel día en el que todo comenzaría, aquel día que, efectivamente, iba a cambiar su vida para siempre.
¡Buenos días, florentinos y florentinas! Este capítulo es la primera parte de la llegada de Simonetta a la ciudad; es un poco más corto que el resto, pero en el próximo conoceremos las nuevas sorpresas que esperan a nuestra protagonista...
En esta ocasión, deciros que todos los personajes que aparecen en la narración son reales a excepción de Concetta que, por cierto, ¿qué os ha parecido su corta intervención? Luca Pitti fue un personaje real, un banquero dueño del Palazzo Pitti, que incluso se puede visitar actualmente y el cual posee uno de los jardines más impresionantes de toda Florencia. ¿Te apetece saber más? ¡Comenta abajo!
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