𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑰𝑰𝑰 : 𝑺𝒊𝒈𝒏𝒐𝒓𝒆𝒔 𝒅𝒆 𝑭𝒍𝒐𝒓𝒆𝒏𝒄𝒊𝒂
El trayecto desde la plaza de la catedral hasta el Palazzo Médici se hizo demasiado corto para Simonetta, quien absorta, no dejaba de repetir las palabras de aquel joven, mientras que a Arabela se le hacía cada vez más largo por el mutismo de su acompañante. Normalmente era ella quien callaba y era el resto de personas quienes la instaban a hablar.
- ¿De verdad que te encuentras bien, Simonetta? - preguntó por tercera vez la joven, sacándola de su ensimismamiento.
- Sí, sí, de verdad. Simplemente el juego... me ha dejado impresionada - mintió ella, sonriendo a una Arabela más tranquila tras sus palabras.
- Lo comprendo... Discúlpame, hoy estoy muy parlanchina...
- Sí que lo está, sí - observó la señora María, que las miraba a ambas con los ojos entrecerrados, intentado meterse en sus jóvenes mentes -. Me pregunto por qué será...
En ese momento, la florentina enrojeció, como si de verdad su aya hubiera podido colarse en su pensamiento y ver aquello que le hacía palpitar fuertemente el corazón con cada metro al que se acercaban a la residencia de los Señores de Florencia.
- Pu... pu...pues... - balbució ella - Estoy ansiosa por ver a mi hermano, María - terció de forma abrupta Arabela, quitando rápidamente la mirada de la mujer para dirigirse a Simonetta -. Vive en Milán y no le veo desde adviento, ¿lo sabías? Ha sido invitado por Lorenzo, son grandes amigos desde niños.
- No, no lo sabía - contestó la genovesa, saliendo por un momento de su ensimismamiento.
- ¿Sólo por ver a tu hermano? - cuestionó María, con un tono algo pícaro - ¿Está usted segura signorina?
Simonetta reprimió una sonrisa al escucharla; el nerviosismo de Arabela era latente, pero evitó hacer ningún comentario al respecto pues no la conocía demasiado y no quería importunarla, al contrario que su nodriza, que parecía divertida ante la vergüenza de un amor juvenil descubierto. Decidió intervenir y desviar el tema para que esta se calmase antes de bajar del carruaje o, de lo contrario, estaba muy segura que iba a comenzar a hiperventilar.
- ¿Por qué vive tu hermano en Milán?
Creyó escuchar un resoplido de la joven ante el giro de la conversación, que alegremente contestó, haciendo caso omiso de la ligera risa de María.
- Se encarga de los negocios del banco Pitti en Milán y apoya también los intereses de los Médici allí.
- Otra vez ellos - contestó Simonetta, casi sin poder evitarlo.
- ¿Disculpa? - preguntó Arabela, arqueando las cejas ante la respuesta.
Simonetta calló. Algún día el no saber controlar las palabras que salían de su boca le iba a provocar un verdadero problema. Por suerte, esta vez se había controlado y Arabela era lo suficientemente comprensiva.
- Quiero decir que parecen los dueños, no sólo de Florencia, sino de todas las ciudades de Italia... - giró el rostro hacia la ventana del carruaje, pues habían girado un recodo y se comenzaba a ver un gran palazzo engalanado con motivos de celebración - Nunca había conocido a una familia aparentemente tan poderosa ... - "Y eso sin contar con que el cabeza de familia parece estar muy débil" añadió para sí, sin querer exteriorizarlo por si su comentario resultaba ser excesivamente honesto.
- Lo son, son los Señores de Florencia - terció Arabela, mirando igualmente por la ventana cómo se aproximaban a aquel imponente edificio de lujosa fachada.
Apenas habían bajado del carruaje cuando una voz se elevó sobre el ruido de cascos de caballos y las conversaciones de los invitados.
- ¡Arabela!
La morena se giró en redondo, y Simonetta pudo apreciar el gesto de felicidad más pura en el rostro de su amiga.
- ¡Giovanni! - gritó ella, que corrió a los brazos de su hermano, quien sonreía abiertamente al verla.
Ciertamente, se parecían mucho; era un chico alto, con el cabello oscuro semejante al de la joven, aunque los ojos negros de él eran negros como el azabache y lo de su hermana, del azul más puro que el cielo. Simonetta les contempló enternecida; había sido hija única y, en el fondo, sentía algo de envidia de aquellas muestras de afecto y respeto. Después de estar unos segundos abrazados, Arabela se separó finalmente de su hermano y se alisó la falda verde de su vestido, a la par que miró a ambos lados, un poco avergonzada por la emoción que le había provocado. Sin embargo, nadie había reparado en ellos, nadie salvo la genovesa, que los miraba con una tierna sonrisa unos pasos más atrás. Cuando los ojos de Giovanni Pitti se posaron en ella, este tuvo la certeza de que jamás había visto a una criatura tan bella en toda su vida.
- Giovanni, hijo mío - Luca acababa de bajar del carruaje y había acudido presto a saludar a su querido varón con un breve pero fuerte abrazo -. Giovanni, ella es la hija del signore Gaspare Cattaneo della Volta, Simonetta - dijo el hombre, una vez se habían separado, señalando a la joven con la mano.
Simonetta cabeceó ligeramente, en señal de saludo, a lo que Giovanni respondió de igual modo, cautivado al verla más de cerca. Sus ojos la estudiaron con interés, según notó la genovesa, aunque eso no impidió que le saludara cortésmente.
- Encantada de conocerle al fin Giovanni, Arabela ha podido hablarme mucho de vos - dijo finalmente ella, con voz dulce.
Giovanni, sonrió.
- Tutéame, per favore, Simonetta. Encantado de conocerte, también.
En ese momento, los criados del palazzo les indicaron que se adentraran en el interior de la residencia, conduciéndoles al jardín de tan maravilloso edificio. A medida que atravesaron el gran comedor y el pasillo que daba a los exteriores, Simonetta no pudo evitar quedar embelesada ante la grandeza y opulencia de aquella noble casa. Armaduras, esculturas, muebles de bella manera con ornamentaciones igual de preciosas llenaban las estancias por las que pasaban. Arabela sonrió ante el gesto de la joven; ella estaba habituada, pero todo era nuevo para su amiga. Una vez salieron al jardín, todo se volvió incluso más magnífico que lo anterior; bien era cierto que no resultaba ser tan extenso como el jardín Pitti, pero era infinitamente más elegante y exótico. Simonetta se encontraba maravillada, jamás había visto algo tan hermoso. La vegetación rodeaba los muros y creaba la sensación de encontrarse en un ambiente completamente salvaje, pero a la vez, tranquilo y sosegado. Existía un espacio central, con una fuente donde manaban aguas cristalinas y daban algo de frescura a aquel día tan caluroso. La misma fuente se hallaba coronada con una escultura pétrea que Simonetta reconoció como Diana cazadora. Quizás lo que más le llamó la atención de aquel conjunto fue la cantidad de esculturas de apariencia clásica que adornaban el jardín; decenas de cuerpos esbeltos modelados de mármol blanco engalanaban aquel lugar, aportándole un aire culto y refinado. En el centro de aquel oasis de arte y vegetación, cerca de la fuente, varias mesas con gran cantidad de víveres, desde frutas hasta carnes y pescado, se encontraban dispuestas para dar de comer a los invitados, que se iban reuniendo a medida que pasaban los minutos. Cuando los Pitti junto con Gaspare y Simonetta salieron al jardín, ya había una notable cantidad de hombres y mujeres dispersos por el espacio, todos ellos ataviados con vestimentas de llamativos colores propios de aquel ambiente primaveral. Un grupo de músicos, que Simonetta intuyó que era el mismo que el que se encontraba animando il Calcio, tocaba música alegre para acompañar la velada.
- Arabela, Giovanni, enseñadle a la joven Simonetta los jardines, per favore - Lucca sonrió a sus hijos, a la par indicaba a Gaspare que le siguiera, dispuesto a presentarle a las más altas personalidades florentinas.
Apenas hubo acabado la frase, Simonetta había comenzado a rondar el espacio, dirigiéndose a una escultura que había llamado su atención, sin percatarse siquiera de que algunas miradas de los asistentes se habían girado hacia ella.
- Es maravilloso - suspiró una vez se hubo detenido frente a su objetivo. Una escultura de bronce de un joven cabizbajo con una espada en su mano derecho parecía sonreírla desde la altura de su pétreo podio.
- ¿Te agrada? - preguntó una voz muy cerca de su hombro, sobresaltándola.
Giró el rostro hacia su derecha y allí descubrió a un joven, bastante más alto que ella, que se encontraba a su lado. Tuvo que alzar la mirada para observar su rostro; unos ojos castaños contemplaban la escultura que se encontraba frente a ellos, a la vez que esbozaba una agradable sonrisa. Aquel joven poseía una complexión fuerte, genuina, que se atisbaba bajo un traje aterciopelado azul oscuro; su presencia era impotente y cuando tornó la mirada hacia ella, creyó que le cortaba la respiración. Sus ojos destilaban carisma y amabilidad, enmarcados por los rizos castaños que caían sobre un rostro que a Simonetta le pareció hermoso. Se quedó callado, observando a la estupefacta joven, que no se esperaba su presencia.
- Simonetta - llamó Arabela a sus espaldas - Oh, veo que ya conoces a... - pero el joven la interrumpió, extendiendo la mano para coger la de ella. La genovesa cedió, y pudo descubrir que en su dedo anular lucía un anillo con una gran esmeralda con un escudo tallado.
- Lorenzo, Lorenzo de Médici - se presentó él, llevando su mano a los labios, para depositar un suave beso -. Encantado de conocerla, Simonetta.
Ella cabeceó ligeramente como respuesta.
- Lo mismo digo, signore - sonrió dulcemente, a la vez que miraba alrededor de nuevo -. Este lugar es maravilloso.
Lorenzo pareció orgulloso ante sus palabras; mientras tanto, Giovanni y Arabela les observaban, unos pasos más atrás.
- ¿Qué es lo que le llama tanto la atención, signorina Simonetta? - preguntó con curiosidad el joven Médici, sin apartar la mirada de su invitada.
- Las esculturas, sin duda - respondió tras unos segundos, volviendo la vista a la escultura que tanto había le había cautivado -. Dentro de este hermoso jardín es como si nos encontráramos en otro tiempo - murmuró, aunque Lorenzo, por su cercanía, pudo escucharlo perfectamente.
El joven sonrió abiertamente ante sus palabras.
- ¿Le gusta la cultura clásica, signorina?
- Sí - respondió con una sonrisa, ligeramente emocionada ante la pregunta -. Desde pequeña mi madre procuró que supiera leer en latín y griego - una pizca de orgullo embargó su corazón -. Es por ello que las obras de Hesíodo y Homero han sido mi principal referencia desde siempre.
- Interesante... - murmuró Lorenzo, notablemente interesado en las palabras de la joven.
En su pequeña conversación, apenas habían reparado que los hermanos Pitti seguían con ellos, era como si ambos se hubieran aislado casi sin pretenderlo.
- Simonetta es hija de Gaspare Cattaneo della Volta, el nuevo socio de vuestro padre, Lorenzo - dijo de pronto Arabela, interrumpiéndoles.
Cuando Simonetta reparó en ella, observó una ligera mueca que interpretó rápidamente como desdén. Al escuchar aquello, el joven Médici se volvió de nuevo hacia la rubia, con una sonrisa tímida pero segura.
- En tal caso, puedo invitarla a mi biblioteca personal, signorina Cattaneo - la forma de pronunciar su apellido resultó extrañamente familiar a la genovesa, aunque se encontraba más preocupada por que su amiga no se encontrara incómoda ante el aparente interés de Lorenzo hacia ella -. La colección que poseo es, sencillamente, envidiable - recalcó él, con tono persuasivo ante el silencio de la muchacha.
- Gracias, sería estupe... - Simonetta iba a declinar elegantemente su oferta, pero una voz a su espalda la hizo callar de pronto, sin que pudiera terminar su frase siquiera.
- ¿Ya estás presumiendo de tu colección de intelectuales, hermano? - el tono socarrón de un joven que se hallaba a sus espaldas la paralizó por completo.
- Sí, Lorenzo ha invitado a Simonetta a verla, Giuliano - respondió Giovanni divertido, a la par que se acercaba a ellos junto con una Arabela de serio semblante.
El misterioso joven se internó en el círculo justo al lado de Simonetta, a su izquierda. Ella alzó la mirada y lo vio. Ahora su rostro se encontraba limpio, sin sangre, arena ni sudor; las magulladuras apenas se notaban en aquella piel dorada por el sol, pero sus ojos verdosos seguían siendo un misterio. Era él. Se llevó una copa a los labios y bebió, aunque Simonetta pudo ver cómo sonreía maliciosamente.
- Ten cuidado o no volverás a salir de ahí, como le ocurre a él - respondió Giuliano sin mirarla siquiera -. Bienvenido de nuevo, Giovanni.
Ambos jóvenes se abrazaron efusivamente y, posteriormente, este saludó a Arabela.
- Giuliano - dijo la joven, algo más relajada y señalando a su compañera, que no había dado señales de movimiento desde la llegada del otro Médici - Esta es...
- Sí, lo sé, ya nos conocemos, ¿verdad, signorina Cattaneo? - respondió Giuliano, con una sonrisa torcida, tornando su mirada, finalmente, hacia ella.
Sin saber muy bien por qué, la genovesa apretó la mandíbula, algo ofendida por el descaro de aquel joven al que tan sólo había visto en una ocasión y en la cuál él había desaparecido antes de darle una respuesta.
- Lo cierto es que no tengo el gusto - contestó al fin y, aunque su tono no era todo lo cordial que debería, pareció divertirle.
- Qué extraño, no suelen olvidarme tan pronto - respondió él, sosteniendo finalmente la mirada de la joven con un brillo de malicia.
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