Capítulo 23
El oficial Hiraka nos guió hasta una sala de entrenamiento que era bastante similar a cualquier otro espacio minimalista que hubiese en la división del kidou. Me indicó que tomara asiento y él lo hizo frente a mí. Kimiko se mantuvo de pie junto a la puerta.
–Abarai-san –la llamó Hiraka –Sella la zona.
–Sí, oficial.
La veo conjurar una especie de campo de fuerza que como si fuera agua se va extendiendo por el shoji y los fusuma hasta abarcar el techo y suelo. No se siente diferente en ningún sentido.
–Puede que tengas un alza de reiatsu importante, por eso tomamos estas medidas, aunque puede no ser necesario… es mejor prevenir –explica Hiraka –No te predispongas a que ocurrirá algo malo, porque no lo hará. Solo queremos vencer esa barrera que te impide llegar a contactar con tu mundo interno…
–Yo creo, oficial Hiraka –interrumpió Kimiko –Que no es algo de reiatsu, sino que es demasiado tonto y se siente ridículo –se burló.
Guardo silencio, pero la miro furioso. Hiraka deja escapar una carcajada y sacude sus manos.
–Pues bien, Shiba-san –retoma –Acá a nadie le parece ridículo, todos debemos hacerlo si queremos avanzar en nuestro camino como shinigami. Por lo tanto, si quieres encontrar tu zanpakuto y ser un shinigami de verdad, tendrás que dejar tus reticencias de lado y ser… un poco ridículo. ¿De acuerdo?
Asiento. Hiraka es un tipo joven, en el lado de los vivos tendría unos veintiocho o algo así. Tiene buen humor y es bien cool en realidad. Hacen un buen equipo con Kimiko y él le tiene mucha confianza, ya que le delega muchas funciones… excepto casos perdidos como el mío.
–Comencemos –dice finalmente –Cierra los ojos… –obedezco –Deja de mover el pie… –gruñe.
–Ya, ya –me retuerzo un poco y me palmoteo las mejillas –Ahora sí.
Trato de tomármelo con seriedad, pero mientras Hiraka me da las instrucciones de la respiración y me va indicando lo que debo sentir, que el flujo de energía, que el calor, que la frescura mental… me baja otro ataque de risa… de los que me suelen dar en clases de meditación. Claro que lo aguanto mordiéndome los labios. Sé que dije que quiero romperle el orto a Mizushima… pero así no se puede jajaja.
–Parece que se le hace muy difícil…
–¡Pero sí lo hace cuando se trata de su reiatsu! –escucho a Kimiko –¿Qué te pasa, tonto?
–Esto pasa cuando alguien no quiere entrar en su mundo interno –bufa el oficial, abro un ojo.
–Pero sí quiero hacerlo. ¡Tengo que hacerlo! No es solo mi zanpakuto… ¡es todo!
Hiraka me miró un instante fijo.
–Realmente vamos a tener que forzarlo feo, Abarai-san. ¿Lista?
–Sí, señor –asintió, abro los dos ojos ahora –Lo siento, Ikari-nii…
No alcanzo a darme cuenta cuando el oficial pone su palma sobre mi pecho, tal como antes lo hizo mi abuelo al ayudarme a liberar mi reiatsu, pero en esta ocasión pareciera que la mano me traspasa y se abriera espacio en mi cuerpo dolorosamente. Bajo la vista, Hiraka ya no me toca, pero hay una masa negra que se expande por mi pecho.
–¿Qué mierda es esto?
Pero todo se volvió confuso. Miles de imágenes pasan por mí, tan rápido que no puedo siquiera retener una por un segundo, de pronto todo se detiene. Comienzo a angustiarme al notar que no tengo control sobre nada de lo que está sucediendo. No puedo detenerlo ni seguirlo a la velocidad que impone. Me llevo las manos a la cabeza y jalo un poco del pelo, me duele el cerebro podría jurar. De pronto todo se detiene, aun el corazón me late a mil por hora y la respiración es superficial. Abro los ojos, no veo a Kimiko ni a Hiraka. Una niebla frente a mí y nada más. Es espesa. Alargo el brazo y trato de disiparla con la mano, pero es ella quien se pierde, ni siquiera puedo verla. Me pongo de pie y busco algo con la vista que me indique el camino, pero solo más de esa niebla. Comienzo a andar y siento el sonido de hojas a mis pies. Bajo la vista, son hojas blancas, hojas de papel. Me agacho y recojo una.
–Vaya… –estudio el dibujo en la hoja, es una especie de monigote vestido de negro con una espada en la mano –Surrealista…
La niebla comienza a disiparse. Ya no estoy en aquella sala en la división del kidou, sino que es similar a una alameda donde caminabamos con mamá cuando íbamos al jardín de infantes. El cielo está nublado, pero no hace frío. Es como un día de final de otoño. Los árboles no tienen hojas y todo es gris alrededor, el suelo lleno de esas hojas dibujadas. A unos metros comienzo a distinguir una figura agachada en el suelo. Es pequeña. Me acerco con sigilo mientras mis pies siguen pisando las miles de hojas en el piso. No suelto la que llevo en mi mano. La figura frente a mí se vuelve más nítida. Es un niño, rodeado de más hojas y muchos crayones a su lado. Parece ser el dueño de los dibujos. Doy un par de pasos más. Lo escucho repetir algo, un susurro. Parece escucharme porque levanta la cabeza y se queda estático. Se voltea hacia mí, sus ojos en los míos, esa sonrisa inamovible. Son mis ojos, mi sonrisa… A su lado mi viejo bolso de totoro. Viste esa camiseta que tanto me gustaba, una con un león, esa que rasgué una vez trepándome a una verja. Aunque la que lleva el niño estaba intacta, salvo por las manchas del crayón.
–Me lleva Aizen-sama –murmuro.
El niño ladea su cabeza con curiosidad. No es necesario que lo cuestione mucho, un escalofrío me recorre de pies a cabeza y siento que se me aprieta el pecho. Me muestra los lápices que tiene en su mano.
–¿Quieres pintar conmigo? –me pregunta.
No respondo, pero me siento junto a él. Lo veo volverse a su dibujo y continuar muy concentrado, otra vez masculla algo inentendible. Miro su labor y veo que es el mismo dibujo que traigo en la mano. Comienzo a levantar todos los que están a su alrededor… exactamente iguales. Las manos me tiritan, dejo todo a un lado. El niño sigue dibujando, una y otra vez. Apenas termina uno, continúa con el siguiente.
–¿Qué haces? –me atrevo a alzar la voz.
–Mi hermano dice que así se ven los shinigami –me responde y voltea la hoja hacia mí –Que visten así, de negro, que es como un uniforme de karate… y que llevan una katana… ¿Crees que se parece a uno? –asiento atónito –Genial, se lo voy a mostrar a mi papá –comenta emocionado volviendo a terminar su dibujo –Mi papá es el mejor papá del mundo. Él es un shinigami… es el mejor de todos los shinigami, eso dice mi hermano… pero yo no puedo verlo –bajó la voz y tomó el crayón –Mamá dice que no todos pueden ver a los shinigami. Pero ella sí puede… Yo quiero verlos, quiero verlos a todos. Quiero ver a mi hermano, a las hadas que dice mi mamá que me cuidan… y quiero ver a mi papá. Quiero ver a mi papá como shinigami. Mi hermano dice que papá se ve genial de shinigami… también quiero verlo como lo hace Kazui… ¿Tú puedes verlos? –me mira –¿Tú puedes ver a los shinigami?
–Ahora puedo, antes tampoco podía.
–¿Crees que podré verlos algún día? Si tú no podías y ahora puedes… –me pregunta con cierta angustia, asiento. Vuelve a su dibujo –Mi papá está enfadado conmigo porque no puedo verlos –murmura –Pero si le muestro el dibujo sabrá que sí puedo y dejará de estar enfadado. Siempre dice: ¿Cómo no ves eso, Ikari? Concéntrate –lo veo rayar el dibujo con frustración y pasa a otra hoja en blanca –Concéntrate, concéntrate, concéntrate… –lo veo pasar de un dibujo a otro, siempre lo mismo, mascullando "concéntrate, concéntrate" una y otra vez. En cuanto termina uno, lo aparta brusco y sigue con otro, es increíblemente veloz –¿¡Cómo no puedes verlo!? ¡Tienes que verlo! Concéntrate, concéntrate. ¿Cómo vas a defenderte de ellos si no puedes verlos? ¿Cómo no vas a poder verlos si yo puedo? Concéntrate, concéntrate… ¡Tienes que verlos, tienes que verlos!
Trago saliva espesa a escuchar esas palabras dichas por su voz de niño… por mi voz de niño. Las repite una y otra vez hasta que en mis oídos van cobrando las notas graves de mi padre. Siento mis manos empuñarse con fuerza y mi mandíbula tensarse. No eres como el resto, Ikari. Esfuérzate, concéntrate. Veo al muchachito rayar las hojas, murmurar esas palabras…
–Yo creo que sí puedes ver a los shinigami –le digo logrando sacarlo de su concentración y me queda mirando –Me ves a mí, ¿verdad?
Abre los ojos enormes y deja sus crayones de lado.
–¿Eres un shinigami? –pregunta con la misma expresión sin poder dar crédito a mis palabras –¡Eres un shinigami! ¡Puedo verlos! ¡Puedo verlos! –sonreía muy amplio –Le voy a decir a papá. Se va a poner muy contento. Kazui tenía razón. Él dice que si los dibujo mucho voy a poder verlos. Papá va a estar muy contento y me va a querer mucho –guarda silencio de pronto –¿Y dónde está tu katana? –achica los ojos en actitud cuestionadora –Los shinigami tienen katana.
–La perdí…
Ladea la cabeza y su mirada punzante se pierde reemplazada por una entusiasta.
–Puedo hacerte una si quieres –propone tomando una hoja blanca y un crayón. Lo veo dibujar nuevamente, ya no masculla, de hecho se sonríe mientras lo hace –Mi hermano dice que todas las katanas tienen un nombre. La de él se llama Karesansui, como los jardines de arena… La de papá se llama Zangetsu. ¿Ahora que puedo ver a los shinigami, podré ver sus katanas? –asiento –¡Cool! Mi papá siempre habla de su katana con Kazui y de las cosas que puede hacer con ella… ahora también podrá contarme a mí. ¡Voy a poder verlo! –vuelve a su dibujo –¿Cómo se llama tu katana?
–Sí –murmuro –Se supone que yo debería saber cómo se llama…
Termina de pasar el crayón por la hoja y la levanta para apreciar su trabajo. Para mi sorpresa es bastante bueno, es una katana de empuñadura verde. No me extraña, me gusta el verde. Se ve tal y como todas las otras katanas no liberadas. Me extiende el dibujo y lo tomo. Veo que empieza a guardar sus crayones en su bolso y se lo echa al hombro. Se pone de pie.
–¿A dónde vas? –pregunto.
–Voy a casa a contarle a mi papá que le dibujé una katana a un shinigami… –se lleva una mano a la nuca –¿Cómo te llamas, shinigami?
–Ikari Shiba…
–¡Vaya! Te llamas como yo –se ríe –Pero yo no soy Shiba, soy Ikari Kurosaki.
–Lo sé… –pero no me escucha, ya ha comenzado el camino y la niebla comienza otra vez. Me pongo de pie –¡Oye, espera! –guardo el dibujo en mi uniforme y salgo tras de él, pero no se detiene.
Mierda, sí es rápido. Corro entre la niebla y puedo escuchar sus pasos delante de mí pisando las hojas que cubren todo el suelo aun. Los árboles pasan a mi lado, pero no puedo dar con el niño, la niebla se vuelve más espesa. Lo escucho reír. Alargo el brazo y cierro la mano.
–¡Te tengo!
Se voltea. Me hago hacia atrás y lo suelto. Ya no es un niño… Es un espeluznante tipo albino de pelo largo en una cola de caballo. No tiene boca y sus ojos no tienen pupilas, solo un punto negro en medio de sus ojos. Se me erizan todos los pelos del cuerpo… Lo recuerdo… eso… lo veía mucho de niño… esta pesadilla. Como en esos sueños no se mueve, sino que me mira con esas tenebrosas pupilas como si se clavara en mi alma. Es en extremo delgado y alto, algo desgarbado. Sus manos son grandes y caen pesadas a sus costados. Viste un traje tan blanco como él que no puedo distinguir su forma. De él despide una especie de vapor o luz. Retrocedo un paso, mi movimiento es torpe y cortado, estoy tieso. Doy otro paso hacia atrás. El tipo sigue mirándome fijo. El cielo comienza a cerrarse y truena intenso… Truena sin rayos. Siento el latido de mi corazón contra mis oídos acelerado mientras ese monstruo me sostiene la mirada.
–Corre –escucho a mi lado y jalan de mi manga.
Me dejo arrastrar, es el niño que toma delantera. Me volteo para ver que el tipo se desliza sobre el suelo levantando a su pasar los dibujos por los aires. Si bien no tiene una velocidad alta, eso lo vuelve aun más siniestro, porque nos acorta la distancia rápido cuando pareciera que no se mueve. Otro trueno.
–¿Qué es eso? –le pregunto al niño.
–No lo sé… siempre ha estado ahí –responde agitado guiándome entre los árboles, el sujeto tras nosotros –Siempre está cerca… y me da miedo.
–A mí también –aseguro.
Tomo la delantera esquivando los árboles y llevando a Ikari tras de mí. Lo miro para cerciorarme que está bien.
–¡Detente! –grita y me jala hacia atrás.
El sujeto está frente a nosotros mirándome fijo. Siento que el niño me toma de la mano fuerte, está tiritando… y yo también. Otro trueno. Doy un paso hacia atrás y luego otro, pero pareciera que me muevo en el sitio. Otro trueno. La cercanía de ese monstruo hiela la sangre y siento la angustia de tener la muerte frente a mí… irónico. Truena y noto que la piel del albino brilla un poco al son de los truenos. Miro al cielo, no hay relámpagos… miro al muchachito que no le saca los ojos al bicharraco. Me jala de la mano.
Doy otro paso atrás y otro más, pero no nos alejamos nada. Escucho que la respiración del niño se vuelve agitada y comienza a gemir de terror. El ente albino sigue estático. Pareciera que nos contempla más bien. Hace tanto que no soñaba con él, y mientras más lo miro menos amenazante me parece. De hecho parece perdido también. Lo veo moverse lento. Otro trueno, su piel brilla ligero otra vez. Levanta una mano hacia el niño.
–¡Usa tu katana! –exclama Ikari aterrado.
Sin pensarlo realmente saco acelerado el dibujo del uniforme y cuando voy a arrojárselo encima –lo único que se me ocurrió– la hoja se enrolla sobre sí misma y…
–¡Cool! –exclamo y apunto al bicharraco con mi katana materializada –Ni te atrevas –gruño.
Truena otra vez. El bicho toma la katana por el filo y comienza a bajar la mandíbula como si quisiera abrir su inexistente boca. Los costados de sus mejillas empiezan a rasgarse a lo largo dejando ver el negro dentro de su boca, se me hiela la sangre y mi katana tirita. Comienza a tronar con fuerza y el piso tiembla. Siento que el niño me aprieta la mano con fuerza.
–No temas, Ikari –le digo –Es solo una pesadilla… Atrás.
Muevo el brazo con fuerza para lograr que suelte el filo, pero es más fuerte que yo. Veo que la katana comienza a teñirse del color albino del monstruo al tiempo que su boca se abre definitivamente y truena desde ella.
–Es solo una pesadilla –mascullo apretando aun más la katana –No eres real…
El suelo empezó a abrirse bajo nuestros pies y algunos de los dibujos caían dentro de las grietas. Siento que el chico se toma de mi uniforme por detrás. Una luz cegadora sale de la boca del ente y comienza a salir por entre las grietas desvaneciendo las hojas. El niño comienza a mascullar otra vez… concéntrate, concéntrate, concéntrate.
–No eres real…
–¿Cuál es el problema, Ikari? –el ente mueve la boca, pero su voz se escucha oscura y lejana como un eco por todos lados –¿Temes ver lo que hay dentro de ti? ¿Por eso no vienes a visitarnos? –frunzo el ceño y miro hacia el chico, tirita aferrado a mi uniforme. Me vuelvo hacia el bicharraco –Eres igual que ese –indica al niño –Siempre huyendo de mí… No has cambiado nada –suelta la katana y vuelve a su color original –El aspecto que tengo es el que tú me has dado… si ese es el problema… Pensaba, que luego de la última semana podríamos entrar en una tregua…
–¿La última semana? ¿Qué…? ¿¡Qué quieres decir!?
–¿No buscabas con tanto anhelo… eso? –su albina y escuálida mano indica la katana –Puedes quedártela… una katana sin alma no es mucho más de lo que ya tienes.
–¿Sin alma…? Tú…
–¡No lo escuches, Ikari! –grita el chiquillo jalando de la ropa –¡No lo escuches! ¡Es malo! ¡Si lo escuchas van a pasar cosas malas! –miro al ente –¡Es malo!
Afirmo la katana y la apunto al pecho del monstruo.
–El miedo… tal como la última vez… –esa voz vuelve a retumbar –¡El miedo es lo que nos tiene en este lugar! ¡Déjanos salir de una vez! –todo tiembla y miro hacia todos lados, los árboles comienzan a ser tragados por la tierra, las nubes se trisan y caen al suelo, a las grietas –Si no haces algo nos vamos a quedar todos en este lugar y todo será como antes…
–¿Antes…?
El ente solo me mira, pero mi vida pasa por mis ojos como una película. Toda ella. Mi mamá, papá, Kazui, la escuela, los juegos en línea, los cigarrillos en la ventana, la música, los dibujos, las clases… Rukia, Renji, Kuchiki Byakuya-sama, los chicos, Kimiko, Ichika… Ito, Tukusuma, Sasaki, Ayakama… Kuukaku, Ganju, mi abuelo…
–No, no como antes –digo y bajo la katana. El sujeto vuelve a cerrar la boca y esta se reconstruye a su piel como si hubiese sido de goma. La tierra sigue temblando, el cielo resquebrajándose dejando solo oscuridad a cada pedazo que caía. Ya solo la luz la emite el ente, las sombras y la niebla consumen todo –Pero… no sé qué hacer –me volteo hacia el niño –Perdóname…
Lo veo soltarme y soltar un suspiro. Deja de ocultarse y camina hasta quedar a mi lado. El ente le tiende una mano.
–¡No, no lo tomes! –exclamo, pero trato de moverme sin lograrlo –¡No le hagas nada!
–Está bien, Ikari –dice el niño con una sonrisa triste –No puedes quedarte aquí… Papá nunca podría encontrarte aquí y saber que puedo ver a los shinigami. Y un shinigami no es tal si no tiene una katana, ¿verdad?
–Pero sí la tengo… –miro el arma.
–Si te quedas aquí… papá nunca podrá ver que te convertiste en shinigami… –queda junto al ente –Y su nombre es Hageshiraiu –me dice antes de tomar la mano del ente.
Miro al sujeto… tiene sentido. Tormenta eléctrica… cool.
Apenas sus manos se tocaron una enorme luz invadió todo, me cubro el rostro con el brazo derecho, una ventolera surge de la nada y casi me hace caer al suelo. El ruido de los truenos es ensordecedor, como si el mundo se viniera abajo… a lo que siguió un silencio absoluto. Quito el brazo de mi cara y abro los ojos.
Estoy de regreso en la habitación de la división del kidou. Hiraka y Kimiko me miran con sonrisas orgullosas, ambos sentados frente a mí. Noto que no me he movido del lugar y que, de hecho, estoy tan sentado como en un comienzo. Miro a todos lados recordando al pequeño y sus dibujos… y a la siniestra figura con su voz envolvente.
–Tenías razón, Abarai-san –habló Hiraka –Es rápido…
–Fuimos algo brutales, Hiraka-san –suspira Kimiko –Pero efectivos.
Los veo bajar la vista y sobre mis piernas veo una katana.
–¡Por la puta madre! No era un sueño… –la tomo en la mano logrando que ambos se hicieran hacia atrás para no ser alcanzados por error –Cool.
–Supongo que la teoría de Yoshida-sama era la correcta –comenta el oficial –Estaba sellada. Pero… ¿por qué?
Paso una mano por el metal viendo como mi tacto deja una leve estela en él.
–Porque tenía miedo… –los miro –¿Es muy tonto?
–Bueno… –alza la voz Kimiko –Hisagi-san dice que quien no tiene miedo de su propia espada no tiene derecho a cargar una. No me parece del tonto… para nada –me sonríe dulce –Ahora eres muy cool, Iraki-nii, ya tienes tu katana… tu propia zanpakuto.
Asiento en silencio. Supongo que esperan que les cuente detalles, que les comente que el camino a ella fue largo y tortuoso, que me encontré con mis propios demonios allí dentro, que no me gustó nada lo que vi ni viví y que odiaría regresar a ese horrible lugar y verle la cara a esa cosa otra vez… el tema es que sé que tengo que volver a hacerlo… eventualmente. Pero en lugar de decir aquello…
–Tengo hambre –me llevo una mano a la tripa que gruñe.
Kimiko se pone de pie y la escucho reír disimuladamente, descorre el campo de fuerza que había puesto en la habitación. Hiraka me tiende una mano para ayudarme a incorporarme. Siento el peso de la katana en mi mano. Kimiko descorre el shoji.
–Muero de hambre –dice cuando todos hemos salido, Hiraka cierra la puerta.
–¿Nos retrasamos para la cena? –pregunto.
–Ikari… es hora de desayunar –bufa –Para ser hijo de Ichigo Kurosaki te tardaste bastante.
Una sonrisa burlona se dibuja en sus labios y le saco la lengua. La muy odiosa comparándome con el viejo. Eso me recuerda inevitablemente al Ikari de mi mundo interior. ¿Estaría aún allí? ¿El bicho y él habrán ido a algún lugar? Pero más allá de eso… Me recordó lo muy mal que me sentía del otro lado. Si bien Ikari Shiba tiene como objetivo reivindicar a su clan como actual líder, no puedo olvidar que Ikari Kurosaki sigue ahí dibujando shinigami esperando que así pueda verlos y ganarse el cariño de su padre… no puedo olvidar que antes de llegar aquí, yo era ese niño. Y esta zanpakuto se la debo a él.
–Muy pensativo –dice Kimiko mientras me guía a los comedores de la división del kidou –No te preocupes… es normal… El que no te guste lo que viste. Es normal… Ya la próxima se compone, ya verás.
¿Componerse? Eso espero. Me conformo con que ese bicharraco infernal se vuelva más guapo. Él mismo dijo que yo le había dado esa forma. La forma de mis pesadillas.
–Kim-chan –me mira curiosa –¿Qué había en tu mundo interior?
No responde, sino que continúa la marcha. Supongo que cada mundo interno es una batalla personal. Al menos sé que mejorará, al menos ahora ya tengo mi zanpakuto, ¿verdad?
–Se llama Hageshiraiu…
Kimiko se detiene y me mira fijo.
–¿Qué?
–Ese es su nombre…
Se lleva las manos a las sienes y se las soba. Suelta un suspiro.
–Por eso tardaste tanto. No te bastaba con sacarla de donde fuera que estaba, sino que debías comenzar a vincularte desde un comienzo –se trona los dedos –La próxima vez, en lugar de sentarse a tomar el té en tu salón de té interior, podrían los dos tener la amabilidad de pensar en quienes estamos del lado real.
–Eres tan adorable cuando tienes sueño y hambre, imouto… ¿Y si desayunamos en el Gotei? –achica los ojos –Podemos decir que quiero contarle a tu madre mis avances…
Entrelaza sus manos y juega con uno de sus pies en el suelo.
–De acuerdo –sonríe infantil.
En mi mundo interior había un muchachito solo y triste perseguido por un monstruo. En este mundo tengo padres, hermanos, tíos, amigos y una novia… y Mizushima no es tan feo como el sujeto albino.
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