La peor pesadilla de un mago
Giyuu se quería matar.
Nada nuevo para él en dos vidas, pero eso pensó después de alejar sus manos de cada lado de la cabeza se Sabito y usar un hechizo de su grimorio para investigar en sus recuerdos; todo eso sucedió después que se desmayo y con ayuda de unos estudiantes entre ellos un mago de Luz, lo llevaron a la habitación del mayor y el mago de luz aplico algo de magia en él para después dejarlos solos.
Le limpio con un paño húmedo y cambio de ropa a algo más cómodo, incluso pensó en encender algo de dula en el incensario para que tuviera un descanso más largo y relajo. Sin embargo, no se atrevió porque podría afectar su estado mental y en una posible adicción.
Ya bastaba en la adicción que le había causado en él, causarle otra era demasiado. Después de ver esos recuerdos de la última semana, al sentir sus sentimientos... tanto dolor, traición y culpa invadiendole que se sentía que se volvieron suyos también.
Se maldijo desde lo más profundo de su alma, cuando por fin había llegado el día que temía desde que sintió sus labios sobre él. Era un karma por sus acciones volviendo justo como lo había predicho y de verdad todos sus temores se habían vuelto realidad.
Ya era demasiado tarde, aunque si pensaba todo lo que había hecho en el pasado hasta llegar ahí le hacia pensar que no importaba si se hubiera alejado más o si hubiera hecho algo para que le odiara, sentía que el resultado habría terminado igual de todos modos ya que estaba escrito así de algún modo.
Giyuu se dio cuenta que no importaba si algunas cosas habían cambiado por completo, otras seguían su rumbo sin importar que.
El primer príncipe siempre se peleaba con Rengoku, la señorita Kanroji obviamente no iba a terminar con un chico, la protagonista siempre intentaría detener al villano aunque ya sabía que era el malo, Sabito siempre lo amaría y él siempre moriría por los demás.
Era como si los hechos más importantes del juego no podían ser cambiados, aunque todo era en parte su culpa también ¿Si hubiera intentado buscar una cura diferente? ¿Las cosas seguirían igual o si encontrarían una respuesta para un final feliz definitivo?
Sacudió su cabeza, ya era tarde para pensar en eso. Lo hecho, hecho estaba; había decidido ir hacia adelante sin mirar atrás cuando ya tuvo el poder del libro en sus manos, aunque en aquel encontes estaba igual que Shinobu en ese tiempo, incluso si lo pensaba fue bastante egoísta. Pensaba que ellos solo eran personajes de un juego, que Sabito le superaría en un futuro, que sólo moriría y no sería la gran cosa como su muerte en su vida anterior.
¿Pero su muerte había sido poca cosa?
Si era sincero ninguno de los que sabían que recordaba su pasado se referían a ella, era como si eso no hubiera pasado y nunca pregunto ni por su funeral, tampoco es como si quisiera saber como fue eso, siempre pensó que tal vez su hermana recogió sus huesos después de ser cremados y solo se dejaron en el mausoleo familiar para ser olvidados para siempre. Debido a que se sintió así, como alguien olvidable, sin importancia... Alguien que nadie notaria si se iba, así que pensó que en esa vida sería igual muy dentro de él.
Debió darse cuenta en la mirada de Kocho cuando le vio en el salón, pequeñas lágrimas que se formaban en sus ojos. Como Hakuji le sostuvo cuando cayó en sus brazos la primera vez que se encontraron en ese mundo, como por primera vez sus fuertes brazos temblaron. La manera que sonreía Ume cada vez que hablaba, como si escuchar su voz de nuevo era un milagro. Kanae quién parecía temerosa de acercarsele y que él desapareciera. Koyuki siempre buscando por él cuando estaba solo; e incluso Gyuutaro que le ayudaba a cumplir sus deseos. Ninguno de ellos le había olvidado, la manera que Kocho luchaba e incluso le importaba tan poco los demás sobre él incluso era sobrecogedora y abrumadora.
No había sido olvidado.
Al ver el dolor y la cara de su amado sabía que no importaba lo que hiciera en esa vida tampoco sería olvidado en esta segunda vida tampoco.
Quería agarrar su mano, quería besarla, suplicarle perdón por lo que había hecho; ya que él había sufrido los daños colaterales de sus acciones y su guerra con su mejor amiga, quería decirle que en serio le sentía y que no se culpara de nada. Al mismo tiempo tenía tanto miedo de tocarle y hacerle más daño que le volvía loco, pues incluso su intentarlo terminaba hiriendole.
Como su destino era sufrir, el destino de Sabito era sufrir por él.
Si una vez pensó que su destino era cruel, su querido esposo se llevaba la peor parte de los dos. Pues morir era fácil, seguir vivo cuando alguien querido se había ido era el verdadero infierno.
Ya era tarde, demasiado tarde ya y todo era su culpa.
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La luz del atardecer del verano empezaba entrar por la ventana pintando la habitación de naranja que le hizo pestañas varias veces antes de abrir por completo sus ojos.
Había una suave tonada tarareada, era hipnótica y mágica que le hacia sentir que estaba en medio de un bosque lleno de la naturaleza más pura que se había imaginado. Tal vez no estaba en la habitación, si no en el cielo, pues la imagen de su precioso ángel tarareando mientras limpiaba su frente con paño húmedo aprecio frente a él.
No pudo evitar quedarse ahí cautivado bajo el hechizo de su belleza que rivalizara a cualquier pintura de un ángel que había visto en la iglesia, recordaba esos días de él escondido en el estanque cerca de la mansión, cuando practicaba a escondidas. Claro en aquel momento eran canciones más alegres, algunas malas y tanto melosas las que cantaba. Esta canción, sin embargo, era casi como una canción de cuna antigua y llena de una melancolía que hacía crujir su corazón.
— Has despertado — Él acaricio su mejilla justo sobre su cicatriz con un cariño que le hizo restregarse como un gato contra la palma de su mano añorando por su toque — Estaba preocupado.
Cuando le habló fue que recordó que su pesadilla no fue un sueño, sino amargos recuerdos y que la realidad no estaba en el cielo.
Él no podía estar en el cielo, no cuando después de todo había cometido un pecado imperdonable.
— Shhh — Imploró por su silencio.
Quería estar un rato más así, así que agarro su mano y no la separó de su mejillas, es más la acaricio con cierto dolor. El menor le permitió de su silencio un rato y de ese pequeño toque que debía detenerse aún así ambos ya estaban tan hundidos y perdidos que era tarde para ambos.
Demasiado tarde.
— Lo siento...
Vio la cara apacible de su amado lentamente abria más sus ojos y estos se empezaban a llenar de ligeras gotas que empezaban a caer como si de diamantes se trataran, mientras negaba con fuerza.
— No lo digas.
— Es mi culpa, todo esto es mi culpa, Giyuu — Le decía casi desesperado por verle así, por causarle ese dolor.
Todo era su culpa, si él se... Ni siquiera sabía que hubiera hecho, pues no conocía una opción que no fuera amarlo con lo locura desde que empezó hacerlo. Es como si hubiera olvidado que era estar sin él, que era respirar si no lo tenía a su lado... Bueno desde que lo había conocido era que sentía que su vida tenía sentido, un propósito, lo demás es como si hubiera estado muerto todo ese tiempo.
— Sabito... No lo es — Negaba su cabeza con fuerza como si se negaba a creer en sus palabras.
— Sí lo es, si yo...
— Estaríamos aquí igualmente, sin importar si fuera por razones diferentes... Me lo dijiste una vez, estamos hechos él uno para el otro y nadie podrá cambiarlo jamás.
Era una verdad que se volvió dolorosa y retorcida con el paso del tiempo, se supone que uno siempre termina con quien le complementa, con quien uno suma en vez de restar. Pero ahí estaban ambos con una pasión y amor que era prohibido y podrido al punto que ya empezaba a matarlos de poco con su veneno.
Sabito le jalo y cayó en sus brazos, abrazándose con fuerza al contrario mientras sus frentes estaban unidas.
— Lo recuerdas — Susurró el mayor contra sus labios.
¿Cómo podría olvidar su promesas de amor?
— Tallaste esas palabras en mi duró corazón y las repetiste tanto que es lo único que se — Sí quien había sido insistente por un buen tiempo era el mayor.
— ¿Entonces Por qué? — Preguntó casi en un hilo de voz — ¿Por qué siempre volvemos a este maldito punto? — Su voz fue creciendo furiosa mientras le abrazaba con fuerza — Donde yo te manipulo y tu me mientes... Se que es amor, pero incluso si lo pienso si me hubiera alejado como ellas dicen o hubiera aprovechado todo ese tiempo contigo como siempre quise sin importar que nos ahogue en el pecado a ambos, tu hubieras tomado la misma decisión, ¿Cierto? La de tener ese libro.
Esa verdad quemó como el frío de los brazos del contrario, pero no se quejó. Acepto ese dolor, incluso se pego a un más a él para que doliera aún más en un proceso de expiación o amor, tal vez ambas.
— Sí — Fue honesto.
Pues incluso si devolviera el tiempo de nuevo, volvería a la biblioteca y buscaría al libro aún, intentaría el hechizo con más fuerza solo porque ahora conocía más a todos y no podía dejarlos sufrir.
— ¿Por qué? — Preguntó de nuevo destrozado.
— Lo siento — Lloraba con fuerza — Pero es algo para lo que nacía.
— ¿Crees que lo permitiré? — Gruñó fue furia y sus brazos le apretaban de una forma que le dejaba sin aire.
— No lo comprendes — Susurró.
— ¡CÓMO LO HARIA, SI NO ME DICES NADA CARAJO!
Estalló con furia y el aire al rededor de ellos se congelo, en unos segundos con la mano que le había estado sosteniendo la mano derecha de Giyuu la había congelado por completo, haciendo aullar del dolor que le hizo separarse de él rápidamente en un acto inconsciente de supervivencia.
De la rápido separación el Elfo sin querer se sentó a la orilla de la cama y sin poder evitar perder el equilibrio cayó al piso de una forma bastante dolorosa, pues había golpeado su cabeza primero el piso que su espalda.
No hubo sangre, solo hubo quejidos en el piso donde el joven de cabello negro se había puesto en posición fetal donde aferraba su mano a su pecho y gemia del dolor.
El mayor veía toda la escena desde la cama en un gran shock, viendo como había lastimado a lo más preciado de su vida.
Su mano estaba totalmente morada, tiesa, hinchada y posiblemente más allá de cualquier reparó, pues estaba tan congelada que cuando dejara de estarlo esa carne ya no responderia a la demás, además de la sangre congelada que si iba directa a su corazón sería mortal.
Ambos sabían de ese tipo de heridas, más Sabito que su mismo padre le había explicado lo peligrosa que podía ser su magia aplicada en el cuerpo de alguien. Era como las personas sin hogar en invierno, jamás despertarian o simplemente se les amputaria la zona para evitar la muerte.
Un grito desgarrador salió de su boca, mas doloroso que los propios que estaban saliendo de los labios del elfo que solo abrió sus ojos y le miró con algo de miedo en ellos.
— Sabito... Por favor — Suplicó desesperado, adolorido con un hilo de voz.
La habitación empezó a dar vueltas, no sentía aire en sus pulmones aunque tomara grandes bocanadas de aire, sentía como si su propia sangre empezaba a congelarse también como lo estaban haciendo las sábanas al rededor de él.
— Cál... Cálmate por favor — Siguió Giyuu desde el piso — Duele, por favor.
Se levantó desesperado de la cama, trató de acercersele pero cuando lo iba a tocar vio como se encogió un poco lo que hizo detener sus manos. Pálidas, frías, que temblaban tanto como nunca lo había hecho y se detuvo en pánico ¿Si lo tocaba de nuevo y le hacia daño?
Retrocedió arrastrándose en el piso pegándose contra la mesa de noche donde le cayó toda la fruta encima por el golpe duro que le había dado.
No se había dado cuenta de sus movientos desesperados, frenético y llenos de temor mientras no había parado de soltar balbuceos desgarradores como un mismo loco.
— Sab... Sabito — Giyuu dijo su nombre desde el piso — Lo siento tanto — Las lágrimas salian de su cuerpo y a los segundos se congelaban en sus mejillas como si fueran cristales adornando su rostro.
— ¡UROKODAKI PARA!
Hubo gritos, no supo bien todo daba vueltas en ese momento, las cosas se empezaban a poner borrosas y solo podía ver esa mano congelada. Todo el daño que su furia había causado, todo lo que había logrado desde que deseo lo prohibido, todo lo que sucedido por querer ascender al cielo junto al ángel que pronunciaba tan hermosamente su nombre.
En un momento un puño de fuego chocó contra su mejilla con fuerza volteando su cara hacia la derecha, luego otro desde la izquierda, seguido por el mismo derechazo contra su estómago que sacaba todo el poco aire que quedaba en sus pulmones.
Conocía esos movimientos muy bien, incluso aquellos ojos que siempre estaban llenos de burla de estas de esas largas de claras pestañas, ahora estaban llenos de furia y decepción.
El príncipe Akaza no estaba dudando en golpearle o poner todo su fuego contra él, para sacarlo de su estado catatónico que congelaba como una fría tormenta a su paso.
— Su Alteza, creo que es suficiente — Escuchó la voz de Shinazugawa a su lado que le sostenía.
— ¿Suficiente? — Casi escupió molesto — Se lo advertí, tenía un único trabajo y aun así no lo cumplió — Otro golpe contra su estómago.
Se quejaría del dolor, pero en ese momento por su estado, porque en su mente sólo estaba la imagen del daño que había causado que nada salía de él.
— Esperaba que fueras un mejor hombre de lo que yo fui, pero veo que no — La furia del príncipe era comprensible.
Era uno de los pocos que sabía de su relación y aún así la bendijo sin juzgar, incluso parecía feliz con ello. Había sido rudo, incluso molesto contra el mago de agua, pero todo siempre tuvo la razón con que se volviera fuerte para proteger a Giyuu de todo mal y ahora estaba en una situación donde había sido él quien lo había herido.
— ¡Basta! — Escuchó el grito de Giyuu que le saco de su estado de inmediato.
¡¿Qué había pasado?!
¿Cuánto tiempo estuvo fuera de si para no se diera cuenta que estaba gran parte de su piso del dormitorio de chicos en su habitación. En su mayoría magos de fuego que estaban descongelado las grandes capas de escarcha e hielo de toda la habitación, incluso si se fijaba bien también en el pasillo, magos de agua sacaban el agua que el mismo había condensado del aire para hacer el hielo.
Frente a él estaba el príncipe Akaza, con quemaduras en sus nudillos, no por el fuego si no por el frío que había causado. Estaba agitado, furioso y le miraba como si hubiera cometido el peor de los pecados posibles. A su lado con las punta de sus dedos ensangrentadas, por excavar las capas de hielo que se habían formado en la puerta, Shinazugawa le sostenía y le miraba preocupado.
Lo que más le dolió es que a unos pasos atrás del príncipe estaba Rengoku Kyojuro, sostenido a su amado en sus brazos mientras irradiaba calor de su cuerpo que temblaba aún cuando estaba contra el el cuerpo caliente del otro. Sus labios estaban morados, en una clara señal de hipotermia y su mano sostenida por un mago de Luz que por la expresión de su rostro todos podrían decir que no era nada buena la situación.
— Sería bueno si vamos a la enfermeria y se llamara a alguien de la familia Kocho — Dijo de inmediato el joven con una expresión bastante preocupada — Pero les seré sinceros, yo he estado junto a la señorita Kanzaki viendo a las hermanas Kocho trabajar y no se si ellas puedan resolver esto, además temo que si se golpea la zona de lo congelada que está se pueda romper antes de llegar.
— Eso ya esta muerto, ni modo a cortarte la mano — Habló el segundo príncipe cuando apenas entraba a la habitación y vio de inmediato la mano del Elfo diciendo lo que todos evitaban decir.
— Yo no puedo... — Se veía el horror en la cara del elfo — ¿Cómo utilizaría Magia?
Todo el mundo sabía que la magia se lograba con una serie de movientos del cuerpo para que sea controlada y no solo expulsada por los sentimientos como había pasado en ese momento. Las extremidades eran como catalizadores para la precisión y uso adecuado de algunos hechizo o formas de mover los elemos, si un mago perdía alguno de ellos, era como perder el control absoluto de su magia.
Hubo también horror en la cara de todos cuando salió esa pregunta de los labios del joven elfo, esa era la peor pesadilla de un mago.
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