Capítulo 9:
La tía Cristine y su sobrina tendrían que elaborar un excelente plan para escapar de ese lugar; su tía podía hacerlo sin problema, mas no la joven sobrina. La mujer había elaborado un plan junto a ella. Algo que necesitarían sería, sin duda alguna, suerte. Cristine estaba nerviosa, angustiada. Ella estaba desesperada por volver a su casa, su hogar. Se había acostumbrado a esa hacienda más de lo que algún día hubiese imaginado. Saber que su propio tío trataba de matarla a ella y su familia le ponía los pelos de punta. ¿Cómo era posible que tu propia familia tratara de hacerte daño? Ella no entendía eso. Era despiadado y egoísta ese sentimiento.
Su plan había sido planeado perfectamente, habían tardado dos días en planear todo como se debía. Su tía podía desplazarse con facilidad por las paredes y los cuartos, por lo que era más fácil conocer los pasillos y las estructuras, y así tener un plan mejor elaborado. Lo acordado era complicado, eso sin duda alguna. Había que conocer los horarios de las personas, cómo llamar su atención y cuál sería el próximo paso para salir de ese perturbador lugar. Sabían sus horarios, sabían los pasillos y las rutas que debían tomar. Solo faltaba la distracción.
¿Estás lista?
Cristine asintió con su cabeza. No estaba segura de poder hacer lo que su tía le había pedido, en especial, si iba a doler.
Un chillido horrible salió de la boca de su familiar, provocando que la joven tapara sus oídos de inmediato con sus manos. Era un sonido espantoso, casi inexplicable. La combinación de un lamento junto a un grito de alegría, lo suficientemente agudo para que pudieras sentir cómo tus tímpanos sufrían ante el sonido de aquel ruido.
Los médicos no tardaron en hacer presencia. Ellos no escuchaban tal sonido, sin embargo, la joven frente a ellos parecía una total demente tapando sus oídos y gritando de dolor. No veían ni oían nada pero tenían que calmar a la chica.
Cuando se aproximaron a ella, sus cuerpos cayeron al suelo, sin alma. La tía de la muchacha los había poseído y había atacado sus corazones, haciendo que estos dejaran de latir.
¡Levántate!
La joven Cristine reaccionó lo más rápido que pudo. Seguía aturdida por el horrible sonido que, aunque ya había cesado, seguía invadiendo débilmente su cabeza.
Salieron por la puerta principal del cuarto y se dirigieron por los pasillos, buscando la salida. Cristine era consciente de que habían cámaras, que observaban sus movimientos y que su tía era quien iba delante de ella, guiándola. Después de eso, no podía prestar atención a nada más. Era como si todo fuese una película de acción, o terror quizá.
Se toparon a muchos doctores y guardias, pero su tía siempre terminaba dejando sus cuerpos sin vida en el suelo. Cuando se aproximaron a la sala principal, vieron frente a ellas, al jefe del lugar con un arma apuntando a la joven.
—No saldrás de aquí, niña. Necesito ese dinero.
Cristine sintió cómo su mente estaba a punto de explotar. Ver frente a ella a una persona apuntando un arma en dirección a su pecho, era sin duda, una de las peores sensaciones que había sentido. La adrenalina la había invadido, preparando su cuerpo para cualquier amenaza inminente y para que estuviese lista ante cualquier situación de peligro. La joven tenía sus mejillas rojas, tanto por la adrenalina que en ese momento sentía, como por la rabia que la estaba invadiendo. Sin previo aviso, observó frente a ella cómo el cuerpo del hombre comenzaba a sacudirse. Miró sus ojos que poco a poco iban tornándose totalmente blancos. El cuerpo cayó al suelo, pero por alguna extraña razón, este no terminó tendido en el piso y sin vida. No. Ese cuerpo se había levantado, sus ojos blancos y su piel pálida se dirigieron hacia Cristine. Una voz familiar la consoló.
Vamos.
Cristine observó al hombre, quien sonreía y le tendía una mano a la joven para que la aceptara. Ella arqueó una ceja y tomó la mano del tipo, temerosa.
—¿Tía?
Él asintió.
Cristine se dio cuenta de que podrían escapar sin mayor problema. Entró a la sala del hombre que ahora estaba poseído por su tía y buscó sus cosas por todos los cajones que ahí estaban. Cuando por fin encontró su pequeño bolso, sacó sus gafas de sol y se las entregó a su tía. Sin duda alguna ese era el momento más excitante que había vivido.
—Si ven tus ojos blancos, se van a asustar. Es mejor si usas estas y así pasas desapercibida.
El cuerpo donde se encontraba su tía asintió con la cabeza.
Cristine aprovechó ese mismo momento para buscar su pequeña maleta. Cuando gracias a Dios la encontró, se vistió con lo poco que había traído y tomó el abrigo del hombre, que colgaba en un viejo clavo al lado de la puerta. Salieron sin mayor problema del lugar. Cada vez que alguien preguntaba sobre la joven, ella contestaba y el cuerpo donde estaba su tía solo asentía o negaba con su cabeza y, en algunas ocasiones, hacía movimientos con sus manos.
Siguieron su trayecto hasta encontrar un automóvil que pudiera llevarlas a casa. Terminaron por tomar un taxi y dirigirse hacia la hacienda. Le pidieron al chofer que las dejara a cien metros del lugar. Cuando se detuvieron, pagaron al hombre y se internaron en el bosque. Llegaron al tan conocido lago y ahí dejaron el cuerpo del hombre, dejando que se hundiera y los pequeños animales que ahí habitaban se alimentaran de él. Siguieron su trayecto hasta su casa; se veía oscura y sin vida. Cristine presionó el botón del timbre. No tardaron mucho antes de que una empleada abriera la puerta y observara con miedo y asombro a la joven Cristine.
—¿Señorita Cristine?, ¿qué hace aquí?
Cristine la miró, furiosa.
—Eso no te importa, necesito entrar.
Justo en ese momento, sintió un fuerte dolor en su hombro. Hizo una mueca y vio a su tía, quien la observó con ira y negó con la cabeza.
Sé más amable.
—Pero es una sirvienta.
Eso no importa. Si fueses una criada, ¿te gustaría que te trataran mal?
Cristine negó con la cabeza y suspiró pesadamente.
La criada la miraba como si estuviese loca. ¿Quién podría decirle lo contrario? Acababa de ver a la hija de su jefe hablar sola. ¿Eso no era suficiente motivo para creerla loca?
—Bien..., ¿puedo pasar?
La empleada la miró como si le hubiese salido una segunda cabeza y asintió, abriendo lo suficiente la enorme puerta para que la joven pudiera entrar en su casa.
Cristine se dirigió a su cuarto; estaba cálido, eso le sorprendió. Pero cuando observó a su tía entrar, toda calidez desapareció y se vio obligada a abrazarse a sí misma para entrar en un poco de calor.
Buscó algo de ropa y se metió al baño. Había deseado una ducha caliente desde hace casi una semana y por fin podía tomarla. Secó su cabello y cepilló sus dientes, se vistió con ropa nueva y dejó el abrigo del hombre en la canasta de ropa sucia, luego tomó uno de su propiedad y se colocó unas pantuflas para mantener en calor sus pies.
Salió a buscar a su familia, con su tía casi pisando sus talones. Preguntó a una criada y le respondió que su familia se encontraba en el despacho de su padre. Eso la asombró. Pocas veces su papá permitía que entraran en su santuario de trabajo. Cristine decidió encaminarse hacia su destino y tocó la puerta un par de veces con su mano derecha hecha un puño, pero solo recibió silencio del otro lado. Volvió a imitar su movimiento y decidió entrar por su cuenta. Abrió lentamente la puerta. Toda su familia se encontraba ahí; se veían sin vida, sin alegría. Su novio estaba sentado en uno de los sofás, con lágrimas en sus mejillas. A la joven Cristine le entró algo de nostalgia. No sabía cuánto amaba y extrañaba a su novio y su familia hasta que los tuvo en su campo de vista.
Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando observó a su tía aproximarse hacia su novio. Lo bueno de que ella estuviese muerta y que nadie más pudiera verla o escucharla, era que su voz siempre hacía eco en toda una habitación, por lo que era imposible que la joven Cristine no pudiera escuchar sus palabras.
Joven John.
Observó a su novio, quien se sobresaltó un poco al ver a la mujer frente a él, pero luego sonrió con tristeza.
—Hola.
Poco le importó al joven que lo vieran hablar con la tía de su novia, o en este caso, a la nada. La familia de su pareja lo observaba como si estuviese loco, pero solo se limitaron a escuchar lo que él decía.
¿Cómo has estado?
—Mal.
¿Por qué estás mal?
—¿No lo ves? Estoy sin mi novia y unos idiotas dicen que está loca solo porque puede hablar contigo. Yo también puedo hacerlo, ¿eso me convierte en un loco?
Eso te convierte en alguien especial.
—Ellos piensan que lo especial es una locura, pero lo normal es aburrido. Entonces... ¿qué debería ser? ¿Loco para ser especial, o normal para ser aburrido?
Debes ser como Dios te creó, no debes ocultar tu verdadera personalidad. Siempre es especial conocer puntos de vista de personas locas que las de las normales.
—Eso no tiene sentido.
La vida tampoco la tiene, querido.
John volvió a sonreír sin ganas. Nadie se había dado cuenta de la presencia de la joven en ese lugar, y solo observaban a John como si fuese un completo lunático.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, finalmente, el joven—. Creí que nos habías abandonado.
Yo jamás haría eso: es mi casa y mi familia. Estaba cuidando a una personita que me necesitaba más allá que aquí.
Un brillo enorme se hizo presente en el joven.
—¿Cómo está ella? ¿La estás cuidando?
Cristine sintió ternura al ver a su novio tan preocupado por ella. Se sentía como una tonta, ella siempre lo había tratado mal y ese chico vivía loco por ella.
¿Por qué no lo averiguas tú mismo?
El joven la miró, desconcertado. No entendía sus palabras.
Cristine se dio cuenta que era hora de hacer acto de presencia y entró a la habitación. Todos miraron en dirección a la puerta con mucho odio, en su mente pasaron miles nombres y caras de empleados, pero jamás imaginaron ver a la joven ahí. Ninguno decía nada, todos se sentían desubicados y asombrados por verla en ese cuarto tan reluciente como siempre, a excepción de unas pequeñas ojeras que adornaban su rostro.
El primero en reaccionar, fue su novio.
—¡Cristine!
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