Capítulo 5:

Nuevamente un día comenzaba. Las vacaciones se le hacían eternas a Cristine.
Ella quería algo diferente, inesperado e imprudente. Cuando terminó de desayunar tomó un libro y se despidió de su familia. Estaba aprendiendo a ser algo más... amable. Quería vivir en paz, si podía volver a ser como antes ella lo intentaría hacer.

—Hola.

Su novio la detuvo en la puerta de la hacienda, en caballo. No sabía que él podía montar a caballo.

—Hola.

Él le extendió una mano y le sonrió.

—¿Quieres venir?

Ella dudó unos momentos. Aún se sentía molesta por lo de la noche anterior, sus palabras le habían dolido y eso la enojaba aún más. ¡Ella jamás se había disculpado! ¡Y menos con un hombre! Quería volver al lago, si su tía estaba ahí ella quería hablar nuevamente con ella.

—Yo, no lo sé...

—Por favor —su novio la interrumpió, casi rogando por que ella aceptara—. Solo será esta mañana, en la tarde regresamos.

Cristine se detuvo a pensar en qué hacer. Quería respuestas, sin duda, pero una reconciliación no haría nada mal.

—De acuerdo.

Su novio le sonrió agradecido y le ayudó a montarse sobre el café y gran animal.

Se marcharon lejos de la hacienda, donde nadie pudiera encontrarlos por una larga mañana. Su novio había pedido la opinión a un capataz del lugar y este le había aconsejado una colina muy hermosa; de ella sobresalía pocos metros adelante una preciosa cascada que caía hacia un río.
En poco tiempo estuvieron sobre la colina. John había traído todo lo necesario para un día de campo, aunque aquí sería solo una mañana. Con suerte y esfuerzo, recuperaría la confianza de la chica que amaba, y quizá la próxima vez podrían celebrar su cumpleaños.
Sentados recibiendo el cálido y abrazador sol, se encontraba la pareja sobre una manta en la colina. Ambos comían en silencio, asustados y nerviosos por la presencia de su acompañante, asimilando cuál de los dos debería hablar primero.

—Bueno... —el joven había tomado el valor de vocalizar algunas palabras—, ¿has dormido bien?

Ella lo miró aburrida. ¿En serio era lo único que tenía para decir?

—Sí... ¿Tú?

Él asintió, llevando un poco de lo que contenía su plato, a su boca.

—Creo que... deberíamos hablar, ¿te parece?

Esta vez fue Cristine quien asintió emocionada. Ella sentía nervios ante su presencia, su cuerpo se estremecía por minuto.

—Bueno..., lamento mucho lo que hice, en verdad. No debí pagar contigo mi dolor y de verdad lo siento. No quería hacer eso y lo sabes... Eres lo más importante en mi vida.

Ella bajó la mirada resentida. Quería hacerse la dura pero por alguna extraña razón su corazón se sentía blando y cálido.

—No importa, no fue tu culpa y lo entiendo. Podemos dejarlo así. Debo volver a la hacienda, ¿vamos?

Él la observó sorprendido. Juraría que ella no se la iba a dejar tan fácil su error. Aun así, lo perdonó sin chistar.

—Vamos.

Cuando regresaron a la hacienda, el joven le dio un fugaz beso y ella, tratando de no llamar la atención, se dirigió al bosque. Implorando nuevamente para que el camino no se le hubiese olvidado o perdido. Finalmente lo encontró. El tronco seguía allí, intacto. Se sentó sobre él y comenzó a leer el libro que había traído en manos.
Los minutos pasaban y no había ocurrido nada fuera de lo normal, Cristine se daría por vencida en poco tiempo. Unos ruidos provenientes de los árboles la sorprendieron. Dudosa de si debía hablar o no, decidió esperar a su tía.

—Señorita.

Su sorpresa fue encontrarse al mismo hombre de la noche anterior ante ella. No venía en caballo esta vez, solo con sus largas botas de cuero.

—Hola, señor, ¿qué hace por aquí?

—Eso mismo le pregunto a usted, señorita. Una niña no debería andar por este bosque tan sola.

El hombre la vio preocupado, mirando a su alrededor para asegurarse de que no venía nadie. Había sido muy sencillo seguirla. Sus intenciones no eran buenas, eso sin duda.

—Yo... Este se ha convertido en mi lugar favorito y secreto. Espero que no lo comparta con nadie. No estoy sola. En efecto, espero a alguien.

—¿A su novio acaso?

Ella negó con la cabeza, no le diría que esperaba a su tía muerta, la creería una completa demente.

—Oh... En ese caso me retiro.

El hombre desapareció por donde vino y se fue sin decir más. Sabía perfectamente que no podría hacer nada sin una buena estrategia.
Cristine continuó su lectura y sintió una paz en el ambiente al no haber un solo ruido. Eso, quitando el poco sonido que emanaba de los pájaros y algunos grillos de la zona.

La joven sintió unos grandes brazos sujetarla por detrás y hacerla caer al suelo. No sabía de quién se trataba y por unos segundos había jurado que era su tía, pero la voz que escuchó era masculina.

—Te tengo, muñeca.

El señor del caballo cuyo nombre era Rafael le había tendido una vil trampa. Deseaba el joven cuerpo de la mujer desde que la vio entrar en la hacienda.

—¡Suélteme, asquerosa rata! ¡Pagará caro lo que hace!

La joven forcejeaba en un inútil intento. Él comenzó a tocar zonas que solo su novio había tocado y sintió asco al sentirlo. El hombre comenzó a bajar sus shorts y a quitar su cinturón de cuero. Cuando ya estaba prácticamente listo para arruinarle la vida a la Cristine, sin pensar muy bien en lo que hacía, una fuerza que no distinguió lo hizo caer al lado de la joven.
Cristine lo había empujado muy fuerte, con más fuerza de la que tenía.

Eres un gran tonto.

El señor quedó casi paralizado al escuchar la combinación de dos voces en un solo cuerpo.

Nadie me toca a mí sin permiso. Ahora te daré una lección que jamás olvidarás. Nadie violará a una persona en mi presencia, los hombres como usted me dan asco. Me haré cargo de que no pueda volver a hacerle daño a nadie.

En un rápido movimiento, el espíritu que estaba dentro de Cristine la hizo levantarse del suelo, tomando diversas ramas de los viejos árboles y dirigirlos hacia el violador. Este corrió lo más rápido que pudo pero no logró escapar. Cuando abrió los ojos, pensando que todo había sido un sueño, divisó todavía a la mujer en el aire. Seguro de haber tenido piedad, trató de levantarse. Un fuerte dolor en su entrepierna hizo que dirigiera su mirada hacia ella,  encontrándose con nada más que sus testículos. Su miembro había sido mutilado por las ramas que lo habían atravesado. Comenzó a llorar y gritar sin cesar por el dolor y la desesperación.

Ahora corre. Mi padre se encargará de arruinar tu vida.

Rafael corrió lo más que pudo, lejos de lo que creía era un demonio.

***

Cristine despertó en su habitación, sobre la cama. Tenía su pijama puesto y estaba completamente limpia. Bajó las escaleras y se detuvo en seco al ver al hombre del caballo hablando con su padre.

—¿¡Qué hace usted aquí!?

Él y su padre la miraron confundidos.

—No es lo que parece, querida. Al señor Rafael le ha pasado un accidente hace tres días y debe irse por un tiempo.

Ella lo miró sorprendida.

—¿Tres días? ¿Cuánto he dormido?

—Tres días, cariño.

—¿¡Pero qué dices!? ¡Papá, ese hombre ha intentado violarme! ¿¡Y tú lo recibes en casa!?

El padre miraba sorprendido y frunciendo el ceño en dirección a su hija. ¿Acaso se había vuelto loca?

—¿Cómo dices? Pero el señor Rafael ha tenido un accidente, ¿y tú te atreves a hacer un berrinche ahora?

—¡Pero, papá...!

—¡Basta! —interrumpió el padre de familia—. No tengo tiempo para tus caprichos ahora, Cristine. Solo ve... ve a tu habitación, por favor.

Ella lo observó insegura. Su propio padre no era capaz de creerle nada. ¿Qué había pasado con él? ¿Por qué ya no era el mismo de antes? Sin duda alguna, su cambio no le estaba gustando.

—¡Maldito hijo de puta!

El joven John había entrado por la puerta principal de la hacienda, acercándose peligrosamente a el señor del caballo y estampando un fuerte golpe en su cara.

—¿¡Pero qué haces!?

El padre de familia estaba asombrado. ¿Acaso todos tenían algo en contra del pobre Rafael?

—¡Este maldito ha intentado violar a mi novia! ¡Fue el causante de que ella estuviera inconsciente durante tres días!

Rafael solo se mantenía en silencio, sin poder hablar. Esa loca y extraña mujer demonio no solo le había quitado su hombría, también se había hecho cargo de que no pudiese volver a hablar nunca más.

—Deberían respetar a el pobre Rafa. Ha sufrido una castración sin quererlo y ha quedado mudo de por vida. ¿Por qué se empeñan en levantar falsos?

John miró a Cristine, una mirada de pregunta de si había sido ella o su tía. Cristine solo se limitó a asentir.

—Me alegra que lo haya hecho —murmuró para sí mismo—, así aprenderás.

Sin decir más se acercó a Cristine y la abrazó fuertemente, aliviado por su regreso.

—Si usted no hace nada para que este imbécil se pudra en la cárcel por haber intentado violar a su hija, tomaré personalmente cartas en el asunto.

Dicho esto se marchó junto a su novia, que solo había callado. Entraron en su habitación y se cambió su pijama por otra.

—Agradezco mucho que me creas.

El joven se quedó estático en su lugar, como si lo hubiesen amenazado con un arma a sus espaldas. ¿Acaso su novia le había agradecido?

—De nada. Solo cumplo con mi deber como novio. Me alegra mucho que tu tía haya castrado a ese maldito cerdo.

—Lo sé, aunque usó mi cuerpo.

Cristine no se daba la idea a que había sido poseída. Había sido sin malas intenciones, eso lo sabía, pero no podía evitar sentir repulsión al recordarlo.

—Bueno, prefiero que te haya poseído a que ese desgraciado hubiera arruinado tu vida.

Ella asintió y se acercó a él para poder besarlo. Él le correspondió de inmediato, ambos cuerpos se habían extrañado después de tantas noches y precisamente esa era la indicada para recuperar el tiempo perdido.

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