Capítulo 3:

Su padre y su madre estaban sentados en el sillón grande de la sala, junto a la chimenea.

Ambos le explicaban a su hija lo sucedido con su tía; su parecido físico, su edad, su muerte Había tanto de qué hablar. Tanto qué decir. No era como si su madre se sintiera cómoda con ello, sin embargo, era algo que debió decirle a su familia hace mucho tiempo.

—Dios mío..., mi tía era la mujer de la carretera.

—Así es, querida, pero ella está muerta. Seguro ha sido tu imaginación —decía su madre, tratando de controlar sus nervios.

—Señora, no pudo ser imaginación de Cristine. Yo también estaba ahí —habló su novio, pensando en ignorar lo ocurrido. ¿Y si era mejor así?

Su madre aún no podía creer lo ocurrido. ¿Su hermana estaba viva? ¡Eso no era posible! Ella había sido testigo de su cuerpo en ese ataúd negro. Sin darse cuenta las lágrimas comenzaron a salir de su rostro. Siempre había sido una mujer sensible, y se consideraba cobarde en algunas situaciones.

Su amado esposo la tomó en brazos, abrazándola y tratando de que ella se mantuviera tranquila. No soportó nunca ver a la mujer que amaba llorando, y esta no era la excepción.

—Padre, quiero guardaespaldas. Si es algún tipo de atentado no quiero que le pase nada a mí ni a mi novio.

—Querida, haré las llamadas necesarias. Ahora, ve a tu habitación, ya debe estar pintada. Quédate ahí y luego hablamos, no podemos poner a tu madre en esta situación. No debemos alterarla.

—Pero, padre...

—¡He dicho que subas! ¡Tu madre no está bien!

Ella lo miró sorprendida. ¿Acaso su padre, acaba de gritarle?

—Cielo, subamos. Anda, tu papá tiene razón. Esto no es bueno para tu mamá.

Su novio la tomó por los hombros y la levantó suavemente del sofá, la dirigió así a su habitación y entraron en ella.

El padre estaba alterado, arrepentido por haber gritado a su hija; la niña de sus ojos. Pero en ese momento la mujer de su vida estaba mal y eso es algo que él siempre trató de no hacer. Ya fuese por él o por el dinero, el esposo nunca la había hecho sufrir, o al menos, eso intentaba.

—Querida, debes estar tranquila.

—¿Cómo es posible que ella esté viva? Tú y yo estuvimos en su funeral. Eso no puede ser cierto.

—Lo sé, no está viva. Quizá es una broma pesada de alguien o intentan algo con nuestra hija para sacarnos dinero. Sea lo que sea, te prometo que moveré cielo, mar y tierra para saber qué demonios ocurre aquí.

Ella asintió. Su marido podía llegar a ser el más odioso y el peor monstruo del mundo, pero también llegaba a ser el mejor hombre para una mujer en ciertas circunstancias. A pesar de las diferencias y peleas de los dos, ambos se amaban incondicionalmente.

Ninguna adversidad podía superar algo tan fuerte como el amor de un hogar.

Cristine estaba en su habitación, encendió la calefacción y el frío era menos, pero no por eso se quitaba completamente.

—No puedo creer que en serio haga tanto frío en tu cuarto, pequeña.

—Te lo dije. Es solo por las noches, pero igualmente es insoportable. Estamos en verano, no debería hacer frío.

—Lo sé.

La mujer suspiró. Estaba realmente asustada por lo que había pasado horas antes. Esa mujer era escalofriante y su parecido la ponía nerviosa. Era casi como su melliza. Ella, fuese quien fuese, no estaba viva. Nadie podía volar, al menos nadie que fuese humano hasta donde ella sabía.

Su única esperanza sería dormir. Tal vez si descansaba no tendría ese tipo de sueños. Mañana cumplía años su novio y tendría que ir a la ciudad a comprarle algo. Pero... ¿qué se le regalaba a un hombre adinerado que lo tenía casi todo? No lo sabía, pero eso de seguro lo afrontaría mañana.

—¿En qué piensas?

Su novio la observaba preocupado. Él tenía miedo de lo que le pudiera pasar. Tal vez todo era una maldita broma y solo los querían joder por venganza.

—En nada. Buenas noches.

Ella se dio la vuelta, dándole la espalda. No era momento para dar explicaciones y menos a su novio. Estaba cansada y asustada por los extraños acontecimientos de esa noche. No podía mostrarse tan débil.

John, a pesar de saber que no tenía que acercarse ni hablar, puso un brazo alrededor de la cintura de su novia y atrajo su espalda a su abdomen.

—Sé que estás asustada, cariño, pero nada malo pasará. Ya verás. Te protegeré y daré mi vida de ser necesario, lo sabes. Yo te amo y estoy aquí para cuidarte pase lo que pase. Siempre juntos, ¿recuerdas?

Ella lo pensó un momento. Jamás habría permitido que él le dijera que estaba asustada. Pero en esos momentos no pudo soportarlo más y comenzó a llorar. Sentía sus ojos humedecer y las lágrimas cayendo por sus mejillas. Jamás había llorado frente a nadie, y se había prometido nunca hacerlo frente a su novio. Para ella llorar era demostrar debilidad, impotencia y cobardía. Y Cristine no era nada de eso, sin duda. Solo que en esos momentos el pecho de su novio parecía una cómoda almohada y sus brazos le transmitían el calor necesario.

Cristine se puso entre sus brazos, dándose la vuelta y pegando su frente al pecho del joven que trataba de consolarla. ¿Sería tan malo debilitarse solo un momento?

Impresionado al ver que la joven por primera vez en toda su relación no se había enojado por un comentario, la abrazó aún más fuerte. Intrigado y debatiéndose entre si debía seguir hablando o debía quedarse callado. Jamás vio a su novia llorar y mucho menos delante de él. Realmente debía tener miedo si había hecho algo así delante de alguien.

Al cabo de unos minutos, los sollozos y las lágrimas cesaron, dando inicio al sueño y el cansancio.

—Te amo, pequeña. No lo olvides nunca.

—...

La situación no había sido suficiente para que ella le dijera que lo amaba, pero tampoco la forzaría. Él estaba ahí con ella para consolarla, no para pedir nada a cambio. John solo supo suspirar con cansancio y dirigir a ambos a la cama para descansar.

***

Luego de que pasaran las horas, Cristine se había quedado dormida en sus brazos. Un ruido extraño hizo que él despertara. Frunciendo el ceño y con ojos adormilados, dio una rápida repasada con su vista por la habitación. Nada parecía fuera de lo normal. No fue hasta entonces que encontró una figura parada frente a la cómoda de su novia. Era una mujer y estaba vestida de la misma manera que la joven de la carretera. Él se tensó de inmediato. Estaba de espaldas a él, pero su vestido y su cabello la delataban.

El joven no supo muy bien qué hacer por lo que permaneció callado, tratando de no llamar la atención de la señorita de espaldas y quizá fingir que estaba dormido.

Estaba esperando a que despertaras, querido.

John la miró, sorprendido. No esperaba que ella supiera que él había despertado, no había hecho ruido ni nada que lo delatara. Solo supo tragar fuertemente con su garganta.

—¿Cómo... cómo sabes que estaba despierto?

Porque yo te desperté, tonto.

El hombre se tensó aún más y un escalofrío lo recorrió al escuchar nuevamente la voz de su novia en otro cuerpo idéntico a ella. La mujer se dio la vuelta para poder mirarlo y se encontró con un joven pálido como la nieve.

No deberías temerme, jovencito.

Él se quedó petrificado al ver el rostro nuevamente de la joven, solo que más cerca de lo que estaba en su auto. Sus ojos no lo habían engañado: era hermosa.

—¿Por qué no? Usted ha intentado matarme a mí y a mi novia. Tengo suficientes razones para temerle. Además, no creo que usted esté viva. Se supone que su muerte fue hace más de diez años, y ahora se aparece de la nada, en medio del bosque con un vestido que usó en su funeral y vuela por los aires persiguiendo autos con adolescentes dentro.

El joven quedó helado al ver que la mujer lo miraba con rostro inexpresivo. No sabía cómo había hablado ni entendía por qué conversaba con una muchacha que posiblemente estaba muerta. Pero no dejaría sola a su novia.

Tienes razón, estoy muerta. Pero no debes temerme, yo no te haré daño. Solo la quiero a ella.

La mujer señaló a su sobrina que estaba entre los brazos del hombre en la cama.

—¿Para qué la quiere?

La quiero conmigo. Es una niña caprichosa y malcriada. Esta es una egoísta e inmadura que solo piensa en sí misma. No le vendría mal un escarmiento.

El novio de Cristine seguía sumamente helado hasta los huesos, asustado por la situación. Sabía que su novia podía ser...difícil. Pero no por eso dejaría que la lastimaran.

—Ella es mi novia, yo la amo tal y como es. ¿Usted acaso no puede aceptar eso? Según tengo entendido usted es su tía, debería quererla como tal. Ella puede cambiar, yo lo sé. Estos días ha sido diferente, incluso conmigo.

¿Por qué crees que ha sido así? Yo la he atemorizado en sueños y ella ha llegado al punto en el que hasta lloró en tus brazos. No te hagas falsas ilusiones, muchacho.

—¿Cómo sabe usted eso?

Yo siempre la observo, querido. Siempre estoy donde ella está. Tú me caes bien, te has enfrentado a mí solo por esta niña malcriada. No te haré daño siempre y cuando no te metas en mi camino. Sé que la amas, eso es admirable. No cualquier hombre se enamora de una mujer rica como tú lo has hecho, al menos que sea por dinero, pero eso a ti te sobra. Sobre todo, después de la muerte de tus padres y tu hermano, al quedar toda su fortuna en tus manos. Por cierto, les mandaré tus saludos.

El joven la miró con los ojos muy abiertos.

—¿Cómo es posible? Nadie lo sabe salvo Cristine y yo no le he dado detalles.

Amigo, yo soy Cristine, ¿lo olvidas? Yo vivo en ella, dentro de ella. Siempre estoy a su lado, aun cuando están en esta cama revolcándose. Esta es mi habitación, niño, y nada cambiará eso.

—No debería ser así. Usted está muerta.

Y es por eso que puedo hacer muchas cosas que en vida no podía. Te dejaré descansar para mañana. Solo no te metas en mi camino y no te haré daño. Por cierto, feliz cumpleaños.

La mujer desapareció entre las sombras y el reloj marcó las doce de media noche. El chico que estaba en la cama junto a su novia sintió un gran escalofrío cuando la mujer le deseo el feliz cumpleaños. Ya tenía dieciocho años, eso lo hacía un adulto y por tanto dueño oficial de toda la fortuna de su familia. Eso lo emocionaba, pero saber que hoy hace cinco años su familia se había ido a un lugar mejor, no lo hacía muy feliz.

Debía pensar qué haría para impedir que esa mujer le hiciera daño a su novia. Él no permitiría que la lastimaran, no le importaba las amenazas de una mujer muerta. Él la protegería, aunque su vida dependiera de ello.

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