Capítulo 26:

Dos días después, John envió un correo electrónico a la universidad; diciendo que agradecía eternamente su aceptación a tan prestigioso lugar, pero no asistiría por el momento debido a asuntos personales, recibiendo una lamentación por parte de dicha universidad, y que lo esperarían gustosos el próximo año.

Las criadas volvieron a sacar todas las pertenencias del joven que se encontraban en las maletas y las colocaron nuevamente en su habitación. Algo molestas por el trabajo extra que les habían proporcionado, pidieron irse antes a sus hogares, y Cristine les concedió el permiso.

De todas formas a la joven no le gustaba estar con tanta gente en su casa, a pesar de que esta última era lo suficientemente grande para una familia de ocho o más.

El día había transcurrido bastante normal. La joven aprovechó el sol y se paseó por la ciudad en busca de ropa y maquillaje, un poco de comida chatarra y a buscar nuevos libros. Eso le había dado la suficiente inspiración para pensar en una posible biblioteca en la hacienda. Sería pequeña, por supuesto,  pero también sería lo suficientemente grande como para poner todos sus libros ahí y además colocar algunas sillas y sillones y, ¿por qué no? una chimenea.

La joven volvió nuevamente a su casa y le pidió un té a la aún nueva cocinera, quien lo preparó feliz y bastante rápido, todo con tal de quedarle bien a la mujer que la había rescatado de su baja economía.

—Aquí está su té, señorita. —La mujer colocó la pequeña taza en la mesa de café que había en la sala.

—Muchas gracias. Oye, ¿podría preguntarte algo?

—Por supuesto.

Cristine invitó a su cocinera a sentarse a su lado. A la joven no le quedó de otra que aceptar, un poco incómoda, y hasta nerviosa.

—Usted dirá.

—¿Has visto cosas extrañas aquí?

La cocinera se quedó bastante confundida con la pregunta, y sus nervios aumentaron mucho más. Ya que, en realidad, sí había notado algo.

—Yo..., ¿debería haber visto alguna cosa?

—No lo sé. Por eso te pregunto.

—Bueno, en realidad... no sabía que tenía una hermana gemela. Es un poco aterrador...

—¿Hermana gemela? —preguntó, curiosa.

—Sí —reafirmó la empleada—. Es alguien un tanto extraña, sin ofender, y su cara no está tan bien cuidada como la suya.

Cristine entrecerró sus ojos en dirección a la joven, preguntándose de cuál hermana hablaba. Y si sus instintos no le fallaban, eso quería decir que alguien ha estado interrumpiendo la vida de sus empleados.

—Dime lo que sabes de ella, por favor.

—No mucho. —La joven se removió en su asiento—. Solo sé que se llama Cristine y que aparentemente es su gemela, aunque se ve menor. Además, dice estar enamorada de una mujer.

Eso había despertado la curiosidad en cada parte del cuerpo de Cristine. Ahora su cabeza casi daba vueltas, mientras trataba de analizar y digerir las palabras que habían salido de su cocinera.

—¿Dices que es una mujer? —La joven asintió—. ¿Has hablado con mi hermana?

—Muy poco. Casi no aparece en el día, y en la noche solo la veo pocas veces entrar a tu habitación. Pero es bastante culta.

—Mejor así —comentó Cristine—. No quiero que hables más con ella, ¿de acuerdo?

Su empleada asintió con su cabeza y pidió retirarse para seguir cumpliendo con su trabajo, pidiendo un consejo a su jefa de lo que se cenaría esa noche. Algo liviano y saludable no estaría mal.
Más tarde, John y su novia se encontraban en el lago; ambos sentados sobre una manta que habían traído y tomando un poco de té y galletas para pasar la tarde, disfrutando del paisaje y de los peculiares sonidos de aves e insectos que ahí abundaban.

—¿Algo nuevo? —preguntó su novio.

—Nada. Pero me he enterado de que mi tía no viene a vernos despiertos, y que además ha estado hablando con la nueva cocinera.

—¿Cómo dices?

—Así es. La empleada me ha dicho que la ve por las noches entrar a nuestra habitación, y bien sabes que no la hemos visto en estos días. Además, me comentó que ella le dijo que se llamaba Cristine, y que estaba enamorada de una mujer.

—¿Una mujer? —repitió John, sorprendido—. Pero tu tío y tu tía...

—Lo sé —aseguró—. Eso es lo que también me estoy preguntando.

John asintió lentamente con su cabeza y dirigió su mirada hacia el lago, perdiéndose ahí mientras analizaba las palabras expulsadas de su pareja. Se preguntó qué relación tenía su tía con lo que él había descubierto. También comenzaba a tener sus sospechas de todo lo que estaba pasando, pero se negaba a decirlo o aceptarlo.

—¿No lograste averiguar nada más?

Cristine negó con su cabeza, y se puso a pensar el porqué del comportamiento de su tía. No había motivo que le dara suficientes razones para no visitar a su propia sobrina, y además que la espiara por las noches. Eso mismo le había dado una idea, una que efectuaría más tarde.

—Deberíamos volver —comentó la joven—. Debemos planear algo para hacer. Ya me estoy aburriendo de este lugar.

La pareja guardó todo lo que habían traído y se dirigieron hacia el pequeño camino entre los muchos árboles que ahí había. Caminaron por el mismo hasta salir al enorme campo abierto, donde se vislumbraba a pocos metros la hacienda.
Por la noche ambos se acostaron en su cama y John pronto quedó dormido plácidamente. Cristine tenía pensado otra cosa. Si iba a hacer las cosas bien, debía pensar con la cabeza fría. Así que cerró sus ojos y fingió estar dormida. Estuvo así cerca de una hora, hora en la que no se escuchó ni el zumbido de una mosca.
Luego, un frío recorrió su cuerpo, y abrió un poco sus ojos para poder espiar lo que había a su alrededor. Efectivamente ahí se encontraba su tía, quien los estaba observando en silencio. Después, pudo ver cómo su tía comenzaba a acercarse hacia su lado de la cama, y Cristine cerró sus ojos instintivamente.
Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando sintió una mano muy fría acariciando su mejilla con delicadeza, tanto era el pánico que casi pudo sentir unas pequeñas garras. Pero sabía que solo lo estaba imaginando. La misma mano se dirigió a su cabello, revolviéndolo un poco y poniéndolo tras su oreja.

Te quiero mucho, mi vida.

Esas fueron las palabras necesarias para que la señora Wilson desapareciera entre las sombras. Cristine pudo al fin abrir sus ojos y contemplar la habitación vacía. Suspiró y trató de controlar su respiración que ya se había acelerado lo suficiente para estar casi en pánico y, después de eso, durmió hasta el siguiente día.

La mañana siguiente, como era ya la rutina diaria, simplemente desayunaron y tomaron una ducha. A Cristine ya le estaba aburriendo que siempre fuese lo mismo; desayunar, ducharse, salir a tomar el té y volver a dormir. Comenzaba a ser agotador, y aunque planeaba pequeños viajes a la ciudad, no era lo mismo.
Ese día luego de desayunar y estar presentable, decidió leer algo. Hacía mucho tiempo desde que ya no había leído. Estuvo en su lectura por más de dos horas, horas en las que sentía como si viajara con cada palabra que su cerebro procesaba. Ahí se olvidaba de todo y eso era lo que más le apetecía a la joven.

Tomó sus auriculares y decidió escuchar algo de música, y minutos después quedó profundamente dormida, olvidando todo lo que había a su alrededor.
Por la tarde John encontró a su novia en el sillón de la sala y la tomó en brazos mientras la llevaba a su habitación, sonriendo bastante divertido por lo despistada que había sido Cristine durante ese día. La colocó a un lado y en el otro se acostó él, suspirando y observando el techo como si fuese la octava maravilla. Se sentía extraño, casi aburrido. Algo había cambiado en ese lugar sin duda alguna y no sabía lo que era. Observó nuevamente el enorme hueco que había hecho en la pared izquierda de la habitación y se dijo a sí mismo que debía haber más que un viejo libro ahí.

Así que, poniéndose de pie y sintiendo la curiosidad rodarlo casi completamente, se encaminó nuevamente hacia el hoyo que había y encendió la linterna de su celular para poder iluminar un poco el pequeño y extraño cuarto que había en ese lugar. Todo parecía seguir exactamente igual; las paredes, las velas y hasta la telaraña que había por doquier estaban exactamente de la misma forma.
Siguió observando, atento a cualquier anormalidad que pudiese encontrar hasta que un pequeño reflejo que estaba molestando su ojo derecho logró llamar su atención. Había algo brillante debajo de las tablas de madera que habían el suelo. John tomó una de las tablas que estaba medio levantada y con toda su fuerza trató de arrancarla, logrando su objetivo y haciendo que la tabla se partiera a la mitad.
El joven tomó la cosa que brillaba y se dio cuenta al instante de que se trataba de un anillo de compromiso. Lo observó con cautela, analizando los diamantes incrustados y que se encontraba bañado en oro.

—¿Qué haces aquí?

El joven se dio la vuelta bastante asustado, y luego sonrió un poco cuando encontró a su novia parada delante del agujero que se había convertido casi en una entrada. Tenía sus brazos cruzados y una ceja levantada, irónicamente curiosa.

—Ven, debes ver esto.

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