Capítulo 25:

John colocó el libro sobre la cama de su habitación, abriendo este y acto seguido comenzó a pasar una página tras otra muy lentamente y humedeciendo su dedo índice cada tanto. Las primeras partes se encontraban en blanco. El lugar donde debía ir el nombre de autor, el reparto, el índice entre otros eran simples hojas blancas.

—¿Y bien?, ¿qué dice?

—No lo sé —afirmó John—. Está en blanco.

—Pues debes seguir leyendo —ordenó la señora—, algo debe de haber.

El joven obedeció las palabras de su suegra y siguió observando las páginas del libro frente a él. Más adelante, tras pasar cerca de diez páginas, logró encontrar decenas y tal vez miles de palabras. Las páginas no estaban enumeradas, simplemente estaban unidas deleitando su contenido.

—Bien, veré qué dice.

John comenzó a leer lo que su vista apreciaba. Algo parecido a una historia sobre una joven era lo que su cerebro procesaba. Una mujer, que tenía alrededor de quince años, era la autora del libro que ahora se catalogaba como diario.

—Es un diario —comprobó—. Aparentemente escrito por su hermana. Tiene un contenido muy peculiar.

—¿Qué dice? —preguntó su suegra.

—Es como si... como si narrara su vida, puedo sentir cada palabra penetrarse en mi cerebro, y juraría que casi puedo observar cada lágrima derramada sobre estas hojas.

La mujer asintió con su cabeza, cautivada por las palabras de su yerno, y proponiéndole que leyera el final del extraño diario. John así lo hizo, quedando entre la confusión y la ironía, volviendo a leer el final por si estaba alucinando o algo parecido. Últimamente todo le parecía ficticio.

—Habla de...

—¿De qué? —alentó la mujer.

—Su muerte.

La señora se quedó estática en su lugar, bastante confundida por las palabras dichas del joven frente a ella y quedándose casi paralizada analizando la situación, como si fuese una historia escrita por una autora que conocía de toda su vida.

—¿Y qué dice?

—Habla de cómo murió —recitó John—, cuáles son sus pensamientos más profundos, y también su deseo.

—Pero no logro entenderlo, ¿cómo puedes narrar tu propia muerte? Es imposible.

—No lo sé —reconoció el joven—, pero no estamos aquí para eso.

John continuó leyendo, analizando las palabras de la fallecida y tratando de encontrar o pensar en una forma de sacar a su novia de ahí. Habían pasado horas desde que sucedió lo del desdichado espejo, y no había tenido noticias de su novia desde entonces.

—Aquí dice que le pasó algo similar. Dice que alguien no vivo la sacó de ahí.

—Eso no tiene sentido.

El joven sabía a quién podía pedirle ese tipo de favores. Pero para eso debía esperar hasta la noche. Cerró el libro y lo guardó en el cajón de la mesita de noche que ahí se encontraba.

—Vayamos abajo, ¿le parece?

Su suegra contestó de forma afirmativa y ambos se dirigieron escaleras abajo hacia la sala de estar. John decidió leer algo para tranquilizar su ansiedad y sus nervios, algo de Shakespeare no le vendría mal.
Por la noche cenó junto a la señora Zamora mientras hablaban de temas triviales y de futuras decisiones importantes.

—No sé si deba irme —dijo—. Cristine me necesita aquí. No puedo ni siquiera desaparecer por unos minutos sin que le suceda algo totalmente drástico.

—Lo sé, cielo, pero no puedes abandonar tu futuro y sueños por mi hija. Sería egoísta.

—También lo sería el dejarla sola —afirmó el joven.

Horas más tarde la oscuridad y el frío abrazaron la hacienda y con ellos la noche llegó. Como siempre la luna era la única luz que se podía observar fuera de la enorme casa; el viento hacía bailar los árboles y sus hojas, y una pequeña llovizna comenzó a caer, golpeando con delicadeza la tierra.
John subió a su habitación y entró al baño para tomar una larga y relajante ducha antes de dormir. No podía dejar de mirar el espejo, ni siquiera podía ver su reflejo en él.
Suspiró y trató de prepararse mentalmente para lo que pasaría esa noche.

—¿José?

Él se sentó en la cama, esperando por una respuesta de alguien o algo que se apareciera en ese momento. Dispuesto a hacer lo que sea, trató nuevamente de llamar
Minutos después una figura de un hombre más alto que él y vestido de negro apareció frente a la cama donde John se encontraba. Los escalofríos recorrieron el cuerpo del joven, quien se encontraba temeroso e incómodo. Vaciló un poco, golpeando el respaldar de la cama con sus palmas. A continuación, se pone de pie y suspira, tomando una gran bocanada de aire y encarando al hombre.

—Buenas noches, señor.

Buenas noches, ¿qué le pasó a mi sobrina?

El joven se quedó incómodo y estático en su sitio. ¿Cómo se había dado cuenta de tal suceso? No sabía la razón ni la respuesta, pero, con tal de que pudiese ayudar, no importaba nada.

—Estaba aquí —recordó—, luego cuando vine a buscarla para dormir, no se encontraba en la cama. Revisé el baño y la encontré dentro de el espejo, y no sé cómo sacarla.

No puedo creerlo, la historia se está repitiendo.

John frunció el ceño en dirección al hombre y preguntó a lo que se refería. Pero el tío de su novia no dio explicación alguna, simplemente se dirigió al cuarto de baño y John decidió seguirlo. El hombre entró al espejo, sin decir ni una mínima palabra. Lennon se sentó nuevamente en la tapa del inodoro y esperó pacientemente. No entendía por qué nadie nunca le daba una explicación de lo que pasaba, y eso ya lo estaba comenzando a irritar.

Finalmente, luego de estar esperando cerca de veinte minutos —en los que John no hizo más que pensar y atormentarse por una posible decisión de su vida y, además ponerse en un debate contra él mismo y el futuro de su pareja—, observó algo negro salir del espejo a una velocidad bastante alta, y, con ella la joven y su tío aparecieron en el cuarto.

—¡Cristine!

La chica sentía que podía respirar con más facilidad desde que había estado dentro de ese retorcido lugar. No fue hasta que sintió unos brazos rodeando gran parte de su caja torácica y su espalda, que la estaban estrujando y sacudiendo de izquierda a derecha.

—John. —El aire abandonó por unos segundos sus pulmones, sintiendo un enorme alivio.

—Me has tenido casi dos días preocupado —confesó el joven—. No sabía que era así de sencillo sacarte de ahí.

Sencillo para mí, difícil para ti.

A Cristine se le escapó una pequeña risa y se separó del joven para encaminarse hacia su tío, quien la recibió con los brazos abiertos. Por primera vez en mucho tiempo sentía un calor familiar que no había sentido desde la última vez que había abrazado a su padre. Continuó así varios minutos hasta que el cansancio comenzó a invadirla y se despidió de su tío, agradeciéndole la ayuda.

—Siempre logras asustarme de la peor manera —alegó John.

—Lo lamento —confesó la joven—, no sé lo que pasó. Simplemente quería refrescarme y esa maldita cosa apareció de la nada, y luego aparecí en ese horrible lugar.

Ambos se dirigieron hacia la cama en silencio, totalmente cansados y estresados. Entraron dentro de ella y se abrazaron mutuamente; transmitiéndose el calor de ambos cuerpos y apagando la lámpara a su lado, observando el techo en silencio, que en ese momento se veía bastante interesante.

—Ya tomé una decisión —comenzó el joven—: me voy a quedar.

—¿Por qué? —inquirió Cristine—. ¿Sabes a lo que estás renunciando?

—Lo sé, pero también sé lo que perderé si me voy.

—No me perderás —afirmó su novia—. Siempre estaré aquí, esperándote.

—Eso es lo que me preocupa; el que estés aquí.

Y así pasaron la noche charlando sobre el peligro que corrían ambos si se quedaban, y también el peligro que corrían si se iban.
John no podía abandonar a la joven que le había robado el corazón, eso sin duda alguna. Podría renunciar a todo el dinero del mundo, a la oportunidad de su vida o a lo que fuese. Pero jamás podría abandonarla tan fácilmente. Mucho menos sabiendo el riesgo tan precipitado que ahora corría. No. Eso jamás.

Al siguiente día despertaron temprano como era de esperarse. Cristine despertó primero, dirigiéndose al cuarto de baño para tomar una ducha y asearse; aprovechando el momento para tomar el espejo entre sus manos y encaminarse hacia el balcón. Acto seguido lo tiró por el susodicho, logrando que John despertara de golpe bastante acelerado.

—¡¿Qué demonios pasa?!

Cristine lo observó con diversión en sus ojos, para luego comenzar a reírse casi a carcajadas mientras observaba a su novio con la respiración acelerada y sus ojos muy abiertos.

—¡Rayos, Cristine! No me asustes así...

—Perdón. Ahora dime, ¿por qué hay un enorme agujero en la pared izquierda de mi habitación?

John miró el agujero que ahí se encontraba. Había olvidado por completo decirle a su novia lo sucedido la noche pasada, mientras ella se encontraba en otro lugar. Le prometió a la joven esa misma mañana que él pagaría por los daños, y aprovechó para enseñarle el libro que había encontrado, explicándole todo lo sucedido.

—No tiene título.

—Así es —concordó John—. Podrías escribir uno, ¿no crees?

La joven aceptó y tomó un bolígrafo de su cómoda, sentándose en el borde de la cama y comenzando a pensar en posibles títulos o nombres interesantes. Analizando los pros y contras de la situación y del contenido del libro. Finalmente, decidió un título que pensó sería el adecuado para tal lectura, y que le gustaba bastante. Y así, escribió sobre la primera página del libro negro:

La muerte de Cristine.

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