Capítulo 19:
Cristine entró a su casa y se dirigió a su habitación. Una vez allí, tomó una larga ducha y comenzó a cepillar y secar su cabello, luego se puso su pijama y se metió a la cama.
La imagen del demonio volvía a su mente una y otra vez. No podía dejar de pensar en los flamantes ojos de la criatura y sus hermosas y enormes alas. A Cristine siempre le había llamado la atención cosas como esas, y esa criatura era algo sin igual.
Quería tratar con el demonio, quería saber cómo era y cuál era su punto de vista. Quería tenerlo frente a frente una vez más. Sin interrupciones ni peleas de por medio.
—¿Cómo puedo volver a verte?
Cristine suspiró y se sentó en la cama, pasando sus manos por su rostro y tallando sus ojos, logrando que un pequeño bostezo escapara de sus labios.
—¿A quién quieres ver?
Ella levantó su mirada hacia la puerta de la habitación para encontrar a su novio de pie en esta.
—A ti...
La joven tragó saliva, nerviosa, y bajó su mirada hacia sus manos mientras jugaba con ellas.
—¿En serio? No te creo absolutamente nada.
—¿Crees que me importa si me crees o no? Es tu decisión hacerlo.
El joven John cerró sus ojos con fuerza y tomó una larga bocanada de aire. Su novia estaba cambiando a su horrible actitud y eso no le agradaba en lo absoluto.
—Muy bien. Ahora dime, ¿por qué te fuiste con esa cosa?
Cristine frunció su ceño, totalmente ofendida.
—Esa 'cosa' es mi amiga.
Además, yo puedo hacer lo que quiera; soy grande y puedo tomar mis decisiones. Ni tú ni nadie me puede impedir nada.
—No tienes que ponerte así —se defendió su novio—. Solo te estaba preguntando.
—Últimamente preguntas mucho, y no te preocupas por ti.
—Disculpa si pienso en la única razón por la que estoy aquí.
—Yo no te obligo a que te quedes soportando toda esta mierda. Puedes irte cuando quieras.
—No te voy a abandonar.
—Entonces no lo hagas.
John suspiró pesadamente y se sentó en la cama junto a su novia.
—Cristine, no te entiendo. A veces eres tan... única y amable. Pero luego cambias de humor en cuestión de segundos y te pones áspera y cortante con todos.
—Nadie me va a entender jamás, John. —A la joven se le comenzó a humedecer sus ojos—. Nadie lo hará.
—Si tú me explicaras, yo trataría de entender tu forma de ser. Lo he tratado durante diez meses ya. Pero necesito que me ayudes en esto, ¿entiendes?
—Muy bien. Pero no quiero que me juzgues, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Y así Cristine comenzó a contarle todo lo que había visto y vivido, todo lo que quería hacer y lo que temía de ciertos temas y cosas.
John la escuchaba con atención, temiendo las locas decisiones que su novia había tomado y las próximas que podría tomar. El joven estaba asustado y preocupado sin duda alguna. Ya no sabía lo que debía hacer ni cómo hacerlo, no sabía en quién confiar ni cómo actuar. Todos parecían buenos y brindaban su ayuda. Pero, ahí estaba la pregunta.
—Lo entiendo. Pero hay ciertas decisiones que pueden perjudicarte por tu curiosidad.
—Lo sé, pero no lo puedo evitar.
John negó con su cabeza y le sonrió a la joven frente a él. Sus ojos comenzaron a pesar y se acostó en la cama, abrazando a su novia para poder dormir tranquilamente.
—¿Cristine?
La joven estaba casi dormida. Sus ojos pesaban demasiado y su mente comenzaba a divagar entre la realidad y los sueños.
—¿Sí? —apenas había sido un pequeño susurro.
—¿No te has preguntado por qué todos parecen buenos? —El joven suspiró y puso su mirada en el techo, pensativo—. ¿Y quién se supone que es el malo en todo esto?
—No, pero es un buen punto. —Cristine bostezó y se acomodó en el pecho de su novio—. Tal vez no hay nadie malo.
—Pero en toda película o libro siempre hay alguien malo.
—Pero no estamos en una película ni un libro. Las cosas cambian en la vida real; no existen los finales felices, solo puedes luchar por tratar de ser un poco feliz.
—Yo soy feliz ahora, aunque esté preocupado. Y no siempre hay malos ratos en la vida real. Podemos hacer un final feliz, Cristine.
—Lo sé. Pero tal vez no haya nadie malo en esta vida.
—Eso lo dudo. —John suspiró y comenzó a cerrar sus ojos—. Ese demonio ha de ser el malo de esta historia. Todos le temen y te cuidan a ti de él.
—Bien, no puedo cuestionar eso —reconoció—. Habrá que averiguar sobre él mañana a primera hora del día. Ahora es tiempo de descansar.
—Estoy de acuerdo.
Descansa.
—Descansa.
A la mañana siguiente Cristine se puso en marcha, decidida fue en busca de algo o alguien para averiguar sobre el demonio que la perseguía. Y sobre todo, quién era el malo de la historia. No sería sencillo, eso ella lo sabía, pero con mucho esfuerzo y apoyo de su novio, podría lograr recolectar algo.
—¿Estás listo?
—Adelante.
Ambos jóvenes decidieron recorrer las hectáreas de la propiedad que aún no se habían tomado el tiempo de conocer. El terreno sin duda era enorme. El lago, la colina donde almorzaron y la hacienda eran un pequeño espacio. Todo el lugar poseía enormes robles y lianas. Su humedad le daba un verde bastante llamativo a las plantas y pasto que ahí se encontraban plantados.
Tras dos largas horas de recorrer el territorio, cansados y casi derrotados, decidieron volver a la hacienda.
—No hemos encontrado nada —se quejó John.
—Hay que seguir intentando —motivó Cristine a su novio y a ella misma—. En los libros de acción y misterio, los detectives siempre vuelven al mismo lugar cuando no encuentran ninguna pista. A veces se les escapa algo de la primera escena así que vuelven para comprobarlo.
John sonrió divertido a su novia. La obsesión que tenía con la lectura a veces la hacía fantasear y, otras veces, eran de gran ayuda.
—Toda una detective, Sherlock. —Cristine miró con mala cara a su novio y este levantó sus manos a modo de rendición—. Solo bromeo.
—No te burles de mí, Watson.
Él rió un poco y abrazó a la joven, besando su frente y mesiéndose el uno al otro lentamente mientras seguían de pie. Cada uno observando la espalda del otro, pensando en sus cosas y en sus vidas, ajenos al mundo que los rodeaba.
—He notado algo importante.
—¿Qué?
—Ya casi se acabará el verano. ¿Qué haremos? —preguntó el joven.
—Nada. Iremos a la universidad y seguiremos con nuestras vidas.
—Pero, ¿qué haremos con nuestro pequeño problema de demonios? —John pensaba en las posibilidades de una vida normal.
—No lo sé. No creo que nos perjudique. Además, tengo a mis tíos, ellos me protegerán si algo malo llegase a pasar.
—Hablando de tu tía... —El joven se separó de su novia y la miró directamente con sus marinos ojos—. ¿Qué piensas de ella?
—¿A qué te refieres? Es mi tía, mi familia, la quiero, la respeto...
—¿Pero confías en ella?
Cristine le frunció su ceño a el hombre frente a ella. ¿Confiaba en su tía? Esa pregunta la había tomado desprevenida y ahora se encontraba desconcertada y confundida. Hace unas semanas atrás habría dicho que sí, sin duda alguna. Pero todo eso había cambiado, las criaturas le demostraban ser buenas y no tener malas intenciones. A estas alturas del verano, ya no confiaba en nadie.
—No lo sé —admitió, mordiendo sus mejillas dentro de su boca—, ya todo es demasiado confuso.
—Tienes razón —concordó John—. Ya no podemos confiar en nadie. Es solo que tu tía es en la que menos confío ahora. La envié a sacarte de ese agujero y el que apareció contigo fue tu tío, y tu tía no se ha aparecido hace más de veinticuatro horas. No lo sé, pero... hay algo que no está bien en ella.
—Quizás tiene cosas más importantes qué hacer. Sabe que tengo a mi tío y a la chica del lago.
—Pero Cristine, ella te dijo que no podías confiar en tu tío; porque supuestamente es malo. Y a la mujer del lago ni siquiera la conoce.
A la joven le estaba empezando a doler la cabeza debido a la frustración del momento. ¿Dónde estaba su tía? Y, lo más importante, ¿quién era realmente? Las preguntas abundaban en la mente de la joven y no obtenía ninguna respuesta en absoluto. Cristine frunció sus labios y comenzó a asentir con su cabeza, con su mirada en el suelo y pensando en sus siguientes pasos.
—Bueno, ahora tenemos dos cosas de las que debemos averiguar información —espetó.
—Así es —concordó el joven—. Bien, ¿dónde empezamos?
—En el lago.
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