Capítulo 15:

—No puede ser...

Cristine estaba impresionada. Jamás había pensado en dónde se encontraba sepultada su tía. Ver la lápida bajo lo que era el familiar tronco, provocó escalofríos en la joven.
Ella acarició con sus dedos la piedra donde se encontraba el nombre de su tía, ensuciando sus dedos con tierra seca en el proceso.

—¿Para qué me trajiste aquí? —preguntó Cristine, recordando el motivo por el cual había descubierto la lápida.

Para que sepas la verdad.

—¿Qué verdad?

No puedo decirte, debes averiguarlo por ti misma.

—Pero...

No tengo más tiempo, adiós.

El hombre se perdió por el bosque y abandonó el campo de vista de la joven. Ella se quedó de cuclillas unos segundos, analizando la lápida aplastada frente a ella.

¿Qué haces aquí?

Cristine dio un pequeño salto por la sorpresa de escuchar una voz a sus espaldas. Giró un poco su cabeza y se encontró con su tía, quien la observaba en silencio.

—Yo... —La joven se puso de pie y comenzó a sacudir sus pantalones, los cuales se encontraban sucios por el barro—. Vine a distraerme un rato...

Dije que no podías estar sola, ¿recuerdas? Menos en este sitio.

Cristine observó a su tía y comenzó a retroceder pequeños pasos, tratando de ocultar la lápida. Luego, le sonrió.

—Tienes razón. —La joven comenzó a caminar en dirección a la hacienda—. Debo irme, ¿vienes?

Su tía asintió con su cabeza y comenzó a seguir a la chica, quien se encontraba nerviosa por alguna extraña razón.
Al llegar a la hacienda, su novio estaba en la sala, tapando su rostro con ambas manos, desesperado por conocer el paradero de su novia y preocupado por su bienestar.

—John.

El joven se levantó del sillón cual resorte y se aproximó hacia Cristine, abrazándola fuertemente con sus grandes brazos, poniendo su cabeza en el hombro de la chica y suspirando aliviado.

—Gracias a Dios estás bien. —John se separó un poco y acunó el rostro de su novia con sus grandes manos—. Estaba preocupado...

—Lo sé. —Ella sonrió, agradecida—. Pero no ha pasado nada...

—¿Estás bien?, ¿no te pasó nada? ¿Quién te llevó?

—Yo...

Cristine comenzó a pensar en una respuesta. No sabía si debía decir la verdad o debía mentir. Después de todo, su tío no le había hecho daño alguno, ¿no?

—Después de irme a mi habitación, quise un poco de tranquilidad. Ya sabes..., alejarme de todo esto. Así que fui al lago un rato, para leer.

Su novio la observó y analizó su rostro. Estaba más pálido de lo normal y las ojeras habían vuelto; se veía cansada y sin vida.
John pensó que tal vez un descanso no le haría malo a la pobre y cansada joven.

—De acuerdo. —Él sonrió—. No importa, pero te he dicho que avises.

—Lo sé. No volverá a pasar.

Cristine decidió ir nuevamente a su habitación y encerrarse un rato mientras pensaba las cosas con mente fría.
Su tío la había llevado a el lago. Sin embargo, no le hizo daño. Le había enseñado la lápida de su tía y cuando esta última apareció él se marchó.

—¿Por qué te has marchado? —preguntó la joven en voz alta, para nadie en concreto.

Siguió pensando en lo sucedido. Su tío no podía tenerle miedo a su tía. Ellos tiempo atrás se habían querido. Además, el malo de la historia era él, no su tía.
Cristine estaba más confundida con los días que pasaban. Ambos seres eran extraños. Y, ahora también estaba esa chica del lago. No había sido muy importante dado que solo había aparecido una vez, pero Cristine no dejaba de pensar que esa mujer se le hacía conocida; sospechosamente conocida.

Pero, ¿quién podía ser? Ella no tenía familia aparte de los que conocía y los que ahora descansaban.
Su tía siempre estaba con ella. Y de todos modos, la mujer tenía los ojos negros, y el fango de el lago cubría su cabello como si fuese un tinte. No la reconocería jamás.
Dos golpes en la puerta hicieron que Cristine dejara sus pensamientos de lado.

—Adelante.

Cuando la puerta se abrió, Cristine observó cómo su novio entraba a la habitación y le sonreía a ella sin mostrar sus dientes.

—¿Cómo te has sentido? —John se aproximó a la cómoda del lugar y sacó su pijama, para luego comenzar a desvestirse y colocarse esta—. Te he notado algo... cansada.

Cristine lo admiró mientras se cambiaba de ropa y luego imitó su acto.
Ambos se acostaron en la cama y se abrazaron, suspirando en el proceso.

—¿Ahora me dirás qué pasó? —Su novio al fin había encontrado el momento justo para hablar, esta vez, a solas.

—No sé de qué hablas. —La joven comenzó a sentirse tensa—. Ya te dije que solo fui al lago.

—Ese es el problema —John volvió a suspirar—; sabes el porqué de la pregunta sin habértelo dicho, eso quiere decir que me mientes.

Ella se dio cuenta de su error y puso sus ojos en blanco, regañando a su mente internamente por lo tonta que había sido. Se le había olvidado que ese chico que estaba con ella la conocía como la palma de su mano, y eso que solo tenían nueve meses de haberse conocido.
Cristine decidió que en él sí podía confiar, así que admitió lo sucedido.

—No llegué ahí a tomar aire fresco —reconoció, poniendo su mirada en el techo mientras recordaba los hechos—. Mi tío me llevó a ese lugar; fue una especie de teletransportación. Me encontré en el lago, estaba húmedo y algo turbio. Mi tío movió el tronco en el que siempre me sentaba y me dijo que observara lo que ahí se encontraba. No sé por qué, pero estaba la lápida donde sepultaron a mi tía.

—Pensé que tu tía había sido enterrada en el cementerio de la familia, a las afueras de la ciudad.

El joven John frunció su ceño mientras la joven le relataba lo sucedido y también comenzó a analizar la situación. ¿Por qué ella había sido enterrada cerca de un lago?

—Yo también pensé lo mismo —admitió Cristine—, pero no fue así. Ella está sepultada ahí. Sola. Abandonada y sin compañía alguna.

—Cariño, los fantasmas no se sienten solos —se burló John, sonriendo con gracia.

—Lo sé —gruñó ella, golpeándolo juguetonamente en su hombro—. Pero ella está aquí, sola. Tú mismo la has visto. Está sola y sin familia, ni amor, ni paz. Nada.

—Pero, cielo, ella ahora te tiene a ti y a tu madre. No está sola.

—Pero lo estuvo muchos años, John. No quiero que eso pase, no me quiero quedar sin familia como ella. Mira a tu alrededor; estoy sin padre, sin hermano, sin una tía que esté en carne y hueso. Y pronto me quedaré sin madre...

—Oye —el joven se acostó de medio lado de modo que pudo ver la cara de su novia—, mírame.

La joven obedeció y observó a su novio, sus ojos azules tenían ojeras que se reflejaban más. Su novio en cambio, seguía igual de apuesto que la primera vez.

—No debes pensar así —el joven depositó un pequeño beso en la frente de la joven y volvió a observarla—, no te quedarás sin madre. Además, yo siempre estaré contigo; yo seré tu familia. Debes estar tranquila. Tu tía nos ayudará con todo esto, por eso está aquí, con nosotros. Ella no quiere que pases por lo mismo que ella pasó, sabe cuánto duele.

—Entiendo —Cristine estaba analizando las palabras de su novio, tratando de no entrar en pánico por lo que estaba cruzando su cabeza.

—Entonces debes estar tranquila, nada malo pasará, ¿de acuerdo? —La joven asintió con su cabeza y él le sonrió—. Muy bien. Debemos decirle a tu tía lo que pasó y lo que ese hombre te hizo. Quizás ella pueda...

—¡No! —Cristine lo interrumpió, provocando que él se sobresaltara debido a su repentino grito—. No debes decirle nada, por favor —susurró ella con voz más calmada, observando la cara de confusión de su pareja—. No quiero que ella sepa sobre esto, ¿sí? Será nuestro secreto. Al menos por ahora.

—¿Por qué no se lo quieres decir?

—Porque tengo un mal presentimiento, es todo.

—Pero... Cristine, si ella no sabe no podrá ayudarte. Sabes lo que tu tía nos dijo: no debes estar sola.

—Lo sé. Pero no estoy sola, estoy contigo. Solo entiende por favor. No quiero decirle ahora, quizás después pueda hacerlo. Pero por ahora... prefiero mantenerlo en secreto. Debo hacer algo antes de decirle.

—¿Qué harás?

—Te lo diré, pero ¿prometes no decir nada?

—No lo sé. Si estás sola siempre pasan cosas malas y yo... yo me la paso aquí preocupado. Tu tía siempre está conmigo, parece como si ella fueses tú y tú fueses ella.

—¿A qué te refieres?

—A que ella siempre está conmigo, pensando en una solución y consolándome cuando estoy preocupado. En cambio tú ahora... has cambiado para bien, créeme. Me encanta que te hayas vuelto tan amable y buena. Pero ahora duermes casi todo el día, despiertas todos los días a la hora del almuerzo; casi no te arreglas, te la pasas en la sala o en la habitación, o si no estás en ese tonto lago.

Cristine lo pensó un poco y se dio cuenta de que él tenía razón. Ella ahora no hacía ningún tipo de actividad ni ejercicio como solía hacerlo.

—¿Sabes que suenas como una mujer apartada de su marido? —El joven comenzó a reír y luego una pequeña tos lo obligó a parar—. Pero tienes razón, sé que me he alejado de mi mundo. Pero ahora me canso más por cualquier pequeñez, casi no me da hambre ni ganas de hacer nada.

—Te entiendo —admitió John, pensando en una idea—. Vayamos mañana al doctor, ¿te parece? Iremos al doctor, comeremos algo, caminaremos por algún parque cercano, y luego pediremos lo necesario para poder hacer yoga.

—¿Yoga? —La joven lo miró, divertida—. No sabes hacer yoga.

—Puedo aprender —sugirió él—. Tengo una buena maestra frente a mí.

Ella rodó sus ojos y sonrió.

—Lo haré. Pero debes prometer que no le dirás nada a mi tía.

Él asintió y ambos jóvenes comenzaron a sentir frío.

¿Qué no me deben decir?

Cristine abrió sus ojos con sorpresa y tragó saliva fuertemente, sintiendo cómo sus nervios aumentaban.

—Nosotros...

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