Capítulo 13:

El habitual frío llenó las paredes de la habitación y una sombra en el balcón fue tomando forma con el paso de los segundos hasta convertirse en lo que se conocía como la tía de Cristine. La señora Zamora observó con asombro y terror a su hermana, quien se acercó poco a poco al lado de ella y sonrió.

—Hola..., hermana.

Hola.

La mujer aún no creía que su hermana estuviese frente a ella y, en un intento por mantenerse en pie, terminó desmayada.

—¡Mamá!

Déjala, es normal. Nos veremos más tarde.

Ella asintió con su cabeza y su novio la ayudó a llevar a la señora hacia su recámara. Su madre estaba pálida y se veía bastante delgada. El sentimiento de que algo no andaba bien se hizo presente en su hija, quien la admiraba, tratando de tener rayos X para poder descubrir lo que su madre tenía. Todo iba marchando bastante mal, muy mal.
La pareja decidió cenar cerca de las seis de la tarde. Pasta con albóndigas sería lo que probarían esa noche. Gustosos comenzaron a consumir su cena, devorando de a poco la pasta hasta que el plato comenzó a divisarse entre la salsa.

Cristine al terminar de cenar decidió darse una ducha, sintiéndose cansada de manera casi inmediata.
Cuando salió del baño, se colocó su pijama y se acostó en la cama.

Tomó su móvil y comenzó a hablar con amigos y a revisar lo básico de sus redes sociales; todo estaba exactamente igual.

La joven sentía como si el tiempo se hubiera detenido, todo parecía ser exactamente igual que el día anterior.
Decidió mirarse en el espejo y admirar su perfecta imagen. Pero había un problema; la mujer llena de belleza y que irradiaba seguridad y felicidad, no era lo que ella veía en el espejo. La chica hermosa que antes habitaba en ese cuerpo había sido reemplazada por una mujer con ojeras casi moradas, piel más pálida, el cansancio era notorio en su rostro, como si no durmiera desde hace meses. Sus ojos habían perdido brillo y se veía más delgada.
Decidió alzar su blusa, para encontrarse con poca carne y unas notorias costillas haciendo acto de presencia bajo su piel. Volvió a la cama, cansada.

Decidió cerrar sus ojos por un momento, respirando hondo y tratando de relajarse.
Cuando abrió sus ojos, se encontró frente a una cara pálida, con huecos negros que ocupaban el lugar de los ojos, llenos de gusanos que salían de estos. Su boca era negra y estaba más abierta de lo que un humano podía tenerla.

Cristine solo pudo gritar antes de que una mano con uñas largas y negras se posara en su boca. Ella miraba horrorizada el rostro podrido que había frente a su cara.
De repente, sintió como si su mente abandonara su cuerpo, logrando que dejara de pensar en escapar de ese lugar. Luego, respirar se volvió una necesidad menor, que después de unos segundos, fue totalmente patético hacerlo. Sentía que su mente viajaba a través del tiempo, veía miles de imágenes pasar por sus ojos como si de una película se tratase. Al final, apareció en un campo lleno de árboles, las lianas los rodeaban, dándole un ambiente hermoso y peculiar.

Más adelante, a escasos metros de donde sus ojos se encontraban, vio un enorme y cristalino lago. Lo reconoció al instante; era el mismo de la hacienda. Este se veía más lleno de vida y estaba más grande. Además, el sol llegaba hasta la cristalina agua, logrando un efecto sorprendente entre el agua y el brillo del sol.

Se asustó cuando una joven de melena rubia pasó a su lado, como si ella no estuviese ahí. Detrás de ella, un adolescente la seguía, ambos reían y se gritaban amenazas inofensivas.

—¡José, deja de seguirme!

Él volvía a reír y se acercaba cada vez más a la joven. Cristine sintió cómo un escalofrío recorría su columna vertebral al observar el rostro de la mujer.

Era su tía, más joven que como se veía muerta.

—¡Te voy a atrapar, cariño! ¡No importa cuánto huyas!

Ella seguía corriendo y riendo, hasta que tropezó con una rama de un pequeño árbol y cayó al césped, todavía riendo.

—¿Lo ves? Te has caído por no hacerme caso.

El joven seguía riendo y se acercó a ella, observándola, divertido.

—Cállate, Zamora. Si caigo yo, caemos los dos.

La joven lo tomó del brazo y lo tiró al suelo, junto a ella.

—Eres un caso perdido, Wilson.

El hombre se acercó a ella sonriendo y comenzó a besarla delicadamente. La acariciaba tiernamente con sus manos.

—Te amo, José.

—Te amo, Cristine.

A la joven la escena la llenó de ternura y se preguntó: ¿Cuándo le había dicho ella a John que lo amaba? No recordaba una sola vez.
Observó cómo del lago salía una sombra totalmente negra y se adentraba dentro del cuerpo del joven que se encontraba encima de su novia.
Cristine observó cómo él apretaba el agarre a su pareja y esta última empezaba a quejarse.

—José..., me lastimas.

Pero él no respondía. Sino que al contrario, apretó más su agarre. Su cuerpo se puso tenso y sus ojos color miel se tornaron oscuros.

—José...

Él comenzó a quitarle la ropa a la joven, quien al ver su intención comenzó a removerse en el suelo, tratando de escapar.

—¡José! ¿Qué haces? ¡Déjame!

Él parecía estar en trance. Terminó de quitar el vestido de su novia y se quitó el pantalón.
Cuando terminó de hacer el crimen hacia su propia novia, esta se encontraba llorando y gimiendo de dolor.
Una punzada enorme recorrió el abdomen de Cristine, quien observaba la escena, horrorizada.

El joven miró a su novia y cuando esta intentó moverse él no se lo permitió. Tomó una rama puntiaguda y, mientras su novia lo miraba horrorizada, él puso la rama en la garganta de la joven y lentamente trazó una cortada en forma de media luna por la garganta de la joven, la cual no tardó en comenzar a sangrar.
Minutos después la mujer se encontraba en el suelo, sin vida. El cuerpo del joven comenzó a relajarse y sus ojos se tornaron con su brillo natural.

—¿Cristine?

José observó la rama manchada con sangre y la lanzó al lago, pasando sus manos por su cabello, en señal de frustración.

—¡Despierta, por favor!

El joven la sacudía, tratando de que la chica despertara. Sin embargo, el cuerpo sin vida no reaccionaba. Comenzó a llorar y le dio suaves cachetadas a la joven para que despertara.

Cristine despertó con la respiración agitada y llorando. A su lado estaba su novio, quien la observaba preocupado.

—¿Estás bien? —preguntó el joven, examinando con la mirada a su novia.

—Él no quiso matarla —murmuró Cristine, recordando su sueño.

—¿Qué?

Su novio la miraba, desconcertado.

—Mi tío no quiso matar a mi tía. Algo salió del lago... Una especie de sombra, entró en el cuerpo de mi tío y él la mató. ¡Estaba poseído, no fue su culpa!

Cristine estaba entrando en pánico. Su novio la abrazó y acarició suavemente su cabello, tratando de tranquilizar a su novia.

—Sí, no fue su culpa. Está bien, amor. No debes gritar.

—Lo siento. Hay que arreglar eso, debemos decirle a mi tía lo que realmente sucedió. Fue esa sombra la que hizo que la matara de esa horrible forma, no fue a propósito.

—Está bien, lo haremos. Primero nos daremos un baño, vayamos y tomamos desayuno, luego iremos a visitar a tu mamá y, si tu tía se aparece, le diremos lo que soñaste.

La joven asintió con su cabeza y fue a tomar una ducha. Minutos después el joven hizo lo mismo.
Bajaron a desayunar y se encontraron a la madre de Cristine, con muy buen humor.

—Buenos días, queridos.

Ambos jóvenes fruncieron el ceño y lentamente se acercaron a las sillas junto a la mesa, donde se encontraba el desayuno servido.

—¿Mamá, te sientes bien?

—Claro que sí, cariño, me siento de maravilla.

Ellos decidieron ignorar a la mujer y comenzaron a desayunar. Hablaron de temas triviales los veinte minutos que estuvieron desayunando en la fresca mañana.

Cristine se dirigió a su cuarto y tomó un libro. Un espantoso frío volvió a llenar la habitación. La sombra se colocó frente a Cristine y tomó la forma de su tía.

Hola, querida.

—Hola, tía

¿Todo está bien?

—Algo así. Hay... hay algo que debo decirte.

¿Sí?

—Ayer... tuve un sueño —explicó la joven, nerviosa—.  Los vi a ustedes dos. Observé a José y te observé a ti; se veían muy felices. Algo salió de ese lago y entró en mi tío. Él hizo todo eso sin querer ni pensar. No era él, en serio. —Las lágrimas comenzaron a derramarse por las mejillas de la joven, ella había experimentado de forma espiritual todo lo que le pasó a su tía—. ¡Él no lo quiso hacer, no fue su culpa!

¿¡Y tú crees esas tonterías!? ¿Cómo sabes esas cosas?

Cristine comenzó a asustarse al ver que los muebles de la habitación comenzaban a temblar y en cuestión de segundos, a moverse.

¡No sabes nada, niña tonta! Será mejor que te calles y no vuelvas a sacar conclusiones bobas. Tú no arruinarás mis planes.

En ese momento, la lámpara de la habitación se dirigió hacia Cristine. Y, ella cayó a la cama, inconsciente.

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