Capítulo 1:
Era día de verano. Luego de unas largas jornadas laborales la familia Zamora se va a vivir al campo. La madre piensa que será buena idea cambiar de aires y decide ir a su antigua casa.
El chofer alza las maletas de la dueña de la casa y su hija, y las saca del baúl del auto todo terreno que se encuentra frente a una hacienda.
—Cariño, baja, ya hemos llegado.
La voz de la madre hace suspirar con cansancio a la joven Cristine, quien no se encuentra tan entusiasmada con la idea de haberse mudado.
En la ciudad estaba su vida, sus amigos, familia, y por supuesto, su novio.
Baja del auto lentamente, casi arrastrando sus pies. El chofer gruñe ante tal comportamiento y su madre la mira con desaprobación.
La hacienda es bastante grande: consta de dos pisos hechos de mármol con grandes ventanales y pasillos oscuros.
Vaya lugar agradable piensa Cristine.
Al llegar a su habitación recibe rápidamente una llamada. Pone una gran sonrisa en su rostro y contesta:
—Hola, amor.
—Hola, cielo.
Al otro lado de la línea, se encuentra su apuesto novio. El sueño de toda chica en la actualidad: fuerte, alto, popular, millonario, ojos azules y que solo tiene corazón para la caprichosa Cristine Zamora.
—¿Has llegado bien?
—Sí, gracias.
—Me alegra oírlo. ¿Cuándo puedo visitar tu nueva casa?
Ella suspiró cansada. Ese chico lo quería, pero era un completo idiota.
—¿Ves por qué empiezas las peleas? ¡Llevamos nueve meses juntos! ¡Es obsesivo que quieras estar en mi casa cuando ni siquiera yo me he instalado!
Ella le corta de inmediato y tira su móvil a la cama, desempaca rápidamente su ropa y objetos de higiene y luego sale de su habitación. Le importaba poco si él era buen chico o si debía esperar a los empleados para desempacar. Ella sería la dueña de todo eso, después de todo.
No deberías ser tan desconsiderada.
Cristine se gira de golpe, buscando la persona causante de esa voz tan femenina, dulce e increíblemente parecida a la suya.
Pero no ve nada.
—¿Hola?
No hay respuesta. Se ve a sí misma y se cree completamente loca. Un escalofrío familiar recorre su columna vertebral.
—¿Cariño?
La voz de su padre hace que pegue un pequeño salto.
—¡Papá, me has asustado! ¿Tú me has dicho desconsiderada?
—Claro que no.
Ella lo miró desconfiada. Él la miró confundido. Ambos eran tal para cual conforme a su forma de ser: los dos ambiciosos y con un carácter bastante malo. Sin embargo, en el físico era muy parecida a su madre y sobre todo a su tía.
—Es hora de ir a cenar, cariño, bajemos a la cocina.
Ella asiente con su cabeza y baja junto a él. Aún siente escalofríos por haber escuchado su propia voz fuera de sí.
Al llegar a la cocina, como era de costumbre en la mansión de los Zamora, había todo un buffet digno de una familia sumamente adinerada. Su madre y su padre siempre se sentaban en la cabeza de la mesa, Cristine al lado de su padre y su hermano Tyler al lado de su madre.
Tyler era idéntico a la mujer que le dio la vida, al menos en su dulce y sincera forma de ser. En cuanto a lo físico él y su padre eran como dos gotas de agua.
—¿Qué les parece la hacienda, queridos? —preguntó la madre a todos los presentes, tratando de entablar una conversación que no terminara en gritos y protestas.
—Si al menos hubiese internet...
—Cristine... —advierte la mujer de la casa.
—Tranquila, madre, a mí me fascina. Es muy agradable. Sobre todo el cuarto de nuestra tía, que es el mismo que el de Cristine.
Ella casi se atraganta al escuchar eso. No podía creer que en serio su madre había sido tan cruel como para darle la misma habitación que pisaba su tía ya muerta.
—Pero ¿qué dices? ¿¡Acaso estás loca, mamá!? ¿Cómo se te ocurre darme la habitación de mi tía? ¿¡No fue suficiente con llamarme igual a ella y aun así que me parezca en lo físico!?
—Y también en el carácter... —murmuró su hermano.
—¡Tú no te metas!
—¡Deja a tu hermana, Tyler! ¡Y tú mujer, cierra la boca!
El padre había hablado y todos obedecieron. Una vez más su padre la defendía y dejaba callados a su hijo y a su mujer.
Su hermano pensaba que se podrían casar si no fuesen padre e hija.
Cuando la noche fría cayó en la hacienda, Cristine decidió ir a su habitación. Estaba cepillando su cabello cuando su móvil comenzó a sonar: de nuevo era su novio.
—¿Este no tiene otra cosa qué hacer? —murmuró para sí misma y contestó la llamada.
—¿Cristine? Por favor no cortes, lamento mucho lo que hice, no volveré a presionarte.
Eso le gustaba a Cristine de su novio. Ella jamás debía buscarlo o pedir perdón. De hecho, ella con costo y sabía el significado de esas palabras.
—Te perdono. Sabes que te quiero.
Él se sentía aliviado al otro lado de la línea, odiaba hacerla enojar. Sin ella de seguro moriría.
—Gracias. Te amo, buenas noches.
—¿Ya te vas? O sea... ¿me pides perdón y luego te marchas?
De nuevo la estaba fastidiando. La joven era controladora y petulante.
—No, cielo, solo bromeaba. ¿De qué quieres hablar?
Ella sonrió ampliamente.
—Lo que quieras, cielo. Muero porque vengas a esta hacienda y podamos divertirnos.
Su novio jamás la comprendería. Ella cambiaba de humor en cuestión de segundos. La amaba, estaba encaprichado con ella y con su cuerpo. Él vivía obsesionado por eso: era tan rebelde y malcriada como hermosa y salvaje.
—Cuando quieras, mi vida. Sabes que siempre estoy dispuesto para ti.
—¿Te parece mañana?
—Sí.
—Adiós. Te veo pronto entonces.
Ella colgó la llamada. Extrañamente esa habitación era mucho más fría que toda la hacienda. Casi juraría que el único lugar donde hacía frío era ese.
Se fue directo a la cama y puso algo de música para relajarse.
Estás en un lugar donde no deberías. Aquí no perteneces. No mereces vivir bajo el mismo techo que mi hermana y yo. Debes irte, lárgate de aquí antes que yo misma te saque. No confíes en los hombres. Ellos son malos y solo te usan.
Cristine despertó de golpe. El sol ya iluminaba su habitación y sentía una fina capa de sudor en su frente.
Comenzó a sentir escalofríos cuando recordó lo que había soñado. Ese rostro no se borraría nunca de su mente: en especial porque era el mismo de ella.
Luego de ducharse y tratar de controlarse a sí misma, bajó al comedor a tomar desayuno. Su familia una vez más estaba en la rectangular y enorme mesa. Jamás habían sido unidos, pero tenían que actuar como tal.
—Buenos días —anunció ella haciéndose notar en la sala donde todos se encontraban.
—Buenos días, cariño. ¿Dormiste bien?
—De maravilla, padre, pero hay algo que me incómoda.
El padre se sentía confundido. Su hija siempre había sido perfecta, al menos desde su punto de vista.
—Si es por el internet, querida, he llamado hoy para que lo instalaran y tú como siempre serás la única que sabrá la contraseña aparte de mí. Además, llené tu tarjeta de platino y hay un chofer dispuesto a cualquier hora del día para que vayas de compras.
—No es eso, padre, pero gracias.
Como siempre su padre la consentía en todo lo que ella quería. Si pedía un jet privado solo para ella, color rosa y con su nombre incrustado con perlas en este, él se lo daba.
Y, de hecho, ya tenía uno así.
Cristine estaba extraña. Se sentía triste por alguna razón, y a la vez atemorizada. ¿Qué le estaba afectando? No tenía idea. Siempre estaba feliz y resplandeciente.
—¿Qué te agobia, querida? —preguntó su madre, preocupada.
—Verás..., he soñado conmigo. Bueno..., me veía un poco más menor. Tal vez de unos quince, amenazando con que debía irme.
Sus padres se miraron mutuamente con cautela.
—¿Qué has dicho? —preguntó su padre, extrañado—. Solo es un sueño, no te has de sentir bien en este lugar y te estás echando a ti misma. Debes ser paciente, querida. Con la piscina y el internet en casa te sentirás complacida.
—Pero padre, no es sobre eso... Por cierto, ¿podrías poner calefacción en mi cuarto? Ayer moría de frío.
El padre comenzaba a preocuparse. Quizá se trataba de un resfrío.
—Pero, querida, estamos en pleno verano a aproximadamente treinta y cinco grados. Es imposible que haga frío.
—Pero en las noches lo hace. Por favor.
Ella puso esa mirada que le retorcía el alma oscura de su padre. Era la misma mirada que su amada esposa le hacía cuando recién salían.
—Muy bien. Llamaré a los de calefacción hoy, cielo.
—Gracias, papi. Por cierto, hoy viene mi novio, se quedará unos días. Necesito una cama matrimonial en mi habitación y que quiten esa tan pequeña, no duermo cómoda. Además, me gustaría más naturaleza en mi balcón. Y quiero que pinten de negro todo lo que sea posible en mi cuarto, ese negro está desgastado.
El padre como siempre dijo que sí a las peticiones de su hija.
La madre terminaba de desayunar, prestando atención a su esposo y su niña. El hecho de que ella se pareciera en lo físico a su difunta hermana, era normal. Herencia quizás. Pero que tuvieran tantos gustos en común; como la naturaleza, el color negro, los libros, el carácter pesado y alegre solo con quienes querían A ella le preocupaba desde que su hija había cumplido los diez años. Quizá había sido un error nombrarla del mismo modo que su hermana y encima darle la misma habitación.
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