Capítulo 4

Despertó al amanecer por la brisa helada que sintió en su rostro. Al principio no reconoció esa habitación de colores pasteles, ventanas largas y alfombras floreadas. La chimenea estaba apagada, y el frío parecía haber aprovechado la partida del fuego.

Decidió seguir durmiendo... pero su estómago no estaba de acuerdo. No había probado una comida decente desde la tarde.

Contra su voluntad, apartó las pesadas mantas. Al tocar el suelo alfombrado, sus pies se congelaron. ¿Acaso habían dejado el aire acondicionado encendido? Buscó su mochila y se vistió con todas las capas de ropa que encontró. Si quería sobrevivir toda la semana en este infierno congelado, necesitaría conseguir un abrigo apropiado.

En busca de alguna señal de vida inteligente, salió del dormitorio hacia las escaleras. Había muchas habitaciones, en cada puerta un colgante plano de vidrio en forma de flor y un número en el centro. A juzgar por los tonos que predominaban, el color preferido de la anfitriona era el azul.

En la planta baja encontró el mismo salón que lo recibió. El florero roto había desaparecido. Su lugar lo ocupaba otro idéntico, con coloridas flores de vidrio.

Escuchó un chisporroteo suave y descubrió que venía de la chimenea. Atraído por la promesa de calor, se acercó hasta dejarse caer en uno de los sillones.

No estaba solo. Una muchacha permanecía sentada de piernas cruzadas sobre la alfombra, su cuerpo envuelto en una manta azul de la que apenas escapaba su cabeza. Volvió el rostro hacia él para dirigirle una sonrisa efímera a modo de saludo. Luego regresó su atención al fuego. Tenía rastros de hollín en la nariz y mejillas.

Gene contempló el perfil femenino con interés. No era el rostro de muñequita de porcelana lo más inusual de su presencia. Si bien alguien podría perderse en el trigal que poseía por cabello, lo que había capturado su atención era la pareja que la rodeaba.

Los dos jóvenes estudiaban los leños que ardían, concentrados como si buscaran los secretos del universo. Una muchacha y un hombre a inicios de la veintena. Cuando este último se giró, Gene se encontró ante un rostro de labios pálidos y ojos abiertos, desenfocados. Sin parpadear, inclinó la cabeza con lentitud como si buscara descifrar algo que era incapaz de ver u oír. Cualquiera habría adivinado que no tenía noción de la realidad. La mujer que lo acompañaba compartía la misma expresión.

Ambos estaban descalzos.

—¡Buenos días, mi bella flor! —Un torbellino de energía empujó una puerta cerca del escritorio y se acercó a ellos.

Kalah sostenía un tazón en cada mano, y una sonrisa inmensa en su boca. Moviendo las caderas al ritmo de una melodía en su cabeza, se acercó hasta ponerse en cuclillas ante la primera muchacha.

—Espero que hayas dormido bien, Cellín.

Puso uno de los tazones en sus manos. Luego depositó un beso en su frente y le limpió los rastros de cenizas con su puño, igual que una madre a su niña pequeña. Entonces se puso de pie, y estiró los músculos de su espalda.

Fue en ese momento que descubrió a Gene sentado en el sofá ante el fuego. Quedó estática por un instante, sus ojos muy abiertos. Se recompuso rápido de su sorpresa. Su sonrisa cálida se transformó en una curvatura traviesa.

—Hola, Génesis. ¿Quieres una sobredosis de chocolate... —Le extendió el otro tazón— o un beso de buenos días?

—Preferiría no arriesgarme a aceptar cualquier oferta que venga de la anfitriona.

—No me digas que eres la clase de hombre que no sabe dejar el pasado atrás —bufó—. Te estás ganando una invitación al club de los resentidos de Piedemonte —Con ese descaro natural, tiró de su chaqueta para instarlo a levantarse del sofá—. Venga, vamos a la cocina y te prepararé un desayuno que alegrará tu templado corazoncito.

—¿Estás tratando de redimirte por tu comportamiento de ayer... —preguntó con suspicacia. Kalah se había posicionado justo en su línea de visión, de forma que no pudiera seguir contemplando a la muchacha de la manta azul— o te pone nerviosa que me quede a solas con ella?

Supo que había dado en el clavo cuando su expresión se congeló. La niña de la alfombra no se dio por aludida, demasiado ensimismada en las llamas de la chimenea. Sus escoltas manifestaban más vitalidad, por momentos se inclinaban hacia adelante y extendían sus dedos al fuego.

—Mi hermanita está fuera de tu alcance, campeón —Le dio unas palmadas confianzudas en el hombro. Entonces apartó un mechón de sus propios ojos y elevó la barbilla—. Aprovecha la oferta de mi desayuno gratis, no es algo que le diga a cualquier hombre.

Cediendo al hambre más que a la curiosidad, la siguió a través de la puerta que llevaba a una cocina sencilla, con escasos muebles y decorada con colgantes de vidrio que se asemejaban a flores.

«¿De dónde salían tantas figuras de cristal?».

Mientras Kalah rebuscaba en la alacena, Gene se dejó caer en una silla ante una mesa de madera rústica.

—Tu hermana es muy bonita —no pudo resistirse a provocarla— y de pocas palabras.

Kalah soltó una risita.

—Celinda es hermosa. Solo ten presente que si intentas mirar con las manos, un atizador ardiente podría clavarse en tu bonito trasero.

—¿No sería un bastón de trekking?

—Lo que tenga a mano. Me alegra que tu comprensión auditiva sea tan buena... ¿Dónde estará esa condenada sartén? —masculló mientras hurgaba en el interior del horno—. Esos malditos duendes siempre me están escondiendo cosas.

Gene enarcó una ceja. Para muchos era una broma. Para alguien criado en un bosque que irradiaba un tipo de magia antigua y sutil, resultaba difícil negar la existencia de algo que había visto con sus propios ojos.

—¿Crees en los duendes?

—¡La encontré! Espero que estés preparado para saborear las peores tostadas francesas de tu existencia —Victoriosa con el trofeo-sartén en mano, la muchacha volvió el rostro hacia Gene—. En respuesta a tu pregunta, me gusta creer en toda criatura mágica o mitológica alguna vez inventada —Sacó un bol y un batidor, luego abrió el refrigerador para buscar los ingredientes—. En esta casa algunos objetos tienen pies y disfrutan de viajar a otros sitios, es razonable culpar a los duendes.

—No hay duendes en esta casa —señaló el médium con seguridad.

—¿Entonces qué hay? —Los ojos de Kalah encontraron los suyos, curiosa por el giro que acababa de tomar la conversación.

—Ánimas —pronunció con naturalidad, antes de beber un sorbo de chocolate.

—¿Por qué habría fantasmas en mi casa?

—La verdadera pregunta es... ¿por qué siguen a tu hermana?

El silencio cayó sobre ambos.

Kalah tardó tanto en dar una respuesta que Gene supuso que dejaría estar al tema. Estaba seguro de que no le creería, pensaría que él solo estaba bromeando. O quizá lo interpretaría como una metáfora, siendo que él hablaba literalmente.

—Piedemonte está plagado de fantasmas, Génesis —comenzó mientras remojaba las rodajas de pan en la mezcla—. La mayor parte dentro de las cabezas de sus habitantes. No es un buen lugar para sanar, pero es ideal para madurar.

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