Capítulo 27
Ninguno dio explicaciones durante el viaje de regreso. Tampoco hubo preguntas. Gene estaba demasiado atrapado en sus propias pesadillas. Era incapaz de contar su versión. El nudo en su garganta le advertía que de abrir la boca todo lo que saldría serían gritos de furia y dolor.
No fue consiente del paso del tiempo. Cuando volvió en sí, se encontró sentado en su cama. Sus ojos muy abiertos miraban al vacío. No había fantasmas en la privacidad de ese dormitorio, era suficiente con los que estaban agitándose en su cabeza.
Tragó saliva, respiró con dificultad.
«Está bien. Estoy bien. Esperaba esto. La muerte es mi compañera de vida», pensó para sí mismo.
Bajó la vista a sus manos. Temblaban. Algo sacudía su mundo desde su interior. El dolor era un puñal en su pecho que había estado adormecido durante meses. Ahora acababan de darle un giro y clavarlo más profundo.
Dejó escapar una risa por la ironía. Había tropezado por error con la tumba que estaba buscando. Su llegada a Piedemonte no fue una coincidencia, quizá seguía un llamado instintivo. Sus hombros se sacudieron mientras reía sin control.
Las lágrimas empezaron a escapar casi al mismo tiempo. Su sonrisa adquirió otro matiz. El sonido que escapaba de su boca se volvió afilado, el grito ahogado de un ser que se estaba quebrando.
En un arranque de furia, soltó una maldición y pateó todo lo que encontró a su paso. Arrancó las mantas de la cama, envió contra la pared la mochila a sus pies. Gritó a través de los dientes apretados.
Entonces se dejó caer en la cama, jadeando. Creía haber hecho el duelo suficiente meses atrás. Llanto, furia, negación... una amalgama de emociones fuera de control que lo distanciaron del mundo exterior.
El autoengaño fue su compañero de viaje. En el fondo sabía que el dolor seguía presente, guardado en una caja a punto de explotar. Cuando inició su búsqueda del cuerpo de su mejor amigo, aún guardaba la esperanza de encontrarlo en una tumba sin nombre, y escuchar las palabras de doctores afirmando que hicieron cuanto pudieron para salvarlo.
La verdad era más cruda que el invierno de Piedemonte. Mael había perdido la vida en una habitación cerrada, asustado por un corazón que se detuvo ante algún veneno. Su cuerpo yacía en un sitio que solo su verdugo conocía.
«¡¿Por qué?!», deseaba gritar, su visión nublada por las lágrimas. Cerró los nudillos con tanta fuerza que se volvieron blanco tiza. Quería incendiar todo este maldito pueblo hasta que las cenizas revelaran al monstruo que caminaba entre sus habitantes.
No supo cuánto tiempo lloró. En algún momento de la noche sus fuerzas lo abandonaron. El sueño lo liberó de la realidad, fue la tregua que necesitaba para no consumirse en su propia oscuridad.
Las pesadillas lo sacudieron sin cesar, un escenario cruel tras otro. Imágenes de Mael al borde de un abismo, y Gene demasiado lejos para salvarlo. Sin importar cuánto corriera con su mano extendida, al llegar sería tarde.
Mael estaba muerto. Todo lo que quedaba de su mejor amigo era un cadáver pudriéndose bajo tierra, y un espíritu que se negaba a mostrarse.
El tiempo pasó entre esas cuatro paredes. Cuando despertó, su cabeza estallaba. El ardor en sus ojos le hacía imposible levantar los párpados por más de unos segundos. Estos pesaban tanto como sus extremidades. Sus pensamientos desordenados daban vueltas. Recuerdos, imaginaciones, alucinaciones... era incapaz de diferenciarlas.
Tenía frío, tanto que casi temblaba a pesar de estar cubierto por mantas. ¿Estaba siendo poseído? ¿Era otra retromonición? ¿Por qué se sentía tan real?
En un reflejo, atrapó una mano en el aire. Le tomó unos segundos reconocer a Kalah sentada al borde de la cama con la preocupación delatando su rostro.
—Tu fiebre está disminuyendo. Aunque sigues siendo ardiente, si me preguntan. —Ella se liberó de una sacudida y apoyó la palma en la frente masculina. El alivio al sentir esa piel fría contra su rostro caliente le arrancó un suspiro a Gene. Ella debió notarlo porque compuso una sonrisa y le apartó el cabello de los ojos—. Quizá te resfriaste. Las defensas bajan cuando estamos tristes, y más si te revuelcas en la nieve como un condenado. ¿Tuviste una visión importante cuando tocaste esas fotos? Nunca imaginé que algo tan ajeno a ti te afectaría tanto...
—Nunca me enfermo —murmuró con voz ronca, débil.
«Los Del Valle Solei fueron bendecidos con una salud excelente», pensaba decir. No lo consiguió. Su garganta quemaba. Extendió un brazo torpe, tanteando la mesa de luz en busca de la botella de agua que siempre dejaba.
—Por supuesto, eres un ser superior que no conoce la debilidad —se burló ella. Adivinando su intención, le alcanzó el agua y lo observó mientras bebía la botella entera—. ¿Quieres que llame a un médico? Nunca hemos convocado uno a domicilio, esas son cosas de ricachones. Pero podría hacer una excepción por ti.
—Estoy bien.
Saciada su sed, se dejó caer de nuevo en la cama. Una maratón no lo habría agotado más. Su respiración era difícil tras ese esfuerzo.
—Entonces seré tu enfermera. Te debo el traje sexy para la próxima. —Con una sonrisa, le acarició la mejilla. Gene cerró los ojos, sin fuerzas ni voluntad para apartarla... y disfrutando del afecto—. Descuida, no te cobraré el servicio extra. Prepararé sopa de verduras, tu cuerpo necesita combustible.
Levantó el tazón que había dejado al borde de la mesa de luz.
—No necesito... —pronunció con dificultad, acomodo la almohada para poder sentarse— agregar intoxicación a mi lista.
—Eres tan tierno como la resina, corazón —replicó ella con dulzura. Se inclinó para rozar la frente del joven con sus labios—. Pero es adorable verte usar tu hostilidad en ese estado. Estás débil como un gatito.
—¿Acostumbras invadir las habitaciones... —mordió las palabras— mientras tus huéspedes duermen?
—Nunca. Hice una excepción porque es pasada la hora de la cena y no has dado señales de vida en veinticuatro horas.
—¿Ya es domingo? —Incorporarse fue como recibir una patada en la cabeza. El mundo dio vueltas, su visión se llenó de estrellas.
—Ya casi es lunes, bebé. ¿Has estado haciendo terapia de sueño? Te escuché ir al baño en modo zombi hace unas horas. —Con firmeza, apoyó una palma en su pecho y lo fue empujando hasta que estuvo de espaldas contra la cabecera otra vez—. Creo que tengo unas pastillas de vitamina C en mi habitación. Toma la sopa primero. ¿O prefieres que te alimente? A ver, abre esa linda boquita. —Levantó una cuchara como un avioncito.
Gene apretó la mandíbula. Mantuvo sus labios cerrados para conservar algo de su dignidad. Resignado, extendió una mano y aceptó el tazón. Bebió un sorbo. El sabor superó sus nulas expectativas.
Kalah se encogió de hombros y se llevó la cuchara colmada a su propia boca. Luego tomó una profunda respiración. Sus pupilas recorrían la habitación, los dedos tamborileaban en su muslo.
—No es propio de ti pensar demasiado antes de hablar. Suéltalo.
—Las fotos de anoche... —dudó, bajó la voz—. Yo las tomé.
La sopa entró por el conducto equivocado. Entre toses, Gene consiguió soltar:
—¿¡Qué carajos...!?
Ella se inclinó para darle palmaditas en la espalda.
—Cállate y escucha primero. —Se aclaró la garganta antes de continuar—. Yo las tomé con mi celular. Ellos estuvieron conscientes en cada ocasión. Las que sacaba por sorpresa, luego se las mostraba y nos reíamos juntos. Eran una pareja bonita, ¿acaso no es normal querer capturar un recuerdo de la felicidad de tus seres queridos?
—¿Cuánto tiempo estuvo él en Flores de Cristal?
—Como tres semanas. Ni siquiera recuerdo quién registró su partida, sus cosas desaparecieron una mañana... ¡Maldije tanto a ese tipo! ¡Les prohibí a todos decir su nombre! De ahí que lo llamáramos príncipe de forma despectiva. De verdad creí que se había ido después de jugar con los sentimientos de Cellín.
—¿Cómo terminaron las fotos en esa caja?
—Nunca las imprimí ni mucho menos se las enviaría así a mi hermana. Quedaron solo allí, al fondo de mi teléfono.
—¿Te robaron la tarjeta de memoria?
—No. Mis archivos están intactos, al menos lo que recuerdo. Tengo otra teoría. —Apoyó un dedo contra sus labios para callarlo—. Mi teléfono está asociado a mi cuenta Drive. Toda foto o archivo se guarda automáticamente en una carpeta en la nube. Cambié mi contraseña hace una hora. —Un escalofrío recorrió sus hombros—. Me siento asqueada al pensar que alguien entró a mi correo tanto como quiso y descargó esas fotos.
—¿Tenías una contraseña muy predecible?
—Pues...
Gene murmuró un juramento.
—No me digas que tienes el mismo usuario y contraseña en todas tus cuentas.
—¡Nunca esperé que alguien las hackeara! Soy una don nadie. Ni siquiera tengo suficientes ahorros en el banco. ¡No oculto secretos valiosos!
—Me estoy conteniendo para no decirte todo lo que estoy pensando.
—¿Que soy tu alma gemela y me adorarás con mis más defectos que virtudes?
Gene entornó los ojos, inmune a su intento nervioso de humor. Una idea atravesó su mente cada vez más despejada.
—Tus archivos... —reflexionó— fueron alterados. ¡El registro de huéspedes! Dime que tienes una copia de seguridad fuera de tu cuenta Drive.
—Hay una copia de seguridad —Señaló su sien— en mi memoria. No es muy confiable pero quizá sirva. El guitarrista del festival mencionó que otra víctima se llamaba Remington, ¿no? Creo que lo tuvimos de huésped este verano, pero no fui yo quien registró su llegada o partida.
—¿Quién más se encarga de recepción?
—Todas. Celinda, Ada, Green... si no hay nadie más en ese momento, mi madre ayuda. Puede ser muy razonable y colaboradora cuando Cellín no está cerca.
«Pero podría ser cualquiera quien eliminó esos nombres de la lista. Bastaría con tener su contraseña».
—¿Notaste algo diferente en ellos durante la estadía de —su garganta dolía al pronunciar ese nombre— Mael Rivera?
La joven inclinó la cabeza, su sonrisa se desvaneció.
—¿Cómo supiste su nombre? Nunca te lo dijimos.
—¿Acaso importa? —Gene terminó la sopa e hizo la taza a un lado.
—Es la primera vez que veo esa expresión en tu rostro. Te duele. —Estaba desconcertada. Entonces su boca se abrió con horror, las piezas del rompecabezas encajaron—. Tú no... Mael... ¿lo conocías? ¿Era alguien querido para ti? Ay, qué preguntas idiotas, es muy obvio. Ni sé lo que estoy diciendo.
—Mael era... —su voz tembló— mi mejor amigo.
Apretó los dientes. De repente, quería gritarle que se fuera. Necesitaba estar solo. El agotamiento volvía a consumirlo, sus miembros se sentían pesados. Respirar a través del nudo en su garganta era más difícil a cada segundo. Las nubes de tormenta estaban de regreso.
Sus ojos se abrieron enormes al sentirla inclinarse sobre la cama y envolverlo en sus brazos. Con fuerza. Con calidez.
Su primera reacción fue tensarse. Entonces escuchó su corazón contra el suyo. Tan real, lleno de vida. Las sombras de su cabeza retrocedieron. La soga de su cuello se aflojó.
—Lo entiendo. Habla cuando estés listo, llora cada vez que lo necesites —musitó ella en su oído—. Quiero que sepas que no estás solo en esta montaña de nieve. Por el tiempo que decidas quedarte, puedes contar conmigo. Yo tampoco descansaré hasta encontrar al monstruo que le arrebató sus sueños a esos tres inocentes.
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