Capítulo 26

A través de megáfonos, los organizadores del festival recorrían cada puesto predicando la calma. Gene siguió a Kalah hasta el sitio donde habían instalado la tienda.

Lo primero que hizo fue ir al encuentro de Ada. Ambas mujeres se tomaron las manos, preocupadas.

—Ay, me siento horrible... —decía Ada con los hombros tensos—. Yo le insistía que tomara un descanso, pero ella se negaba. Por eso le pedí que fuera a buscar más bufandas a tu camioneta, para que se despejara un rato... —Giró el rostro hacia Crisan, quien asintió para corroborar la historia.

—¿La prótesis pudo haberle causado dolor? Quizá solo está tomando aire en privado —sugirió Gene.

—¿Probaron llamarla a su celular? —preguntó Kalah, sus ojos recorriendo la multitud en penumbras.

—Lo olvidó aquí. —Crisan levantó la pequeña mochila azul de su hermanastra.

—Está bien. Mantengamos la calma —Kalah respiró profundo—. Vamos a dividirnos. Crisan, te quedas cuidando el puesto. Llámanos si ella regresa mientras...

—No quiero quedarme. Puedo ayudar a...

—Yo no voy a quedarme sentada, Génesis tiene buenos instintos y Ada es la más capacitada para rastrear a alguien en Morte Blanco. —Apoyó las manos en los hombros de su hermano. Compuso una sonrisa para aligerar el ambiente—. Por una vez, no te matará comportarte como la damisela que espera en casa a los caballos fuertes y valientes.

—Tonta. —La risa de Crisan fue mucho más serena que la de su melliza—. Ten cuidado. En media hora vuelvan a reunirse en este punto.

—Buena idea. —Se volvió hacia Ada y Gene, su expresión decidida—. Listo. Hagamos lo que siempre hacen los adolescentes idiotas en las películas de terror... Separémonos.

Gene se debatía entre la dirección a tomar cuando una sombra se deslizó veloz por su visión periférica. Giró sobre sus pies, buscándola.

Allí estaba, entre la multitud en penumbras. Una muchacha menuda de cabello oscuro. El contraste de su vestido veraniego en pleno invierno resaltaba como un faro. Sus ojos estaban muy abiertos con genuino miedo. Abrió la boca pero ningún sonido que el médium pudiera oír salió.

—¿Trinidad? —susurró él.

Ella le dio la espalda y salió corriendo, sus pies descalzos sin dejar huella. Gene se lanzó en su dirección. Ni siquiera se molestó en disculparse con las personas que empujaba en su prisa por no perderla de vista. Ignoró el dolor de sus hombros tanto chocar con otros o tropezar por la falta de iluminación. Sus botas se enterraban en la nieve más espesa conforme abandonaba la zona destinada al festival.

—¡Espera!

Soltó una maldición cuando la perdió en una quebrada bordeada por pinos nevados. El camino se dividía en tres senderos. En la noche, le resultaba imposible reconocer cuál había tomado días atrás bajo la guía de Ada.

Cerró los ojos, deseando tener el don de sentir el presente de los seres vivos. Maldita sea. Conocer el pasado de los muertos era inútil cuando deseaba evitar la tragedia.

Fue en ese instante en el que sintió unos dedos cubrir sus ojos. Sus párpados cayeron. Su cuerpo quedó paralizado por algo más que el miedo. Las manos eran casi sólidas... tan familiares que se le erizaron los vellos de la nuca. Bromas infantiles que se hacían dos personas adultas cuando el tiempo y el afecto cruzaron la barrera de la seriedad.

Una corriente de aire cortó su rostro. Gene abrió los ojos con un jadeo. Las manos que lo tocaban habían desaparecido.

Cuando consiguió adaptarse a la escasa luz proveniente de la luna reflejada en la nieve, la vio. Acurrucada contra el tronco de un pino, una mancha azul.

Avanzó con cautela. Tragó saliva. Deseó, por el bien de Kalah, que Celinda continuara en este plano.

Al acercarse, pudo escuchar su respiración acelerada, los sollozos silenciosos que escapaban de su boca. Sacó su propio celular, lo sacudió para encender la linterna y la alumbró. La muchacha temblaba violentamente, abrazando sus rodillas y enterrando el rostro en ellas.

Un gritito escapó cuando sintió la luz. Levantó la vista y Gene pudo observar esos ojos enrojecidos, ciegos por el terror.

Fue entonces cuando descubrió los trozos de papel que la rodeaban. Fotografías. Al menos una veintena. Y la caja azul caída a sus pies.

Gene soltó un juramento, una mueca compasiva en su rostro.

Cada fin de semana, un monstruo le enviaba un mensaje. Debió haber sabido que ese sábado no sería la excepción.

—Celinda... —comenzó con voz baja. Pensó en algunas palabras, aunque el consuelo siempre se le dio fatal—. Es solo tinta sobre papel. No puede hacerte daño.

La muchacha empezó a sollozar con más fuerza. Gene casi pudo escuchar los gritos que guardaba en ese momento.

Se puso en cuclillas ante ella. Extendió una mano pero la cerró antes de llegar a sus cabellos. Retrocedió. Levantó el teléfono, aún con la linterna encendida, y decidió llamar a la única persona que podría abrazarla y darle seguridad. En el instante en que seleccionaba el número, algo en las fotografías lo dejó estático.

Eran diferentes a las anteriores. No capturaban el morbo de la muerte... sino la vida. En todas ellas, Celinda estaba acompañada por un hombre joven de ropa casual y zapatillas deportivas.

Bailando juntos en el patio de Flores de Cristal, conversando en un banco de plaza, abrazados ante la chimenea apagada pero viendo una película en un portátil...

Parecían recientes, tal vez del último verano. Era enfermizo imaginar que un monstruo llevaba tanto tiempo siguiendo sus movimientos.

Pero lo que hizo que la sangre abandonara el rostro de Gene no fue otro que el hombre de las imágenes. De mirada clara, caminar distraído, y esa sonrisa soñadora propia de alguien que vivía pensando en el arte.

Al ver aquello, una soga invisible rodeó el cuello del médium. Un puño atravesó su corazón y lo exprimió hasta hacerlo sangrar.

Lo supo. Sin que nadie se lo dijera, supo que ese hombre había sido la primera víctima. La zapatilla deportiva.

Al oír los sollozos desesperados de Celinda, comprendió que ella también lo sabía. Tal vez lo supo desde el principio, que su príncipe no se había ido por voluntad propia.

A su memoria regresó aquella tarde olvidada en el departamento que llegó a compartir con Mael...

Una tormenta eléctrica los había atrapado dentro. El fotógrafo permanecía mirando por la ventana a través de su lente, intentando capturar la tempestad en imágenes.

—Me voy a reír tanto si te cae un rayo —se burló el médium.

—Yo también te quiero, Gene. Eres el hermano que nunca tuve... ni quise tener —respondió Mael con una risa, sin apartar la vista de las calles—. A la vez eres el único con el que podría quedarme encerrado durante una tormenta.

—Ya vas a empezar con tus cursilerías.

—Eres más amargo que el ajenjo. Déjame ponerme dramático mientras veo la lluvia caer.

Gene soltó una carcajada.

—No te acerques tanto a la ventana, te recuerdo que estamos en el último piso y no hay pararrayos en la azotea.

—He tomado riesgos peores por una buena foto. Son gajes del oficio.

Sentado con las piernas cruzadas en el suelo y la computadora en una mesita, Génesis redactaba la descripción física del ánima que rondaba un viejo geriátrico del centro. Otro trabajo que sus jefes en el departamento de investigación le pidieron realizar. Las descripciones eran su fuerte, ya fueran de seres que solo él podía ver o de escenas traumáticas que esas entidades habían experimentado antes de morir.

—¿Quieres escuchar algo curioso? —comentó Mael, echando un vistazo a su mejor amigo—. Nuestros ojos son las dos caras de la misma moneda. Tú puedes ver la muerte, aquello que ya se ha ido y nunca volverá. —Gene levantó la mirada, escuchando en silencio—. Yo disfruto de contemplar el milagro de la vida, cada pequeño detalle, y capturar el presente en una imagen eterna. Ambos podemos ver aquello que está allí pero la mayoría ignora. Por eso, estábamos destinados a conocernos.

De regreso a la implacable noche de Piedemonte, Gene levantó los dedos a su propio rostro. Al sentir la humedad deslizarse por sus mejillas, sin un solo sollozo, comprendió que no necesitaría buscar el nombre de esta víctima.

Ya lo sabía. En el fondo lo presintió desde que puso un pie en este pueblo.

Mael había sido la primera víctima.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top