Capítulo 25

Cuando sus bocas se separaron, Gene descansó la frente contra la de Kalah. Sus ojos se encontraron.

Demasiados pensamientos giraban en su cabeza. Podría haber sido un beso más si se tratara de cualquier persona, pero era ella. Kalah era demasiado importante.

Se dijo que era mejor detenerse allí porque no quería lastimarla. No deseaba crearle una ilusión y convertirse en un nombre más en su lista de seres queridos que la habían dejado sin mirar atrás. Como un cobarde, se aferró a esa excusa para retroceder.

—Kalah, no eres la clase de persona que vive aventuras de una noche...

—Tanto que me esfuerzo en parecer una femme fatale y tú me delatas —interrumpió ella de buen humor mientras acomodaba el gorro en su cabello—. Tranquilo, no te arrastraré a la iglesia después de un beso. Solo quiero tu compañía por el tiempo que tenga que ser. —Su sonrisa se atenuó—. Sin títulos, sin promesas. Confieso que extraño un poco sentir que alguien me quiere... ¡Ay, eso sonó demasiado patético! Olvídalo. No dije nada. Vamos a formatear los últimos cinco minutos.

Se puso de pie a gran velocidad. Sacudió la nieve de su ropa, lista para regresar con el grupo. Él saltó del asiento y atrapó su muñeca.

—Escucha. Estás sacudiendo mi mundo y no tengo idea de cómo... —Lo que sea que pretendía decir, quedó en segundo plano al sentir una punzada atravesar sus sienes.

Inclinó la cabeza, agudizó sus sentidos. Había una presencia intrusa. Cerca. Demasiado. Observó los puestos a unos metros de distancia bajo la luz de los faroles. La gente paseaba animada, la música fluía en el aire junto a las conversaciones. Podría haber sido el mismo escenario que sucedía hacía unos minutos, pero algo había quebrado ese cuadro perfecto.

Encontró la razón de su inquietud entre dos tiendas. Descalzo sobre la nieve, el hombre poseía una mirada ciega. Llevaba una chaqueta de símil cuero y pantalones oscuros de los que colgaban cadenas. Reconoció al escolta de Celinda, por primera vez solo.

Las bombillas que iluminaban las tiendas a su alrededor titilaron.

—Algo lo está alterando —susurró. Apretó la mandíbula, el temor se volvió un puño en su estómago.

—¿Qué? —Kalah siguió la dirección de su mirada, pero sus ojos no podían ver a esa entidad—. ¿Qué estás viendo?

Cual nube que presagiaba tormenta, el ánima era una advertencia. Intentaba comunicarse en medio de su confusión. Una de las bombillas acabó por apagarse. Había acumulado demasiada energía, podría ser peligroso si conseguía mover objetos.

—Vamos. —Atrapó la mano de Kalah y la arrastró de regreso al festival.

El ánima les dio la espalda y caminó atravesando la multitud. Las personas experimentaban un escalofrío que achacaban al invierno. Si fueran conscientes de la cantidad de espíritus que rozaban día a día, enloquecerían. Gene luchaba por abrirse camino sin perderlo de vista, con una confundida Kalah siguiendo sus pasos.

Pasaron los puestos de comida, aquellos de suvenires y se alejaron del escenario principal. Tuvieron que correr para seguirle el ritmo.

La respiración de Gene era irregular cuando al fin se detuvieron. El ánima le daba la espalda, su mirada clavada en un músico ambulante sentado sobre una manta impermeable.

El hombre debía rondar la treintena. Afinaba su guitarra con la expresión relajada de quien tenía todo el tiempo del mundo. Un sombrero descansaba a centímetros de él, donde los turistas habían dejado caer un poco de dinero.

A juzgar por su ropa de impecable blanco, no era un extranjero. Probablemente se trataba de un artista local que tocaba como pasatiempo para obtener un ingreso extra.

—Ya deja el suspenso —se quejó Kalah—. ¿Qué pasa?

—Eso intento entender —respondió sin apartar la vista del músico. Este les dirigió una sonrisa cortés y continuó tocando un par de acordes desafinados.

El ánima estaba tan tensa como esas cuerdas. Gene lo observó extender una mano de uñas pintadas de negro hacia el hombre.

—Hey, yo te conozco. —Kalah se puso en cuclillas con desenvoltura—. ¿Eres amigo de Vale, la chica de la cafetería?

El hombre enfocó la mirada en ella. Sonrió con pereza.

—Las amigas de mis amigas son mis amigas —respondió con serenidad.

—¿Puedes tocar algo romántico y cursi? Así saco a bailar a este chico —pidió, señalando con el pulgar a Gene.

—Me gustaría, pero esta dama no quiere cooperar. —Su mirada concentrada en el clavijero les hizo saber a la quién se refería—. Ha estado rebelde todo el día.

—¿Es —Gene tuvo un mal presentimiento— tuya?

—Era la idea. La encontré en la casa de empeño hace unos días. —Soltó un suspiro decepcionado. Acarició con delicadeza el cuerpo de la guitarra—. Si me sigue rechazando, tendré que devolverla.

—¿Puedo? —Extendió un brazo.

—Génesis... —Por su tono alarmado, Kalah comprendía su intención.

—Si fuera completamente mía, lo que le estás pidiendo a un músico es demasiado —respondió el desconocido con humor—. ¿Sabes tocarla?

—Depende de su pasado.

Su mano derecha se cerró sobre el mástil. Se quitó el guante de la izquierda y acercó la palma abierta a las cuerdas. Hizo tres respiraciones para calmar sus latidos, maldijo la falta de tiempo que no le permitiría una meditación más larga.

Sin pensarlo demasiado, hizo contacto.

La música del festival se sumergió al instante bajo el hielo líquido. Sus oídos se llenaron de agua. Esta abrazaba cada centímetro de su piel fría. Temblaba tanto que imaginaba su sangre transformándose en diamantes. Lo perforaban desde el interior.

Consiguió mover sus dedos. Un ramalazo de dolor arrancó su mente de las cadenas que lo mantenían sumiso.

«Levántate... Maldita sea, muévete. No puede terminar, no así», se dijo desesperado, sintiendo que hasta sus propias lágrimas se congelaban nada más formarse.

—Es perfecto... —escuchó una voz excitada, ahogada al tener los oídos sumergidos—. Resiste, lucha. El frío es solo el ambiente, el acto final está por llegar.

Abrió los ojos, un jadeo roto escapó de sus labios adormecidos. Entonces consiguió arrastrar su cuerpo fuera de ese infierno de hielo.

Con sus sentidos aturdidos, apenas fue consciente de los objetos que lo rodeaban. Se arrastró fuera de la bañera como un animal moribundo que escapaba del vehículo que lo arrolló.

Sus manos arañaron el suelo hasta dejar rastros de uñas y sangre. Escuchó una risa ronca, pero no pudo identificar el origen. Supo que lo observaba, disfrutaba de su patético intento de fuga.

Consiguió aferrarse al lavatorio y así ponerse de pie. El dolor estalló en sus piernas, tan intenso que lo paralizó. Se empujó contra la pared y se fue deslizando hacia el suelo.

Dejó escapar un sollozo al comprender que no tenía las fuerzas para caminar. Ni siquiera pudo gritar cuando un puño agarró su cabello y lo arrastró sin piedad por el suelo helado. Los bordes entre las cerámicas raspaban la piel desnuda de sus brazos, la ropa húmeda no era suficiente amortiguador para los golpes.

Una eternidad de ser arrastrado como un muñeco de trapo, su piel sintió el golpe del sol. Una hermosa y fugaz bendición contra el frío bajo su piel.

La esperanza duró poco. Trató de gritar por auxilio cuando unas manos duras lo empujaron contra unos barrotes que le llegaban hasta la cadera. No sintió más que aire en su espalda. Lo invadió la seguridad de que habría caído hacia atrás si no lo hubieran mantenido sujeto.

Se sintió a la deriva un segundo, el aire caliente sobre su cuerpo frío. El canto de las aves de mediodía, el susurro de las hojas al frotarse con el viento.

Abrió los ojos. Las manos lo empujaron con violencia. Sin fuerzas para agarrarse, todo su cuerpo cayó de espaldas al vacío.

El tiempo se ralentizó. Por su mente viajaron los recuerdos de una vida que deseó dejar atrás, cuando decidió volver a empezar con su guitarra y un boleto de tren al azar.

Entonces todo sucedió más rápido, no consiguió procesarlo. El dolor de las costillas rotas, el colapso de sus pulmones y la sangre de su corazón aplastado por el impacto.

Gene soltó un jadeo. Sus manos se abrieron. La guitarra cayó a sus pies. Se llevó una mano al abdomen, luchando por recordar cómo era respirar. Bordes oscuros nublaban su visión. Sintió como propia la sangre escapando por su boca, sus huesos quebrados perforaban sus órganos.

—¡Génesis! Vuelve conmigo... Respira... Regresa...

Sintió la piel cálida de unas manos en su rostro helado. Unos labios cálidos acariciaron los suyos. Suaves, dulces como el perfume con notas acarameladas que desprendía.

Su consciencia se aferró a esa voz, a esas manos. Y así consiguió salir a la superficie. Su visión fue regresando. El aire ingresaba con dificultad en sus pulmones adoloridos. Los brazos que lo envolvieron le devolvían el calor, ayudaban a controlar sus temblores. Se llevó una mano a los labios, no había rastro de sangre. Su cuerpo estaba intacto.

—Estoy bien —suspiró cuando estuvo seguro de recuperar el habla. Levantó una mano ligeramente inestable y la posó sobre la mejilla de la joven—. Estoy acostumbrado.

—Mentiroso —replicó ella con una risa nerviosa.

—¿Estás bien, hermano? —intervino el músico. Levantó la guitarra caída, sin ofenderse por el golpe.

—Lo siento —Kalah explicó rápido al reducido grupo de testigos que los observaban con las bocas abiertas—. Tuvo un accidente hace un tiempo y algunas guitarras le despiertan el trauma.

—Debería buscar ayuda, esas experiencias no se curan solas.

—Eso es cierto. Tienes que ver un psicólogo, Génesis.

—Lo hago —la sorprendió al decir—. Una vez al mes. Es una rutina obligatoria en mi trabajo.

—¿Seguro que puedes caminar? —susurró ella en su oído—. Apóyate en mí, puedo cargarte si es necesario.

Él negó con la cabeza. Ignoró a los curiosos. Estaba acostumbrado a las miradas, susurros y dedos señalándolo. Tenía un don para fingir que algo ante sus ojos no existía.

Captó algo en el reverso de la guitarra. Una partitura incompleta pintada a mano. De las cinco líneas horizontales del pentagrama, solo en la parte inferior aparecían notas musicales.

—Supongo que no tienes idea de quién fue su dueño anterior —reflexionó.

—Lo único que tengo es un nombre —replicó el músico.

Las alarmas se dispararon en la cabeza de Gene. El ánima que los había guiado permanecía inmóvil, sus pies descalzos no dejaban huellas sobre la nieve.

—¿Estás seguro?

—Es solo una teoría —Sus uñas largas rozaron la partitura dibujada—. Estas son dos notas musicales, la segunda y la tercera. —Soltó una risa triste—. Su anterior propietario era ingenioso.

Gene apretó los dientes. Habría preferido mantener su boca cerrada. Sabía lo que vendría. De cualquier forma, tampoco podía huir.

—¿Cuáles son esas notas? —se forzó a preguntar.

—Re y mi. Remi. Supongo que su nombre era... —La temperatura descendió en cuestión de segundos, las palabras del músico escaparon junto a una nube de vaho— Remington.

Una punzada golpeó el cráneo de Gene. Hizo una mueca. La luz centelleó, el viento provocó que las tiendas se sacudieran. Los visitantes soltaron chillidos asustados.

Alguien en el escenario advirtió que mantuvieran la calma, era normal en terreno abierto. Justo al instante, las bombillas se recargaron y exploraron en trozos de plástico sobre las personas.

El festival quedó en penumbras. Gritos al borde del pánico se entrelazaron a las risas de quienes lo tomaban con humor.

La gente nerviosa empezó a moverse.

—¡No me empujen, maldita sea! —Kalah atrapó su mano antes de ser arrastrada por la multitud.

—Tranquila —Sin abrir los ojos hasta que el dolor remitiera, el médium la envolvió en sus brazos para protegerla—, pasará pronto.

Abrazados en ese rincón de Morte Blanco, con la luz de la luna reflejada en la nieve del suelo, ambos esperaron. Ya fuera por causas naturales o sobrenaturales, el viento y esa estática del aire tendría que detenerse algún día.

Así fue.

Minutos después, uno de los organizadores salió con un megáfono a avisar que había ocurrido un cortocircuito por sobrecarga de energía. Aseguró que mandaron a pedir bombillas para cambiar todas las quemadas.

—Eso fue espeluznante —comentó la joven, descansando la barbilla en el hombro masculino—. ¿Vas a explicarme qué rayos acaba de pasar?

—Cuando regresemos.

—¡Kalah! —el grito de Crisan los hizo separarse. El hombre se acercaba corriendo hacia ellos. Llegó sin aire, más alterado que cualquier turista—. No la encuentro. Se suponía que iría por unas cajas al auto pero no regresó.

—¿De qué estás hablando?

Su hermano jadeaba por recuperar el aliento. Se llevó una mano al pecho.

—Celinda... desapareció.

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