Capítulo 18
Kalah se lanzó por la puerta cercana a la chimenea. Atravesó el jardín como una flecha, su mirada ciega de horror. Sin un segundo de lógica, pretendía lanzarse a las llamas que devoraban la puerta del taller.
Su cuerpo se habría calcinado si unos brazos no se hubieran cerrado en su cintura. Gene la atrapó por detrás justo antes de que cometiera una locura.
—¡Suéltame! ¡Mi hermana está en peligro! —Kalah movía las piernas de forma frenética, clavó sus uñas en los antebrazos de él hasta arrancarle sangre. Sacudía su cuerpo como un perro rabioso—. ¡Cellín! ¡Celinda!
Gene soportó los arañazos y patadas. En lugar de ceder, la abrazó con más fuerza hasta que consiguió inmovilizarla. Quizá por la falta de aire que le causaba tener su estómago presionado o por el humo al que estaban expuestos, la energía de la joven fue disminuyendo.
Jadeaba para recuperar el aliento. La cordura estaba regresando por las malas.
—Solo el taller fue destruido —insistió Gene en su oído—. Un montón de vidrio, metal y concreto.
—Déjame ir. ¡Tengo que estar segura!
—Cálmate. O usaré la fuerza para sedarte.
—¡Cellín está adentro, maldito monstruo sin alma!
—¡No lo está! —gruñó al límite de su paciencia—. Estoy seguro. Lo sabría.
—¿Por qué debería confiar en tus palabras? —Ella giró el cuello para encontrar su mirada.
La sonrisa de Gene fue afilada.
—Porque no te estoy dando otra opción.
En ese momento escucharon un gimoteo detrás de ambos. Una temblorosa Celinda observaba las ruinas del que había sido su refugio. La muchacha se llevó las manos a la boca, sus ojos enrojecidos.
En sus brazos, Gene sintió a Kalah perder las fuerzas. Supo que se habría derrumbado de alivio si él no la estuviera sujetando.
Se recuperó en un soplo de viento. Aún temblorosa, escapó de su agarre y corrió hacía su hermana. La atrapó en un abrazo que casi las lanza al suelo.
—¡Celinda! Eres tú. Estás bien, estás bien... —murmuraba entre sollozos contra sus rizos rubios—. No me asustes así, por favor. Gracias al cielo no estabas allí.
Ambas rompieron en llanto. A juzgar por la desesperación con la que Celinda devolvía el abrazo, era consciente de la tragedia que estuvo a punto de cobrarse la vida de su imprudente hermana.
Gene se alejó de la dirección del humo. Respirando profundo, contó sus propios latidos. «No hay tiempo para crisis en los jardines del Inframundo», se repitió.
Después del golpe inicial que representó el nombre de Trinidad y la explosión del taller, su cordura estaba llegando al límite en el que se activaba el modo autómata. Era un buen momento para guardar las emociones en una caja y ponerse en acción.
—Lamento arruinar su momento mágico —interrumpió, inexpresivo—, pero hay un incendio que puede propagarse si no lo controlamos.
Kalah soltó a su hermana y lo miró en silencio, las mejillas húmedas por las lágrimas. Su fuerza parecía haberla abandonado, en ese momento no era más que una criatura frágil y humana...
A través de su propio escudo mental, Gene sintió un magnetismo inesperado, el deseo de abrazarla y decirle que todo estaría bien. Eso lo asustó más que cualquier evento del día.
¿En qué lo estaba convirtiendo?
—Si vas a ser un estorbo —Él habló con deliberada lentitud, despectivo como se dirigiría a una idiota—, mantente al margen pero dime dónde hay un extintor. A menos que por ahorrar presupuesto no hayas comprado uno.
Esa sacudida verbal funcionó mejor que cualquier bofetada. Kalah apretó sus ojos con las yemas de sus dedos. Cuando los volvió a abrir, lucían despejados... a excepción de las chispas de furia que le disparaban.
—Eres un maldito imbécil. Hay uno en cada piso —soltó con una sonrisa que enseñaba los dientes—. Iré a buscarlos.
—Voy contigo.
—No te necesito.
—No fue una pregunta.
Kalah le dio la espalda y se apresuró a buscar los extintores en las paredes. Armados con uno cada uno, consiguieron sofocar el fuego antes de que se extendiera a las murallas que rodeaban el patio.
La joven se dio prisa en cortar la luz y cerrar el paso de gas del regulador de Flores de Cristal. Eso disminuiría el riesgo de una nueva explosión o cortocircuito.
Les tomó al menos dos horas asegurarse de que el peligro mayor había pasado. La noche cayó sobre Piedemonte y las farolas solares en forma de flores se encendieron en el jardín, inmunes al paisaje apocalíptico que estuvo cerca de devorarlas.
Con su bufanda protegiendo la parte inferior de su rostro de los restos del humo, Gene se asomó por entre el carbón que había sido la puerta. No tenía intención de entrar, estudió todo desde el exterior.
El taller era simple pero espacioso. Ubicado al fondo del patio, se trataba del refugio perfecto para alejarse de los turistas por horas. Era un salón con paredes de ladrillo y abundante ventilación. El techo parecía haber estado formado por paneles de vidrio que descansaban sobre barras transversales. Lo único que quedaba ahora eran metales torcidos y un suelo cubierto de vidrios. Al bajar la vista, descubrió la tierra húmeda. Nada de cerámicas, ni siquiera un contrapiso de hormigón.
—¿Por qué tiene este diseño? —pensó en voz alta.
—Antes era el invernadero —explicó Kalah sin encontrar sus ojos mientras revisaba desde lo que quedaba de la única ventana—. Remplazamos las paredes de policarbonato por ladrillos y cemento, pero reutilizamos el techo original porque a Celinda le gusta la luz natural.
—¿Qué hay del suelo?
—A Cellín... —tomó aire como si le faltara energía para completar sus frases— le gusta sentir la tierra bajo su pie cuando trabaja. Es su forma de conectarse con la naturaleza, ya que no sale mucho.
—¿Puedes reemplazar el equipo perdido?
La joven apretó los labios. Bajó la vista a sus manos cubiertas de hollín. Miró tras su hombro hacia la puerta del caserón, pero su hermanastra ya no estaba. Minutos atrás le habían pedido que se encargara de enviar un correo a los del seguro.
—Tomará mucho tiempo —murmuró. Entonces se obligó a formar una sonrisa, un gesto vacío que no llegó a sus pupilas—. Pero ya eran hornos viejos y los materiales pueden ser reemplazados por otros mejores. Encontraré la forma... —Su sonrisa vaciló—. Debo hacerlo.
—¿Era tan importante este taller?
—Sí —respondió sin dudar—. Esto no es solo un pasatiempo para Cellín, es su terapia. Estas cuatro paredes eran su santuario donde se alejaba de los fantasmas que abruman su memoria.
—¿Crees que fue un accidente? —disparó directo al punto.
—Bueno, el fuego del horno se alimenta con gas natural, y tiene acceso a electricidad. Un cortocircuito podría ser... —Su voz se fue apagando al encontrar el rostro escéptico del joven— verosímil.
—Kalah... —comenzó con suavidad, su tono comprensivo—. ¿El humo envenenó tus neuronas o solo estás en negación?
—Por el cielo, eres un maldito bastardo.
—Mis padres estaban casados al concebirme.
«Cuenta la leyenda que se casaron a la semana de conocerse. Se veía venir que sus hijos no podrían ser normales», pensó.
—¿Sería mucho pedir un respiro? —Ella se cubrió el rostro con las palmas y soltó una risa histérica—. ¡¿Crees que es fácil aceptar que un psicópata entró a mi casa en algún momento y causó una explosión?!
—Tampoco es fácil darle sentido a este maldito rompecabezas —Avanzó hasta ella y le sujetó las muñecas para apartárselas del rostro—, cuando todo lo que he conseguido son piezas aisladas. Enfría tu mente. No te escondas en el autoengaño. Es la única forma de protegerla.
Ella era la única capaz de responder sus preguntas. Fue su elección mantener el acoso a Celinda entre ellos tres, ocultándolo de sus propios amigos y familia. La policía no tenía evidencia suficiente para buscar a un criminal.
Estaban solos en esto.
—¿Qué necesitas saber?
—La explosión se dio cerca de las cinco y media. ¿A esa hora Celinda suele estar en el taller?
—Cuando no está ante la chimenea del salón principal, está en su taller. Por supuesto que a esa hora... —Sus ojos se abrieron con incredulidad. Negó firme con la cabeza— ella nunca está en el taller. A las cinco en punto, hace una pausa para tomar su té favorito frente a la chimenea. Si vuelve al taller, es recién una hora después.
Gene entornó los ojos. No se dio cuenta de que sus manos seguían aferrando las muñecas femeninas, ni de los círculos relajantes que formaban sus pulgares sobre la piel sensible.
—¿Estás diciendo que el asesino sabía que Celinda no corría peligro?
—Ahora que lo pienso... es cierto. No tiene sentido. ¿Ese malnacido cometió un error de cálculo?
Gene lo consideró un momento.
—No quiere matarla —intuyó. Sus ojos se encontraron con los de su interlocutora—. No todavía. Antes...
—Quiere quebrarla —terminó la idea en un susurro—. Va a destruir todo lo que Celinda ama.
—Hay algo que escapa a mi comprensión. —Al fin liberó sus manos. Le apartó un mechón de la frente, sus nudillos rozando la piel femenina cubierta de cenizas—. No ha tocado lo más preciado para Celinda Monterrey.
Las pupilas de Kalah se movieron a la derecha al buscar la respuesta. Recorrieron el patio plagado de flores marchitas y nieve cristalizada.
—Ya dañó sus flores de vidrio y se burló de su amputación, ¿qué le queda? ¿Su habitación?
—Kalah.
—¡¿Qué?! —estalló ella—. Deja el maldito suspenso. Si tienes una pista solo dila.
—Mujer ciega. —Él le dio un golpecito en la frente—, eres tú. Intenta dañar a tu hermanastra pero ni siquiera ha usado la carta que la llevaría al borde. Eres el comodín.
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