Capítulo 10

A la mañana siguiente, Gene despertó con su cabeza a punto de partirse en cuatro. Se giró en la cama hasta quedar boca arriba y se cubrió los ojos con un brazo.

—Extraño esa época del siglo veinte cuando aún no nacía —masculló adolorido.

Cada vez que era expuesto a una sobrecarga de energía, terminaba en ese estado. Deseaba desaparecer de Flores de Cristal, pero no podía abandonar a sus habitantes. Ni siquiera él mismo comprendía sus motivos. ¿Compasión? ¿Conciencia? ¿Personalidad obsesiva? Solo sabía que necesitaba respuestas o la duda lo perseguiría hasta el fin del mundo.

Buscó la hora en su celular. En ese momento debía estar saliendo el primer tren del día, pensó con añoranza.

«Suficiente autocompasión. Hora de ponerse en marcha», decidió. Se vistió con cada prenda de abrigo que encontró y abandonó el dormitorio.

Los pasillos estaban muy silenciosos esa mañana, algo que agradecía porque su sueño era tan ligero que un susurro podría despertarlo. Pasó ante la puerta de la madre de Kalah, y escuchó una risita femenina. No oyó respuesta, probablemente estaba al teléfono.

Algo que Gene había notado en su semana entre las Escudero, era que el tiempo de caridad que la madre pasaba con sus hijas era escaso, por no decir nulo. Tenía sus propios víveres en un sitio aparte de la alacena o refrigerador, entraba y salía de la casa sin un saludo. Simplemente hacía su vida, indiferente a los malabares de Kalah por pagar los impuestos. Parecía más una huésped ajena que él mismo.

Aunque intentaba acercarse a su hija con una máscara de calidez, esta se agrietaba al ver a su hijastra. Abandonaba la cocina comedor con una mirada de desprecio si Celinda se unía a la mesa.

Era tan inusual... Él no podía imaginar a su familia tan fragmentada. Eran un huracán invasivo, brindaban su apoyo en manada cuando uno los necesitaba. Lo quisiera o no.

Su madre tuvo que hacer un juramento para resistir el impulso de meterse en sus vidas, pensaba divertido. Como astróloga con unos instintos que escapaban a toda lógica, ella podría saber cuándo una adversidad iba a sacudir el mundo de alguno de sus seres queridos. Como una madre sobreprotectora, había aprendido por las malas que intervenir en lo inevitable solo acarreaba desgracia.

Sus padres hacían su vida en la ciudad, pero más de una vez por semana se aseguraban de ponerse en contacto con sus tres polluelos que hacía tiempo habían volado fuera del nido. «Tuve suerte de nacer en ese aquelarre», agradecía cuando era consciente de que pudo haber terminado en un psiquiátrico diagnosticado con esquizofrenia. Era el destino más habitual para otros médiums.

Su dolor de cabeza remitió al pensar en su familia. Una sonrisa inconsciente resplandeció en sus ojos. Eran su refugio, aquello que lo salvaba de quebrarse cada vez que experimentaba una muerte ajena.

En la cocina, encontró a Kalah preparando té en una tetera de porcelana. Una mujer adulta, de cabello recogido en una trenza que mantenía cualquier mechón apartado de sus ojos, la ayudaba amasando algo en un recipiente.

No lo oyeron llegar. Detrás de la puerta entreabierta, Gene se disponía a golpear antes de entrar pero algo lo detuvo. Aguardó.

—Kali, ¿confías en mí? —preguntó su acompañante en medio del silencio cómodo.

Kalah estuvo punto de soltar la tetera. Se giró hasta la mujer al instante.

—¿A qué viene eso? ¡Confío más en ti que en mí misma, Ada!

—Entonces dime lo que da vueltas en tu cabeza. El dolor disminuye al compartirlo.

—Lo único que quiero de ti es que vengas a visitarme más seguido —sonrió con coquetería—. Además de los días que Cellín cocina, tus visitas son el único momento en el que puedo desayunar o almorzar algo comestible.

La mujer no respondió a su sonrisa.

—Green me contó que Cellín estaba recibiendo cartas molestas —soltó de repente, dejando caer el bollo de masa sobre la mesa con brusquedad—. ¿Por qué me tengo que enterar por el jardinero que mi ahijada está siendo acosada? ¿Cuándo pensabas decirme?

—No es... Yo... ¿Nunca?

La mujer entornó los ojos. Sus dedos apretaron la masa. Arrancó varios trozos y comenzó a formar bolas.

—¡No quiero que te preocupes! —se apresuró a agregar Kalah—. Ya has hecho demasiado por esta familia.

—Niña tonta, me preocuparé todo lo que se me cante. —Le dio una palmada en la cabeza a modo de reproche.

—¡Oye, no soy un perro que se ha portado mal!

—Y si estoy aquí es porque quiero. Porque te adoro y deseo verte feliz —Regresó su atención a la receta. Apretaba entre sus yemas las bolas para darle forma plana, refunfuñando—. Un día de estos voy a arrastrarte a terapia para que dejes de poner los problemas ajenos sobre tu espalda. Ya tienes bastante con tu propia mochila.

—Yo también te quiero, Adita —Se acercó rápida y le dio un beso en la mejilla—. Eres la abuela que siempre soñé —agregó en tono burlón.

—Mocosa insolente, tengo la edad de tu madre —la reprendió, pero una sonrisa la delataba—. Terminé las tortillas. ¿Crees poder cocinarlas sin quemarlas o dejarlas crudas?

—Haré mi mejor esfuerzo. ¿A dónde vas?

—Por provisiones. No puedo creer que todo lo que haya en tu cocina sea medio limón, un kilo de harina y arroz... Y esos bollos de pan duro que lanzaré a la basura apenas te distraigas.

—¡No te atrevas! Aún puedo aprovecharlos. Si los paso por la procesadora, tendré pan rallado casero.

—A veces me preocupa tu obsesión por echarle agua al shampoo —suspiró Ada, exasperada—. Vuelvo en una hora. Ya hice una lista mental de todo lo que falta.

—Tráeme el ticket y te devolveré hasta el último centavo —estuvo de acuerdo mientras encendía el fuego al mínimo y colocaba el sartén—, ese es el trato.

—Como sea.

Antes de ser descubierto espiando, Gene se apresuró a irrumpir en la cocina. Estuvo a punto de chocar con la mujer que iba en dirección contraria.

—Tú debes ser el nuevo huésped —Ella reaccionó primero. Luego de darle un rápido vistazo de arriba abajo, sonrió con astucia y volvió el rostro hacia Kalah—. Es un buen espécimen, quizá deberías hacer una excepción esta vez. Luce como alguien que podría quitarte todo el estrés. ¡Nos vemos más tarde!

Salió con la agilidad de alguien habituado al ejercicio.

—Ya oíste a mi copiloto. Deja de resistirte a mis encantos, Génesis —agregó Kalah entre risas, ni un poco avergonzada por el descaro de su amiga.

—Dime con quién andas y te diré quién eres —replicó el joven por lo bajo.

—Eres más silencioso que un fantasma, corazón. Ni siquiera escuché tus pasos.

Le dio la espalda y se dispuso a cocinar las tortillas.

—Me lo han dicho antes —Si había algo que detestaba, era perder tiempo con una conversación banal hasta llegar a lo importante—. ¿Por qué un asesino serial acosa a tu hermana?

La pregunta debió tomarla desprevenida porque sus hombros saltaron y soltó un siseo. Se había quemado el dorso de la mano con el sartén.

—¡¿Qué carajos, Génesis?! —exclamó, sujetándose la mano adolorida—. ¿Qué te hace creer que lo sé?

El hombre soltó un juramento. En tres zancadas, llegó a su lado y la sujetó del brazo. La jaló hasta poner su mano bajo el surtidor.

—Puedo hacer eso por mi cuenta —señaló ella, confiada mientras el agua fría caía sobre la quemadura—, no necesitas buscar excusas para tocarme. Solo tienes que pedirlo por favor.

—No parecías tener intención de enfriar la herida. Si no lo haces, la quemadura se expandirá.

Ella intentó sonreír pero acabó mordiéndose el labio inferior en una mueca de dolor.

—Está bien, las cicatrices son buenas. Será fácil reconocer mi cadáver gracias a ellas.

Gene no sonreía.

—Tengo medicina en mi mochila. Te daré un poco para hacer más difícil el trabajo de los forenses —agregó con sequedad, haciendo que girara la mano bajo el agua.

—Descuida, tenemos un botiquín de primeros auxilios en esta casa. También un extintor. Aunque no lo creas, pago todos los impuestos y cumplo cada requisito legal para recibir huéspedes.

—Los remedios naturales son mejores a largo plazo. Mi hermano es especialista en hierbas medicinales y siempre que voy a visitarlo renueva mi botiquín. Dame una excusa para deshacerme de esas cosas antes de que se pudran.

—¿Tienes un hermano?

—Acabo de decirlo.

—¡Debe ser genial tener un brujo experto en brebajes en la familia! Pregúntale si quiere ser mi hermano —Ella hizo un mohín cuando él cerró el surtidor y le secó la mano con una servilleta. Era tan gentil que contrastaba con su expresión hostil—. Hace unos años intenté hacer un huerto, pero todo lo que toco perece.

—Kalah —Esperó a que ella levantara la mirada antes de continuar—. Necesito ver los zapatos.

Ella evadió su mirada, la máscara de la sonrisa comenzaba a resquebrajarse.

—¿No deberías estar corriendo hacia la estación? Se te pasa el tren, Génesis.

—Cambié de opinión. Extendí mi estadía. Pero... Deja. De llamarme. Génesis —soltó a través de los dientes apretados. Se había contenido hasta entonces, pero si iban a pasar más tiempo juntos, necesitaba aclarar ese punto—. Solo Gene.

—¿Por qué? Es un nombre muy bello, me da pena arruinarlo con un diminutivo. Además, he tenido muchos huéspedes llamados María José, o José María. Los nombres no tienen género ni... ¡Ay! ¡Eso duele!

Apartó la mano con brusquedad cuando él hizo presión en la quemadura. Usó su otra mano para protegerla y lo miró como si fuera un gato que acababa de morderla mientras lo acariciaba.

—Mi error —se disculpó Gene sin una gota de arrepentimiento—. Quiero ayudarte.

—Ya lo hiciste, mi mano estará bien. Gracias.

—Hablo de encontrar a los dueños de esos zapatos. Puedo ayudarte.

—¿Gratis?

«¿Por qué no estoy sorprendido?». Debió haber imaginado que esa sería su primera inquietud. Resistió el impulso de elevar los ojos al cielo.

—Tómalo como la única obra de caridad que haré en mi condenada vida. O como una deuda que tendré a mi favor con el karma.

—Tengo miedo de insistir en pagarte por pura cortesía y que acabes aceptando —confesó ella, mordiendo su labio inferior—. Hagamos esto: intercambiemos un servicio por otro. Si algún día tu familia desea venir a Piedemonte, tendrá hospedaje sin cobro.

—Maldecirás este día si alguna vez conoces a mi familia.

—Estoy segura de que serán tan encantadores como tú —Kalah cerró los ojos. Parte de la energía abandonó sus hombros—. ¿Eres detective? Tu rostro me dice que eres el policía bueno, tu personalidad habla de lo contrario.

—No soy detective, solo un auxiliar en la Sección de Homicidios y Desaparecidos.

—Wow, ¿de verdad? Eso es... una coincidencia un poco espeluznante.

—En mi mundo abundan las coincidencias espeluznantes.

Ella titubeó. Se abrazó a sí misma de modo inconsciente.

—Quiero creer que todo esto es un mal sueño. Dime que esa imagen era solo un fotomontaje.

—No lo era —mordió las palabras—. Es real. Y por las magulladuras de la extremidad, impactó desde una altura de al menos diez metros. Fue inteligente al elegir el ángulo de la fotografía. Sin rostro o marcas distintivas, será muy difícil identificar el cuerpo.

El rostro de la muchacha había perdido todo su color. Se llevó una mano a los labios.

—No necesitaba esos detalles.

—Hay un asesino en Piedemonte —Él se apoyó contra la mesa, sin apartar la vista—. Debes ser más rápida. Esa foto fue una advertencia. ¿Quieres aguardar sentada por su siguiente golpe?

Ella respiró con dificultad. Pasaron tres latidos sin respuesta.

—Están en la habitación Cellín. En el ático.

—¿Tienen una casa de huéspedes pero encierran a la dueña en la torre?

—¡Ella la eligió! Tiene una chimenea y la mejor iluminación cuando amanece. Un ventanal que da al exterior y una ventanilla al patio.

—Suena como el lugar ideal para un centinela. Vamos antes de que me arrepienta. —Apagó la hornalla con las tortillas a medio cocer, y comenzó a arrastrarla hacia la puerta.

—Pero el desayuno...

—Más tarde. Prefiero no arriesgarme a vomitarlo todo después de ver esos paquetes.

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