Capítulo 0


—Apuesto a que saldrá huyendo como alma que se la lleva el diablo en diez minutos.

—Duplico el precio que tengas en mente, y te aseguro que sobrevivirá todo el desayuno.

El joven echó un vistazo a su hermana, divertido por ese exceso de confianza.

—¿Quién diría que Aura le tendría fe a una insignificante humana?

—El amor hace que las personas cometan actos estúpidos, a veces atroces, pequeño nigromante —afirmó la joven con la soberbia de quien fingía tener el control de todo, mientras buscaba una manzana en el frutero de la mesa. La hizo girar entre sus dedos como una bruja preparando el aperitivo para Blancanieves—. Pronto lo descubrirás en carne propia... y voy a disfrutar cada segundo de verte caer.

Gene sintió un escalofrío ante esa predicción. Miró por el rabillo del ojo a esa bruja que conocía como su hermana mayor.

—No te vayas a morder la lengua que podrías tragarte tu propio veneno. Y no me llames nigromante en frente de nuestra cuñada, creerá que es en serio.

La familia Del Valle Solei tenía la reputación de pertenecer a un aquelarre. Si no fuera por el carisma de sus integrantes, a esa altura ya los habrían corrido con antorchas.

«Casa de locos», pensó con un suspiro.

Ignoró la risa de Aura a su espalda. Los ojos del joven estaban atentos a la ventana, ese inesperado paisaje en una mañana de verano.

La pareja que observaban había dejado de negociar y ahora subían las escaleras.

«Comienza la cuenta regresiva... Para ser un empático, Blai puede ser verdadero hijo de perra», pensó Génesis con la admiración propia de un hermano menor. Blaise sonreía mientras arrastraba a su nueva novia a una inevitable presentación familiar.

La chica lucía como si estuviera siendo lanzada de un helicóptero sin paracaídas. Sus ojos muy abiertos localizando cada salida, su espalda rígida y un encantador rubor en sus mejillas. No había rastro de la detective de hielo que conoció en el hospital de Bosques Silvestres el mes pasado.

—Pensar que se conocieron gracias a un asesino serial —observó Génesis, intrigado por la elección de pareja de su hermano.

—Así son los cuentos de hadas modernos —Aura le restó importancia con un gesto de su mano—. Deberías traer la cámara, muero por inmortalizar su expresión cuando conozca a su suegra.

Gene soltó una carcajada. Su hermana podía ser perversa pero a veces le gustaba seguirle el juego.

El muchacho fue por su mochila de viaje. La había dejado en su viejo dormitorio, el que ahora su hermano conservaba como habitación de invitados. Cuando los Del Valle Solei decidieron mudarse a la ciudad, Blaise fue el único en elegir quedarse en su pueblo natal.

«Mi destino está en mis raíces», recordó sus palabras. «No puedo ni quiero dejar Bosques Silvestres. Vengan a visitarme si me extrañan». Le tomaron la palabra. Ahora sus padres y hermanos estarían invadiendo su casa durante una semana.

Por su parte, Gene evitaba aferrarse a lo material. Tenía la esperanza de que, al concluir su tiempo en este mundo, su alma pudiera ser libre y avanzar al siguiente plano. Lo último que deseaba era acabar como un espíritu errante atado a un objeto maldito.

La mochila descansaba a los pies de la cama. Al abrirla, encontró la cámara en su vieja funda.

—Aquí estás —musitó satisfecho.

Aunque estaba en sus manos desde hacía medio año, en su mente seguía siendo un préstamo. Su verdadero dueño era el único amigo de la infancia que se quedó a través del tiempo.

Gene recordaba cuánto había luchado Mael para cumplir su sueño de volverse fotógrafo profesional. Sin una familia que lo apoyara, el muchacho trabajó incansablemente para ahorrar hasta el último centavo.

Mael necesitó valor para invertir todos sus ahorros en un aparato así, razón por la que había arrastrado a Gene consigo a la tienda ocho años atrás. Como dos adolescentes nerviosos a punto de comprar videos para adultos, se detuvieron ante la vidriera de artículos para fotógrafos.

Fingiéndose conocedor del tema, Gene estudiaba todas las cámaras que costaban más que el vehículo de sus padres. Miró por el rabillo del ojo a su amigo, le preocupaba que acabara herido al darse cuenta de que seguían lejos de su alcance.

Incluso para sí mismo, el hijo menor de una familia en buena posición, estaría difícil convencer a sus padres de comprarle algo así. Si nunca había mostrado interés en esa forma de arte, era más probable que le dieran una patada en el trasero.

Esos pensamientos cruzaban su mente cuando escuchó el jadeo de Mael. El muchacho señalaba a uno de los vendedores que en ese instante estaba colocando un cartel de descuento a una Canon.

—¡Es el destino, Gen! —le dijo, temblando de emoción mientras lo sacudía por los hombros—. Fue amor a primera vista, me estaba esperando.

—Cierra la boca y cómprala antes de que alguien más te gane de mano —replicó Gene con humor, feliz al ver a su mejor amigo más nervioso que en su primera cita.

Casi ocho años lo acompañó en su camino a la profesión de sus sueños. Desde fotografías de graduación hasta sesiones de modelaje, poco a poco se había hecho su reputación como profesional creativo.

Seis meses atrás, Mael decidió emprender un viaje por la región. Soñaba capturar con el lente la belleza de la naturaleza, y encontrar aquel lugar al que llamar hogar.

Vendió la mitad de sus posesiones para invertir en una cámara nueva. Sus habilidades como fotógrafo habían mejorado al punto de necesitar equipamiento acorde.

Su último acto antes de emprender vuelo con su nueva cámara fue regalarle la anterior a su amigo más leal. Gene la aceptó con la condición de devolvérsela algún día... o venderla en una subasta cuando Mael fuera tan famoso que hasta su ropa sucia valiera oro.

Lo último que recordaba era la risa de Mael en el aeropuerto luego de escuchar eso.

Habían pasado tres semanas desde la última vez que tuvo noticias de él. Así era su amistad, dos cactus que no necesitaban contacto frecuente para sentirse cercanos. Colgándose la correa de la funda al hombro, decidió que le enviaría un mensaje esa misma tarde.

En el salón principal, oyó a la nueva pareja en una conversación incómoda con Aura. Escuchó el cerrojo de la habitación de sus padres. La puerta se abrió, el matrimonio de mediana edad en ropa de cama se fue acercando. Su madre sonreía como el felino a punto de devorar al canario. Su padre soltaba un bostezo, mirando hacia sus hijos con una expresión desorientada.

Como un niño decidido a no perderse detalle de su travesura, los ojos de Gene seguían los movimientos de la reunión familiar. Distraído, introdujo la mano en la funda en busca de la cámara. Ató la correa en su muñeca para evitar que se le cayera, y la encendió. Cuando estaba a punto de enfocar, la energía en el aire se alteró.

Su sonrisa se esfumó. Las risas, las palabras, el susurro de las aves del amanecer... todo se desvaneció en sus oídos. Ante ese silencio involuntario, Gene se volvió consciente de las sensaciones de su propio cuerpo.

Sus latidos se aceleraron. Intentó retroceder, pero sus piernas no le respondían. Perdió toda conexión con sus extremidades. Sus ojos estaban anormalmente abiertos por el grito que era incapaz de dejar escapar.

Sin un parpadeo, los bordes de su visión se oscurecieron. Un puño atravesó su caja torácica y apretó su corazón. Abrió la boca en busca de aire pero solo un jadeo escapó como una bengala de auxilio. Un dolor agudo se extendió por su mandíbula y se enrolló en su garganta. La misma agonía abrazó su espalda y brazos hasta dejarlo paralizado.

—¡Gene! ¡Génesis!

Oír su nombre agrietó la barrera que lo mantenía cautivo. Gritos, un coro de voces familiares. Alguien ordenaba arrancarle la cámara, pero sus manos la aferraban cual rigor mortis. Ni quebrando sus dedos lo habrían conseguido.

Como si su rostro rompiera la presión del agua al salir a la superficie, consiguió jadear por oxígeno. Sus piernas cayeron contra el suelo. Abrió las manos, la cámara le fue alejada.

Temblando, sin sentir las manos preocupadas que frotaban su espalda en oferta de consuelo, sujetó su propia cabeza. No fue consciente de las lágrimas derramándose a través de sus ojos ciegos. Sus labios helados balbuceaban incoherencias.

—No, no, no es cierto... No se fue... no se fue —consiguió pronunciar a través de su garganta deshidratada, sus dedos clavados en su propio cabello como si eso mantuviera las piezas de su cordura juntas.

—Génesis, regresa —susurró su madre en su oído—. No lo aferres, no es tu dolor.

—¿De quién era la cámara? —preguntó su padre con cautela.

El silencio cayó sobre la familia como un balde de hielo. Todos sabían lo que significaba una visión del hijo menor.

—¿Puede haber un error? —susurró Gene a través del nudo en su garganta. Respiraba con dificultad. La desesperación comenzaba a invadirlo. Miró a su madre, esos ojos que solían darle seguridad ahora reflejaban tristeza—. ¿Verdad? Puede ser una premonición, el futuro que aún no llega...

Nadie respondió. El mundo perdió su estabilidad. Gene casi pudo escuchar el crujido de su propio corazón al romperse.

Todos sabían lo que significaban sus visiones. Nunca se equivocaba. Llegaban cuando lo inevitable había ocurrido, eran apenas un reflejo del pasado.

Aunque intentó ignorarlo, esa frase se repetía un millón de veces en su cabeza: 

«Mael está muerto».

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