La Misericordia De Concerte


Eran días de guerra, el mundo ardía bajo su propia creación. Los humanos una vez más estaban masacrando a los de su propia especie por pedazos de tierra... Yo era uno de esos, un soldado del montón, obligado por los más altos a luchar en contra de mi raza, en contra de mis hermanos. Al parecer mi vida vale lo mismo que tres personas, las mismas que he asesinado antes de llegar aquí.


Hubo un asalto, debíamos controlar la ciudad de Bladim, lo logramos? No lo sé, me dispararon hace unos doscientos metros de este viejo edificio, al parecer lo que queda de un museo. Herido y con este maldito infierno de hielo, decidí entrar, no me importaba si podía haber alguien o algo escondiéndose en este lugar, animal salvaje o humano, ya no había mucha diferencia, me daba igual, estaba muriendo, no podía morir, no puedo morir.


Los minutos más largos de mi vida eh de decir, la punzada de una bala en mi abdomen y el frio húmedo que destrozaba mis huesos desde adentro, sería un monstruo si dijera que no dolía, que no tenía miedo. Arranqué parte de mi traje con un cuchillo que tenía y a como pude me lo até a la herida, esperando que sirviera de algo. Pasaban los minutos, me sentía cada vez más frio, la pequeña brisa fría del lugar entraba por el agujero de mi vestir. Mis ojos se cerraban, la pequeña silla en la que pude sentarme al menos tenía una bonita vista, podía ver las exposiciones del lugar, nunca fui muy amante del arte, pero en estos últimos momentos podía reconocer su belleza, la belleza de aquellos que aun vivos, sangraban como muertos para construir obras que dejen un legado. Tic, tac, sonaba el único reloj de la habitación, extrañamente seguía funcionando, aunque ya hayan pasado siete años de guerra, ese reloj al parecer va a vivir más que yo, vaya vueltas da la vida, ¿no?


Tic, tac. Ese maldito sonido seguía sonando, ni siquiera morir en paz dejaba. Decidí abrir los ojos para intentar ver esa máquina asquerosa, lo pude ver a unos metros hacia delante. Pero en el reflejo de este pude ver algo moviéndose, "carajo", fue lo único que pude decir. Intente moverme, pero dolía como los mil demonios, aunque al menos no tenía frio, ¿Qué se había hecho el frio? Miré hacia abajo y pude ver una manta, suave manta, parecía de tela muy costosa, quien me la haya puesto encima, de seguro me quería vivo, o comer caliente. Ojos pesados fue lo último que pensé antes de caer dormido de nuevo, pero esta vez sin ver el arte, solo escuchar el sonido de unos pasos desnudos escondidos entre el traqueteo del reloj.


Tic, tac. Ya tenía mi paciencia agotada, no iba a dejar que esa cosa viviera más que yo. Me levanté como pude de la silla, apretando mis dientes para no gritar y arriesgarme a que me descubran, el que me haya salvado no querría eso. Caminé a paso lento, mirando con odio el reloj en el centro de la pared, arrastraba mis pies más que caminar, pero a medio camino no pude ver un trozo de madera, un pequeño trozo de basura del edificio me hizo caer, solté un pequeño gemido de dolor.


Otra vez esos pasos, pero esta vez se iban acercando, hasta que de pronto, pararon. "Oye! ¿Estas bien?", perfecto, ahora estaba alucinando, aunque al menos estaba bonito el viaje, una hermosa figura, blanca como la nieve del lugar, alta? No tanto, tal vez casi el metro setenta. Pero llegando a un acuerdo es que era la mujer más bella que haya visto en mi vida, aunque, ¿cómo no tiene frio con esa túnica y sin zapatos? Espera... ¡¿No la estoy viendo muy bien como para estar aluciando?! Sentía como la mujer trataba de moverme en el suelo, tratando de despertarme, aunque tenía los ojos abiertos a lo que me daba la cara. "No te mueras!" era lo único que repetía una y otra vez.


Yo a primeras no me moví, solo me quedé ahí estático, pero de pronto mis sentidos me hicieron entrar en razón, ¿Qué hacia esta mujer en ese lugar? ¿Por qué estaba casi desnuda y por qué el no sentía miedo? Aunque no le hice total caso a mi mente e intente separarme de ella, me intente mover un poco hacia atrás, mala idea, otro gemido salió de mi boca y vi como ella preocupada, otra vez, me veía en cuclillas, directamente a los ojos, con pequeños sollozos. "De seguro la dejaron abandonada, pobre alma..." Fue mi único pensamiento.


Después de, el nuevo minuto más largo de mi vida decidí hablar.

- ¿Qué haces aquí? ¿Quién eres? ¿Y qué quieres de mí? -. Llegue a preguntar en voz baja, no sentía mi garganta muy bien como para alzar la voz.

- No lo sé. No lo sé y no lo sé -. Me dijo entre pequeños sollozos, al parecer era bastante llorona para su edad... ¿Cuál es su edad?

- Edad? -. Dije sin alargar mucho la conversación.

- Veinte? ¿Tal vez cuatro años más? -. Ja, tiene de seis a dos años menos que yo, enserio estoy viejo...

- Necesitas ayuda? -. No me dejo de terminar de analizar la primera antes de soltarme otra pregunta. - Estas bien? -. No era muy inteligente al parecer.

- No, me estoy muriendo a gusto -. Comente OBVIAMENTE en tono sarcástico y con las mismas intenciones.

- ... -. Creí que la había hecho enojar, pero un poco después la escuché reírse en voz baja. - Ven, vamos a llevarte a un sillón de por allá -. Me dijo viendo una entrada a nuestra derecha que era iluminada por tenues rayos de sol, que bien que ayer paro la nevada, aunque por eso tuvieron visión libre para dispararme. - Te puedes levantar? -. Intenté, pero este dolor me lo negó nuevamente. Al ver que no pude, ella me sujeto del brazo y me ayudo a ponerme de pie. Pude sentir por cortos momentos el tacto de sus manos, eran asombrosamente suaves, pero ásperas a la vez, en un pasado seguro tuvo que trabajar en el campo o algo.


Después de una pequeña caminata pude sentarme en el tan mentado sillón, se sentía como la gloria. Respiré profundo y solté un pesado suspiro, estaba cansado. Ese suspiro reactivo mi cerebro, la pobre muchacha no sabía, al parecer, nada sobre ella que sea importante además de la edad. Tal vez amnesia, tal vez se escapó de algún psiquiatra, no me importaba la razón, porque igualmente prometí sacarla de este lugar, prometí ensenarle el mundo. Ese día conocí mejor a la mujer a la cual le obsequié un nombre, Atena.


Una semana desde que llegue a este lugar había pasado, recuerdo como si fuera ayer la manera en que nos presentamos.


- Entonces... Señorita -. Fue lo único que pudo salir de mi boca.

- Sí? -. Me sentí acorralado con un sí, enserio necesito practicar más el hablar con mujeres.

- Tienes algún nombre? -. Que bien, le pregunte lo mismo que hace rato, soy increíble.

- No que yo recuerde y si tuviera no te lo diría, señor des-co-no-ci-do -. Cierto, se me olvido presentarme.

- Me llamo Fallas -. Si, mi nombre es como el apellido, ¡¿Algún problema?! - Y no me digas señor por favor, no tenemos tanta diferencia de edad.

- Un gusto Fallas... -. Maldición, no sé qué decir - ... -. Ninguno de los dos supimos de alguna manera de seguir la conversación... Por todo el día. La única diferencia entre el primero y los demás días es que hablamos un poco sobre cada uno, aunque ella solo me pudo decir que recuerda su edad y que ella solo despertó en ese lugar poco después de que yo llegara, ya podemos hablar un poco más fluido, ayudarnos en el día a día para hacer un poco más estable el lugar y curarme esta herida que al parecer, le sigue preocupando bastante, es algo... Adorable.


Aunque mejor saltemos al día en que le di ese nombre. Habíamos amanecido un poco adoloridos, puesto que dormir literalmente en los brazos de una estatua del lugar no era para nada cómodo. ¿Por qué dormir en una estatua? Fácil, el lugar estaba infestado de ratas, que, al parecer, se habían acostumbrado a salir de noche, justamente en la hora de mi reflexión, ya ni siquiera pensar sobre los problemas se puede en paz, ella en cambio, el día anterior se cayó de unas viejas escaleras para llegar a un segundo piso totalmente destruido, "Eso te va a doler mañana" fue lo que le dije en ese momento y vaya que tuve razón.


Nos dimos los buenos días, nos tratábamos como si fuésemos compañeros de trabajo durante el día para que cuando cayera el sol pudiéramos sacar nuestro lado más amigable, supongo que no queríamos perder tiempo, aunque ya ni siquiera recuerdo porque todavía sigo en este edificio.


- Oye, Fal, me podrías alcanzar la manta que te di? -. Yo solamente asentí con la cabeza ante ese apodo que ella misma bajo su enorme imaginación me puso y me agaché un poco para recogerla de una mesita de bambo que teníamos como tendedero, fue en ese momento que recordé el motivo de mi larga estancia en este lugar, esa maldita herida. Cuando pude quitar mi cara de estarme muriendo, le llevé la manta para que pudiera tapar un agujero de una pared, no queríamos que un animal salvaje se metiera al lugar, claro, además de las ratas, aunque ahora que lo pienso, si entra un gato o dos tampoco los detendría...


Seguíamos trabajando con normalidad, sin mucho que decir o discutir, sentía unas ganas tremendas de preguntarle por qué la única prenda que llevaba era una túnica y como no tenía frio con ella, aunque me daba miedo tocar un nervio o hacerla recordar algo que no desee, no quiero ser descortés con mi salvadora. Aunque llegará un momento en que se lo pregunte.


Un poco antes de que oscureciera la vi observando un recuadro en la pared, al parecer una fotografía, me acerque un poco por detrás para chismear un poco, cuando pude ver una foto de lo que parecía ser un templo griego, esos pilares eran inconfundibles, ese gran imperio que controlo la mayoría del viejo continente por medio de fuerza militar y comercial, los miles de soldados masacrados, no habíamos cambiado aun habiendo pasado más de dos mil años.


Otras figuras deslumbraron en mi mente al verla a ella observando la fotografía, los dioses, aquellos seres pintados como la perfección y más grande muestra de poder y sabiduría, vestidos solo por una túnica en su mayoría. Su belleza era incomparable, parecía adornar con celebres colores todo lugar donde estaba, sus emociones eran compartidas por los observadores, si lloraba, daban ganas de sollozar, si reía, hacia feliz a quien la viera. ¿Seguía hablando de los dioses? No lo sé, pero si sabía que cada minuto parecía como si me estuviera hundiendo, como si me estuviera quedando solo, reemplazable, me le quede viendo con una mirada cansada, ya ni siquiera el sonido del reloj se podía escuchar, todo se estaba apagando...


Pude ver una luz que me hizo volver a enfocar la mirada, era ella, al parecer me atrapo in fraganti cuando la estaba mirando, que vergüenza, aunque... Esa sonrisa me hacía sentir, no lo sé, ¿vivo? tal vez, ¿querido? también puede ser, me hace sentir como si el amor de mi madre nunca se hubiera ido por esta guerra. Me estaba sonriendo, se estaba acercando, me estaba sujetando de las manos y me estaba mostrando la imagen, ella deseaba salir y explorar todos estos lugares enmarcados, ella giraba sujetada de mis manos, parecíamos estar bailando, me decía lo hermosos que eran esos lugares solo con leer sobre ellos, parecía feliz, me hizo sonreír junto a ella, quería conocer esos lugares junto a ella, quería llorar junto a ella, tan pocos días se necesitaron para conquistar mi corazón, parecía obra de magia, no, parecía una obra de arte, segundos de mirarla y te hace sentir lo mismo que ella, era toda una diosa.


Ya en la noche, sentados junto a la fogata improvisada que habíamos estado haciendo con madera tirada por el lugar, decidimos hablar un poco, tal vez conocernos mejor, un poco mejor.


- Entonces, si tuvieras que llamarte de alguna manera, ¿Cómo te gustaría que fuese tu nombre? -. Le pregunte mientras veía el fuego arder, queriendo olvidar los recuerdos cambiando su lugar por los de ella. - Mi nombre... -. Fue cuando se levantó y de nuevo leyó unos momentos la imagen de antes, termino lo que sea que estaba haciendo y se sentó de nuevo.

- Atenea... Atena me gustaría, se oye bien, ¿Qué piensas Fal? -. Si, los engañé, yo no le puse el nombre, ella se lo puso sola. Pero al menos ya sabía que podía leer. - Me parece... Igual de bonito que mi apodo -. No estaba mintiendo, solo que un poco más de originalidad no mata a nadie.

- Te gustaría llamarte así? ¿Yo te puedo llamar así? -. Me levanté un momento y me senté junto a ella, al parecer ya no me dolía tanto la herida. Ella solo me miro unos momentos y me sonrió de nuevo, eso me encantaba - Se escucha bien, creo, Fal y Atena en el museo abandonado, podríamos hacer un libro, ¿no crees? -. Me miro con una cara de felicidad infantil. Sí, lo tengo confirmado, justo en este momento prometo llevarla a conocer el mundo, prometo cumplirle ese sueño, ninguna guerra me detendrá, no me importa ser tomado cono desertor, mientras ella sea feliz, yo lo seré.


Tic, tac. De nuevo esa cosa, enserio, no hay una sola mañana que no me levante con ese sonidito tan desesperante. Ya habían pasado dos días desde lo del nombre y el maldito reloj no parecía callarse o tan siquiera aparecer, lo buscamos por todo el lugar y el muy desgraciado hasta pareciera que suena más duro. En un momento buscando el reloj pase en frente de una ventana que todavía tenía visibilidad hacia afuera, veía las calles destruidas, el humo en el cielo, pero ninguna fuerza militar, de seguro están planeando algo o lo que sea que hacen los cerebritos del ejército. Cuando sane, lo cual espero que sea mañana, podre salir de aquí y correr lo más rápido que pueda junto a ella, nos sacare de este lugar y de esta guerra, escuche que los países del sur están en paz desde hace decenas de años.


Cuando volví a la sala central o nuestro hogar, por decirlo de algún modo, vi como ella se me acerco al parecer preocupada, yo estaba confundido, ¿tendré alguna rata en el cabello? ¿Mi herida se abrió? No creo que sea ninguna de las dos, puesto que ella me sujeto de las mejillas, mi vista se empanaba, estaba llorando, ¿por qué? Me preguntaba.


- Tu mente habrá olvidado, pero, ¿Qué hay de tu corazón? -. Vaya, me tomó por sorpresa. Mucho tiempo de salir al parecer me encerró dentro de mí, empezaba a recordar todo lo que vi, todo lo que había sufrido todos estos años, pero, ¿Cómo ella lo sabía? De seguro escucho el fuego del día de mi herida, recuerdo haber escuchado disparos cuando entre al edificio, alguien a punto de morir en un edificio viejo no es señal de una buena vida.


Mientras recordaba y lloraba, sentía como me caía al suelo de rodillas, estaba mal, muy mal, me dolía más que cuando tenía mi herida, el sondo del reloj sonaba como loco, sentía que mi cabeza iba a explotar. Todo era silencio menos por mis lágrimas y quejidos saliendo, no sentía frio, ¿me habían puesto la cobija del primer día otra vez? No, esto era diferente, era como estar atrapado en espinas que agujereaban mi corazón, no podía sellarlo de nuevo, no podía dejar de llorar, no podía olvidar, eran sus brazos, ella me estaba abrazando. Algo estaba mal, sentía algo húmedo en mi cabeza, ella lloraba junto a mí, estábamos juntos en la habitación, yo de rodillas, ella consolándome. Al parecer comenzaba a caer la noche, tenía mucho sueno, me estaba costando, aunque es extraño, todavía podía ver sus labios sin necesitar nuestra fogata.


Sentía los ojos pesados, el tic tac del reloj volvió, no sentía la más mínima gota de cansancio en mi cuerpo. Moviéndome un poco logré sentarme, no la veía por ningún lado, no veía a Atena. Me terminé de levantar con la necesidad de buscarla para decirle gracias, caminé hasta llegar a la sala central dejando atrás el tan dulce sillón en el que amanecí rezando porque no me hayan pasado más de tres ratas por encima.


Cuando al girar mi vista hacia la derecha fue que lo vi, en la misma pared del fondo estaba ese maldito reloj, ya no se iba a escapar, no me importa si fue Atena la que lo volvió a poner allí, este día iba a desaparecer. Comencé a caminar hacia él, sentía una desesperación enorme por verlo hecho pedazos en el suelo, todos estos días a todas horas, sonando una y otra vez. A medio camino comencé a sentir que mis pasos se volvían pesados, tal vez me daba lastima, jaja, que buen chiste. Seguía moviéndome, izquierda, derecha, lentamente, cuando ella salió de una habitación con unas flores, ¿de dónde las había sacado? Creo que llegue a verla abrir un poco los ojos al verme acercarme hacia el reloj, lo siento Atena, perdón si esta máquina era tuya.


- Buenos días Fal! -. Fue lo que dijo antes de acercarse a mí a paso apurado.

- Buenos días Atena -. Iba a decirle gracias, pero ella me agarro del brazo para intentar llevarme a algún lado.

- Ven, quiero enseñarte algo, creo que ya sé por dónde se meten las ratas -. Me resistí un poco al agarre, tenía miedo de que me diera la vuelta y ese reloj desapareciera de nuevo. - Espera un momento Atena, ese maldito no se me va a volver a escapar -. Pude sentir como sus manos perdieron la fuerza, creí que me había dejado ir, pero de nuevo sentí como me volvió a apretar el brazo. - Atena, juro que si me dejas ir, toda la tarde vamos a buscar a esas... ratas -. Ella estaba llorando, viendo hacia el suelo, podía ver como sus lágrimas caían, ¿Qué pasaba? ¿Hice algo malo?

- Oye, ¿Qué pasa? -. La sujeté de los hombros y alcé su rostro de la barbilla, estaba llorando mientras susurraba algo, "No me dejes" creo que escuche. - No me voy a ir. Hagamos algo, si me dejas ir por ese reloj, cuando salgamos de aquí vamos a ir a todos los lugares que miraste en las fotos, ¿está bien? -. Intenté elevarle esa sonrisa tan hermosa, pero no pude.

- Mentiroso -. ¿Que? - Mientes -. ¿De que habla? - Ya eres libre -. ¿A qué se refiere? -Gracias por dejarme liberarte -. Atena? Ahora ella seguía llorando mientras sonreía hacia mí, no entendía nada. Volví mi vista al reloj para intentar olvidarme de su existencia, cuando en su reflejo pude ver a lo que se refería Atena, se podía ver una mano asomándose por una puerta. Por algo no había militares. Por algo su única prenda. Por algo nunca traté mi herida, vamos, que ni siquiera comí ni bebí en todos estos días. Todo lo que había pensado sobre sacarla del lugar se había ido. Atena, esa sonrisa, no la quiero olvidar, esto no es irme en paz.

- Atena, todos estos días... -. Sentía un nudo en la garganta.

- Pudiste olvidar lo que lastimaba tu corazón, pudiste recordar a tu familia, pudiste sentir el calor de un abrazo de nuevo, eres libre, tu corazón es libre, puedes ir en paz-. No, esto no es irme en paz.

- No, no quiero dejarte atrás... -. No quiero

- Debes irte Fal, lo que haya más allá es donde podrás iniciar de nuevo, ser feliz toda tu vida -. No.

- No, quiero ir contigo, quiero cumplir con llevarte a todo el mundo, quiero cumplir con llorar junto a ti, quiero cumplir con sonreír junto a ti -. No quiero que tú me olvides.

- Ya la mayoría lo cumplimos, todos mienten en su vida, aunque sea un poco -. No, eso no es cumplir la promesa, porque...

- Quiero que sea para toda la vida -. Lo dije. Vi como esa sonrisa falsa se convirtió en el verdadero sentimiento que ella tenía, estaba triste, lloraba mientras me abrazaba. Estábamos juntos en la habitación, abrazados, llorando, cuando todo se apagó, solo que esta vez, no volví a despertar.


En un edificio abandonado en medio de la ciudad de Bladim, en medio de una guerra que parecía no acabar. Yacía un soldado, su corazón se acaba de detener con una sonrisa en su rostro, posado sobre una silla iluminada junto a una estatua a la luz de la luna, con su cabeza gacha y protegida por un abrazo de mármol. Con un pequeño escrito sobre su base "En honor a Eleos, ten misericordia".



Fin





Al que lea esto, la depresión puede aparecer de muchas maneras, encuentra tu Eleos, encuentra la luz para sentir tu propia calma, olvidar no es una opción, tu corazón te lo va a hacer imposible, confía en él, él sabe cómo curarse a sí mismo y lograr mejorarse en el proceso, aunque como todos a veces necesita una ayudita. Encuentra unos brazos en los cuales llorar, poco tiempo basta para amar lo suficiente como para soltar todo. Aunque te sientas solo y esa persona ya no este, recuerda que por y para toda la eternidad ella te va a amar.



- Los quiero mucho, se despide, Langlet.

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