Sexta parte
Nicolás se había pasado toda la noche preguntándose a sí mismo si debía ir o no, mirando a través de la ventana que daba a la gran casa en la que resaltaba el brillo del verde del jardín. Se debatía constantemente como si aquello representara algo que había evitado toda su vida. Era miércoles y Nicolás miró bajo su ventana a un joven Robbers luciendo se perfecta cabellera, combinado con su mejor atuendo: su sonrisa, dejando a un lado la ropa de marca que tenía y, cabe resaltar que, que no repetía prendas. En aquella enorme casa tendría que haber un closet gigante donde Robbers cada mañana eligiera qué prenda le combinaba de acuerdo al clima, o los colores de moda, las tendencias y todo aquel rollo. Pero Robbers no pensaba igual. Sí, era cierto que él tuvo muchísima más suerte de la que Nicolás tuvo, pero no tenía grande el orgullo ni el ego. Era, a pesar de ser adinerado, un chico humilde.
El bosque se veía a lo lejos, por encima de todo aquel caserío y, Robbers parado justamente ahí, bajo su casa, le recordó a una película de esas románticas donde el chico va a posarse bajo el balcón de su amada. Robbers lo invitó a bajar y este se precipitó que cayó cuando iba casi al final de las gradas, pero luego se levantó como si nada hubiese pasado. Su madre ya no estaba en casa, por lo que debía estar trabajando.
Al salir, lo recibió con un abrazo.
Robbers sabía de antemano que iba a echar de menos aquel cuerpo. Le rompía el corazón cada vez que recordaba cuando se enteró de la verdad, o de la mentira que habían creado sus vecinos por el odio sin razón. Pero sí tenía razón: a Robbers lo odiaban por ser homosexual, y a Helena por aceptar a un hijo homosexual. Era un círculo donde había que pasar y detenerse para observar que la homosexual era tan natural como la heterosexual.
—¿Y qué has pensado? —El tono de voz de Robbers hizo ademán a un caballero sin nombre ni capa. De esos que salen en las películas de antaño.
Nicolás no pudo evitar el tema, pareció que Robbers había estado ensayando la pregunta desde una noche antes, aunque Nicolás también pensó en lo mismo.
—Deberíamos tomárnoslo con más calma, yo estoy agradecido porque tus padres me hayan invitado a tu casa, pero creo que no es correcto que vaya en estas condiciones.
—¿En estas condiciones?
—Somos de mundos diferentes, Robbers. He conocido gente que le importa el status de las demás personas.
Robbers sintió como si le hubiesen dado una gran bofetada a mano abierta.
—Yo no soy parte de ese porcentaje de gente. A mí no me importa si tienes o no dinero, ¿sabes? Estoy cansado de batallar con personas que se creen por tenerlo todo; yo, sin embargo, hubiese querido no haberlo tenido todo, para así valorar lo que tengo. Uno no valora lo que tiene cuando lo tiene a manos llenas; pero cuando uno lucha por ello, defiende a capa y a espada lo que tanto le ha costado. Así que, por mí ni por mis padres —objetó mirándolo a los ojos— no hay problema. Los conozco muy bien, ellos mismos desde pequeño me enseñaron a compartir con las personas, independientemente en la situación en la que se encuentren. Y... ¿entonces?
Nicolás creyó en sus palabras y aceptó. No tenía ropa adecuada a la cual ir, pero cómo se iba a una cena donde quien te invita es quien te gusta. No tenía ni la más remota idea de cómo ir vestido; sin embargo, si lo supiera, tampoco tenía muchas opciones. Nicolás aún se miraba las manos desde que las de Robbers habían hecho contacto con las suyas, era como un pacto maldito que se haya forjado en esa parte de su piel. No sabía el por qué sentía la sensación de que todo lo que tocaba Robbers, lo llenada de vitalidad. Incluso su corazón fue sintiéndose mejor, no mejorando en el sentido clínico, pero sí dejando a un lado los dolores del ayer. A veces se despertaba en medio de la noche pensando en su padre, y que él había sido la razón por la que se había marchado, se había ido como un cobarde: huyendo de la realidad. En lo que duró la mañana hablaron de sus vidas, por ejemplo, de qué música les gustaba, la película que había marcado su existencia, los lugares favoritos a los cuales ir cuando el mundo no tiene sentido. Y ambos coincidieron que el bosque era un lugar perfecto para despejar la mente.
—Es como si tuviera magia dentro —dijo Robbers—. Desde que vine aquí, el bosque atrajo mi atención y tuve que salir a conocerlo al día siguiente. Creí por un instante que estaba encantado y que me podría encontrar entre el medio de una guerra de brujas.
Los dos rieron a carcajadas. A Nicolás le encantaba su sentido de humor. Joder, lo haría reír por el resto de su vida.
—Siempre ha sido muy hermoso —ambos miraban los altos pinos que sobresalían del bosque—. Pero yo no sabía de la existencia de la cabaña ni del lago.
—He ganado el juego —la risa de Robbers era como un deseo de un dios griego.
Ojalá me muera escuchando esa risa, pensó Nicolás al tiempo que lo observaba en silencio, mientras Robbers permanecía inmóvil mirando la lejanía y la profundidad de los árboles.
—Me has ganado esta vez, pero no las siguientes.
—¿Vamos de nuevo? —Lo invitó Robbers con una sonrisa que conmovía al mundo.
Nicolás se sentía cansado.
—Eh...
—Si quieres vamos otro día, por si no te sientes bien.
Nicolás se levantó de golpe y se dirigió a la cocina, entre un cúmulo de pastillas, encontró unas y se las tomó. Era el medicamento para cuando Nicolás se sentía demasiado cansado o irritado, éste le ayudaba a recobrar energías, era una droga muy fuerte —era como un antidepresivo, pero con efectos triplicados—, ya por la noche tendría que pagar el precio de la aventura, pero Nicolás estaba dispuesto a no morir mirando los sueños pasar frente a él, quería vivirlos. Y Robbers fue su más grande anhelo.
Salió y aquel chico aún estaba esperándolo con la bicicleta de dos asientos.
—¿Listo, señor Friedman?
Nicolás asintió sin entender la referencia. La última vez, Robbers había sido quien había pedaleado en todo el recorrido, pero aquel día Nicolás quiso aprender, de igual forma, si fallaba, no importaba: Robbers se dedicaría a mantener el equilibrio y de mantenerse en marcha. Un poco torpe los movimientos del aprendiz al principio, pero luego de un rato descubrió que sus piernas eran capaces de moverse hacia cualquier dirección. Aún tenían fuerza, la fuerza que él buscaba, aún tenían resistencia a las caídas, acto que no pasó con Robbers, él mantenía la bicicleta en estabilidad en el trayecto. A veces se enredaba la cadena, porque Nicolás pedaleaba muy rápido a comparación de Robbers, y viceversa. Cuando esto sucedía, ambos reían a más no poder, su risa se unificaba y el rumor del viento refrescaba sus rostros. Algunos curiosos los veían, no entendían la risa de aquellos dos locos. No todas las personas del vecindario eran malas, Nicolás estaba consciente de que en el mundo no solamente brillaba la maldad, sino que reinaban las buenas intenciones. Por ejemplo, había una señora a la que le decían La Señora de los Gatos, porque adoptaba a cualquier gato que se encontrara abandonado. A veces el gato que tenían en casa llegaba a la casa de la señora y ella lo recibía con comida, esa era la razón por la que prácticamente el pequeño se había marchado de casa, era rara la vez que llegaba. Esta señora a veces llegaba a visitarlos, y les llevaba tarta de fresa. Ella le aconsejó a Nicolás que el amor que en él habitaba, era el de la igualdad y debía hacerle caso a sus impulsos. Mientras iban rumbo al bosque, pasaron al lado de la casa de La Señora de los Gatos y ésta los saludó con una sonrisa y agitándoles la mano.
—Por suerte no nos tiró un gato —bromeó Robbers.
Al llegar, ambos se quitaron la vestimenta de protección y Robbers sujetó la bicicleta con una cadena y la cerró con candado. Y se adentraron al bosque, caminaron hacia una dirección que sabían que existía: la cabaña. Era de mañana, y los rayos del sol atravesaban las densas nubes y los altos árboles, para llegar a las aguas del lago. Aquella vista se asemejaba a estar en el Paraíso. Nicolás se tapó el rostro con las manos, entre las grietas de sus dedos, salían lágrimas. Aquella vez no lloró al recordar que estaba muriendo, sino porque estaba viviendo dentro de la burbuja de los sueños y no quería morir. Estar al lado de Robbers representaba luchar por vivir, pero el destino ya había lanzados las cartas antes de que naciera y el resultado no favorecía a Nicolás.
Robbers, en cambio, entendía poco a poco la gran tristeza que albergaba en la vida del chico extraordinario que había conocido. Él también era una persona sentimental, y ver llorar a aquel chico, cuyos sentimientos empezaba a despertar en él, le provocaba abrazarlo y besarlo hasta que las lágrimas se le secaran del cuerpo. En la cabaña también entraban los rayos del sol a través de las grietas. Los dos permanecieron tumbados, mirando hacia el techo. Mirar la madera en medio del bosque, también era como ver hacia cualquier lado. Pero mirar a Nicolás era como ver el bosque entero, eso lo entendía Robbers, quien reposó su mano sobre la de él. Hacía calor, lo suficiente como para mantener el cuerpo de una persona cálido, pero las manos de Nicolás estaban frías. No era un síntoma normal, por lo que Robbers decidió callar la pregunta y empezar a comprender. Quizás esa era la intención de Nicolás: que Robbers entendiera por cuenta propia la realidad que lo envolvía y no lo dejaría ir ni por cuán grande terminara siendo el amor que algún día sentiría por él. El silencio que se construía entre ellos, era una barrera que los dos podían saltar en cualquier momento, pero a ambos les encantaba el silencio del otro, tanto como su voz. El silencio tenía su propia esencia, vida y aroma.
A Nicolás le gustaba que Robbers pusiera su mano en la de él, era una parte de su cuerpo que se sentía viva. Cuántas veces han de haber tocado mi mano sin haber sentido nada; una sola vez bastó para que este chico encendiera el corazón de mi piel.
Nicolás quiso contarle el secreto que él ya sabía, quiso que él conociera toda su vida: sus secretos, sus fantasías, sus anhelos, sus dolores, su pasado. Quiso contarle todo en aquel preciso momento, pero verlo ahí, tendido, junto a él, quiso acariciarle la mejía con la palma de la mano que él había encendido. No fue así. Nicolás era un chico demasiado reservado, hasta su mamá no sabía ciertas cosas aún de él. Le costaba mucho desenvolverse con otras personas, pero con Robbers no pasaba eso: al contrario, a él le quiso contar todo, incluyendo sus puntos y comas, sus puntos suspensivos y sus puntos finales. Era una mañana hermosa, los cantares de los pájaros se desenvolvían en el medio ambiente, la claridad de la naturaleza los acogía, la frescura del clima los despojó de sus prendas. Al rato, ya se encontraban nadando en el lago. A Nicolás siempre le había parecido el bosque un lugar mágico, pero ahora todo tenía sentido: un sentido que le sonreía mientras se zambullía en las aguas y contaban hasta diez.
—Nicolás —gritó—. ¡Me gustas!
—¿Te gusto para hacer hotcakes por las mañanas, recién despertando juntos, después de una tarde-noche de domingo de una maratón de series?
—Me gusta la forma en la que te desenvuelves, eres el chico más natural que he conocido. —Nicolás se sonrojó como tomate, luego de escuchar aquella confesión, se zambulló debajo del agua cristalina. Robbers también lo hizo y bajo el agua los dos tenían los ojos abiertos, y Robbers hizo alusión a un corazón con sus dos manos y se lo lanzó a Nicolás, quien rápidamente salió a la superficie.
Y era cierto. Robbers había tenido anteriormente varios novios, sin embargo, todos los chicos con los que había estado resultaban siendo falsos, o interesados. En el ambiente LGBTI en el que vivía reinaba el interés: conseguían una pareja por conveniencia, si no tenías dinero resultabas ser terriblemente desagradable. Eras parte de burla y de escándalos según el tamaño de tu pene y la fidelidad era una de las tantas cosas que se notaban en el ambiente. Otras de las cosas que llegaron a desilusionar a Robbers era que, tarde que temprano, descubría que le eran infieles y que solamente andaban por él para aparentar ser algo en la sociedad. Sin embargo, Robbers, a pesar de haber tenido todos los deseos que en su infancia y en su adolescencia surgían, se conformaba con las cosas que a los demás les resultaría, según su estatus económico, repugnantes. Él prefería salir a pasear y tomar un helado, compartir con los verdaderos amigos, porque si algo tenía Robbers, eran falsos amigos, amigos por interés, amigos para aparentar, amigos para los momentos de victoria, amigos temporales.
—¡Me gustas! —Volvió a repetir Robbers, esta vez acercándose milimétricamente a Nicolás, este no tuvo escapatoria, así que quedaron a una distancia tan cercana que Robbers pudo notar que los latidos del corazón de Nicolás eran anormales e iban debilitándose. El agua del lago estaba templada y resultaba deliciosa como un día de verano.
Nicolás se sentía incapaz de gustarle a alguien. A veces había tenido suerte con unas chicas que, aun sabiendo que era gay, intentaban besarlo a la fuerza. Después él salía corriendo a refugiarse en su casa y ver a través de la ventana la construcción de la casa vecina. Se quedaba horas mirando hacia ella, como si algo o alguien lo atrajese hacia ella. Y pensar que ahora todo tenía sentido: iba a llegar el chico que le ayudaría a funcionar los latidos cardiacos y que él, a cambio, le rompería el corazón en mil pedazos, de tal forma que difícilmente podría salir adelante. No podían hacer nada, excepto salir adelante con los pedazos que aún les quedaban.
—¡Me gustas! —repitió por tercera vez Robbers sin obtener una respuesta.
Los dos estaban en medio del lago, se podía ver la cabaña bañada en los rayos solares y siendo invadida por ardillas que entraban a coger las gaviotas que habían caído del árbol que la respaldaba en los cielos. Nicolás tuvo alucinaciones y se vio a sí mismo muriendo en aquel lugar. Era terriblemente hermoso. Era el lugar perfecto para morir, morir representaría hacerlo en brazos del hombre que empezó a amar. Los risos de Robbers mantenían su postura y la suavidad, cuando Nicolás metió la mano entre su cabello lo comprobó. Él lo miraba y él también imitaba su mirada, ambas se dirigían hacia el infinito, hacia sus almas.
Y se besaron.
Era el principio del fin.
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