Quinta parte
Si bien, Robbers no tenía tantos obstáculos por ser homosexual como los tenía Nicolás, no pasaba del todo desapercibido por las miradas de los curiosos, a veces tenía que agachar la mirada cuando veía un grupito de adolescentes fumando en la esquina del nuevo vecindario. Pero los habitantes de aquel vecindario, conocían el trabajo de sus padres y éste era para que a Robbers se le tuviera más respeto. Él tenía prestigio y tenía un lugar. Si los señores Cooper se enteraran que a su hijo lo acosaban por su condición sexual, tomarían medidas drásticas al respecto. Era hijo único y se le había dado todo desde que nació, iba a la escuela más prestigiosa de California, donde la excelencia del coeficiente del alumno importaba y era parte fundamental del futuro de Robbers. Aspiraba a ser un grande de la pintura. Le gustaban los lienzos. Su habitación parecía un estudio de pintura: cuadros pequeños, medianos y grandes alrededor de la cama, unos tirados en el suelo, otros en sus debidos marcos. Diplomas a la excelencia, medallas de alumno destacado y un sinfín de conocimientos. El futuro le era comprometedor.
A Robbers le gustaba Nicolás, no había duda de ello. A veces se encontraba a sí mismo pensando qué estaría haciendo mientras él repasaba los libros de inducción para el grado escolar que estaba por empezar, apenas un mes para demostrar sus capacidades en la nueva escuela. Pensaba en su risa nerviosa que lo delataba cuando éste intentaba retratarse de algo que había pensado y que había callado para sí mismo. Robbers creía que la vida de Nicolás no era fácil, aparte los ingresos económicos que su madre recaudaba a duras penas durante la semana, no le eran suficientes para saciar sus necesidades. Repetía el mismo conjunto de prenda cada tres días. Pero Robbers no imaginaba realmente lo dura que le resultaba la vida a Nicolás. Ésta era imposible, casi lo dejaba sin aliento cuando se iba a la cama y miraba a través de la ventana el inmenso universo que yacía sobre él.
—Mamá...
Helena sabía qué era lo que proseguía. Por lo que ella simplemente se recostó a su lado, el colchón que yacía sobre el suelo resultó un tanto incómodo, tenía lados donde se podía sentir mejor, sin embargo, el deterioro era notorio.
—¿Crees que soy lo suficiente atractivo como para gustarle a alguien?
Helena se volvió hacia Nicolás que se encontraba con los ojos llenos de lágrimas. No entendía la realidad, y sabía que nunca lo haría.
—Claro, mi vida —le dijo, secándole las lágrimas con sus dedos.
Aquella vida estaba consumiéndose a pasos agigantados. La nueva medicina que le había dado el doctor estaba resultando eficiente, pero no del todo, a veces ya no le funcionaba, ya no le calmaba la fatiga ni la migraña, los mareos eran cada vez más familiares y los olvidos le preocupaban a Helena. Aquel día dio gracias a Dios porque el doctor le dio muestras médicas para dos meses. Helena no tendría que preocuparse por comprarlas, en lugar de ello, podrían utilizar el dinero para comprar comida. Nicolás, sin embargo, no le había dicho a Helena el tiempo que le quedaba de vida, se lo había guardado para sí mismo y le habría puesto seguro al candado.
—No lo sé —dijo finalmente Nicolás, sonándose la nariz en un pañuelo.
—Todas las personas tienen cierta belleza que las caracteriza.
—Tú te apiadas de mí porque soy tu hijo.
Nicolás tenía ciertas características faciales que lo resaltaban por el resto. Era un tipo de belleza atípica, y potencialmente atractiva para Robbers. Nicolás pensaba que a nadie le gustaría, sin embargo, Robbers se estaba muriendo por él. Esos malditos labios carnosos.
—Pueda que tengas razón, pero mírame a mí, no soy para nada atractiva y logré tener varios novios, y un esposo.
Helena se había quedado decepcionada del último, y constantemente se preguntaba el por qué no le habrían pedido matrimonio los anteriores. Abraham era el típico idiota que se va cuando las cosas no andan bien. Los dos, de vez en cuando, se acordaban de él y qué habría sido de su vida. Nadie sabía nada y tampoco importaba.
—Lo que quiero decirte —prosiguió Helena— es que, para más de alguno, somos las personas más hermosas del universo.
—¿Por encima de los ovnis, también?
—Sí —dijo Helena entre una risa que contagió a Nicolás—. Por encima de los ovnis también.
Le dio la bendición y se quedaron dormidos. Helena se despertó a mitad de la noche, con algunos extraños ruidos que provenían de afuera. Ponderó la idea de que maleantes intentaban meterse a casa, pero qué podrían robar si no tenían más que sus vidas. Luego de un rato, los ruidos desaparecieron, pero aún se quedó despierta unos cuantos minutos que fueron una hora exacta para ver si volvían, al ver que no lo hicieron, se tranquilizó y volvió a dormirse.
Al día siguiente, escuchó muchas voces tan cerca que podrían estar fuera de casa, todas en conjunto, hablando un lenguaje no identificado. Al acercarse al cristal de la puerta, se dio cuenta que sus vecinos estaban fuera replicando y cuchichiando acerca de algo que no comprendió hasta salir al porche. Se limpió la vista y al ver su casa desde el lugar de los demás, descubrió por qué medio mundo se estaba riendo a grandes carcajadas: habían escrito alrededor de la casa insultos para su hijo y ella. Al rato, salió Nicolás. Ambos estaban rodeados de un sinnúmero de gente que los reprendía y los abucheaban, se reían y señalaban. A Helena le dieron ganas de llorar en aquel preciso instante, pero se tragó las lágrimas. Vaya, qué valiente era. No quería que ninguno de los presentes se diera cuenta de cuán frágil era: si en aquel preciso momento alguien la hubiese tocado, se hubiera roto en mil pedazos. Aunque la mayoría la tomaba como la mujer derrotada, o la mujer que está por colapsar, o sinónimos. Todos horribles.
Nicolás miró a sus vecinos, a uno a uno, y explotó.
—¡¿POR QUÉ CARAJO SON TAN MALOS?! NOSOTROS NOS LIMITAMOS A VIVIR AL MARGEN DE SUS VIDAS, PERO PARECE QUE USTEDES ESTÁN PRESENTES EN TODOS LOS MALDITOS LADOS A LOS QUE VAMOS. DÉJENNOS EN PAZ, DE UNA VEZ. NO ME IMPORTA SI ME SEÑALAN A MÍ POR SER GAY, PERO MI MADRE NO TIENE QUE PAGAR LOS PLATOS ROTOS POR SUS PUTOS PREJUICIOS.
El ambiente se tornó aún más denso, iba aproximándose al final cuando de la casa explotó una bomba de papel y de ellas salió la misma fotografía de Nicolás de espaldas abrazando por detrás a un chico —Nicolás sabía perfectamente quién era— y ambos iban en la misma bicicleta. Todas cayeron como confeti, Nicolás estaba rodeado de aquel montón de fotografías, unas rotas, en otras estaban sobrescritas insultos con marcador azul y los vecinos empezaron a murmurar cosas que no logró entender. Aquella era la vida que les tocó vivir y estaban dispuestos a vivirla, independientemente de las indiferencias y de lo que les había pasado. Entre la multitud se logró vislumbrar el rostro angelical de Robbers, su rostro de pena no hizo sentir mejor a Nicolás. Robbers estaba negando con la cabeza las cosas que estaban pasando como si no creyera que la gente que estaba alrededor fuese mala. Pero sí, eran malos, dañinos como el peor de los venenos. Un veneno social.
Más tarde, Helena barrió el desastre y dejó ordenado el porche. Aún se mantenía frente aquellas miradas que la destrozaron y la hicieron sentir miserable, pero más rabia le daba que los días contados de Nicolás estaban siendo realmente horribles. Ella no podía hacer nada, no podía encerrar a Nicolás en su habitación hasta que el mundo mejorase su postura y fuese el de las buenas noticias. No podía tampoco hacer como si nada pasara y que el dolor que Nicolás había alimentado por años fuese creciendo a tal punto de sentirse miserable, tal como se estaba sintiendo ella. Cuando dejó el patio de la casa limpio, Robbers se posó frente a ella. Helena sabía que últimamente se había vuelto muy amigo de su hijo, por lo que no le sorprendió que estuviese ahí, lo que sí le pareció rarísimo fue que entre las manos llevaba un rosal entre las manos.
—Buenas tardes —Nicolás se miraba tan adorable en aquella postura mientras sostenía el rosal entre las manos.
—Hola, jovencito —lo saludó Helena, regalándole una sonrisa. Aquella sonrisa le recordó a Nicolás, era hermosa e insuperable.
—¿Estará Nicolás en casa?
Helena sabía que estaba dentro, pero su casa no era lo suficiente bonita como para invitarle a pasar, aunque Helena estaba agradecida por lo poco que había logrado en su vida. Así es, Helena empezó a pensar como si sus días estuviesen contados también. Quiso que entrara, pero dadas las circunstancias, le dijo a Robbers que esperara un minuto. Luego ella entró y a los minutos había salido un Nicolás cabizbajo. Aún no superaba lo que había pasado. Era una pesadilla en la vida real.
—Esto es para ti —Robbers le cedió el rosal a Nicolás. Éste, en lugar de sonreír, pareció como si no soportara más y se echó a los brazos de Robbers. Sabía que aquello era imprudente, lo había conocido apenas unos días y ya estaba en sus brazos. En cambio, a Robbers le gustó que tuviera aquel tipo de confianza.
—Te juro, Robb, que a veces cuesta mantenerse de pie. Me canso de ser el capitán de un barco que se está hundiendo.
Robbers no entendía lo que Nicolás le decía, porque nunca había estado tan triste como para que su mundo tambaleara y se hiciera añicos como el del chico que tenía enfrente.
—No quisiera sonar como un tremendo idiota, pero quisiera ponerme en tu lugar...
—¡No digas eso! —Nicolás lo interrumpió.
—¿El qué?
—Ponerte en mi lugar —a Nicolás le horrorizó la simple idea que él pensara en ponerse en su lugar.
—Sé a perfección que es ridícula la idea de suponer lo que al otro le duele, porque no te ha pasado a ti.
—¿Tanto los odian?
Robbers se mantenía estupefacto mirando al Nicolás de ojos tristes que vagaban en los ventanales de su casa. Estaban sentados en las gradas del porche, día a día, parecía una película repetida, un patrón que se había convertido en un círculo vicioso.
—Nos aborrecen, pienso que, si estuviésemos en medio de un incendio, ellos fumarían un cigarro y lo tirarían en nuestras cenizas. Son malos. Malos por naturaleza.
Ellos no se dieron cuenta, pero Helena se encontraba mirándolos a través del cristal de la puerta. Ella pensaba en lo adorables que se veían juntos y agradeció para sus adentros la presencia repentina de Robbers. Poco a poco, se sentía aliviada tras el horrible momento que pasaron apenas unas horas.
—¡Oh! —dijo Nicolás de repente como si se hubiese olvidado de algo—. Hablar seguido de lo que nos consume aburre las conversaciones. No quiero caer en ese patrón.
Pero no era así, a Robbers le gustaba que Nicolás se abriera ante él y le contara su vida, quería nadar hasta las profundidades, aunque eso representara quedarse encarcelado en un lago de oscuridad. A Nicolas, hablar de su vida con Robbers, le tranquilizaba, era como una píldora contra el estrés, la depresión y la ansiedad. Una droga. Quizás el doctor no había descubierto que ciertos dolores son aliviados por personas.
—Ni siquiera agradecí por tan grandioso detalle —prosiguió Nicolás con una media sonrisa, que la sacó aruñando en las cuatro paredes en las que se encontraba en aquel momento. Las paredes del olvido empezaron a ascender, impidiéndole salir de ahí. Era inevitable. Maldición, Robbers iba a darse cuenta que algo no estaba del todo bien.
Nicolás se quedó mirando el rosal que aún tenía en las manos, intentando recordar el tema de conversación, pero le resultó imposible. Por más que trató, simplemente no pudo y empezó a hablar incoherencias, cosas que ni siquiera Robbers entendió, por lo que le acarició el hombro. Hacer aquello representó que Nicolás saltara tras él, exigiéndole una explicación del porqué hacía aquello. Robbers no entendía y tuvo miedo.
Mierda.
Mierda.
Mierda.
—Nicolás, tranquilízate. Si te molesta, no lo haré nunca más. Pero no te pongas así.
Robbers no se molestó que Nicolás se le lanzara sobre él, casi pateándole el trasero. Como bien lo exaltaban sus maestros, Robbers tenía una capacidad enorme para comprender muchas de las cosas que aún no entendía. Tenía el don de esperar. Era muy paciente, creo que, si no le hubiesen puesto Robbers, sin lugar a dudas, se llamaría Paciencia. Tras un pequeño ataque de olvido y cambio de personalidad, Nicolás recobró la memoria. Robbers, para entonces, lo miraba pidiendo una respuesta. Luego de todo lo que había pasado, Nicolás tuvo que pedir una disculpa a Robbers, éste solamente dijo que no tenía por qué, solamente le pedía que conforme se fueran conociendo, le contara más acerca de lo que pasaba. Robbers empezó a entender que no iba del todo bien aquellos ataques repentinos de Nicolás: mientras duró el ataque de olvido, Robbers sintió miedo. Se quedaron unos minutos en silencio, mirando hacia la nada, sintiendo todo. Aquellos árboles se mecían tan lento que a Nicolás le pareció que estar dentro de una escena nostálgica de un cortometraje japonés.
—Siento mucho lo que ha pasado —dijo Nicolás como si supiera lo que había pasado—. Algún día me entenderás.
—Voy a ser paciente, lo prometo.
Ambos sonrieron y sus miradas se conectaron. Habían hecho clic.
—Mira la belleza del rosal —la habilidad de Nicolás de evitar el tema era excelente—. Odio las rosas, pero me gustan los rosales.
—¿Eh?
—Lo digo en el sentido metafórico: cortar la rosa del rosal es quitarle la vida, una vida que pudo ser larga y le quitaron la oportunidad de evolucionar a través de los cambios de estación.
—Me alegra tanto que te haya gustado, es una de las colecciones que mamá tiene en el patio trasero.
—¿Y qué te ha dicho?
—Ella encantada, he hablado mucho de ti con ella. Le caes muy bien y eso que no la conoces personalmente.
En más de dos ocasiones, Nicolás había visto a la señora Julia en el patio frontal. Vestía elegante, parecía que aquel vecindario no iba con su atuendo del día. Una vez lo sorprendió observándola desde el porche de su casa, y Julia le saludó con la mano con una sonrisa angelical. No podía caber tanta amabilidad y simpatía en una sola mujer.
—¿Y sabes lo mejor de todo? Quiere que vengas a casa el sábado por la noche. Y, claro está, también me ha dicho que quiere conocer a tu madre. Ya sabes cuestión de tener una relación más cercana con tus vecinos —Robbers le dio un codazo a Nicolás.
De pronto, la mente de Nicolás lo engañó de nueva cuenta. Estaba por quedarse en blanco y no saber nada de lo que pasaba frente a sus narices, por lo que, esta vez, se percató de sus pequeñas incoherencias y decidió marcharse. Robbers no recibió una aceptación, pero tampoco un rechazo. Nicolás abrió la puerta lo más rápido posible y abrazó a Helena, quien se encontraba limpiando el comedor y, a la vez, poniendo la mesa. Helena se hizo la desentendida con respecto cuando los vio juntos en el porche.
—Me ha invitado, mamá —Le dijo Nicolás con cara de no saber qué hacer. Él quería conocerlos, claro, lo que le atemorizaba era que si ellos no fuesen igual a Robbers. Y claro acertó en pensar aquello: no existen dos personas iguales. Cada una es un mundo.
—¿Y dónde está el problema?
Helena tomó el rostro de Nicolás entre sus manos, y lo miró a los ojos. Los ojos del hijo eran más claros que los de su madre.
—Nunca hemos convivido con personas que no fueran parte de la familia. Bueno... —corrigió— de la poca que aún nos queda.
Las manos de Helena fueron directamente a la olla que tenía en la lumbre, no sin antes recordarle a Nicolás que debía tomarse el medicamento.
—Ya han pasado diez minutos exactos cuando debiste tomarlos. No seas tan olvidadizo, hijito.
Nicolás hizo caso a su madre y, entre un montón de tabletas vacías de diferentes pastillas, la encontró y se la bebió.
—Volviendo al tema —dijo Helena como si se hubiera acordado del tema de discusión—. Es cierto que ese muchachito pertenece a un mundo diferente al nuestro.
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