Primera parte
"Lo vio regresar tantas veces desde el lago hacia él y, otras tantas, lo vio sumergirse en sus profundidades. Algo había pasado la última noche, cuando vieron aquel astro ser fugaz y Nicolás pidió que su alma fuera aquella estrella.
Él habitaba en aquel lago."
Eran fiestas de fin de año. La familia de Nicolás estaba reunida en casa de su madre, al sur de Nebraska. Hacía frío fuera, aunque la casa por dentro guardaba un poco de calor. Las luces navideñas parpadeaban continuamente, la música de fondo en la vieja radio estresaba a los primos de Nicolás, estos eran rústicos y con un aire de rebeldía, el corte de pelo lo decía todo, era extravagante y poco común. Él daba gracias a Dios que pronto los dejaría de ver, pero en el fondo, muy en el fondo, sabía que también los echaría de menos una vez que se llegara la hora de partir. Los presentes hacían caso omiso de las circunstancias que rodeaban a Nicolás, nadie habló del tema, ni siquiera las miradas se dirigían a él, acto que éste agradeció, ya que odiaba causar pena o lastima.
Su madre, Helena, los llamó a la mesa gritando que ya estaba lista la comida, todos oyeron a su aviso y se acercaron como borregos muertos de hambre. La mesa estaba abarrotada de diferente tipo de comida, Helena quiso preparar la comida favorita de su hijo, por lo que también a la tradición la mandó a sentar en uno de los asientos vacíos. Bien pudo haberse sentado la soledad, la depresión y la ansiedad, respectivamente. La mesa no era muy grande, algo inestable sí que era, de vez en cuando, tambaleaba los jarrones de ponche y la comida. Nicolás tenía una risa cuando Mariah, su tía, se ponía nerviosa al ver cómo aquello parecía un pedazo de tierra hueca que bailaba al ritmo de las carcajadas de sus hijos.
—Lo mejor de este año es que ya está terminando —dijo, Rick. Su pelo aún tenía consternado a Nicolás. A su tía el día que lo vio, pensó, quiso quemárselo inmediatamente. Mariah era muy conservadora, pero le faltaba autoridad. A veces Nicolás pensaba que los papeles se habían volteado, y que era Mariah quien seguía las ordenes de sus niñatos.
—Fue una mierda —gruñó su Will. Le daba asco aquella mesa vieja e inestable.
—Esa boquita, señorito —lo mandó a callar su madre, quien se encontraba sirviéndose más del adobado que le había encantado.
Helena pasó ahorrando unos cuantos dólares durante todo el año, los pocos que le quedaban tras el medicamento, para celebrarlo con Nicolás y parte de su familia. Familia que la visitaba rara vez, se habían olvidado de ella. Como esa fotografía que guardas en el cajón y la encuentras por accidente.
—No me llames así —respondió Will, cruzándose de brazos.
Nicolás simplemente se dedicaba a observar el panorama. No tenía temas en común para conversar con los presentes, odiaba seguir el tipo de rutina de una familia estándar. A ellos solamente los veía una vez al año, o por desgracia, pensaba, dos: una de ellas era en las fiestas de fin de año y la otra en el funeral de algún familiar. Los consideraba unos repletos desconocidos, llegado cierta hora de la estancia, se llegó a sentir incómodo en su propia casa, por lo que a veces se levantaba y se dirigía al porche a mirar la blancura arquitectónica de enfrente. Luego tras varios minutos, decidía entrar solamente por Helena.
—Sería mejor —comentó Will, su hermano mayor— que lo llamaras mariposita, o mariquita.
Will imitó el aleteo de una mariposa.
Rick puso los ojos en blanco y le dio un codazo que lo hizo tambalear de la silla.
Aquellos hermanos querían salir corriendo de aquella casa. Para ellos les resultaba desagradable y horrible, era una casa vieja y rústica, podía caerse en cualquier momento y quedarían soterrados. Aparte eran homofóbicos. La simple presencia de Nicolás les repudiaba la vista, ellos se comportaban lo más civilizados posibles porque, según su madre, debían de aceptar a las personas tal como son porque nadie decide ser como son. Ellos no les causaba la menor gracia compartir la mesa con un chico que besa chicos. A Nicolás no le importaba en lo absoluto, aunque estaba harto de los comentarios fuera de lugar, no sólo de sus primos, sino de la gente que lo rodeaba. Rara vez encontraba personas que lo miraran como un chico normal y común de 16 años. Aunque Nicolás no era común. Cada suspiro se lo llevaba un poco más. Cada segundo contaba.
—¿Y la novia? —La pregunta fuera de lugar de su tía lo desconcertó. Siempre en las reuniones familiares no falta la tía que pregunta lo mismo. ¡Qué necedad!
"El novio", corrigió Nicolás en su pensamiento con una sonrisilla que lo delataba. Aunque nadie relevante para contar, nadie lo verdaderamente importante para mencionar. Su tía era tan ingenua que no intuía que Nicolás era homosexual.
Helena miró a Nicolás y a ambos los delató una sonrisa de complicidad. Ella amaba a su hijo tal como puede amar un animal a su cría, sin importar sus preferencias. Ella lo consideraba algo como: bueno... algunos chicos besan chicas, el mío se enamora de chicos.
—¿Y el marido? —Preguntó Nicolás, sabía que sus intenciones no eran buenas. El esposo de su tía le fue infiel y ella tenía que estar con él por pura "fuerza familiar", aunque ella, decía, lo hacía por el bienestar de sus polluelos. Polluelos que, no era necesario pronosticar, para prever que serían unos futuros gánster. En aquella mesa también se hizo presente la ausencia del mismo. Mejor, pensó en voz alta Nicolás.
Pasaron el resto de la noche contando anécdotas e historias, lo suficientemente buenas para pasar el rato. Afuera nevaba fuerte y las manos frías de Nicolás se congelaban mucho más que una persona sana. El frío hacía que él se agobiara y se agitara más de costumbre. En la televisión transmitían Mi Pequeño Angelito y durante un momento todos permanecieron en silencio mirando la película, apenas unas hormigas que actuaban y, a veces, chirriaba un sonidito que molestaba los oídos.
—¿Y qué planes tienen para el próximo año? —Preguntó Helena a su hermana, acomodándose en el sofá, trayendo para sí misma el gato blanco de ojos azules que tanto le gustaba.
Mariah tarareaba un villancico. Rick y Will parecían entretenidos en un juego de matones en su móvil, de vez en cuando, sus gritos paraban la conversación de las hermanas. A Nicolás, ambos hermanos le recordaron a los malvados de Mi Pequeño Angelito y éste se zambullía dentro de su propia risa, que solamente él entendía. Había cosas que solamente Nicolás podía comprender a su tan temprana edad: lo que pasó no tiene importancia, lo que pasará no tiene valor y lo que está pasando tiene valor e importancia. El presente era lo que lo sometía y lo obligaba a vivir día a día como si fuese el último.
—Supongo que haremos un viaje familiar con nuestros ahorros.
Mariah parecía enorgullecía de estar contando sus grandes planes. Dinero sí que no les hacía falta, pero lo que a la familia de Mariah les hacía falta era lo que a la familia de Helena le hacía sobraba, y por montones: era amor. Y también era viceversa. Helena tuvo que enfrentar la vida junto a Nicolás sin nadie al lado, no tenía el suficiente dinero para darle a su hijo la vida que quería, sin embargo, él era feliz con lo mucho que su madre hacía por él. Él estaba agradecido y nunca le reprochó nada a su madre, al contrario, la consolaba cuando lloraba por no poder hacer nada por él. Cuando él estaba consciente de que lo estaba haciendo todo. Todo.
—¿En serio? ¡Qué bien! —Dijo Helena, añorando un viaje con su hijo, pero que sus recursos no eran lo suficientemente buenos para hacerlo.
—Nosotros quizás haremos un viaje al supermercado mañana por la mañana —dijo Nicolás sarcásticamente.
Todos rieron ante el comentario, excepto Will que no apartó la vista del móvil. La risa de Rick era malévola, mala como burlarse de las desgracias ajenas. A Nicolás le incomodaba cuando otros llegaban a su casa con el descaro de restregarles en cara lo poco que hacía por sus vidas, pero su sarcasmo tenía vida propia y brillaba tanto que podía cegar. Mariah permanecía acariciando el gato que tenía sobre su regazo. Luego de un rato éste decidió marcharse y no dar señales de vida en lo que duró la velada.
—Si quieres puedes venir con nosotros —lo invitó Mariah con una sonrisa de consuelo.
En ese momento, Will y Rick se miraron las caras ante el ofrecimiento de su madre a aquel ser que no toleraban, y mucho menos lo harían durmiendo en la misma habitación, porque aseguraban que, si Nicolás iba al viaje, sus padres meterían a los tres en la misma habitación. Y ellos dormir en la misma habitación con Nicolás, ¡ni que estuvieran locos!
Él negó con la cabeza dando las gracias. Nicolás no tenía nada que pensar. El alivio que sintieron aquellos dos después de la respuesta de Nicolás fue notorio y luego bajaron la mirada en el juego.
Nicolás no desperdiciaría aquellos meses al lado de personas que nunca le demostraron interés alguno por él ni por su madre. Sabía lo que iba a pasar el año entrante, apenas unos meses quizá. A veces despertaba de una pesadilla a otra, y lloraba amargamente, a solas, en su habitación. No sabía exactamente si lo hacía por él o por su madre. Por él, por no haber vivido lo suficiente; o por su madre, por el dolor que le dejaría tras su último suspiro.
Y llegaron las doce de media noche y los fuegos artificiales hacían eco en el cielo, este mismo estaba bañado de cientos de colores e intensidades de estruendos retumbaban la madera vieja de la casa. Las explosiones trajeron de vuelta al felino a la casa, huyendo del sonido de los cohetes. Todos salieron al porche y se extendieron un abrazo, deseándose un próspero año nuevo, lleno de bendiciones y felicidad. A Rick y a Will les costó extenderle un abrazo a su primo, pero tuvieron que hacerlo por la mirada asesina de Mariah. No tuvieron alternativa. Nicolás estaba acostumbrado a aquel tipo de momentos incomodos, por lo que ni le sorprendió encontrar la mirada de su tía exigiéndoles a sus hijos que lo abrazaran. Lo que Nicolás quería era que pronto se fueran. Todos pidieron un deseo. Mariah pidió salud para su familia y estabilidad matrimonial, aunque sabía que dicho matrimonio estaba arruinado y que solamente bastaba un simple toque para que todo terminara; Will y Rick pidieron tener los videojuegos del momento y, claro, no tropezar con otro gallinita; Helena pidió que el poco tiempo que le quedaba con su hijo fuera memorable, pero antes de ello pidió repetidamente hasta el cansancio que los milagros existieran y que a Nicolás le cedieran uno, el más grande para su vida; y, finalmente, Nicolás pidió una segunda oportunidad y en sus ojos podía verse el brillo de la noche, los sueños que danzaban en la negrura de universo. Él quería llorar porque lo sabía. ¡Maldita sea!
Él sabía lo que ese año le traería: el sueño eterno.
A la mañana siguiente, se despidieron en el mismo porche donde se habían abrazado para desearse un feliz año nuevo, ahora para decirse adiós. A Helena siempre le daban nostalgia las despedidas, así que en sus ojos podía notarse la tristeza que evocaba el hecho que su única hermana que, además no veía seguido, se estuviera despidiendo otra vez.
—El año se pasa muy rápido —la consoló Mariah, al tiempo que les decía a sus hijos que se apresuraran a meter las maletas al taxi.
Ojalá sea eterno, se dijo para sí misma. Y miró al cielo y no encontró respuesta alguna. Toda la familia de Nicolás sabía que pronto moriría, que aquel año sería el más trágico de vivir y el último. Su tía no era tan mala como para desearle malas vibras a su sobrino, pero sí lo suficiente como para alejarse de él porque no le gustaba la gente moribunda. Cuando los abuelos murieron, huyó. Y ésta, claro, no iba a ser la excepción.
Rick y Will estaban entretenidos en sus respectivos asientos dentro del coche, gritándole a su madre que se apurara que llegarían tarde y debían llegar puntual para ver el partido de los Yankees. Nicolás se encontraba sentado en una de las gradas del porche, con la mirada perdida en la casa de enfrente. Era hermosa. Tenía unos ventanales gigantes, le recordó a un palacio y tenía un gran jardín con barandas alrededor. Llevaron meses construyéndola hasta que el mes pasado terminaron de construirla. Pero nadie llegaba. Estaba deshabitada. Pronto tendría nuevos vecinos y Nicolás esperaba que fuese mejores que los que tenía, porque apestaba y eran abusivos con él y con su madre. Ellos iban a la iglesia y de vez en cuando farfullaban a Helena:
¿Cómo puedes permitir que tu hijo sea gay?
¡Aún estás a tiempo de salvarte y de salvarlo!
¡A Dios le incomodan los homosexuales!
Helena trataba la manera de no escuchar aquel tipo de comentarios, más bien, de ningún tipo. Siempre fue una mujer reservada, no le gustaba involucrarse en vidas ajenas, aunque ella no recibía lo mismo. El vecindario, aunque pequeño, era capaz de acabar con ella y con Nicolás a través de las palabras. Insultos, cabe aclarar. Lo que Helena hacía era acelerar el paso y jalar del brazo a su hijo.
Se despidió de Mariah con un beso en ambas mejías y acto seguido, Helena se sentó al lado de Nicolás que aún estaba en la misma posición mirando la casa de enfrente. Cuando el taxi se alejó, ambos se miraron y Nicolás recostó su cabeza sobre el hombro de aquella mujer desgastada con el tiempo y los golpes de la vida. Alguna que otra cana empezaba a hacerse notar sobre su abundante cabellera y la piel empezaba a arrugarse como si fuesen líneas hechas con un pincel.
—¿Crees que estará vacía por mucho tiempo? —Le preguntó Nicolás. Los pinos de atrás, que daban a un bosque que albergaba tantos misterios, se mecían con el viento.
—No lo sé —dijo Helena.
—Es enorme...
—Enorme como tu corazón —le aclaró, acariciándole el pelo. A Nicolás le gustaba que le hiciera piojito.
—Pero mi corazón es quien me matará un día de estos.
Helena tragó saliva y estuvo a punto de llorar, pero no quería mostrar aquella cara a su hijo, por lo que siempre mostró la cara de la valentía y el coraje.
—¿Cómo crees que serán los nuevos vecinos? —Helena evadió el comentario.
—Espero que no sean tan crueles.
—La gente es cruel, ¿cierto?
—Mucho...
—¿Mucho...?
—Sí —sentenció Nicolás.
Él era un chico muy directo. Estaba apegado a la realidad en la que vivía y no en la ilusión que su madre casi siempre trataba de dibujarle. Tal como una madre en aquellas condiciones lo haría. Nicolás no le aclaraba muchas situaciones, por miedo a herirla; aunque a veces era inevitable. Su condición lo empujaba a estar muy irritado o estresado, pero Helena estaba acostumbrada también a ese Nicolás. Y amaba cada cosa que descubría de él: era como estar descubriendo una cualidad o imperfección.
—Quizás sean buenos —quiso animar a Nicolás, quien se encontraba ahora con la cara entre sus manos, mirando como quien mira un vacío que no tiene fondo y se queda perdido en el interior.
—A lo mejor también nos acompañan al súper —Helena bromeó.
Nicolás hacía el esfuerzo por no exigirle a Helena más de lo que ella podía ofrecerle a manos llenas, aunque aquella mañana tuvo un antojo y se lo hizo saber. Helena fue a contar el dinero extra que tenía en un bote de Pringles y luego salió con buenas noticias. Y luego se dirigieron caminando hasta el centro del vecindario. Se detuvieron seis veces en un par de cuadras porque Nicolás se agitaba con facilidad.
—No es buena idea ir caminando hasta allá —le hizo saber su madre a Nicolás, aquella mujer tenía en el rostro el temor y el sacrificio por un hijo temporal. Luego la vida lo haría pedazos—. Si quieres lo pedimos a domicilio y miramos una película de esas de romance que tanto te gustan.
—Aparte no tenemos teléfono, y casi nunca responden a las llamadas de teléfono público. Quiero ir contigo hasta allá, mamá. No tendré muchos momentos como este. Míralo por el lado bueno: luego nos reiremos de ello. Nos acordaremos de lo rica que estuvo la comida y saborearemos el platillo nuevamente, aunque sea en nuestra imaginación y entonces podremos volver de nuevo cuando tengamos el dinero suficiente. Hasta entonces nos daremos cuenta de que valió la pena, porque volveremos otra vez. Y volver es señal de que algo te gustó.
—¿Y qué me dices del cansancio que sientes? Exigirte mucho a ti mismo, podría acabar contigo también.
—El agotamiento es lo de menos, yo puedo seguir caminando sin ningún problema.
Fueron hasta aquel restaurante, pidieron lo que Nicolás había antojado apenas unas horas, y comieron como la primera comida en años. De regreso, pasaron bebiendo agua en un jardín porque no alcanzó para la bebida y llegar hasta casa para hacerlo, sería mortal para Nicolás. Luego ambos se mojaron el rostro y Nicolás aprovechó también para refrescarse el pelo. Las personas los miraban como la familia disfuncional, pero siguieron andando felizmente contando líneas en la acera.
—¿Volverás? —le preguntó su madre por la noche, antes de ayudarlo a subir las escaleras y dirigirlo hasta su habitación.
—Lo prometo. Te visitaré seguido. Lo prometo. Te visitaré seguido. Lo promet...
Luego cayó en un sueño profundo. No despertó en toda la noche, fue una taquicardia quien hizo que despertara sudoriento y desorientado. Tomó el medicamento que lo mantenía estabilizado cuando tenía ataques cardiacos.
Su habitación daba al lado de la calle principal, en donde la casa recién construida resaltaba por encima de las otras. Era enorme para Nicolás, nunca se había imaginado que existieran casas así sino fuese por las películas. Toda aquella elegancia desde fuera, no podía imaginar cómo era por dentro. Quizás nunca lo descubriría.
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