Cuarta parte

Las mañanas de grupos de apoyo le producían a Nicolás un dolor de cabeza incontrolable. Si algo odiaba, era asistir a aquellas charlas donde, según Nicolás, no tenían lógica. Carecían de sentido. Es cierto, existen grupos de apoyos para personas con cáncer, con insuficiencia renal, y con tuberculosis. Pero ellos, los agentes cardiacos de negro —haciendo alusión a los hombres de negro— aún tenían una oportunidad, aún podían luchar día tras día para vencer la enfermedad. Él, sin embargo, luchaba cada día por vivir porque el final estaba tan cerca que podía oler el olor a rosas. Si bien, no eran muchas las personas que asistían a las charlas, eran temas al azar que se comentaban aleatoriamente. En cada reunión, le tocaba a alguien elegir el tema de conversación. Y aquel día, por desgracia de Nicolás, le tocaba a él. No sabía de lo que iba a empezar hablando, a veces se ponía nervioso y pensaba que aquello era un tipo de exposición escolar. Aunque anteriormente ya había expuesto varios temas de interés, aunque nunca supo lidiar con los nervios que le ocasionaba pararse frente a un número determinado de personas. Aunque eran pocas las personas que llegaban a aquel grupo de apoyo, siempre tenía un miedo latente. No era tan bueno motivando a las personas, de vez en cuando, algún paciente salía corriendo despavorido entre lágrimas, lejos de Nicolás. En aquella mañana se reunieron, sentados en círculo, tres personas. Para fortuna de Nicolás, eran los chicos con los que compatibilizó desde el inicio.

    El tema que finalmente había escogido Nicolás era uno que estaba apegado a sus realidades, cada día era una forma de conocer el más allá. En aquellas reuniones hablar de ello, era un tema tabú. Era casi prohibido hablar de ello. Normalmente en los grupos de apoyo, como bien lo dice su nombre, tratan de ayudarse a sí mismos y vencer los obstáculos de la enfermedad. Hablamos de temas motivacionales de cómo salir adelante mientras te estás muriendo. Nicolás pensó que si todos estaban enteramos de lo que les esperaría próximamente sería menos trágico. Los tres tenían una fecha, no exacta, pero un año: la edad que los doctores le habrían dicho a sus respectivos padres. Aquella edad era sinónimo de angustia, mientras se acercaba la fecha, los pacientes se sentían desesperados y buscaban ayuda religiosa. Algunos rezaban contantemente para cuando murieran, fueran arrojados al Cielo.

    —¡Nicolás! —dijo quien supuestamente era el guía, al instante que Nicolás empezó a darles un sermón acerca de los últimos días.

    El apocalipsis, había pensado Tinna.

    —Debemos enterarnos de las formas en que podríamos morir —le hizo saber Nicolás al guía, quien se mostraba inexpresivo.

    —De las formas no —replicó—. Si quieres puedes hablar de la muerte en sí, pero no de las formas —sentenció.

    Y pues, el guía, estaba en lo correcto: según su participación en las charlas era motivar a los pacientes, no deprimirlos hablándoles de cómo se siente o de cómo van a morir.

    —La muerte ha estado apegada a nosotros, ha sido nuestra sombra. Chicos, no debemos tenerle miedo —les sugirió Nicolás, invitándolos a no sentirse tristes, sabiendo que aquella era la última vez que miraría a aquellas personas. Estaba decidido a no volver más, estaba preparado, aunque no sabía a lo que él mismo se refería.

    Anteriormente se había hablado sobre las fechas respectivas de cada uno. Aquellos les habrían pronosticado una vida más larga que a Nicolás. Nicolás iba a ser el primero en irse. Nicolás, cabe resaltar, era el más joven de los presentes.

    —Seré el primero y me gustaría decirles qué se siente morir, pero según lo que he leído en un libro, he llegado a la conclusión que es horrible durante los últimos minutos donde estás agonizando —finalmente el guía se dio por vencido y dejó que Nicolás hablara de lo que le apetecía—; ya llegados los segundos finales sientes una tranquilidad, una serenidad que se posa frete a tu rostro. Miles de recuerdos que has vividos son recreados en una milésima de segundo, justo antes de que llegue el último suspiro.

    —¿Y de qué trata el libro, es una historia, novela o parecido? —Preguntó Saddie, un tanto inquieta al escucharlo hablar tan excitante de la muerte.

    —Es de testimonios de personas que han vuelto de la muerte.

    —¿Y qué hay más allá de esto? —Preguntó Tinna, quien se acomodó en el círculo. Aquello parecía una iglesia, tenía toda la pinta de ser una, sino fuera por el letrero de entrada donde resalta: Salón de Usos Múltiples, cualquiera había entrado rezando.

    Esto. Esto. Esto. La vida. La vida que nos tocó vivir y por la cual nos la hemos pasado sufriendo. La vida era injusta y una maldita.

    —Todos, absolutamente todos —Nicolás señaló con su mirada a cada uno— aseguran que han visto un túnel y una luz cegante al final de él.

    —Qué aburrido —rezongó Lester—. La misma historia que nos han venido contando. Tuve una ilusión que fuera diferente.

    —¿Diferente? —Pareció que los tres lo habían dicho al unísono. El eco retumbaba de extremo a extremo.

    —Sí, diferente —aseguró Nicolás—. Lo que quiero decir es que cada uno debería tener una forma de irse diferente y no todos pasar por el mismo túnel aburrido del que nos han venido contando.

    —A ti te gustaría irte al estilo Batman —le dijo Saddie con una risilla. Porque si de algo era fanático Nicolás, era de Batman. Había leído anteriormente varios comics que aún conservaba entre los libros que la abuela le había heredado.

    —Si es Hiedra Venenosa mucho mejor —respondió Nicolás, con una cierta risa que invitó al resto a unirse.

    Todos rieron, hasta al guía le sacaron una risa oculta. Tenía pinta de ser amargado, pero en el fondo era buena gente. Las personas, muchas veces, se protegen con una máscara de dureza.

    —¿Y a ti cómo te gustaría irte, Nicolás? —Le preguntó el guía, uniéndose a lo que él había prohibido desde el principio. Ya no le importaba en lo absoluto, también había llegado a ciertas conclusiones en su vida y no estaba como para oponerse a hablar sobre ello.

    Vaya pregunta. Nunca se le había ocurrido preguntarse a sí mismo cómo le gustaría irse. Irse. Qué cruel le resultó aquel concepto. La mirada perdida de Saddie se posó en el lunar que tenía Nicolás bajo el párpado derecho. Su piel morena hacía ilusión, por las altas luces que bajaban del salón, a un ser entre rejas. El salón estaba capacitado para unas ciento treinta personas. Pero aquella enfermedad era tan rara que solamente uno en cada millón se le diagnosticaba. 7,000 habrían de haber según los cálculos de Nicolás. Y sus cálculos sí que no fallaban. Era muy bueno para la física y las matemáticas, hubiese sido un excelente ingeniero o licenciado en matemática cuántica. Hubiese. Qué triste y desgarrador.

    —No sé aún —dijo finalmente—. Tendría que leer algún cómic para escribir mi prefacio.

    —Un final digno —habría dicho Lester en un tono que, en lugar de animarle, resultó nostálgico.

    —Un final de película —se involucró Tinna, quien era una cinéfila sin remedio.

    —Un final de novela —aclaró Nicolás, mirándose las manos. Aún le recordaba el tacto de Robbers. Podía verlo en ellas. Veía pétalos.

    Había leído los libros que la abuela le había donado, aunque estaba seguro que no eran los suficientes como para saber cómo quería morir. Lo que sí sabía es que quería que fuese romántico. Quizás, en el fondo, quería irse a finales de noviembre: cuando la luna estuviese más grande que todo el año. Pero he ahí el problema: solamente le quedaban dos meses sino es que menos. Y no iba a alcanzar a ver aquel fenómeno natural que pasa cada década. No había nada que pudiera hacer al respecto, excepto conformarse con un final digno como le habría dicho Lester.

    —Hay un principio y también un final —sentenció el guía.

    —Para todo —dijo Saddie.

    —Y para todos —repuso Nicolás.

    —Hasta el Sol un día se hará pedazos—el guía pretendió hacerlo sentir mejor, pero fue todo lo contrario, sus argumentos fueron de tristes a deprimentes. Todo lo que es nostálgico, para aquellos, les resultaba corta venas.

    La reunión terminó, todos sollozaron al salir y se despidieron. Aquella fue la última charla de Nicolás. Nunca más volvió a ver a Saddie ni a Tinna ni a Lester, a quienes les guardaba aprecio. Ni a aquel salón inmenso que le daba escalofríos de imaginar que tan solo era parte de una fracción milimétrica en la Tierra. Ni a aquel hospital. A todo le dijo adiós con sentimentalismo: había sido también el lugar en donde había pasado seguido y donde había conocido a tres personas, únicas a su manera, que no le habrían reprochado nada ni le habrían golpeado por ser homosexual. Tinna incluso le presentó en varias ocasiones a varios chicos a Nicolás, pero éste le hacía saber que no estaba interesado en ningún chico. No estaba preparado. Nunca lo estuvo y tampoco lo estaría.

    Hasta el Sol un día se hará pedazos, Nicolás se quedó pensando en el comentario que había hecho el guía. Y razón no le faltaba: vivimos con el miedo constante de morir, que no nos damos cuenta que cada día envejecemos al ritmo de los golpes, las hazañas, los triunfos, las caídas, las aventuras y las rupturas. Nicolás estaba harto de tocar siempre el mismo tema, pero era algo inevitable como ver el mismo sol cada mañana. No había otro. Al menos, no en nuestra galaxia.

    Nicolás, por otra parte, le había hecho saber a Helena que quería conseguir un trabajo, para ayudar en el mantenimiento de la casa, así mismo su madre tampoco tendría que sacrificarse demasiado. Quizás podría renunciar a una casa y trabajar medio día. Pero Helena estaba decidida que no pondría a su hijo a trabajar, esto le traería fuertes recaídas en su salud. Además, ella daba por sentado, que tenía las energías suficientes para aún mantenerse de pie. Luchando por Nicolás. Era domingo y los domingos no se hacía nada, excepto ver una hora exacta de televisión junto a Helena, sin embargo, aquel domingo Nicolás no quiso interrumpir a su madre, quien se encontraba adentrada en una película de Jonnhy Depp, así que decidió salir a dar un pequeño paseo por el bosque.

    Caminó dentro de la hierba que se levantaba muchos metros arriba de su cabeza; habiendo llegado al río, se desnudó y nadó a contracorriente. Le encantaba el cantar de los pájaros, sabía a qué especie pertenecían algunos, porque los había escuchado cierta vez en Discovery Channel y Nicolás era muy bueno recordando sonidos, historias y poemas. Creía que si algún día se le presentaba una situación similar a aquel hombre que se perdía en lugares donde la civilización estaba lejísimos, tendría las medidas necesarias para sobrevivir y caminar hasta algún campamento, aldea o civilización. Luego de un rato nadando, se cansó, se vistió y caminó hacia una dirección donde no había ido jamás. Se topó con una serpiente no venenosa, y la esquivó con facilidad. Parecía lo mismo de lo mismo: mala hierba, altos pinos, grandes piedras que se interponían entre el camino, espinas —de diferente forma, Nicolás había pensado que solamente existía un tipo de espinas, pero pronto se dio cuenta que existía gran diversidad—. Y así caminó. Y caminó sin llegar a ningún lado en específico. De pronto, se topó con una cabaña en medio del bosque y un lago frente a ella. Nicolás pensaba que no existían lugares así dentro de aquella flora y fauna, pero quién era él para dar conclusiones demasiado rápido sin antes adentrarse y conocer lugares. Quizás no conoció Londres, ni España, ni siquiera Estados aledaños a Nebraska; pero a aquel lugar lo rodeaba la magia y el misterio. Nunca había visto algo similar anteriormente. Empezaba a caer la tarde, y Nicolás no se adentraba al bosque no después de las 3:00pm. Y ya eran las cuatro. Enfrente tenía una hermosa cabaña que daba a un largo y magistral lago. Cuando la hubo rodeado, inspeccionando que no hubiese alguien en el interior de la misma, se decidió subir al porche. El sonido de la madera vieja lo delató y sabía que se podría meter en problemas. Cuando abrió la puerta, se llevó una sorpresa que casi lo mata de la impresión.

    El susto que le dio ver a Robbers sentado, mirando a través de la única ventana que tenía aquella cabaña, le hizo recordar a una escena donde él es el pintor y aquel ambiente el arte que había que retratar en lienzos. Por un momento ponderó la idea de marcharse, pero cuando se vino a dar cuenta, Robbers ya se había levantado de la silla y se encaminaba hacia él. Lo abrazó.

    —Esto no podría hacerlo frente al montón de metiches —repuso Robbers, invitando a Nicolás a sentarse frente al lago.

Nicolás estaba confundido.

    —¿Ah, sí?

    —Nos hubiesen atacado. Comprende esto: no des por hecho que nadie te está viendo, porque luego resultan los moretones y tienes que inventar una historia.

    Nicolás sabía a lo que se refería, había inventado cientos de historias para maquillar la verdad tras los moretones y las cicatrices que inundaban su cuerpo. Helena no conocía del todo a Nicolás, sólo una pequeña fracción que él mostraba. Su cuerpo se había forjado a base de golpes homofóbicos. Cada cicatriz era una historia que contar. Nicolás se lo contaba todo, pero después de un tiempo decidió mejor ya no seguir hablando de lo mismo, porque sería caer en un círculo vicioso.

    —Las personas no comprenden del todo nuestro amor.

    Nicolás no quiso clasificarlo, como si el amor fuese una categoría: amor heterosexual, amor homosexual, amor lésbico, etc. Le asqueaban las etiquetas.

    —Con el tiempo podrían cambiar las cosas —le animó Robbers, poniendo su mano sobre la rodilla de Nicolás.

    —Puede que sí o puede que permanezca así por muchos años más —Nicolás suspiró y aquel suspiro pareció que llevase años dentro de él.

    —No pierdas la esperanza fácilmente.

    —Hemos sido la sombra del mundo. Muchas vidas inocentes han cobrado el odio y desigualdad de las personas.

    Tanto Nicolás como Robbers estaban conscientes de lo que pasaba en el mundo, alrededor de ellos. No podían simplemente cerrar los ojos y pensar que no pasaba nada. Las cosas no funcionaban así: debían luchar por los derechos, no sólo por los de la comunidad LGBTI, sino como cualquier persona. Cualquiera de los dos podría ser víctima en cualquier momento de un ataque homofóbico.

    —¿Te han perseguido? —la pregunta que le hizo Robbers a Nicolás en lugar de sonar como pregunta, sonó como afirmación.

    Nicolás miraba el lago, la belleza que en él erradicaba. El frío empezaba a hacerse notorio y las manos frías de Nicolás no mentían. Por un momento, pensó en pedirle a Robbers que las calentara con las suyas, pero aquello no era un tipo de trama de alguna película. Sería muy raro decirle: Oh, Robbers, quisiera que tus manos estuvieran sobre las mías. Ni siquiera las intenciones de Nicolás hubiesen sido calentar las suyas, sino sencillamente sentir de nuevo el tacto de aquella piel fina y cálida sobre la de él.

    Nicolás estaba harto de callar. En aquel chico de rulos perfectos había encontrado un refugio donde guardar sus secretos.

    —Me han perseguido toda la vida —dijo sin ir más lejos—. Vaya a cualquier lugar, encuentro alguno que otro pendiente en lo que hago. Siento las miradas clavadas en mí y...

    Nicolás calló.

    —¿Y...? —Insistió Robbers.

    —Olvídalo, no quiero involucrarte en mi historia.

    Sin embargo, era Robbers quien quería involucrarse en su vida. Había entrado a su vida sin previo aviso y luego tendría que pagar el precio de entrar a una vida donde los cimientos son inestables.

    —Y siento que podría ser yo la próxima víctima.

    Robbers se ensimismó y tiró una piedra al lago, causando escándalo en las tranquilas aguas y produciendo cientos de pequeñas olas que se esparcían a lo largo y ancho del lago. A Robbers, Nicolás, le desprendía gran confianza.

    —A veces también me he sentido así —dijo Robbers—. Atrapado —se apresuró a decir—. Quisiera que el mundo fuese diferente y que girara de acuerdo a mis reglas y que ardiera, en lugar de la bandera de la igualdad, la bandera del odio. Aunque no lo creas, aún existen integrantes del Ku Klux Klan infiltrados entre nosotros. Debemos tener cuidado.

    Nicolás no sabía qué era Ku Klux Klan, por lo que Robbers dio un breve resumen de la historia de las organizaciones. Nicolás se quedó helado, no supo qué decir, excepto escuchar lo que Robbers le decía con claridad. Aquellas sombras que lo habían perseguido toda la vida podrían ser. Debían ser. Tenían que ser.

    —Ya sabes... la gente se informa y el odio siempre ha existido, lo alimentan con estos ideales y, se han dado casos actuales, de personas asesinadas por el pensamiento radical de estos pequeños grupos extremistas.

    Grandes, pensó en voz alta Nicolás.

    Nicolás empezó a cansarse, por lo que se recostó sobre las tablas de la cabaña, produciendo un crujido entre ellas. Robbers lo imitó. Ahora ambos se encontraban mirando el techo viejo y sucio. Robbers miraba el rostro de Nicolás llorando tras ser punto de insultos homofóbicos y siendo perseguido mientras las personas de alrededor lo grababan con sus móviles. Nicolás no pensaba en nada. Su mente empezó a traicionarlo. Empezó a tener miedo y sus pensamientos no tenían un hilo que seguir. La debilidad le intentaba cerrar los párpados, pero Nicolás quería seguir viendo aquella perfecta imagen de un Robbers ensimismado, perdido entre la soledad de la cabaña y la imposibilidad del lago, mirando quizás a los fantasmas que bailaban sobre las frías aguas del lago. Cuántas muertes abrigará este bosque, cuántas veces tendría que haber visto la desesperación, la depresión y la presión de seres que solamente querían una salida. Una llave que les abriera una puerta mientras los perseguían sombras.

    Robbers miró que Nicolás estaba durmiéndose, por lo que le sugirió que era momento de volver. No a sus debidas casas, sino, más bien, le invitó que fuesen a dar un paseo en bicicletas. Él tenía dos en casa, una de él y pues su padre encantado de que le diera la de él a su nuevo amigo. Nicolás habría dicho que no, con pena, con la mirada gacha.

    —¡¿No sabes andar en bicicleta?!

    Tenía razón: no se le habría presentado la oportunidad de aprender a andar en bicicleta. Entonces a Robbers se le ocurrió una mejor idea: la bicicleta de él tenía dos asientos, Robbers podría ser el conductor; Nicolás, el pasajero. Nicolás pensó más de dos veces que aquello podría ser la chispa que detonara la bomba en el vecindario. Sus vecinos se darían cuenta: él no pensaba por sí mismo, sino por la protección del chico. A Robbers no le importaba, pero a Nicolás sí, y ahí estaba el dilema. Pero aquel le insistió tanto que Nicolás no tuvo opción, aunque él moría por tener más momentos con Robbers. Nicolás esperó sentado en el porche de su casa, mientras Robbers salía pedaleando hasta llegar adonde estaba él. Tras unos largos quince minutos, Robbers salió de su casa victorioso.

    —Aquí todos saben quién soy —le advirtió Nicolás, pero para entonces Robbers ya se encontraba pedaleando alrededor del vecindario.

Nicolás se sujetó de la cintura de Robbers, aquello pareció un abrazo de espaldas. A veces cerraba los ojos y el rumor del viento alborotaba su pelo; los rulos de Robbers parecían cobrar freeze con el viento que se colaba entre su cabello. Le dieron la vuelta a la manzana. A Nicolás le gustó y Robbers sentía las manos frías de él alrededor de su abdomen.

    —¿Todos saben quién eres?

    —Así es —sentenció Nicolás.

    —No me habías contado que tenías aires de celebridad —dijo Robbers con cierto tono de sarcasmo—. ¡Qué emocionante! Soy el conductor de una estrella.

    En realidad, en el asiento trasero, llevaba a quien más adelante llevaría como recuerdo. Como fantasma. Como alguien que existió. Tendría que voltear para asegurarse de lo real que había sido.

    —No seas tonto.

    —Soy un poco tontín.

    Los dos rieron un rato.

    —¿Y a ti te importa si el mundo sabe quién eres? —Preguntó Robbers.

    Nicolás se quedó pensando y, tras unos minutos de silencio, ya habiendo cambiado el paisaje, respondió.

    —En realidad lo que quise decir es que, al verme con otro chico, el vecindario automáticamente sacará sus propias conclusiones.

    —¿Sus propias conclusiones?

    La verdad, la presencia de Robbers, lo ponía nervioso. Más cuando le agarraba ataques de cuestionario.

    —Sí, ya sabes...

    —¿Ya sé qué...? —Insistió Robbers, aunque él ya sabía a lo que se refería, pero le gustaba cuando a Nicolás se le trababa la lengua. Era ridículamente hermoso.

    —Novios. Pareja. —Sentenció Nicolás, poniendo los ojos en blanco. Robbers no paró de pedalear, a Nicolás le pareció el mejor viaje de todos. No era un viaje en avión, motocicleta o automóvil, era un transporte mejor: el de cuando un tema te lleva a otro, y el otro a otro, y así hasta crear un infinito.

    —Ummm... —dijo Robbers—. Entonces no tiene nada de malo que el mundo saque sus propias conclusiones.

    Si Nicolás hubiese tenido una polera puesta, sin dudas, se hubiera cubierto la cara. Estaba rojo. Rojísimo. Aquellas palabras lo pusieron aún más nervioso.

    —Pero solamente somos amigos.

    —Por ahora —dijo entre dientes Robbers, con cierta sonrisilla pícara.

    —¡¿Qué?! —Exclamó Nicolás.

    —Nada.

    Así como el mundo conoció la parte donde Nicolás lloraba hasta quedarse dormido, también conocería la parte de cuando uno se enamora y no sabe hacia dónde tirar, pero él solamente tenía una opción, una sola: y esta era que, independientemente de si él quería seguir formando recuerdos con aquel chico, tendría un fatídico final. Donde uno de los dos se queda llorando.

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